Insomnio.

Dio una vuelta en la cama y cerró los ojos con fuerza. Nada. Imposible dormirse. Era como si cientos de ideas intentasen entrar en su cabeza empujando y gritando todas a la vez. Bueno, casi siempre tenía varias ideas en la cabeza, pero era capaz de ordenarlas, clasificarlas y detenerse en cada una por separado. Exceso de actividad cerebral. Había leído algo así en un artículo de una revista cuando estaba en la Universidad. Pensó que sufriría un aneurisma por el esfuerzo. No seas idiota, Hermione, se dijo, eres médico, ¡como puedes ni tan siquiera pensar algo así!, seguramente es solo algo que te preocupa...

Oh, sabes muy bien lo que es, dijo aquella voz de su interior.

Otra vuelta. Ahora se quedó boca arriba con las manos cruzadas sobre el estómago y los ojos abiertos clavados en el techo. Jim respiraba con fuerza a su lado. Le odiaba. Ahora mismo odiaba a todo el que fuese capaz de dormir. Suspirando apartó las sabanas y se dispuso a levantarse de la cama. Quizá un vaso de leche caliente le vendría bien.

Al llegar al descansillo junto a la puerta que daba al desván se detuvo un momento. Otra corriente de algo parecido a la electricidad inundó sus sentidos. O quizá solo fuese una corriente de aire proveniente de una ventana mal cerrada. Buscó en vano la ventana pero todas parecían aseguradas correctamente. Tonterías. Bajó los escalones con resolución.

En la cocina sacó la leche de la nevera y puso un cazo al fuego. Mientras se calentaba se entretuvo mirando por la ventana. Afuera el jardín parecía desierto, iluminado por la luz de una luna llena que se escondía de vez en cuando bajo un espeso manto de nubes.

"La mandrágora debe buscarse en noches de luna llena. El mago debe asegurarse que la planta es aún joven, pues su chillido podría matarle, y acercarse a ella con cuidado. Trazar tres círculos con una espada a su alrededor y arrancarla mirando a oriente. Se aconseja llevar unas orejeras." Pagina 225 de Mil Hierbas Mágicas y Hongos de Phyllida Spore.

La voz del interior de su cabeza soltó todo eso sin pensar. La leche hirvió y salió fuera del cazo. Hermione corrió a apartarla del fuego y comenzó a abrir los armarios buscando un trapo con el que limpiar el líquido derramado. En el tercer cajón de la derecha encontró la pequeña llave del desván.

Aún desconcertada se tomó la leche sin importarle que quemase y volvió escaleras arriba. Cuando estuvo junto a la puerta del desván se percató de que tenía en la mano la llave que la abría.

Los escalones de madera crujieron cuando los pisó. No le gustaba el desván, tenía demasiadas sombras, especialmente una noche como aquella. Pero estaba esa corriente. Le había golpeado de nuevo en cuanto cogió el pomo de la puerta para girar la llave en la cerradura. Avanzó con algo de recelo. La luz del desván era azulada y neblinosa. Tanteó un poco antes de encontrar el baúl y arrastrarlo hasta el centro de la habitación. Esperaba que el ruido no despertase a los que dormían en el piso de abajo. No sabría que explicar si la encontraban allí.

Se agachó y pasó una mano sobre la tapa del baúl, levantando un montón de polvo que fue a posarse suavemente sobre el suelo. Las letras H.G. refulgieron con un brillo dorado.

"Hermione Granger", susurró, "cuanto tiempo...". Puso las manos sobre las cerraduras de metal y abrió de golpe. Si iba a hacerlo mejor hacerlo rápido.

¡BOM!. Ahora la corriente se hizo sentir en todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo. Algo poderoso y frágil la recorrió desde la punta del dedo gordo de sus pies hasta el último pelo de su cabeza. Era una sensación placentera y escalofriante al mismo tiempo.

Lo primero que vio fue el sombrero, tal y como lo había azotado al baúl hacía unos días. Lo cogió y volvió a examinarlo con cuidado. Cuando se lo puso en la cabeza una gran sonrisa iluminó su rostro. Curiosamente, aún le servía.

Dentro del baúl abundaban los libros: los siete Libros Reglamentarios de Hechizos de Miranda Goshawk, las Guías de Transformación de Emeric Switch (Transformaciones siempre había sido su clase favorita), varios manuales de Herbología, de Pociones, de Aritmancia... Sin embargo se detuvo al encontrar lo que estaba buscando. Un libro más grande y gordo que los demás, de tapas rojas y con un gran escudo en la portada. Historia de Hogwarts, rezaba el título. Pasó el libro hojeándolo en sentido inverso y al llegar a la primera página vio que alguien había escrito con una caligrafía endemoniada:

Siento haberte estropeado tu única copia el curso pasado. Feliz 17º cumpleaños. Con cariño. R.W.

Cerró la tapa con prisa y volvió a colocar el libro dentro del baúl. Respiró fuerte y parpadeó. De nuevo fijó la vista en todas aquellas cosas del colegio, con el sombrero aún puesto en la cabeza.

Un momento, se dijo, creo recordar que estaba por aquí... Metió la mano con dificultad en el hueco que quedaba entre dos pilas de libros. Palpó el fondo. Eureka. Doce pulgadas y media. Acebo y ébano con una pluma de grifo en su interior. De la punta de la varita de Hermione saltaron unas chispas verdes en cuanto la tuvo en su mano.

Allí agachada miró hacia los lados y ni siquiera lo pensó. Vio el pequeño taburete de solo tres patas que cuando tenía cuatro había estado en la cocina, apuntó hacia él agitó, golpeó y dijo:

"Wingardium Leviosa".

La banqueta se elevó en el aire.

***

"¡WINGARDIUM LEVIOSA, WINGARDIUM LEVIOSA!", Ron agitaba los brazos con la varita en la mano y se ponía cada vez más rojo intentando que le saliese el hechizo.

Hermione Granger suspiró y puso los ojos en blanco. Cuando el profesor Flitwick, que impartía la clase de encantamientos, había anunciado diez minutos antes que hoy practicarían el hechizo levitatorio por primera vez había estado a punto de pegar un salto en la silla. ¡El hechizo levitatorio!. Llevaba practicándolo dos semanas. Ensayaba ante el espejo de la habitación que compartía con las otras Gryffindors de primer año antes de acostarse. Había oído a Lavender Brown y a Parvati Patil reírse de ella a sus espaldas por hacer aquello pero, francamente, le traía sin cuidado. Ya verían esas dos quien se reía más el día que tuviesen que hacerlo en clase. Y ese día había llegado. Si señor, iba a ganar al menos veinte puntos para Gryffindor.

Después Flitwick dijo que, para la práctica, se pondrían por parejas. La sonrisa de Hermione se borró de su cara. Ella no era, por decirlo sutilmente, demasiado popular. Seguramente nadie querría ser su pareja para practicar el hechizo. No es que a Hermione le importase demasiado. En su colegio muggle, antes de venir a Hogwarts, tampoco había sido, que dijéramos, la reina de la fiesta. Se acordaba de que en las clases de gimnasia siempre la elegían la última si había que formar equipos. Estaba acostumbrada a ser un bicho raro. Bueno, había pensado, practicaré con Neville ya que nadie querrá ponerse con él tampoco...

Pero antes de que se hubiesen dado cuenta el profesor Flitwick había empezado a emparejarles él mismo. Hermione cruzó los dedos para que no le tocase la estúpida de Lavender porque no podía aguantar su voz melindrosa y su sonrisa ñoña.

"Brown...", había dicho Flitwick, "póngase con Longbottom". Lavender hizo un gesto de asco que el profesor ignoró. ¡Chúpate esa, creída!, había pensado Hermione maliciosamente.

"Granger...", dijo el anciano mientras Hermione sonreía al oír su nombre, "vamos a ver... emparéjese con Weasley". La sonrisa se transformó en un ceño fruncido. Casi habría preferido practicar con Lavender antes que con aquel..., con aquel..., con aquel... ¡irresponsable! (y para Hermione Granger irresponsable era el peor insulto posible) que conseguía sacarla de sus casillas cada vez que abría la boca. Y que ahora agitaba los brazos a su lado con las orejas de un rojo brillante gritando:

"¡WINGARDIUM LEVIOSA!"

Era evidente que lo estaba haciendo mal. Agitar y golpear parecía significar para él golpear y golpear. Y como siguiese diciendo wingadium aquella pluma no iba a moverse ni un milímetro. ¿Como se podía ser tan cazurro?. Llevaba así casi cinco minutos y Hermione se dispuso a tomar cartas en el asunto antes de que Flitwick les pusiese un cero, a riesgo de recibir una contestación maleducada y sarcástica, que parecía ser la única habilidad del pelirrojo.

Así que esquivando una de los brazos de Ron agarró la varita (la cogió con el dedo índice y el pulgar tal y como decía el manual), se aclaró la garganta y dijo:

"Lo estás diciendo mal".

***

¡CATACRAC!

El taburete de tres patas cayó sobre el suelo de madera haciendo un ruido que a aquella hora de la madrugada sonaba como si hubiese estallado una bomba.

"¡Mierda!", murmuró azorada Hermione. Había perdido la concentración durante un segundo y ahora estaba en un aprieto: seguramente el estruendo habría despertado a toda la casa.

Tiró la varita y el gorro dentro al baúl, lo cerró con cuidado (no quería hacer más ruidos a pesar de la prisa) y bajó corriendo las escaleras del desván. Al llegar a la cocina se detuvo a coger aire. Fue entonces cuando se percató del hormigueo que le subía por el brazo. Un hormigueo que había sentido por última vez hacía diecisiete años pero que era tan fantástico como el primer día. O más.

"¿Herm?, ¿estás ahí?", se dio la vuelta para ver a Jim que entraba en la cocina atándose el cinturón de una bata de cuadros azules y verdes que ella le había regalado por Navidad. Se paró al verla. "¿qué haces?, me ha despertado un ruido y tu no estabas en la cama..."

"No podía dormir", explicó Hermione cruzándose de brazos, "bajé a tomar un vaso de leche, pero no encendí la luz y tropecé con una silla: debe ser ese el ruido que has oído. Siento haberte despertado"

"Oh", dijo él, "no pasa nada. ¿Estás bien?"

"Todo lo bien que se puede estar cuando acabas de machacarte los dedos de un pie", dijo Hermione quien de pronto recordó levantar una pierna y cogerse el pie derecho con gesto dolorido. Sonó convincente.

"Bueno", bostezó Jim, "me vuelvo a la cama, ¿vienes?"

"Si claro, en cuanto me tome la leche", señaló hacia el cazo que por suerte antes no había recogido. "Voy en un minuto"

"De acuerdo", Jim se dispuso a salir de la cocina, pero antes de llegar a las escaleras se dio la vuelta y dijo, "¿sabes? es un tontería pero habría jurado que el ruido que me despertó provenía del desván"

"Será por la acústica" contestó Hermione con rapidez

"¿La acústica?"

"Claro. Ya sabes: la estructura de estas casas antiguas permite que las ondas de sonido..." Hermione puso su tono de voz más científico.

"Ya, ya..." dijo Jim mientras se perdía escaleras arriba. A ver quien era capaz de resistir un discurso como aquel, en el que estaban a punto de aparecer las referencias bibliográficas, a las tres de la mañana.

Hermione suspiró con alivio y se quedó en la cocina por espacio de diez minutos, asimilando todo lo que acababa de ocurrir. Afuera en el jardín las nubes parecían haberse despejado y la luz de una luna nueva y brillante caía sobre el buzón de la entrada arrancando destellos metálicos.

Al poco tiempo subió a su habitación y se metió en la cama. Dos minutos después dormía profundamente. Aquella noche soñó que avanzaba por un túnel largo, oscuro y húmedo. Al final del mismo atravesaba una cortina de terciopelo y salía a un espacio verde donde brillaba con fuerza el sol. Pero cuando se despertó por la mañana ya no recordaba nada de lo que había soñado.