Advertencia: a partir de este capítulo llamaré a las Sailors por sus nombres originales: Serena- Usagi; Rei- Rei, Lita-Makoto, Mina-Minako, Ami-Ami. Corregiré el uso de su nombres en el capítulo uno pronto.

Autora Oceánica

Por: Meiko Akiyama

Capítulo 2: "Deseando encontrarte"

-Ya no hay marcha atrás…-

La heredera de la estirpe lunar continuaba repitiéndose aquellas palabras, como si éstas pudieran transmitirle el valor que tanta falta le hacía. Sabe perfectamente que se avecinan tiempos difíciles, que esta vez será necesario todo el valor que hay dentro de ella. Y quizás ese sea el problema. Se contempla en el espejo y ve a Usagi Tsukino, una adolescente a punto de entrar en la madurez verdadera. Sin embargo, sabe que detrás de esa imagen de niña tonta y llorosa, debe encontrarse la figura de una poderosa mujer, con gran temple y fortaleza. ¿Dónde ha quedado la gran diosa Selene? Se ha perdido, quizás, en alguna parte de su ser y aún no está segura de cómo recuperarla.

No está segura cómo va a afrontar a Athena, con qué palabras exactas le revelará la verdadera razón de su visita; ahora mismo puede ver el horror dibujado en los ojos de la otra diosa. Seguramente se pondrá tan alarmada como ella y no le hace ninguna gracia crear histeria colectiva en aquel recinto sagrado.

-Es mi deber, supongo- susurró ella, aún sin estar convencida del todo. Quizás lo mejor sería prolongar su estancia en este Santuario, lo cual es un arma de doble filo, pero su esperanzado corazón adolescente le grita que si se queda un tiempo más, pudiera existir una pequeña posibilidad de impedir la tragedia.

-Ya cálmate o terminarás por ponerme histérico a mí también- comentó el caballero de Escorpión con la mayor tranquilidad mientras contemplaba a Kamus pasearse de un lado a otro por la casa del primero. Mu de Aries se encontraba en meditación y como necesitaba desahogar su desesperación con alguien, acudió a Milo, quien siempre parecía estar dispuesto a escucharle.

Es extraño cómo, siendo Milo su buen amigo, prefiriera a Mu de Aries en este caso. Es que quizás el caballero de Escorpión tuviera menos tacto cuando de líos de falda se trataba, y Kamus se sentía más tranquilo escuchando las sabias palabras de Mu que escuchando el discurso sarcástico de Milo.

-Lo siento- se disculpó finalmente mientras detenía su paso.

Milo soltó una risa divertida. No era muy común observar al siempre apacible y serio caballero de Acuario en una situación como esa. ¿Kamus desesperado y de malhumor? ¿Por una mujer? Aunque bien es cierto que esa mujer merece haberle robado la calma a su amigo, era demasiado especial y una presencia totalmente devastadora. Tal vez hasta es normal que Kamus hubiera caído sin mayores recelos ante sus encantos.

-¡Maldición!- masculló Kamus, propinándole un fuerte golpe a una de las columnas.

-¡Momento!- exclamó Milo, poniéndose en pie- ¡¿Quién crees que se encarga del mantenimiento de este lugar?! Cuando seas tú el encargado, entonces te dejo hacer todo el desastre que quieras, mientras no…-

-Lo siento…- suspiró él, por segunda vez. Milo lo vio en tal estado que su enfado se esfumó enseguida, reemplazándolo nuevamente por una divertida risa.

-Es la segunda vez que te disculpas en menos de diez minutos. ¿Qué te dio esa mujer, Kamus?-

-No lo sé- admitió finalmente, mientras miraba impaciente hacia el Santuario Principal. Allí se encontraba su hermoso océano. ¿Cómo se encontraría? ¿La guerrera del viento la estaría tratando bien? Más le valía a esa chica, o de lo contrario le tocará vivir en carne propia la ira del Mago del Hielo.

-Va a estar bien, Kamus- Milo esbozó una sonrisa, esas que siempre ponía para infundir confianza en el resto de la gente- mira, piénsalo de ésta manera, sea como sea, ella es una de las Guerreras de Selene, tiene que ser una chica fuerte ¿no? Intenta no preocuparte tanto por ella y empezar a preocuparte tu diosa-

-¿Qué quieres decir?- Kamus arqueó las cejas, sin comprender.

-Selene ha venido a este Santuario, lamentablemente no por una visita de cortesía. Algún tipo de batalla debe acercarse, de lo contrario ella no estaría aquí; y algo me dice que tendremos que colocarnos las armaduras pronto…- suspiró el caballero del Escorpión, no muy contento. Es que quién no lograba acostumbrarse a una vida tranquila, sin enemigos a los cuales matar. Pero ese era el deber de todo caballero, era la "maldición" que todos ellos deben seguir hasta el fin de sus días.

Kamus reflexionó un poco acerca de esas palabras. Milo a veces parecía demasiado ausente, u ocupándose de cosas más efímeras; pero siempre estaba atento a todo lo ocurrido en el Santuario de Grecia. ¿Qué necesitaba Selene de ellos? ¿Una nueva guerra santa? Él no estaba preparado para eso y mucho menos si significaba que su océano fuera a combatir. ¿Cómo podía estar al pendiente de su diosa y a la vez de la mujer que amaba tanto? ¿Qué nuevo peligro se avecinaba? Por ahora prefería no enterarse, ahora que estaba ignorante podía pretender que su mayor preocupación y única prioridad era encontrar la forma de verse con su océano. Y al contemplar a Milo así, sin su armadura de caballero, y con esa pose de casanova, sonrió para sus adentros.

-Milo, necesito que me hagas un favor…-

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Aunque se encontrara preocupado por Kamus, no podía saltarse su meditación. En esos momentos en que se encontraba solo consigo mismo, la calma invadía todo su ser y era casi como recuperar fuerzas para afrontar los peligros venideros. Ha tenido malos presentimientos desde hace un par de noches. Y le preocupa la presencia de la diosa Selene en el Santuario. Aquello tal vez sea la confirmación que algo está a punto de ocurrir. Está seguro que no es el único caballero que piensa eso, ya muchos deben estar sacando sus propias conclusiones y otros seguramente estarán preparándose para una nueva y cruenta batalla.

Sin embargo, él sabe perfectamente que no se avecina una sangrienta batalla. Sus premoniciones no le indican el camino de la guerra, aunque quizás sólo por esta vez, desee una batalla cruel y despiadada, una lucha a muerte con cualquier enemigo poderoso u omnipotente. Porque en esta ocasión, está seguro que el enemigo no será palpable, no tendrá ni cuerpo, ni voz… ni siquiera una vana apariencia. Pero quizás sea el enemigo más oscuro y despiadado con el que tendrán que enfrentarse jamás. ¿Por qué aquella sensación de temor? Nunca antes se ha sentido así. ¿Qué es aquello tan terrible que amenaza con teñir de sangre el santuario de Atena? Esta vez, incluso, no será sangre de guerreros, ni de dioses; será sangre… inocente.

-Mi señor Mu…- la voz de su pupilo Kiki le hizo interrumpir sus pensamientos. Miró a Kiki severamente, pero éste ya se sentía lo suficientemente avergonzado y se inclinó, como deseando pedir perdón-… en verdad lo lamento mucho, es que, tiene visitas…-

-¿Visitas?- Mu alzó una ceja, mirando hacia la salida de la Casa de Aries, allí no se encontraba nadie, de modo que no es trataba de Kamus o ningún otro caballero.

-No, mi Señor Mu… se trata de otra de las Guerreras de Selene- comentó el pelirrojo, mientras señalaba la entrada de la casa de Aries.

-¿Otra guerrera? ¿Ayer no se han presentado todas?- preguntó Mu, dudoso. ¿Algún enemigo disfrazado?

-No lo sé, mi señor, pero venga a ver…- Kiki le hacía ademanes para que fuera hasta la entrada.

Con un ágil movimiento, Mu se deshizo de su posición de meditación. "Espero que realmente sea algo importante" pensó mientras se dirigía hacia la entrada. Los rayos del sol le dieron justo en la cara. Una silueta femenina se dibujaba al pie del primer juego de escaleras. Tenía los cabellos largos y oscuros; al voltearse hacia él comprobó que sus ojos rojizos le miraban con fijación y algo de tristeza. Nunca antes ninguna mujer le había mirado de aquella manera…

-Me han dicho que para llegar hasta el Santuario de Atena debo tener la autorización de sus doce fieles caballeros- habló ella con voz calmada. Mu la miró, aún dudoso, no llevaba el mismo uniforme que el resto de sus compañeras, llevaba una corta falda y un chaleco en un tono rosa apagado.

