Lechuzas y ministerios.
La lechuza llegó a la mañana siguiente. Hermione estaba en la cocina, llenando de agua la tetera, cuando el animal, grande y de color pardo, entró por la ventana que daba al este. Voló lánguidamente por encima de su cabeza, dejando caer un sobre marrón. Después salió por la misma ventana por la que había entrado. Por suerte nadie la vio.
Se apresuró a cogerlo. Estaba lacrado en rojo, con el sello del Ministerio de Magia. En su parte frontal alguien había escrito con tinta verde y caligrafía ampulosa:
A la atención de Hermione Benthan
La Cocina, número 3 de Sterling Road, Kidlington,
Oxfordshire.
Las manos empezaron a temblarle cuando recordó su "travesura" de la noche anterior. ¿Como podía haber sido tan estúpida?. Rasgó el sobre, muy nerviosa. En su interior encontró un pergamino doblado por la mitad. Lo sacó y empezó a leerlo.
Estimada señora Benthan:
Por la presente le comunicamos que esta madrugada hemos detectado el uso de un hechizo levitatorio en su casa. Dado que no hay ningún mago registrado en la zona suponemos que usted misma lo ha realizado, a pesar de su deseo de no practicar la magia.
La realización de un hechizo por parte de un mago no registrado supone una infracción del Decreto para la Restricción de la Magia, artículo 4, sección 25. Lamentamos informarle que su presencia será requerida para la apertura de un expediente sancionador en las oficinas del Ministerio de Magia en Londres el próximo lunes 5 de abril a las 11 de la mañana.
Por favor, traiga consigo su varita.
Atentamente,
Neville Longbottom Director de la Oficina de Uso Incorrecto de la Magia.
No tenía más remedio que acudir.
1 de Septiembre de 1991. 24 Años antes.
Cerró la ventana del compartimento y se sentó, con cuidado de no arrugar su falda. Papá y mamá agitaron la mano desde el andén. Estaban nerviosos y tristes. Les devolvió el gesto con una sonrisa que quería decir: no os preocupéis, estaré bien.
"¿Son tus padres?", una de las niñas gemelas que tenía sentadas enfrente (¿se llamaba Padma o Parvati?) le preguntaba.
"Si", contestó Hermione a quien no le avergonzaba en absoluto que sus padres fuesen muggles.
"Mis padres son aquellos", dijo la niña señalando a un mago y una bruja que le sonreían desde el andén, "están muy contentos porque ellos también fueron a Hogwarts, dicen que es el mejor colegio de magia del país"
Hermione asintió. "Si", dijo, "me he estado informando, leyendo libros, ya sabes: además de los manuales del curso", su interlocutora hizo un gesto de extrañeza que Hermione no captó, "y su historia es fascinante... fundado hace mil años por los mejores magos de la época, y ahora lo dirige Albus Dumbledore, ¡Dumbledore!, los libros dicen que es el mago más grande de todos los tiempos. Estoy deseando conocerle", se paró para tomar aire, "¿sabéis ya en que casa estaréis?"
Ahora las dos niñas la miraban directamente. La de la derecha se encogió de hombros.
"No sé", dijo, "papá estuvo en Ravenclaw y mamá en Gryffindor, así que esperamos estar en una de las dos casas. Las dos son buenas"
"¡Gryffindor es la mejor, Padma!", la interrumpió su hermana, "mamá siempre lo dice"
"Perdón", las tres se volvieron hacia la voz que venía desde la puerta del compartimento. Un niño de su edad, de pelo negro y sonrosados mofletes había asomado la cabeza, "¿queda sitio en este compartimento?, todos los demás están ya ocupados..."
Le dijeron que pasase y arrastró el baúl al interior con cierta dificultad: parecía un poco torpe.
"Me llamo Neville, Neville Longbottom", les informó. También era su primer año en Hogwarts.
Pronto los cuatro estaban charlando animadamente. Hermione llevaba el peso de la conversación explicando a sus nuevos amigos infinidad de detalles sobre el colegio que había leído en Historia de Hogwarts. No se percató de las miradas de complicidad que Padma lanzaba a Parvati ni de los disimulados bostezos de Neville.
Una cuarta niña se unió al grupo. Dijo llamarse Lavender Brown y su llegada conmocionó el status quo del compartimento. Traía consigo el último número de Corazón de Bruja, una revista muy popular de cotilleos sobre el mundo mágico que Hermione había visto la semana anterior en el Callejón Diagon pero que no le había llamado la atención. Sin embargo Padma y Parvati parecían muy interesadas en las noticias que traía sobre el cantante de un grupo de rock llamado Las Brujas de Macbeth. Ya nadie hablaba del colegio o de las asignaturas que tendrían.
Pronto el compartimento estuvo completo. Hanna Abbot, una niña rubia y con coloretes y Terry Boot, un chiquillo moreno de ojos pícaros tomaron asiento poco después de que saliese el tren. En seguida Hanna se había enfrascado en una absurda conversación con Padma, Parvati y Lavender sobre un artículo de Corazón de Bruja que recomendaba los mejores hechizos para cambiar el cabello de color, mientras que Terry y Neville intercambiaban cromos de las ranas de chocolate. Hermione se enfrascó en su lectura: Historia de la magia moderna. Pero con el ruido de cinco personas hablando a la vez era imposible concentrarse.
Para cuando pasó la bruja del carrito de la comida ya había apartado el libro a un lado y miraba por la ventanilla con gesto hosco. El tren avanzaba dejando atrás campos cultivados y suaves colinas verdes para adentrarse en un paisaje mucho más agreste. A veces incluso atravesaban extensiones de bosque. Fue entonces cuando Neville, llevándose la mano al bolsillo del pantalón exclamó:
"¡He vuelto a perder a Trevor!"
Al principio hubo un pequeño revuelo porque nadie sabía quien era Trevor. Después Neville explicó, bastante compungido, que era su sapo. Parvati, Lavender, Padma y Hanna hicieron un gesto de asco. Terry soltó una risilla. Neville salió del compartimento, por si Trevor se había montado en el carrito de los dulces y viajaba por el tren comiendo pasteles caldero. Hermione bufaba. ¿Es que a nadie le importaba que el pobre chico hubiese perdido su mascota?.
Para olvidarse del asunto sacó la túnica de Hogwarts de su baúl y se la puso porque no quería tener que cambiarse a última hora, con el tren llegando ya a la estación. Informó al resto de sus compañeros de que debían seguir su ejemplo pero nadie le hizo caso. Así que volvió a coger el libro pero esta vez ni siquiera pudo leer porque estaba ya tan enfadada que tenía que repasar tres veces cada frase para comprenderla.
Sinceramente Hermione, se dijo, que esperabas, ¿creías que esto iba a estar lleno de niños cargados de libros hasta las orejas tremendamente interesados en los doce usos de la sangre de dragón o en los pasos necesarios para ejecutar un hechizo aturdidor o en las causas sociales que provocaron la revuelta de duendes de 1642?. Necesitaba estirar las piernas y despejar la cabeza.
Acababa de pensar eso cuando se abrió la puerta del compartimento y entró un azorado Neville que todavía no había encontrado a Trevor.
"La bruja del carrito no lo ha visto, ni tampoco la gente de los compartimentos de los siguientes tres vagones", dijo, "aunque, a decir verdad no me han hecho mucho caso en ningún sitio. ¿Seguro que Trevor no está por aquí?" añadió poniéndose a cuatro patas para mirar por debajo de los asientos.
Las niñas dieron unos cuantos chillidos cuando vieron que Neville se dirigía, aún de rodillas, a mirar bajo sus asientos y Terry directamente ya no podía contener la risa y se reía a mandibula batiente. Es suficiente, pensó Hermione. Y de un salto se puso en pie y le dijo a Neville:
"Vamos, yo te ayudaré a buscar tu sapo".
Jim levantó los ojos por encima de la página del periódico que estaba leyendo.
"¿A Londres?", preguntó.
"Aha", dijo Hermione sin dejar de mirar al libro abierto sobre la mesa. Tenía la costumbre de leer mientras desayunaba desde que estaba en el colegio.
"¿Para qué?" volvió a preguntar su marido.
"Ya te lo he dicho: una conferencia en la universidad" explicó con gesto desinteresado.
"Está bien", asintió Jim, "¿de que hablarás esta vez?"
Odiaba que le hicieran preguntas que no tenía ganas de contestar y odiaba más que le hiciesen preguntas que no sabía como contestar.
"No lo sé. Algo sobre cirugía maxilofacial", miró a Jim a los ojos para que no sospechara que le mentía e hizo una pausa para pensar una excusa convincente, "en realidad la conferencia debía darla Edward Wattson pero se ha puesto enfermo y me ha pedido que le sustituya. La ponencia es suya, yo solo voy a leerla".
"¿A que hora es?", Jim hablaba sin mucha convicción, volviendo a fijar la vista en el periódico.
"A las 11", al menos eso era cierto.
"¿Quieres que te lleve?", pasó la página y se quedó mirándola.
Hermione se quedó callada un segundo, con el tenedor a medio camino desde el plato hacia su boca. Creeme Jim, no querrías llevarme si supieras a donde voy, pensó. "No, no es necesario", dijo al fin, "tomaré el tren de las 9:22. Solo..., ¿podrías recoger a los niños cuando salgan del colegio?. No sé que hora regresaré"
"Sin problemas", dijo él. Y volvió a levantar el periódico.
La entrada para visitantes del Ministerio de Magia seguía estando en el mismo sitio que Hermione recordaba. Bien es verdad que el barrio había cambiado un poco. El crecimiento del volumen de los negocios en el centro de Londres había llevado a aquella calle antaño marginal varias oficinas de empresas punteras. Por la calle se veía un ajetreado enjambre de hombres y mujeres bien vestidos portando carteras de piel cara. Sin embargo la cabina de teléfonos continuaba en el mismo sitio. Ya no estaba desvencijada, pero seguía en el mismo sitio.
"Tome la insignia y colóquesela en la ropa", dijo la voz de la cabina, mientras ella recogía la pequeña chapa necesaria para entrar al ministerio. Llevaba escrito: Hermione Benthan, expediente sancionador. "Visitante al ministerio, se le solicita que se someta a un reconocimiento y presente su varita para registrarla en el mostrador de seguridad que está situado al final del patio" continuó la voz.
El suelo de la cabina tembló y comenzó deslizarse hacia abajo, como si se tratase de un ascensor. Perdió de vista la calle llena de gente, donde nadie pareció darse cuenta de que dentro de aquella cabina de teléfonos acababa de desaparecer una mujer, y después de un minuto en la oscuridad, el ascensor llegó a su destino. Se abrieron las puertas y vio el largo pasillo con el suelo y las paredes de madera.
"Bienvenido al Ministerio de Magia. Que tenga un buen día", se despidió la voz.
Salió de la cabina despacio, como si no tuviese las agallas suficientes para pisar el ministerio. A ambos lados del pasillo se sucedían las chimeneas por las que Hermione sabía que llegaban los empleados a su trabajo y los visitantes mágicos. Al no ser hora punta tan solo media docena de ellas estaban en funcionamiento. Se veía una deflagración de color verde y al instante siguiente un mago o una bruja salía de la chimenea sacudiendo la ceniza de su túnica. Viajar con polvos Flu nunca había sido lo más cómodo del mundo mágico.
El pasillo se abría a un patio en mitad del cual pudo ver la fuente que tanto le había ofendido unos años atrás: un mago, una bruja, un centauro, un duende y un elfo doméstico tallados en piedra. Los tres últimos miraban a los dos primeros con admiración. El agua saltaba cantarina desde las varitas del mago y la bruja.
Se acercó a la mesa que estaba al final del patio, justo delante de unas grandes puertas doradas y debajo de un rótulo en el que se leía: Seguridad.
"¿Puede darme su varita, por favor?", dijo el empleado con una sonrisa amable mientras dejaba a un lado el periódico que estaba leyendo. Era El Profeta. Hermione se sobresaltó al echar un vistazo a la portada: se había acostumbrado a que las fotos no se moviesen.
"Doce pulgadas y media, núcleo de pluma de Grifo, siete años de uso. ¿Es correcto?", el mago leyó el papelito que había expulsado aquella especie de balanza para "pesar" varitas.
"Lo es", murmuró Hermione.
"Bien, aquí tiene", le tendió la varita de vuelta, "puede pasar. Que tenga un buen día"
Avanzó hacia las puertas doradas y empujó para entrar.
Ministerio de Magia, 10 de Junio de 1996 19 años antes.
Cada vez que respiraba era como si cientos de cuchillos afilados se clavasen en sus pulmones. Dolor. Tenía casi quince años pero hasta ahora no había sabido que significaba realmente aquella palabra. Había sido petrificada, golpeada por un árbol con muy malas pulgas, había resistido a la poción multijugos que cambiaba por completo tu apariencia, atravesado fuegos mágicos... pero nunca antes había sentido ese dolor. Un dolor punzante, agudo. Empezaba en algún lugar cercano a sus costillas y se extendía hacia los brazos, las piernas, golpeaba su cabeza como si fuese una tonelada de hierro. Cada segundo.
Había empezado en el momento en que abrió los ojos y vio a Dumbledore mirándola desde detrás de sus gafas de media luna. Le dijo:
"Bienvenida, señorita Granger. No se mueva, por favor", habría jurado que sonreía con alivio.
No se movió. No habría podido aunque quisiera. Lo último que recordaba era a ese horrible Dolohov y el rayo morado que salía de su varita y le daba directamente en el pecho, pillándola desprevenida. Después, la oscuridad. Y ahora el dolor. Insoportable. Cerró los ojos de nuevo, tenerlos abiertos dolía.
¿Donde estaban los demás?, ¿les había pasado algo?, ¿como había llegado Dumbledore hasta allí?, si estaba allí era que los mortífagos habían quedado fuera de combate. Pero, ¿y si había llegado demasiado tarde?, ¿y si sus amigos yacían muertos junto a ella?, ¿y si Voldemort había conseguido su propósito?. Otra punzada de dolor casi hizo que le saltasen las lágrimas. ¡Por Merlín!, ¿donde estaba Ron?.
Sintió que alguien la alzaba y oyó la voz de Remus Lupin cerca de su oído.
"Yo llevaré a Hermione. ¿El resto de los chicos puede andar?. Seguidme"
Se movían. Tenía que abrir los ojos. Necesitaba abrir los ojos aunque aquel leve gesto la matase. El resto de los chicos, ¿quienes eran el resto de los chicos?. Haciendo un esfuerzo que consideró sobrehumano pudo despegar sus párpados. Vio la barbilla de Lupin que temblaba débilmente, sus ojos parecían rojos. Avanzaban a través de aquella habitación circular de paredes negras. Luna Lovegood caminaba a su lado, el pelo rubio enmarañado y con una expresión ausente, como si todo aquello no fuera con ella.
Hermione tenía ganas de gritar. De dolor, de miedo, de desesperación. Pasaron junto Dumbledore que hablaba con un grupo de magos entre los que distinguió a Cornelius Fudge, el Ministro de Magia.
"He enviado a Harry de vuelta a Hogwarts. Los demás están bien...", sus palabras se perdieron en la distancia. Respiró con alivio. Harry estaba sano y salvo y los demás estaban bien, pero ¿donde estaban?.
Cuando entraron en el ascensor y Lupin se colocó al fondo de la cabina les vio. Bien era una palabra que ella no habría utilizado para describir el estado de sus amigos. Vio a Neville que tenía la nariz torcida, roja e hinchada, su camisa llena de sangre. Vio a Kingsley que llevaba a Ginny en brazos tal y como Lupin la llevaba a ella, el tobillo de la pelirroja debía estar roto a juzgar por el ángulo anormal de su pie. Y vio a Ron, apoyado contra una de las paredes del ascensor, un hilillo de sangre resbalaba por la comisura de sus labios, pero lo que la hizo estremecerse fueron sus brazos: mostraban unas marcas largas, estrechas y rojizas, como si se le hubiesen enroscado cuerdas al rojo vivo en ellos. A juzgar por su cara contraída sus heridas debían de dolerle casi tanto como a ella las suyas. Entonces Ron levantó la cabeza y la miró, al darse cuenta de que ella también le miraba sonrió débilmente y le guiñó un ojo. Durante un corto instante el dolor desapareció.
El ascensor llegó a su destino y salieron al atrio del ministerio. Estaba lleno de gente que corría de un lado a otro, empleados del lugar que gesticulaban asombrados. Parecía que allí se había librado una batalla: las puertas doradas estaban rotas y donde antes había estado la fuente ahora solo quedaban cascotes. Oyó algunos de retazos de conversación:
"...Quien-tu-sabes..."
"...regresado..."
"...no puede ser..."
"...Fudge ha dicho..."
"...lo vio ese chico, Potter..."
Y entonces lo supo. Mientras recorrían el largo pasillo hasta la salida del Ministerio supo que la segunda guerra contra Voldemort había comenzado. Supo que sería una batalla larga. Supo que la gente sufriría, que tendría miedo, que se les encogería el alma ante el dolor, el horror, la desolación. Supo que Harry era una pieza importante de todo aquel rompecabezas y supo que ella y Ron estarían a su lado pasase lo que pasase. Pero lo peor, lo que realmente hizo que el dolor le atravesase el pecho de forma más aguda que antes fue que supo, por primera vez, que ninguno de ellos era inmortal.
La joven bruja vestida con una túnica amarilla (el amarillo parecía el color de moda aquella temporada entre los magos) le sonrió y dijo amablemente:
"El señor Longbottom la recibirá ahora. Pase por aquí por favor".
"Gracias", dijo Hermione mientras se levantaba del sillón en el que había estado sentada y seguía a la bruja a través una puerta de roble con tallas de animales fantásticos. Al otro lado había un despacho casi tan grande como el suyo en la universidad, pero desde luego no tan convencional. Hermione pensó en como arquearían las cejas varios de sus compañeros de trabajo si ella tuviese retratos que murmuraban colgados de la pared, alfombras de piel de dragón en el suelo, plantas con dientes sobre las mesas o memorandums flotando por el aire.
Sentado tras el escritorio había un hombre de espaldas anchas, algo grueso. Tenía el pelo negro, pero con grandes entradas a ambos lados de la frente. Leía con atención un pergamino y Hermione pudo comprobar que el pelo tampoco abundaba en la coronilla. A pesar de tener solo treinta y cinco años Neville Longbottom lucía una prematura calvicie.
"La señora Benthan está aquí, señor Longbottom", dijo la secretaria.
El hombre levantó la cabeza y se quedó mirando con aire ausente. "¿Quien?", dijo dudando, "¡ah, si!, lo había olvidado. No se como he podido olvidarlo...", se echó hacia un lado en la silla para ver a la persona que estaba detrás de su secretaria. "¡Hola Hermione!", exclamó, mientras se levantaba y daba la vuelta a la mesa para venir a estrecharle la mano. Neville tenía la misma sonrisa inocente de sus once años.
"Gracias, Rose, puedes retirarte", dijo a la joven bruja, "Siéntate, por favor", señaló un butacón de piel verde que resultó ser más cómodo de lo que parecía. La secretaria salió de la oficina y Neville volvió a su sitio tras la mesa. Se sentó y la estudió con la mirada.
Hermione esperaba impaciente. Ahora que estaba delante de Neville sintió que quería que aquello acabara cuanto antes para poder volver al Londres muggle. Fue él quien empezó a hablar:
"¿Que tal estás?", dijo, "es estupendo volver a verte: no has cambiado casi nada"
"Gracias, Neville", sonrió Hermione a su amigo, "estoy... bastante bien"
"Me alegro", Neville la miró fijamente, después tomó aire para continuar, "bueno... esto va a ser un poco... raro, supongo que sabes por qué te hemos llamado..."
Hermione asintió: el ministerio posiblemente querría quedarse con su varita.
"Normalmente este tipo de infracción se resuelve ante un tribunal, pero he querido hacer una excepción en tu caso, teniendo en cuenta que tu...", Neville se paró un instante, "¿o es que has decidido volver a practicar la magia?"
"No", dijo Hermione de forma categórica, "he renunciado a la magia para siempre, ya lo sabes", Neville parecía decepcionado. Necesitaba dar una explicación, "Tan solo es que... el otro día, limpiando el desván, encontré la varita y bueno... fue un accidente. Un accidente que no volverá a repetirse", fue bajando el tono de su voz hasta que las últimas palabras salieron en un murmullo.
Neville tardó en reaccionar, después dijo:
"Bien. Entonces..." titubeo, "entonces... ¡Oh Merlín!, odio tener que hacer esto, pero tendrás que entregarme la varita. Lo siento", se disculpó, "la Ley... ya sabes que si un muggle la encontrase..."
"Claro" dijo Hermione que ya rebuscaba en su bolso y sacaba la varita para tendérsela a Neville. Este la cogió con miedo, como si le ofreciesen algo que sabia que no le pertenecía.
"Pues ya está", dijo poniendo la varita de Hermione sobre la mesa con cuidado, "¿estás segura?, ya sabes que si quieres recuperarla no hay ningún problema..."
Hermione hizo un gesto de negación. "No," dijo, "yo no hago magia. Soy una muggle"
Neville sonrió. "Tu no eres una muggle, Hermione. Ya lo sabes"
Hermione se sintió incómoda. Sabía que no era una muggle pero había decidido serlo y lo cumpliría. No quería volver al mundo mágico, venir al Ministerio ya había sido suficiente esfuerzo. Quería olvidarse de aquel asunto cuanto antes y volver a ser Hermione Benthan. Se revolvió inquieta en el sillón. Neville captó la indirecta, se puso en pie y le tendió la mano una vez más.
"Bien", dijo, "no te entretengo más. Ha sido un placer volver a verte después de tanto tiempo. Adiós."
Hermione se levantó del sillón y le devolvió a Neville el saludo. Se volvió y echó a andar hacia la puerta. Tenía el picaporte en la mano cuando oyó que Neville la llamaba.
"Hermione"
Se dio la vuelta.
"¿Si?", dijo.
"El Cuartel General de los Aurores está en esta misma planta", explicó, "tal vez quieras pasarte a saludar."
"Gracias, Neville, pero tengo que coger un tren en veinte minutos" se disculpó Hermione. Abrió la puerta y salió del despacho. Cuando pasó delante de la entrada al Cuartel General de los Aurores apretó el paso. No quería que nadie supiese que había estado allí.
La lechuza llegó a la mañana siguiente. Hermione estaba en la cocina, llenando de agua la tetera, cuando el animal, grande y de color pardo, entró por la ventana que daba al este. Voló lánguidamente por encima de su cabeza, dejando caer un sobre marrón. Después salió por la misma ventana por la que había entrado. Por suerte nadie la vio.
Se apresuró a cogerlo. Estaba lacrado en rojo, con el sello del Ministerio de Magia. En su parte frontal alguien había escrito con tinta verde y caligrafía ampulosa:
A la atención de Hermione Benthan
La Cocina, número 3 de Sterling Road, Kidlington,
Oxfordshire.
Las manos empezaron a temblarle cuando recordó su "travesura" de la noche anterior. ¿Como podía haber sido tan estúpida?. Rasgó el sobre, muy nerviosa. En su interior encontró un pergamino doblado por la mitad. Lo sacó y empezó a leerlo.
Estimada señora Benthan:
Por la presente le comunicamos que esta madrugada hemos detectado el uso de un hechizo levitatorio en su casa. Dado que no hay ningún mago registrado en la zona suponemos que usted misma lo ha realizado, a pesar de su deseo de no practicar la magia.
La realización de un hechizo por parte de un mago no registrado supone una infracción del Decreto para la Restricción de la Magia, artículo 4, sección 25. Lamentamos informarle que su presencia será requerida para la apertura de un expediente sancionador en las oficinas del Ministerio de Magia en Londres el próximo lunes 5 de abril a las 11 de la mañana.
Por favor, traiga consigo su varita.
Atentamente,
Neville Longbottom Director de la Oficina de Uso Incorrecto de la Magia.
No tenía más remedio que acudir.
1 de Septiembre de 1991. 24 Años antes.
Cerró la ventana del compartimento y se sentó, con cuidado de no arrugar su falda. Papá y mamá agitaron la mano desde el andén. Estaban nerviosos y tristes. Les devolvió el gesto con una sonrisa que quería decir: no os preocupéis, estaré bien.
"¿Son tus padres?", una de las niñas gemelas que tenía sentadas enfrente (¿se llamaba Padma o Parvati?) le preguntaba.
"Si", contestó Hermione a quien no le avergonzaba en absoluto que sus padres fuesen muggles.
"Mis padres son aquellos", dijo la niña señalando a un mago y una bruja que le sonreían desde el andén, "están muy contentos porque ellos también fueron a Hogwarts, dicen que es el mejor colegio de magia del país"
Hermione asintió. "Si", dijo, "me he estado informando, leyendo libros, ya sabes: además de los manuales del curso", su interlocutora hizo un gesto de extrañeza que Hermione no captó, "y su historia es fascinante... fundado hace mil años por los mejores magos de la época, y ahora lo dirige Albus Dumbledore, ¡Dumbledore!, los libros dicen que es el mago más grande de todos los tiempos. Estoy deseando conocerle", se paró para tomar aire, "¿sabéis ya en que casa estaréis?"
Ahora las dos niñas la miraban directamente. La de la derecha se encogió de hombros.
"No sé", dijo, "papá estuvo en Ravenclaw y mamá en Gryffindor, así que esperamos estar en una de las dos casas. Las dos son buenas"
"¡Gryffindor es la mejor, Padma!", la interrumpió su hermana, "mamá siempre lo dice"
"Perdón", las tres se volvieron hacia la voz que venía desde la puerta del compartimento. Un niño de su edad, de pelo negro y sonrosados mofletes había asomado la cabeza, "¿queda sitio en este compartimento?, todos los demás están ya ocupados..."
Le dijeron que pasase y arrastró el baúl al interior con cierta dificultad: parecía un poco torpe.
"Me llamo Neville, Neville Longbottom", les informó. También era su primer año en Hogwarts.
Pronto los cuatro estaban charlando animadamente. Hermione llevaba el peso de la conversación explicando a sus nuevos amigos infinidad de detalles sobre el colegio que había leído en Historia de Hogwarts. No se percató de las miradas de complicidad que Padma lanzaba a Parvati ni de los disimulados bostezos de Neville.
Una cuarta niña se unió al grupo. Dijo llamarse Lavender Brown y su llegada conmocionó el status quo del compartimento. Traía consigo el último número de Corazón de Bruja, una revista muy popular de cotilleos sobre el mundo mágico que Hermione había visto la semana anterior en el Callejón Diagon pero que no le había llamado la atención. Sin embargo Padma y Parvati parecían muy interesadas en las noticias que traía sobre el cantante de un grupo de rock llamado Las Brujas de Macbeth. Ya nadie hablaba del colegio o de las asignaturas que tendrían.
Pronto el compartimento estuvo completo. Hanna Abbot, una niña rubia y con coloretes y Terry Boot, un chiquillo moreno de ojos pícaros tomaron asiento poco después de que saliese el tren. En seguida Hanna se había enfrascado en una absurda conversación con Padma, Parvati y Lavender sobre un artículo de Corazón de Bruja que recomendaba los mejores hechizos para cambiar el cabello de color, mientras que Terry y Neville intercambiaban cromos de las ranas de chocolate. Hermione se enfrascó en su lectura: Historia de la magia moderna. Pero con el ruido de cinco personas hablando a la vez era imposible concentrarse.
Para cuando pasó la bruja del carrito de la comida ya había apartado el libro a un lado y miraba por la ventanilla con gesto hosco. El tren avanzaba dejando atrás campos cultivados y suaves colinas verdes para adentrarse en un paisaje mucho más agreste. A veces incluso atravesaban extensiones de bosque. Fue entonces cuando Neville, llevándose la mano al bolsillo del pantalón exclamó:
"¡He vuelto a perder a Trevor!"
Al principio hubo un pequeño revuelo porque nadie sabía quien era Trevor. Después Neville explicó, bastante compungido, que era su sapo. Parvati, Lavender, Padma y Hanna hicieron un gesto de asco. Terry soltó una risilla. Neville salió del compartimento, por si Trevor se había montado en el carrito de los dulces y viajaba por el tren comiendo pasteles caldero. Hermione bufaba. ¿Es que a nadie le importaba que el pobre chico hubiese perdido su mascota?.
Para olvidarse del asunto sacó la túnica de Hogwarts de su baúl y se la puso porque no quería tener que cambiarse a última hora, con el tren llegando ya a la estación. Informó al resto de sus compañeros de que debían seguir su ejemplo pero nadie le hizo caso. Así que volvió a coger el libro pero esta vez ni siquiera pudo leer porque estaba ya tan enfadada que tenía que repasar tres veces cada frase para comprenderla.
Sinceramente Hermione, se dijo, que esperabas, ¿creías que esto iba a estar lleno de niños cargados de libros hasta las orejas tremendamente interesados en los doce usos de la sangre de dragón o en los pasos necesarios para ejecutar un hechizo aturdidor o en las causas sociales que provocaron la revuelta de duendes de 1642?. Necesitaba estirar las piernas y despejar la cabeza.
Acababa de pensar eso cuando se abrió la puerta del compartimento y entró un azorado Neville que todavía no había encontrado a Trevor.
"La bruja del carrito no lo ha visto, ni tampoco la gente de los compartimentos de los siguientes tres vagones", dijo, "aunque, a decir verdad no me han hecho mucho caso en ningún sitio. ¿Seguro que Trevor no está por aquí?" añadió poniéndose a cuatro patas para mirar por debajo de los asientos.
Las niñas dieron unos cuantos chillidos cuando vieron que Neville se dirigía, aún de rodillas, a mirar bajo sus asientos y Terry directamente ya no podía contener la risa y se reía a mandibula batiente. Es suficiente, pensó Hermione. Y de un salto se puso en pie y le dijo a Neville:
"Vamos, yo te ayudaré a buscar tu sapo".
Jim levantó los ojos por encima de la página del periódico que estaba leyendo.
"¿A Londres?", preguntó.
"Aha", dijo Hermione sin dejar de mirar al libro abierto sobre la mesa. Tenía la costumbre de leer mientras desayunaba desde que estaba en el colegio.
"¿Para qué?" volvió a preguntar su marido.
"Ya te lo he dicho: una conferencia en la universidad" explicó con gesto desinteresado.
"Está bien", asintió Jim, "¿de que hablarás esta vez?"
Odiaba que le hicieran preguntas que no tenía ganas de contestar y odiaba más que le hiciesen preguntas que no sabía como contestar.
"No lo sé. Algo sobre cirugía maxilofacial", miró a Jim a los ojos para que no sospechara que le mentía e hizo una pausa para pensar una excusa convincente, "en realidad la conferencia debía darla Edward Wattson pero se ha puesto enfermo y me ha pedido que le sustituya. La ponencia es suya, yo solo voy a leerla".
"¿A que hora es?", Jim hablaba sin mucha convicción, volviendo a fijar la vista en el periódico.
"A las 11", al menos eso era cierto.
"¿Quieres que te lleve?", pasó la página y se quedó mirándola.
Hermione se quedó callada un segundo, con el tenedor a medio camino desde el plato hacia su boca. Creeme Jim, no querrías llevarme si supieras a donde voy, pensó. "No, no es necesario", dijo al fin, "tomaré el tren de las 9:22. Solo..., ¿podrías recoger a los niños cuando salgan del colegio?. No sé que hora regresaré"
"Sin problemas", dijo él. Y volvió a levantar el periódico.
La entrada para visitantes del Ministerio de Magia seguía estando en el mismo sitio que Hermione recordaba. Bien es verdad que el barrio había cambiado un poco. El crecimiento del volumen de los negocios en el centro de Londres había llevado a aquella calle antaño marginal varias oficinas de empresas punteras. Por la calle se veía un ajetreado enjambre de hombres y mujeres bien vestidos portando carteras de piel cara. Sin embargo la cabina de teléfonos continuaba en el mismo sitio. Ya no estaba desvencijada, pero seguía en el mismo sitio.
"Tome la insignia y colóquesela en la ropa", dijo la voz de la cabina, mientras ella recogía la pequeña chapa necesaria para entrar al ministerio. Llevaba escrito: Hermione Benthan, expediente sancionador. "Visitante al ministerio, se le solicita que se someta a un reconocimiento y presente su varita para registrarla en el mostrador de seguridad que está situado al final del patio" continuó la voz.
El suelo de la cabina tembló y comenzó deslizarse hacia abajo, como si se tratase de un ascensor. Perdió de vista la calle llena de gente, donde nadie pareció darse cuenta de que dentro de aquella cabina de teléfonos acababa de desaparecer una mujer, y después de un minuto en la oscuridad, el ascensor llegó a su destino. Se abrieron las puertas y vio el largo pasillo con el suelo y las paredes de madera.
"Bienvenido al Ministerio de Magia. Que tenga un buen día", se despidió la voz.
Salió de la cabina despacio, como si no tuviese las agallas suficientes para pisar el ministerio. A ambos lados del pasillo se sucedían las chimeneas por las que Hermione sabía que llegaban los empleados a su trabajo y los visitantes mágicos. Al no ser hora punta tan solo media docena de ellas estaban en funcionamiento. Se veía una deflagración de color verde y al instante siguiente un mago o una bruja salía de la chimenea sacudiendo la ceniza de su túnica. Viajar con polvos Flu nunca había sido lo más cómodo del mundo mágico.
El pasillo se abría a un patio en mitad del cual pudo ver la fuente que tanto le había ofendido unos años atrás: un mago, una bruja, un centauro, un duende y un elfo doméstico tallados en piedra. Los tres últimos miraban a los dos primeros con admiración. El agua saltaba cantarina desde las varitas del mago y la bruja.
Se acercó a la mesa que estaba al final del patio, justo delante de unas grandes puertas doradas y debajo de un rótulo en el que se leía: Seguridad.
"¿Puede darme su varita, por favor?", dijo el empleado con una sonrisa amable mientras dejaba a un lado el periódico que estaba leyendo. Era El Profeta. Hermione se sobresaltó al echar un vistazo a la portada: se había acostumbrado a que las fotos no se moviesen.
"Doce pulgadas y media, núcleo de pluma de Grifo, siete años de uso. ¿Es correcto?", el mago leyó el papelito que había expulsado aquella especie de balanza para "pesar" varitas.
"Lo es", murmuró Hermione.
"Bien, aquí tiene", le tendió la varita de vuelta, "puede pasar. Que tenga un buen día"
Avanzó hacia las puertas doradas y empujó para entrar.
Ministerio de Magia, 10 de Junio de 1996 19 años antes.
Cada vez que respiraba era como si cientos de cuchillos afilados se clavasen en sus pulmones. Dolor. Tenía casi quince años pero hasta ahora no había sabido que significaba realmente aquella palabra. Había sido petrificada, golpeada por un árbol con muy malas pulgas, había resistido a la poción multijugos que cambiaba por completo tu apariencia, atravesado fuegos mágicos... pero nunca antes había sentido ese dolor. Un dolor punzante, agudo. Empezaba en algún lugar cercano a sus costillas y se extendía hacia los brazos, las piernas, golpeaba su cabeza como si fuese una tonelada de hierro. Cada segundo.
Había empezado en el momento en que abrió los ojos y vio a Dumbledore mirándola desde detrás de sus gafas de media luna. Le dijo:
"Bienvenida, señorita Granger. No se mueva, por favor", habría jurado que sonreía con alivio.
No se movió. No habría podido aunque quisiera. Lo último que recordaba era a ese horrible Dolohov y el rayo morado que salía de su varita y le daba directamente en el pecho, pillándola desprevenida. Después, la oscuridad. Y ahora el dolor. Insoportable. Cerró los ojos de nuevo, tenerlos abiertos dolía.
¿Donde estaban los demás?, ¿les había pasado algo?, ¿como había llegado Dumbledore hasta allí?, si estaba allí era que los mortífagos habían quedado fuera de combate. Pero, ¿y si había llegado demasiado tarde?, ¿y si sus amigos yacían muertos junto a ella?, ¿y si Voldemort había conseguido su propósito?. Otra punzada de dolor casi hizo que le saltasen las lágrimas. ¡Por Merlín!, ¿donde estaba Ron?.
Sintió que alguien la alzaba y oyó la voz de Remus Lupin cerca de su oído.
"Yo llevaré a Hermione. ¿El resto de los chicos puede andar?. Seguidme"
Se movían. Tenía que abrir los ojos. Necesitaba abrir los ojos aunque aquel leve gesto la matase. El resto de los chicos, ¿quienes eran el resto de los chicos?. Haciendo un esfuerzo que consideró sobrehumano pudo despegar sus párpados. Vio la barbilla de Lupin que temblaba débilmente, sus ojos parecían rojos. Avanzaban a través de aquella habitación circular de paredes negras. Luna Lovegood caminaba a su lado, el pelo rubio enmarañado y con una expresión ausente, como si todo aquello no fuera con ella.
Hermione tenía ganas de gritar. De dolor, de miedo, de desesperación. Pasaron junto Dumbledore que hablaba con un grupo de magos entre los que distinguió a Cornelius Fudge, el Ministro de Magia.
"He enviado a Harry de vuelta a Hogwarts. Los demás están bien...", sus palabras se perdieron en la distancia. Respiró con alivio. Harry estaba sano y salvo y los demás estaban bien, pero ¿donde estaban?.
Cuando entraron en el ascensor y Lupin se colocó al fondo de la cabina les vio. Bien era una palabra que ella no habría utilizado para describir el estado de sus amigos. Vio a Neville que tenía la nariz torcida, roja e hinchada, su camisa llena de sangre. Vio a Kingsley que llevaba a Ginny en brazos tal y como Lupin la llevaba a ella, el tobillo de la pelirroja debía estar roto a juzgar por el ángulo anormal de su pie. Y vio a Ron, apoyado contra una de las paredes del ascensor, un hilillo de sangre resbalaba por la comisura de sus labios, pero lo que la hizo estremecerse fueron sus brazos: mostraban unas marcas largas, estrechas y rojizas, como si se le hubiesen enroscado cuerdas al rojo vivo en ellos. A juzgar por su cara contraída sus heridas debían de dolerle casi tanto como a ella las suyas. Entonces Ron levantó la cabeza y la miró, al darse cuenta de que ella también le miraba sonrió débilmente y le guiñó un ojo. Durante un corto instante el dolor desapareció.
El ascensor llegó a su destino y salieron al atrio del ministerio. Estaba lleno de gente que corría de un lado a otro, empleados del lugar que gesticulaban asombrados. Parecía que allí se había librado una batalla: las puertas doradas estaban rotas y donde antes había estado la fuente ahora solo quedaban cascotes. Oyó algunos de retazos de conversación:
"...Quien-tu-sabes..."
"...regresado..."
"...no puede ser..."
"...Fudge ha dicho..."
"...lo vio ese chico, Potter..."
Y entonces lo supo. Mientras recorrían el largo pasillo hasta la salida del Ministerio supo que la segunda guerra contra Voldemort había comenzado. Supo que sería una batalla larga. Supo que la gente sufriría, que tendría miedo, que se les encogería el alma ante el dolor, el horror, la desolación. Supo que Harry era una pieza importante de todo aquel rompecabezas y supo que ella y Ron estarían a su lado pasase lo que pasase. Pero lo peor, lo que realmente hizo que el dolor le atravesase el pecho de forma más aguda que antes fue que supo, por primera vez, que ninguno de ellos era inmortal.
La joven bruja vestida con una túnica amarilla (el amarillo parecía el color de moda aquella temporada entre los magos) le sonrió y dijo amablemente:
"El señor Longbottom la recibirá ahora. Pase por aquí por favor".
"Gracias", dijo Hermione mientras se levantaba del sillón en el que había estado sentada y seguía a la bruja a través una puerta de roble con tallas de animales fantásticos. Al otro lado había un despacho casi tan grande como el suyo en la universidad, pero desde luego no tan convencional. Hermione pensó en como arquearían las cejas varios de sus compañeros de trabajo si ella tuviese retratos que murmuraban colgados de la pared, alfombras de piel de dragón en el suelo, plantas con dientes sobre las mesas o memorandums flotando por el aire.
Sentado tras el escritorio había un hombre de espaldas anchas, algo grueso. Tenía el pelo negro, pero con grandes entradas a ambos lados de la frente. Leía con atención un pergamino y Hermione pudo comprobar que el pelo tampoco abundaba en la coronilla. A pesar de tener solo treinta y cinco años Neville Longbottom lucía una prematura calvicie.
"La señora Benthan está aquí, señor Longbottom", dijo la secretaria.
El hombre levantó la cabeza y se quedó mirando con aire ausente. "¿Quien?", dijo dudando, "¡ah, si!, lo había olvidado. No se como he podido olvidarlo...", se echó hacia un lado en la silla para ver a la persona que estaba detrás de su secretaria. "¡Hola Hermione!", exclamó, mientras se levantaba y daba la vuelta a la mesa para venir a estrecharle la mano. Neville tenía la misma sonrisa inocente de sus once años.
"Gracias, Rose, puedes retirarte", dijo a la joven bruja, "Siéntate, por favor", señaló un butacón de piel verde que resultó ser más cómodo de lo que parecía. La secretaria salió de la oficina y Neville volvió a su sitio tras la mesa. Se sentó y la estudió con la mirada.
Hermione esperaba impaciente. Ahora que estaba delante de Neville sintió que quería que aquello acabara cuanto antes para poder volver al Londres muggle. Fue él quien empezó a hablar:
"¿Que tal estás?", dijo, "es estupendo volver a verte: no has cambiado casi nada"
"Gracias, Neville", sonrió Hermione a su amigo, "estoy... bastante bien"
"Me alegro", Neville la miró fijamente, después tomó aire para continuar, "bueno... esto va a ser un poco... raro, supongo que sabes por qué te hemos llamado..."
Hermione asintió: el ministerio posiblemente querría quedarse con su varita.
"Normalmente este tipo de infracción se resuelve ante un tribunal, pero he querido hacer una excepción en tu caso, teniendo en cuenta que tu...", Neville se paró un instante, "¿o es que has decidido volver a practicar la magia?"
"No", dijo Hermione de forma categórica, "he renunciado a la magia para siempre, ya lo sabes", Neville parecía decepcionado. Necesitaba dar una explicación, "Tan solo es que... el otro día, limpiando el desván, encontré la varita y bueno... fue un accidente. Un accidente que no volverá a repetirse", fue bajando el tono de su voz hasta que las últimas palabras salieron en un murmullo.
Neville tardó en reaccionar, después dijo:
"Bien. Entonces..." titubeo, "entonces... ¡Oh Merlín!, odio tener que hacer esto, pero tendrás que entregarme la varita. Lo siento", se disculpó, "la Ley... ya sabes que si un muggle la encontrase..."
"Claro" dijo Hermione que ya rebuscaba en su bolso y sacaba la varita para tendérsela a Neville. Este la cogió con miedo, como si le ofreciesen algo que sabia que no le pertenecía.
"Pues ya está", dijo poniendo la varita de Hermione sobre la mesa con cuidado, "¿estás segura?, ya sabes que si quieres recuperarla no hay ningún problema..."
Hermione hizo un gesto de negación. "No," dijo, "yo no hago magia. Soy una muggle"
Neville sonrió. "Tu no eres una muggle, Hermione. Ya lo sabes"
Hermione se sintió incómoda. Sabía que no era una muggle pero había decidido serlo y lo cumpliría. No quería volver al mundo mágico, venir al Ministerio ya había sido suficiente esfuerzo. Quería olvidarse de aquel asunto cuanto antes y volver a ser Hermione Benthan. Se revolvió inquieta en el sillón. Neville captó la indirecta, se puso en pie y le tendió la mano una vez más.
"Bien", dijo, "no te entretengo más. Ha sido un placer volver a verte después de tanto tiempo. Adiós."
Hermione se levantó del sillón y le devolvió a Neville el saludo. Se volvió y echó a andar hacia la puerta. Tenía el picaporte en la mano cuando oyó que Neville la llamaba.
"Hermione"
Se dio la vuelta.
"¿Si?", dijo.
"El Cuartel General de los Aurores está en esta misma planta", explicó, "tal vez quieras pasarte a saludar."
"Gracias, Neville, pero tengo que coger un tren en veinte minutos" se disculpó Hermione. Abrió la puerta y salió del despacho. