N/A: Espero que os guste este capítulo. Para mí es muy especial.

Descubriendo

Capítulo 5: Aquel verano (Parte 1: Despertando)

Kaeru: ¿Algo extraño?

Drac: Sí. Mi madre hizo algo...

Kaeru: ¿El qué?

Drac: Esta mañana. Mirando qué tal se encontraba.

Drac: Me miró. Con ese aspecto agotado. Pero una mirada diferente.

Drac: Ella...

Kaeru: ¿Qué?

Drac: Me puso la mano en la mejilla. Y la acarició.

Kaeru: ...

Kaeru: Es tu madre.

Kaeru: ¿Qué tiene de raro que te muestre cariño?

Drac: ¿Una muestra de cariño?

Kaeru: ¡Claro! Es natural. Lo más normal del mundo.

Kaeru: De esa forma te demuestra su afecto.

Drac: ¿En tu familia es corriente?

Kaeru: En mi familia. En cualquier familia normal. Ha de haber algún modo de mostrarse el cariño, aunque sea sólo de tanto en tanto.

Kaeru: Entre padres e hijos, entre hermanos... Si no, sería muy triste...

Drac: Nosotros nunca lo hemos hecho. Se me ha enseñado que no hay que mostrar los sentimientos.

Drac: De ninguna manera. Eso te hace vulnerable.

Kaeru: ¿Nunca una caricia, un abrazo, un beso en la mejilla, cuando eras niño?

Drac: No. Eso muestra debilidad.

Kaeru: ¿Eso te dijeron?

Kaeru: Lo que dices es muy triste.

Kaeru: ¿Y tú te sentías bien?

Drac: Es lo que he vivido siempre. Para mí esto ha sido lo normal.

Kaeru: ¿Y qué sentiste? ¿Cuando tu madre hizo eso?

Drac: Me sobresaltó... Pero... me gustó. Y eso es lo que me preocupa.

Kaeru: Escucha. Eso no es malo. Nada de eso. Es lo más natural del mundo.

...

Caminando descalzo sobre las losas del suelo fue despacio hacia la puerta. Los rayos de sol de la mañana que ya empezaban a calentar el día iluminaban prácticamente todos los rincones de la mansión a los que podían llegar con su luz clara. A Lucius le gustaba que la casa estuviera medio en penumbras. Pero ahora que él ya no estaba, Narcisa había pedido que la casa estuviera bien iluminada y entrara el aire. A buena hora los elfos domésticos, si el tiempo era propicio, abrían los amplios ventanales de la Mansión Malfoy y ésta se iluminaba y se ventilaba.

El muchacho entornó suavemente la puerta. Allí estaba ella, su delgada figura, relajada, entre las sábanas. Sus párpados finos cubriéndole los ojos. Era hermosa. Siempre se lo había parecido. Aunque ahora había algo diferente. Ya no era una belleza fría y distante. Ahora la veía frágil. Los cabellos rubios se desparramaban por la almohada y sobre sus hombros. Sintió un extraño deseo de coger una de esas finas hebras de oro y acariciarla. Su respiración era tranquila. Se sentó a su lado y, simplemente, la observó. Esa mujer dormida era su madre.

Ya hacía algunas semanas que había empezado a sentirse cansada, y ningún remedio aliviaba ese cansancio. No se encontraba bien, e incluso el caminar la cansaba cada vez más. Hasta que esos últimos días había optado por quedarse simplemente en la cama. Era una cama grande, de matrimonio, aunque ahora sólo estaba ella. Él le traía la comida. No le gustaba verla así, y procuraba darle conversación. Nunca habían hablado mucho, sólo lo suficiente pero, poco a poco, iban rompiendo esas barreras que habían formado los años. Aunque hablaran de cosas poco importantes, resultó que le gustaban esos momentos tranquilos, a menudo envueltos por el silencio, pero un silencio agradable.

Ella abrió los ojos y lo miró. No dijo nada. Aunque acababa de levantarse, sus ojos no se veían descansados, y parecía que la luz los dañara.

-Buenos días, madre. ¿Qué tal te encuentras hoy?

-Bien. Bastante bien.

Pero algo le decía que no era cierto.

Draco se levantó.

-Abriré las cortinas. ¿Te parece bien?

-Sí. Me gusta la luz.

-¿No te molesta?

-Un poco. Pero me gusta sentirla en la piel. En el rostro. Su calor es agradable.

Él corrió suavemente las cortinas de la habitación, y la luz entró arrolladora, apartando cualquier sombra.

-Le diré a los elfos que te preparen algo para desayunar.

-No tengo apetito.

-Pero has de comer algo para recuperar energías si quieres volver a estar pronto en forma. No me gusta verte así ('No me gusta verte tan frágil'). ¿Te preparo yo alguna cosa?

A Narcisa le sorprendió ese ofrecimiento. Realmente lo tenía preocupado. Y ella se portaba como una niña malcriada que no quería comer. Curiosa escena. Y era su hijo el que se tenía que ocupar de ella... La invadió una extraña ternura. Lo recordó cuando tan sólo era un bebé de meses. En sus primeros dos años había sido un niño enfermizo. Un par de veces pareció estar a punto de perderlo. Entonces fue ella quien se preocupó por él. Aunque no pudiera mimarlo como hubiera querido. Cuando hubiera querido abrazar ese cuerpo chiquitito entre sus brazos, esa cosita tan bonita que había nacido de ella.

/-No lo malcríes. No puedes estar siempre encima de él.

-Pero es nuestro hijo, Lucius, y está enfermo...

-Ya se ocuparán los elfos domésticos. Tiene que forjar su carácter, para llegar a ser un digno heredero del apellido Malfoy.

-Pero...

-¡Cállate ya, mujer! -Exigió él./

Y ella calló. Siempre calló. Porque cuando no quiso hacerlo, aprendió. Porque aprendió a respetarlo en el temor. Y ese temor se volvió costumbre. Y su corazón también aprendió a protegerse creando una fría capa de hielo.

Y ahí estaba él. Cuidándola. Los ojos se le humedecieron. Porque hubo un tiempo en que quiso odiarlo, por su parecido con su padre, porque él también acabaría abandonándola y engañando y hiriendo a alguien puro que sólo deseara ser amado. Pero, en realidad... Para hacer más soportable su propio dolor y culpa, su corazón amargado... Pero no había podido. Le fue imposible odiarlo. Y sólo le quedó sepultar cada vez más bajo la nieve sus sentimientos. Y ahí estaba. 'Abre los ojos. No es como su padre. A pesar de todo, se preocupa por su madre, que tan poco luchó por él.'

Narcisa giró el rostro hacia un lado.

-Sí, creo que tomaré algo...

Y Draco se levantó rápido y salió a preparar alguna cosa.

En cuanto se quedó sola lloró. Lloró por todos esos años. Silenciosamente, como había aprendido a hacerlo hacía años, en esas noches solitarias y desesperantes, antes de enterrar sus sentimientos.

Draco volvió a la habitación. Nunca le había interesado la cocina. ¿Por qué creía que su madre se vería más tentada a comer si era él mismo quien hacía la comida? No lo sabía. Simplemente, la idea le vino así. De forma natural. Y, curiosamente, había funcionado. Recordó que en una ocasión, cuando era bastante más pequeño,tal vez unos cuatro años, un día en que estaban los dos solos en casa y los deditos le tiritaban de frío, su madre había ido a la cocina y había preparado un par de tazones de chocolate caliente. Ese chocolate, aunque grumoso, le había parecido más bueno que cualquier otra merienda que jamás le hubiera preparado ningún elfo doméstico, que eran los que siempre se habían encargado de la cocina. No acababa de entender por qué, pero así había sido entonces. Aunque se notaba su completa inexperiencia en esas tostadas algo quemadas. El bote de cacao había tenido que preguntarle a los elfos dónde estaba guardado, aunque la leche había sido fácil de localizar.

-Ya está. -Se sentó de nuevo en la silla al lado de la cama, dejando la bandeja en la mesita. -La leche habrá que esperar a que se enfríe, porque está prácticamente hirviendo... Las tostadas están algo quemadas, aunque creo que son comestibles...

Entonces su atención fue de la bandeja a su madre. Ésta había alzado su mano. Quedó atrapado en su mirada, de inmensa dulzura, más bella que nunca. Y, entonces, sintió el tacto de la mano en su mejilla. Se sobresaltó. Sus dedos estaban fríos. Ella lo miró triste ante su incomprensión. Dubitativa, le acarició la mejilla. Era una sensación agradable. Cálida.

-Gracias, hijo...

Era todo extraño, tan extraño... Una emoción cálida lo embargó. '¿Qué es lo que siento?' Poco a poco, su propia mano se alzó y se posó sobre la de ella, aferrándola. Pero entonces, confuso, se levantó precipitadamente y salió de la habitación.

Continuará.