-Todas las Guerreras de Selene se han presentado el día de ayer- dijo Mu sin moverse de su sitio- ¿Quién es usted?-

-Oh, sí, mis compañeras han llegado ayer, lo sabía. Pero en realidad no estaba planeado que yo llegara con ellas- su voz seguía siendo tranquila, quizás no tuviera ganas de pelear o armar revuelo, pero Mu no podía fiarse.

Al comprobar que Mu seguía mirándola con esa mirada tan desconfiada, la mujer con cuidado sacó un pequeño objeto que tenía una forma de corazón. De su extremo inferior empezó a surgir una especie de tubo; hasta que el objeto quedó convertido en un largo cetro. Un aura rosada envolvió a la mujer; la luz dejó cegados a Kiki y Mu por unos instantes. El caballero de Aries se puso en posición de batalla, temiendo lo peor. Para su sorpresa, cuando recuperó el sentido de la vista, allí estaba la mujer, impasible y tranquila, mirándole. Tenía el mismo ropaje que sus compañeras, comprobando así que era una guerrera de Selene. Su falda y listón eran de color negro y su mirada seguía siendo triste.

-Mi planeta regente es Plutón- explicó calmada, con los ojos entrecerrados-… soy la guardiana del tiempo…-

Ante tal presentación, Mu y su alumno han quedado sin habla. La mujer les digirió una triste sonrisa y empezó a subir las escaleras. Caminaba con paso tranquilo, como si tuviera el tiempo a su favor. Una vez frente a Mu, hizo una leve inclinación y le dio un par de palmaditas en la cabeza a Kiki, quien se sonrosó casi al instante, señal de haberse cohibido.

-He venido porque necesito hablar con Selene- suspiró, tranquila- espero que no me niegue ese deseo, Caballero de Aries…-

-Yo…-

-¡Setsuna!- la alegre voz de una pequeña inundó el recinto. Era la pequeña que Kiki ha visto en sus sueños, pero que ahora mismo no puede recordar su nombre. Ella en un dos por tres quedó prendada de la cintura de la recién llegada. Era una escena casi maternal, a Mu le daba la impresión que eran madre e hija- ¡Sabía que vendrías! ¡Pero te tardaste mucho!-

-Lo lamento mi pequeña Hotaru- Setsuna acarició los cabellos de la pequeña con dulzura, sin quitarle la vista- es que tenía algunos asuntos que atender, pero te prometo que ya no te dejaré sola nunca más. Ahora caballero de Aries ¿me dejará pasar?-

"Hotaru" pensó Kiki impaciente mientras contemplaba a la pequeña. Anotó el nombre en su memoria, tratando de grabárselo para siempre.

Mu, mientras tanto, continuaba observando a la recién llega, de nombre Setsuna o por lo menos así le llamaba la pequeña. Algo grande se acercaba, podía sentirlo, además estaba seguro que la guardiana del tiempo estaba enterada del peligro que todos corrían. ¿La razón? La tristeza en su mirada. Hizo una leve inclinación y se hizo a un lado.

-Puede pasar con gusto…-

-Muchas gracias, imagino que todos lo Caballeros de Atena deben ser tan amables como usted; si es así no tendré ningún problema…- comentó ella, esbozando una sonrisa de agradecimiento y caminando fuera de casa de Aries, con Hotaru de la mano, quien iba muy alegre contándole cosas.

Sí, algo grande se acercaba. Seguramente la guardiana del tiempo iría a comunicárselo a Selene, a pesar de su tranquilidad era obvio que le urgía hablar con su diosa. Lucía tan triste, como si cargara con todos los pecados del mundo a sus espaldas, obligada a callárselos y guardarlos como suyos. Quizás debería hacer un esfuerzo para hablar con ella más tarde…. Quizás…

-¿Maestro Mu?- preguntó Kiki muy extrañado, no era normal ver a su maestro tan distraído como en esta ocasión.

-Seguiré con mi meditación Kiki y esta vez trata que nada me interrumpa- dijo por toda respuesta.

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-¿Quedarse por unos días más?- sonrió Saori, asintiendo a la petición de Usagi- por mí no hay ningún problema…-

Usagi sonrió agradeciendo la amabilidad brindada. Ambas se encontraban en el salón principal del Santuario, en presencia de los caballeros de bronce quienes, según ha oído, son los más queridos y allegados a la diosa. Hay cinco presentes, quienes parecen muy contentos de la decisión tomada por Saori. "Luego de un par de días no estarán tan felices…" pensó Usagi con tristeza mientras miraba las sonrisas en los rostros de todos los presentes. La culpa la embriagaba ¿por qué ha tomado la decisión de quedarse? Porque debe terminar lo que ha empezado. Porque debe hacer realidad ese pacto cruel y despiadado, un pacto que a ella no le interesa seguir. Sin embargo… el equilibrio entre su palacio y el santuario de Grecia dependen que ella selle el pacto. ¿Por qué ella? ¿Por qué no le avisaron de tan grande responsabilidad? ¿Por qué? Muchas preguntas que quizás jamás obtengan respuesta.

Suspiró con tristeza mientras se esforzaba por mantener dibujaba una sonrisa en los labios. ¿Cuánto más podría soportar aquella situación tan cruel? ¿En qué estarían pensando los creadores de esa terrible tradición?

Estaba harta de sentir el espíritu de la Diosa Selene en su cuerpo, ella no deseaba aquella responsabilidad sobre sus hombros; era demasiado. Ella no tenía el temple de la Selene de hace milenios atrás, ella tan sólo era una adolescente que necesitaba ir a fiestas, preocuparse por sus exámenes finales y por cuál chico escoger para su baile de graduación; ver cuál carrera universitaria escogería. Ella no necesitaba las responsabilidades de una diosa milenaria a quien la mejor idea que tuvo fue acordar un pacto sangriento y horroroso.

-Seiya- sin pararse de su asiento, Saori se dirigió al chico de cabellos cafés- ¿podrían dejarnos solas un momento?

El joven asintió, haciendo una seña a sus compañeros, quienes en pocos segundos estuvieron fuera de la habitación.

"¡Genial!" pensó Usagi con pesar, no deseaba quedarse a solas con Saori. Ésta se puso de pie y se acercó hacia la rubia, le sonrió ampliamente mientras la invitaba a seguirla. Juntas y en silencio, empezaron a recorrer el recinto de Atena.

-¿Hay algo en especial que te preocupe, Selene?- preguntó Saori dulcemente, volteándose hacia ella.

-En realidad… preferiría que me llames Usagi, si no te importa- comentó ella, sonrosada de la pena.

-Está bien, Usagi, ahora ¿puedes decirme qué es lo que tanto te preocupa?- preguntó Saori nuevamente, sonriendo.

-Me preguntaba si… si…- Usagi detuvo su hablar, como si quisiera contenerse. "Aún no es el momento" pensó, desechando las frases en su mente-… me preguntaba si alguna vez has deseado ser una mujer normal, si sabes a lo que me refiero…-

Ante esta pregunta, Saori cerró los ojos y emitió una amarga sonrisa. Invitó a Usagi a ir a un salón que estaba tras unas largas cortinas rojas. Era un recinto muy pequeño, había una pequeña ventana y justo en el centro una pequeña cuna que debía tener por lo menos diez años; puesto que tenía una gastada apariencia.

-Ésta es la cuna en donde dormí los primeros días de mi vida…- sonríe Saori, mirando la cuna-… y por esa ventana escapó el caballero que me rescató de la maldad… dándome así una segunda oportunidad de vivir-

-Vaya- murmuró Usagi, sin quitar la vista de la pequeña y vieja cuna- realmente un acto admirable-

-Los primeros trece años de mi vida creí que simplemente era la nieta de un rico magnate japonés; que había venido al mundo para tener sirvientes que me satisficieran todos mis caprichos y deseos, siempre contemplé a mis caballeros como chiquillos huérfanos que tuvieron la suerte que mi abuelo les acogiera. Fui muy cruel- admitió ella bajando la mirada, seguramente le dolían esos viejos recuerdos- tan sólo después de conocer mi identidad de Atena empecé a verlos más como mis compañeros. Sé que por mi causa ellos no llevan una vida normal y a mí misma me gustaría muchas veces salir a la calle y comportarme como cualquier mujer de mi edad, justo como sé que tú también has de sentirte- le regaló una sonrisa de complicidad- pero luego de tantas batallas, Usagi, he comprendido…-

-¿Comprendido?-

-Somos seres privilegiados, escogidos especialmente para un único fin, el cual es defender a esta Tierra que tanto amamos- Saori miró por la ventana, al igual que Usagi; el pueblo colindante al Santuario se podía ver perfectamente desde allí. Las personas caminaban despreocupadas por sus calles, disfrutando de lo sencillo de la vida, una vida a la cual Usagi se sentía ajena- lamentablemente ese privilegio acarrea ciertas limitaciones, pero creo que al final vale la pena ¿no?-

Usagi lanzó un profundo suspiro. Por alguna razón ahora se sentía mucho peor, aunque las palabras de Saori eran muy ciertas. Pero el sentimiento de congoja anidado en su pecho no aminoraba, al contrario, parecía crecer a cada minuto.

-  ¿Y no recuerdas nada, de tu vida anterior?- segundos después, se llevó la mano a los labios, arrepintiéndose gravemente por su pregunta.

-No mucho- admitió Saori, pensativa.- en realidad, casi nada ¿Tú recuerdas algo?-

-Retazos… como si fueran los parches de una tela vieja- suspiró Usagi, evitando la mirada de la diosa.- es por eso tal vez que me siento tan ajena a Selene, a veces creo que ella solamente es una invasora en mi cuerpo, una extraña que sólo busca terminar lo que empezó…-

-¿Qué quieres decir con eso?-

Usagi dejó ese aire sepulcral con el que pronunció aquella última frase y le sonrió ampliamente a Saori. Sintió mucha compasión por la diosa Atena, pero a la vez demasiada envidia. "Quisiera no recordar nada de mi vida anterior, Atena, créeme que preferiría no tener estos recuerdos tan atroces, para por lo menos así  sentirme ajena a este problema, a que mi corazón no se acongoje con la culpa, pero no puedo…".

-Mi señora- escucharon detrás de la cortina- a la dama Selene la buscan…-

-¿A mí?- pregunta dudosa Usagi. Que ella recordara, no esperaba a nadie.

Detrás de la enorme cortina, al final del pasillo, estaba la impasible figura de su querida Setsuna. Usagi sintió como si le quitaran un gran peso de encima. Setsuna, como guardiana del tiempo, sabe más cosas que el resto de los mortales. Es por ello que le confió toda la responsabilidad de encontrar otra solución a aquel pacto que parece irreversible. Sin embargo, el triste rostro de Setsuna no le da demasiadas esperanzas.

-Supongo que las dejaré solas- sonrió Saori haciendo una pequeña reverencia y desapareciendo discretamente entre las columnas del Santuario.

-Es toda una dama- anotó Setsuna, haciendo referencia  Saori.

Usagi sintió mayor pesar en su alma ante las palabras de Setsuna, sí, Saori era toda una dama. Era más mujer de lo que ella sería jamás, sin embargo, era ella, la incapaz, la insuficiente, quien debía cargar con toda la responsabilidad de aquel horrible y atroz pacto.

-Comenzará esta noche…- anunció Setsuna, con esa voz tan profética propia de ella, esta vez sus palabras desgarraron de un tajo el débil alma de la pequeña princesa.

-Setsuna…-

-Sus almas se unirán en una sola- continuó, con los ojos cerrados y los labios arqueados en un amargo gesto- luego de esto, no habrá marcha atrás-

-¿No hay ninguna manera de…?-

-¿Impedirlo? Lo siento mi princesa, hay cosas que son inevitables. Ésta es una de ellas- sentenció Setsuna, sin dar cabida a nuevas soluciones.

-No es justo- Usagi se cubrió el rostro con sus manos, dejando que la sombra de la desgracia se apoderara de su alma. ¿No hay solución? ¿Simplemente debe sentarse a esperar? No es justo… ¡No es justo!

-No debe preocuparse por ellos, mi princesa- Setsuna acarició los largos y dorados cabellos de Usagi, quien dejó ver su rostro, bañado en lágrimas. Sus grandes y azules ojitos la miraban atentamente, con susto en ellos, seguramente preguntándose a qué otra cosa debería prestarle atención. Setsuna dejó que sus labios se posaran sobre la tibia frente de su princesa, intentando transmitirle un poco de seguridad. Haruka tiene mucha razón, su princesa aún es una niña, no está preparada para esta prueba que el destino le pone.

-¿Qué ocurre Setsuna?- preguntó Usagi entre sollozos. ¿Acaso hay algo más? Pensaba con desesperación. Aquel tierno beso de Setsuna no le hizo sentirse mejor, al contrario, aquel gesto confirmaba que algo mucho peor, si es que es posible, estaba a punto de serle revelada.

-Mi princesa…- Setsuna bajó la mirada, Usagi juraría que se mordió el labio inferior. Setsuna jamás hacía aquello, su rostro no reflejaba preocupación o impotencia, no importa de qué se tratara.

-¿Setsuna…?- la llamó con preocupación.

-Es él mi princesa, él…- murmuró Setsuna, dirigiendo la mirada a Usagi, quien se estremeció. "Él"… llevaba tiempo sin escuchar aquel pronombre con ese énfasis, con ese siseo que le señalaba lo prohibido. Siglos completos que aquellas dos letras no la hacían estremecerse, añorar tiempos pasados. Milenios desde que ella misma pronunció el último "él" para referirse a lo vedado, a lo imposible, a lo prohibido, a lo impuro. Sintió su corazón encogerse de terror, pero a la vez engrandecerse de ansias, de deseo. "Él…" aún daba vueltas por su cabeza aquella palabra, con ese tono prohibido que lo hacía aún más deseable, más apetecible, más prohibido.

-Ares…- murmuró, dejando escapar su nombre, ese que no se ha atrevido a pronunciar en alto desde aquel sangriento día, milenios atrás.

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Kamus se sorprendió muchísimo al notar que Haruka no se encontraba haciendo "guardia" en la puerta de la habitación de Michiru. "¡Qué raro!" pensó, algo confuso, pensaba que ahora más que nunca estaría custodiando a su océano. Nada más se encontraba una chica de cabellos cortos y azules, casi del mismo tono que sus ojos, tenía la nariz algo perfilada, la tez blanca cual espuma y una sonrisa realmente encantadora.

Hizo un gesto a Milo, para que se acercara, le señaló con su dedo índice a la chica, quien estaba muy enfrascada leyendo un libro. "La Ilíada" de Homero, Milo al verla, arqueó la ceja izquierda. "Una chica culta… no es usualmente mi estilo" pensó, mientras contemplaba la piernas bien formadas y sus brazos largos y tonificados. Señales indudables que se trataba de una guerrera de Selene.

-Bien Milo, es tu turno- carraspeó Kamus, mirando a su amigo suplicante.

-¿Eh?- Milo sintió sus mejillas sonrosadas ante tal propuesta- ¡¿Pero qué te has creído?! ¿Me tomas por un casanova que anda por allí conquistando chicas? ¡Esta, además, es una guerrera de la luna! ¿Me crees un sacrílego? Esas mujeres están vedadas para nosotros, Athena me mandaría a cortar la cabeza al amanecer-

-Milo, por favor…- suplicó Kamus, mirando como soñador a la mujer y a la puerta, lo único que lo separaba de su amada Michiru- es que necesito verla…-

-Deberías olvidarte de esa mujer, no te va a traer nada bueno, te lo aseguro- sentenció Milo con voz severa. Contempló los ojos de Kamus, quienes lo señalaban como la única esperanza a todos sus males. Nunca antes ha visto a Kamus tan desesperado por ver a una mujer, él, quien siempre lo instaba a darse sus vueltas por Grecia para que conociera mujeres… pero nunca ninguna pareció calar tan hondo como ésta. Y tenía que ser una mujer prohibida, claro que sí. ¡Qué suerte tenía el Príncipe de los Hielos!

-Como sea- resopló, rindiéndose ante lo inevitable- sólo lo hago porque te amo demasiado, Kamus…- rió, mientras contemplaba el rostro de su amigo sonrojarse. Él siempre le molestaba jactándose de cuanto lo "amaba", sabiendo que eso siempre hacía enojar a Kamus.

Pocos segundos después, Milo surgió de entre las sombras y se dirigió con paso firme a esa chica. Ella se tomó su tiempo ante de quitar la vista de su lectura y prestarle atención a Milo. Consiguió sacarle con soltura una bonita sonrisa a la chica, Kamus escuchó claramente desde su escondite que se presentaba como la Guerrera de Mercurio. Milo empezó a hablarle sobre las bellezas del Santuario, de la gran cultura que allí se escondía y la chica pareció muy entusiasmada, escuchándole hablar como si se tratara de un experto en historia y geografía griega. "Vaya…" pensó "Milo es bueno…".

Con un par de frases elocuentes y una encantadora sonrisa, la chica accedió a irse con Milo, quien supuestamente la llevaría a recorrer todos los rincones del Santuario. Kamus sintió cierto remordimiento de conciencia cuando vislumbró la maliciosa sonrisa de Milo al desaparecer con la pequeña. "Por Athena, espero no arrepentirme de esto después".

Dio tres golpecitos a la puerta. No hubo respuesta. Repitió la acción, pero nuevamente no hubo respuesta a sus acciones. Chasqueó la lengua, desesperado, hasta que una idea le regresó la tranquilidad y la sonrisa a los labios. Con cuidado extendió su mano derecha hasta la perilla de la puerta, concentrando un poco de su energía logró colar una pequeña ráfaga de aire frío hacia adentro de la habitación. No tuvo que esperar mucho, la puerta se abrió casi enseguida, revelando a una sonriente Michiru, quien enseguida lo rodeó con sus brazos.

-Viniste- susurró ella, con notable felicidad en su voz- ¿sabes a lo que te arriesgas?-

-Vale cualquier riesgo- sonrió Kamus, uniendo sus labios en un furtivo beso- vámonos…-

-¿Adónde?- preguntó ella, algo renuente.

-Al templo de acuario- Kamus la tomó por la cintura, atrayéndola hasta él-… necesito estar contigo…-

-Pero yo… si nos encuentran…- Michiru se mordió el labio inferior. Estaba asustada, Kamus podía sentirlo.

-¿Nos matarán? Prefiero morir esta noche entre tus brazos, que vivir una eternidad sin que estés conmigo…-

Aquella sola frase bastó para convencerla. Los ojos de Kamus la miraban con tanto deseo como la primera vez que sus almas se unieron. Fue así como los dos amantes, protegidos en la sombra de la noche, descendieron hasta la casa de Acuario. Ni siquiera Afrodita, quien era el más quisquilloso, hizo demasiadas preguntas. Hasta Michiru logró obtener una rosa de su jardín, y la colocó con su cabello. Aquella preciosa imagen agradó a Kamus, diciendo que la rosa combinaba perfectamente con su amada.

"¿Cuánto tiempo durará esto, Kamus?" preguntaba Michiru, dudosa, mientras despojaba de su camisa al santo de acuario, y acariciaba con intensidad su torso desnudo. "No importa cuánto dure, mi océano, lo importante es el momento…" insistía Kamus, mientras besaba el blanco cuello de Michiru.

Mientras le besaba, Michiru sentía que algo era diferente esta noche. ¿Qué podía ser diferente? No estaba segura. Era Kamus, el mismo Kamus de quien se ha enamorado, eran los mismos cuerpos los que se unían en uno solo, eran los mismos labios los que jugaban entre los suyos. Eran las mismas manos las que recorrían cada espacio de su cuerpo con intensidad. Las mismas columnas y paredes las que los escuchaban jurarse amor eterno. Esta noche, ni siquiera estaba el viento presente, no hay más testigo que su propia compañía. Sin embargo, ella siente algo distinto. Algo que va más allá de su propio entendimiento, que su propio amor, algo místico… algo ancestral. Es como si estuviera siguiendo un silencioso ritual, como si alguien le susurrara al oído cómo proceder, cómo colocar sus labios sobre los de su amante, cómo acariciar su cuerpo.

Aquella noche, justo al instante que sus cuerpos se fundieron en uno solo, tuvo la extraña sensación que algo entraba dentro de su ser.

"Ares, no tienes idea a lo que te arriesgas…"

"¿Quién ha dicho que lo sé, Selene?"

"Pareces no saberlo. Si supieras de verdad a lo que te expones jamás habrías venido a verme esta noche…"

"Vales eso y mucho más, Selene…"

"Aléjate de mí, te lo advierto, o gritaré y vendrá mi consorte…"

"Gritarás, pero porque no te suelte…"

Usagi dio un salto en su cama, asustada. Ese sueño… tantos siglos sin escuchar aquella potente voz que llevaba al clímax a todos su sentidos. El que soñara con él sólo podía significar una cosa.

-Ha empezando…-

CONTINUAR

Adoro esta historia. Y decidí continuarla, lamentablemente hasta ahora he tenido tiempo para terminar el segundo capítulo. Espero les guste. Sé que la trama está quedando muy enredada y extraña, pero les prometo ir desvelando los misterios poco a poco.

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