Título: Este abandono nuestro.
Capítulo: Primero. El Baúl en el desván.
PG: Menores de 13 (por poner algo)
Disclaimer: Los personajes y situaciones de los libros de Harry Potter son
propiedad de J. K. Rowling y en esta historia son utilizados sin animo de
lucro y sin intención de vulnerar las leyes del copyright.
Sumario: Historia Post-Hogwarts. POV Hermione Granger.
"¡Hala, que sombrero tan chulo!"
Hermione apenas oyó la frase, con la cabeza metida dentro del armario lleno de ropa vieja. Tan solo distinguió la palabra "sombrero" y se preguntó de que estarían hablando los niños.
"Por favor, portaos bien y no revolváis demasiado", les dijo sin darse la vuelta para mirarles. Sea lo que sea que estuviesen tramando seguro que merecía una advertencia.
Volvió a centrar la atención en lo que estaba haciendo. Ese maldito libro tenía que aparecer por algún lado. No era propio de Hermione Benthan perder uno de sus bienes más preciados pero por alguna extraña razón "Bases teóricas y aplicaciones clínicas de los pernos de fibra" parecía haber desparecido. Lo había buscado por toda la casa. Primero en el despacho. Lógico. Después en el salón y las habitaciones. Extraño. Más tarde en la cocina. Altamente improbable. Por último, desesperada, había subido al desván, por si en un descuido había ido a parar a una caja de libros viejos durante la limpieza general del pasado otoño.
Suspiró resignada mientras cerraba otra caja de cartón dentro de la cual tampoco estaba el libro. Necesitaba una taza de te. Si no lo encontraba pronto iba a ponerse a chillar. Bueno, chillar no era su estilo, pero desde luego iba a expresar su disconformidad de alguna forma.
"¡Déjamelo!"
Y encima los crios. Desde que habían empezado las vacaciones de Pascua se pasaban todo el día en casa, así que para tenerles controlados los había involucrado en su búsqueda, incluso cuando esta búsqueda les llevó hasta el desván.
El desván era, definitivamente, la parte que menos le gustaba de toda su casa. No sabía explicarlo con certeza pero había algo en aquella habitación abuhardillada con vigas de madera en el techo que le resultaba... inquietante. Si, inquietante era la palabra. Todos aquellos trastos inútiles allí almacenados, la luz que se colaba por las pequeñas ventanas y que daba al lugar, gracias al polvo en suspensión, un aire de misterio, el olor a papel viejo y naftalina... Nunca sabías lo que podías encontrarte en un desván, aunque supieras perfectamente que era lo que habías guardado allí dentro.
A los niños les encantaba el desván, claro. Sobretodo porque Hermione les tenía prohibida la entrada. Así que, en cuanto había abierto la puerta de las escaleras que daban a aquel trastero para buscar el libro, descubrió que los tenía pegados a sus talones. "Bueno", les había dicho, "os dejaré subir si no lo desordenáis demasiado". Después de todo vamos a estar poco tiempo, pensó, no pasará nada.
"¡Au!", el chillido interrumpió su búsqueda y sus pensamientos. Se dió la vuelta para ver a la niña pequeña que se acercaba corriendo hacia ella, con los ojos llenos de lágrimas. Tenía el pelo castaño y rizado y una expresión astuta.
"¡Mamá, Jimmy me ha pellizcado!" sollozó su hija.
"¡Oh, por favor!" bufó Hermione mientras se volvía hacia el otro extremo de la habitación para echar un regañina, "¡Jimmy!, cuantas veces te he dicho que..."
Se quedó helada. Jeremy Benthan, diez años, con el pelo castaño cortado a cepillo, se frotaba una espinilla con gesto de dolor. Pero no fue eso lo que hizo que Hermione se quedase sin voz. Encasquetado en la cabeza de su hijo estaba aquel gorro negro, picudo, con un escudo cosido a un lado, que ella conocía demasiado bien. Su sombrero.
"¿De donde has sacado eso?", le espetó al niño mientras con tres zancadas llegaba hasta donde él todavía estaba quejándose por el dolor y le arrebataba el sombrero de la cabeza. En cuanto lo tuvo en su mano un cosquilleo que estaba a medio camino entre el calor y la electricidad le subió por el brazo y golpeó con contundencia su cerebelo. Recordaba aquella sensación.
