Descubriendo

Aquel verano. 2ª parte. La flor.

'No lo entiendo. No lo entiendo. No lo entiendo'.

/Salía del vagón del tren. Hoy cumplía cinco años y su madre lo había llevado al centro para que eligiera un regalo por su cumpleaños. Lo que quisiera, había dicho su padre. Después de todo, eran una familia adinerada. Le hacían ilusión los regalos. Con ellos jugaba y se entretenía en su habitación. Con ellos pasaba el rato cuando, solo, se aburría. Enseguida le cansaban y se iba a uno nuevo. Y el pensar en la nueva adquisición le ilusionaba. Quizás éste tendría eso que le faltaba a los otros. Ese algo que hacía que se desencantara enseguida de ellos. ¿Qué era lo que le faltaba? ¿Qué era lo que buscaba? Un niño de cinco años no se hace esas preguntas. Simplemente coge un nuevo juguete buscando satisfacer ese incomprendido vacío.

Al salir, le distrajo algo. Vio a un niño, pequeño como él, de cabellos de un curioso color anaranjado, mirando anhelante el tren. A su lado había una mujer, visiblemente su madre, arrodillada, con las manos sobre los hombros de su hijo, también mirando expectante. En ese momento, salió un hombre del vagón.

-Míralo, ahí está papá. -Dijo la mujer.

-¡Papáaaa! -El niño, corriendo, se agarró a las piernas del hombre, que se agachó y lo tomó en volandas.

La mujer, a su lado, sonreía.

Draco, curioso, los miró, con sus ojitos azul pálido bien abiertos, hasta que su madre, impaciente, le estiró de la manita de la que lo tenía cogido para que se apresurase.

Por la tarde, llegó su padre a casa. Un niñito inocente fue corriendo a su encuentro, con los bracitos estirados, imitando lo que había visto esa mañana.

-¡Papáaaa! - El niño se agarró a las piernas de su padre.

-¡¿Qué demonios? -El hombre se lo sacó de encima de un empujón, y el chico cayó al suelo, sin entender lo que pasaba. Ahora era cuando su padre lo cogía y lo alzaba. Y su madre sonreía a su lado. ¿No era así? ¿Qué había fallado?

-¡¿Qué es eso de venir de esa manera, jovencito? ¿Es que no te he enseñado yo modales?

-¿Papá? -No lo entendía. ¿Por qué le reñían? Al otro niño le habían sonreído.

-¡¿Y eso de papá? ¡Mi propio hijo hablándome de una forma tan vulgar! Me debes de mostrar respeto. Padre, y nada más. ¿Entendido?

-Sí... -Estaba asustado. Empezó a gimotear.

-Sí, padre, debes decir. ¡¿Y qué son esas lágrimas? Un niño no llora, ¡y mi hijo no es una niñita! ¡Para de llorar ahora mismo si no quieres que te calle yo!

En ese momento su madre se levantó y se colocó entre los dos.

-Lucios, ya es suficiente, sólo es un niño...

-¡Cállate!

Y Draco vio cómo su padre abofeteaba a su madre.

-¡Esto es culpa tuya! ¿Qué clase de educación le das? ¡Mira, le estás convirtiendo en un debilucho que se esconde detrás de las faldas de una mujer!

Su madre calló, con la mano en la mejilla.

-Un Malfoy nunca debe mostrarse débil. Y mostrar cualquier sentimiento es mostrarse débil. Si no entiendes eso no mereces ser hijo mío.

Y, dándoles la espalda, furioso, Lucius se marchó.

Draco miró a su madre, con la mano todavía en la mejilla. Su padre se había enfadado. Y la había golpeado. Le había hecho daño. Era culpa suya. Lo que había hecho estaba mal. Había aprendido la lección. No volvería a equivocarse. 'Un Malfoy nunca debe mostrarse débil. Y mostrar sentimientos es mostrarse débil'. Aún no lo acababa de entender, pero eso le quedó bien grabado. Y, si no volvía a equivocarse, entonces, todo iría bien./

Siempre le habían enseñado eso. Siempre había vivido así. Sin muestras de afecto. Sin mostrar sentimientos. Y, de repente, esto. No lo entendía. Nunca había habido una caricia, un abrazo o un beso. Y por eso no lo entendía. Lo sobresaltaba, lo confundía. Y, por un momento, había perdido el control. Había sentido algo en su interior. Instintivamente, había respondido. ¿No era eso ser dominado por los sentimientos? Y le había gustado. Pero... No era correcto... Sin embargo, ¿por qué su madre...? ¿Qué significaba que actuara así? Estaba muy confuso. No sabía qué hacer.

/ Mostrar sentimientos es mostrarse débil. Si no entiendes eso, no mereces ser hijo mío./

Siempre había estado todo tan claro... Se estiró, en su cama. Con la mirada perdida en el techo. Giró el rostro y miró al escritorio. Allí estaba aquel aparato. Otra cosa que había trastocado su mundo, la confianza ciega en lo que le había sido enseñado. Quizá, si pudiera hablar con ella...

Apagó la pantalla. La confusión dio paso a un momento de calma reflexiva y posteriormente a otro de furia. Furia por lo que le habían negado. Furia por sentirse defraudado, ultrajado. Furia con sus padres y con el mundo, que no hacían más que confundirlo, una y otra vez.

Primero, todo lo que le habían dicho de los muggles. Que si eran seres inferiores, mediocres, una escoria que ni siquiera debía merecer ser nombrada, poco más que animales. Y entonces aparecía su madre con un ordenador portátil. Sí. Eso mismo. Una cosa muggle por lo que sabía. De lo que siempre le habían dicho que se mantuviera alejado, no fuera que se acabara contagiando de su estupidez. ¿Y qué es lo que descubre? Un mundo prácticamente igual al suyo. Sin magia, de acuerdo, pero perfectamente capacitado para ir hacia delante, con tecnología de lo más avanzada y precisa. Crueles, sí. Ni más ni menos que en el mundo de los magos. Y todo eso ya lo había sabido su madre todos esos años. Y en esa gran cosa sorprendente que era Internet, había encontrado a la persona más fascinante, brillante, comprensiva... Alguien con quien hablar libremente de cualquier cosa. Lo que no había encontrado en su entorno más cercano, que sería lo normal. Y encima luego se entera de que es una muggle, que conoce el mundo mágico porque un hermano suyo asiste a una de las escuelas de magia. Y resulta ser ella quien le abre los ojos al mundo real.

Y entonces, ocurría eso... Sentía que le habían fallado terriblemente. Y no comprendía esa actitud. De repente... Algo así. Después de tantos años descubría qué era lo que había echado en falta siempre. Ese vacío. Entonces lo comprendió. Ese espacio. Lo que no llenaba ningún regalo. Esa sensación cálida... Ese sentimiento. Lo que había estado buscando. Lo más básico. Después de tantos años, se le había abierto una puerta.

Pasó la confusión, pasó el enfado... No, aún estaba confuso, pero cansado... Cansado de pensar. Decidió dejarse llevar y ya está. Le costaría, pero deseaba mantener abierta esa puerta. No quiso abandonar lo que había sido desenterrado. Finalmente decidió no hacer preguntas.

Ya anochecía cuando regresó a la habitación. Ella dormía ya. Sentándose junto a la cama, alargó la mano un poco. Tras un momento, la acercó a los cabellos de ella, y los acarició.

Y así fueron pasando los días, las semanas... Madre e hijo liberaron silenciosos sus corazones y el afecto que durante tanto tiempo pareció haber estado cubierto por una capa de polvo. Aunque todavía pocas fueron las palabras. Y a ella, aunque más en paz, se la seguía viendo débil y enferma.

Finalmente, llegó el día de la marcha de él a Hogwarts. Vinieron a recogerla para llevarla al hospital. Cuando se la llevaban, ella cogió las manos de él, suavemente y con una profunda tristeza y culpa en sus ojos.

-Lo siento, lo siento mucho...

Y así fue la escena de la marcha de cada uno por su lado. El rostro de su madre marcado por una lágrima que le resbalaba por la pálida mejilla, y una disculpa. Pero los dos con el tesoro de esos días bien guardado.

-Pronto nos volveremos a ver, madre. Y esta flor que me has mostrado continuará abriéndose así, poco a poco...

Fin del capítulo 6. Fin de Aquel verano.