"Estaba en ese baúl de ahí...", aclaró Jimmy tímidamente. Todavía se frotaba la pierna pero parecía preocuparle más la riña que sabía iba a recibir así que continuó, "... pero mamá yo no he hecho nada, ha sido Jeni quien primero me ha dado una patada y después..."
Hermione clavó la mirada en el baúl. Los niños lo habían arrastrado desde el rincón donde estaba oculto hasta casi el centro de la habitación y lo habían abierto. Era de madera, con las esquinas reforzadas por un hierro que empezaba a oxidarse. Podía adivinarse que en otro tiempo había sido de color azul pálido. Hermione sabía que, sobre la tapa, quizá todavía podían distinguirse las letras H.G. resaltadas en dorado. Desde el interior del mismo un montón de libros perfectamente ordenados y unas túnicas negras parecían mirarla con sonrisa burlona.
"¿Qué es eso?", preguntó Jeni que se había acercado a su madre con reticencia.
Hermione manoseaba nerviosa la tela de paño negro. "Es un sombrero", dijo sin darle demasiada importancia.
"Es un sombrero un poco raro", insistió la niña, "¿a quién pertenece?".
Esa condenada curiosidad es lo último que necesito ahora, pensó Hermione a quien en otro momento el desmedido interés de su hija por casi todo le habría llenado de orgullo.
"Bueno...", no podía mentir, nunca había podido, "...es mío"
"¡¿Tuyo?!", exclamaron a la vez los dos chiquillos con los ojos abiertos como platos. Hermione frunció el ceño: era evidente que ninguno de sus hijos la habría imaginado jamás con ese sombrero puesto.
"¿Por qué es tan difícil de creer?", dijo algo molesta. Ahora pasaba un dedo por encima del escudo cosido a un lado del sombrero. Era rectangular, cuarteado, cada cuarto estaba ocupado por un león, una serpiente, un águila y un tejón, respectivamente. "Era el sombrero de mi colegio"
"¿Tu colegio?", dijo Jeni con incredulidad, "en St. Mathews no llevamos sombrero"
"Pero es que yo no fui a St. Mathews, señorita sabelotodo", respondió Hermione a su hija pequeña sonriendo mientras le daba dos golpecitos con dedo índice en la punta de la nariz a la niña. Era un gesto cariñoso.
"Oh", dijo esta sorprendida, "¿y donde estaba tu colegio entonces?"
"Umm..." era un pregunta difícil porque no sabría decirlo con certeza, "digamos que... en Escocia"
Ahora si que los ojos de Jeni parecían salirse de sus órbitas. Escocia era, definitivamente, un lugar demasiado lejos de Kidlington, Oxfordshire.
"¿Era un internado?", le tocaba a Jimmy continuar con el tercer grado.
"Si, era..., ¡suelta eso ahora mismo!", aprovechando su descuido el niño se había acercado de nuevo al baúl y había cogido uno de los libros, cuya portada estaba examinando con atención.
Con un rápido movimiento lo tiró al baúl y puso cara de bueno. Era suficiente. Hermione metió el sombrero en el baúl, cerró la tapa -si, las letras, aunque descoloridas, eran perfectamente legibles- y lo arrastró hasta el oscuro rincón de donde nunca debería haber salido.
"Muy bien", informó a los niños mientras regresaba hasta ellos sacudiendo el polvo de las manos, "se acabó la búsqueda, vamos a bajar a preparar la cena, vuestro padre no tardará en llegar"
Entre protestas los arrastró hasta las escaleras que comunicaban el desván con el segundo piso del inmueble. Al llegar abajo Jimmy se dio la vuelta y pregunto:
"Mama, ¿que es un muggle?"
Hermione palideció, pero tuvo la sangre fría necesaria para reaccionar. "¿Muggle?, ¡esa palabra no existe!, ¿de donde la has sacado?"
"¡Si existe!", respondió Jimmy tozudo, "ese libro del baúl la ponía en la portada, decía: Estudios Muggles"
"Tonterías", le replicó Hermione, "debes de haber leído mal" y añadió antes de que su hijo abriese la boca para continuar con la discusión señalando escaleras abajo hacia el primer piso "id ahora mismo a lavaros las manos"
Los niños vacilaron un momento, pero cuando vieron la mirada severa de su madre corrieron hacia el baño. Hermione sacó del bolsillo la pequeña llave del desván, la introdujo en la cerradura y dio dos vueltas. Después, apoyó la frente en la puerta, asaltada por la emoción. Una muggle soy yo, pensó.
"¡Hala, que sombrero tan chulo!"
Hermione apenas oyó la frase, con la cabeza metida dentro del armario lleno de ropa vieja. Tan solo distinguió la palabra "sombrero" y se preguntó de que estarían hablando los niños.
"Por favor, portaos bien y no revolváis demasiado", les dijo sin darse la vuelta para mirarles. Sea lo que sea que estuviesen tramando seguro que merecía una advertencia.
Volvió a centrar la atención en lo que estaba haciendo. Ese maldito libro tenía que aparecer por algún lado. No era propio de Hermione Benthan perder uno de sus bienes más preciados pero por alguna extraña razón "Bases teóricas y aplicaciones clínicas de los pernos de fibra" parecía haber desparecido. Lo había buscado por toda la casa. Primero en el despacho. Lógico. Después en el salón y las habitaciones. Extraño. Más tarde en la cocina. Altamente improbable. Por último, desesperada, había subido al desván, por si en un descuido había ido a parar a una caja de libros viejos durante la limpieza general del pasado otoño.
Suspiró resignada mientras cerraba otra caja de cartón dentro de la cual tampoco estaba el libro. Necesitaba una taza de te. Si no lo encontraba pronto iba a ponerse a chillar. Bueno, chillar no era su estilo, pero desde luego iba a expresar su disconformidad de alguna forma.
"¡Déjamelo!"
Y encima los crios. Desde que habían empezado las vacaciones de Pascua se pasaban todo el día en casa, así que para tenerles controlados los había involucrado en su búsqueda, incluso cuando esta búsqueda les llevó hasta el desván.
El desván era, definitivamente, la parte que menos le gustaba de toda su casa. No sabía explicarlo con certeza pero había algo en aquella habitación abuhardillada con vigas de madera en el techo que le resultaba... inquietante. Si, inquietante era la palabra. Todos aquellos trastos inútiles allí almacenados, la luz que se colaba por las pequeñas ventanas y que daba al lugar, gracias al polvo en suspensión, un aire de misterio, el olor a papel viejo y naftalina... Nunca sabías lo que podías encontrarte en un desván, aunque supieras perfectamente que era lo que habías guardado allí dentro.
A los niños les encantaba el desván, claro. Sobretodo porque Hermione les tenía prohibida la entrada. Así que, en cuanto había abierto la puerta de las escaleras que daban a aquel trastero para buscar el libro, descubrió que los tenía pegados a sus talones. "Bueno", les había dicho, "os dejaré subir si no lo desordenáis demasiado". Después de todo vamos a estar poco tiempo, pensó, no pasará nada.
"¡Au!", el chillido interrumpió su búsqueda y sus pensamientos. Se dió la vuelta para ver a la niña pequeña que se acercaba corriendo hacia ella, con los ojos llenos de lágrimas. Tenía el pelo castaño y rizado y una expresión astuta.
"¡Mamá, Jimmy me ha pellizcado!" sollozó su hija.
"¡Oh, por favor!" bufó Hermione mientras se volvía hacia el otro extremo de la habitación para echar un regañina, "¡Jimmy!, cuantas veces te he dicho que..."
Se quedó helada. Jeremy Benthan, diez años, con el pelo castaño cortado a cepillo, se frotaba una espinilla con gesto de dolor. Pero no fue eso lo que hizo que Hermione se quedase sin voz. Encasquetado en la cabeza de su hijo estaba aquel gorro negro, picudo, con un escudo cosido a un lado, que ella conocía demasiado bien. Su sombrero.
"¿De donde has sacado eso?", le espetó al niño mientras con tres zancadas llegaba hasta donde él todavía estaba quejándose por el dolor y le arrebataba el sombrero de la cabeza. En cuanto lo tuvo en su mano un cosquilleo que estaba a medio camino entre el calor y la electricidad le subió por el brazo y golpeó con contundencia su cerebelo. Recordaba aquella sensación.
"Estaba en ese baúl de ahí...", aclaró Jimmy tímidamente. Todavía se frotaba la pierna pero parecía preocuparle más la riña que sabía iba a recibir así que continuó, "... pero mamá yo no he hecho nada, ha sido Jeni quien primero me ha dado una patada y después..."
Hermione clavó la mirada en el baúl. Los niños lo habían arrastrado desde el rincón donde estaba oculto hasta casi el centro de la habitación y lo habían abierto. Era de madera, con las esquinas reforzadas por un hierro que empezaba a oxidarse. Podía adivinarse que en otro tiempo había sido de color azul pálido. Hermione sabía que, sobre la tapa, quizá todavía podían distinguirse las letras H.G. resaltadas en dorado. Desde el interior del mismo un montón de libros perfectamente ordenados y unas túnicas negras parecían mirarla con sonrisa burlona.
"¿Qué es eso?", preguntó Jeni que se había acercado a su madre con reticencia.
Hermione manoseaba nerviosa la tela de paño negro. "Es un sombrero", dijo sin darle demasiada importancia.
"Es un sombrero un poco raro", insistió la niña, "¿a quién pertenece?".
Esa condenada curiosidad es lo último que necesito ahora, pensó Hermione a quien en otro momento el desmedido interés de su hija por casi todo le habría llenado de orgullo.
"Bueno...", no podía mentir, nunca había podido, "...es mío"
"¡¿Tuyo?!", exclamaron a la vez los dos chiquillos con los ojos abiertos como platos. Hermione frunció el ceño: era evidente que ninguno de sus hijos la habría imaginado jamás con ese sombrero puesto.
"¿Por qué es tan difícil de creer?", dijo algo molesta. Ahora pasaba un dedo por encima del escudo cosido a un lado del sombrero. Era rectangular, cuarteado, cada cuarto estaba ocupado por un león, una serpiente, un águila y un tejón, respectivamente. "Era el sombrero de mi colegio"
"¿Tu colegio?", dijo Jeni con incredulidad, "en St. Mathews no llevamos sombrero"
"Pero es que yo no fui a St. Mathews, señorita sabelotodo", respondió Hermione a su hija pequeña sonriendo mientras le daba dos golpecitos con dedo índice en la punta de la nariz a la niña. Era un gesto cariñoso.
"Oh", dijo esta sorprendida, "¿y donde estaba tu colegio entonces?"
"Umm..." era un pregunta difícil porque no sabría decirlo con certeza, "digamos que... en Escocia"
Ahora si que los ojos de Jeni parecían salirse de sus órbitas. Escocia era, definitivamente, un lugar demasiado lejos de Kidlington, Oxfordshire.
"¿Era un internado?", le tocaba a Jimmy continuar con el tercer grado.
"Si, era..., ¡suelta eso ahora mismo!", aprovechando su descuido el niño se había acercado de nuevo al baúl y había cogido uno de los libros, cuya portada estaba examinando con atención.
Con un rápido movimiento lo tiró al baúl y puso cara de bueno. Era suficiente. Hermione metió el sombrero en el baúl, cerró la tapa -si, las letras, aunque descoloridas, eran perfectamente legibles- y lo arrastró hasta el oscuro rincón de donde nunca debería haber salido.
"Muy bien", informó a los niños mientras regresaba hasta ellos sacudiendo el polvo de las manos, "se acabó la búsqueda, vamos a bajar a preparar la cena, vuestro padre no tardará en llegar"
Entre protestas los arrastró hasta las escaleras que comunicaban el desván con el segundo piso del inmueble. Al llegar abajo Jimmy se dio la vuelta y pregunto:
"Mama, ¿que es un muggle?"
Hermione palideció, pero tuvo la sangre fría necesaria para reaccionar. "¿Muggle?, ¡esa palabra no existe!, ¿de donde la has sacado?"
"¡Si existe!", respondió Jimmy tozudo, "ese libro del baúl la ponía en la portada, decía: Estudios Muggles"
"Tonterías", le replicó Hermione, "debes de haber leído mal" y añadió antes de que su hijo abriese la boca para continuar con la discusión señalando escaleras abajo hacia el primer piso "id ahora mismo a lavaros las manos"
Los niños vacilaron un momento, pero cuando vieron la mirada severa de su madre corrieron hacia el baño. Hermione sacó del bolsillo la pequeña llave del desván, la introdujo en la cerradura y dio dos vueltas. Después, apoyó la frente en la puerta, asaltada por la emoción. Una muggle soy yo, pensó.
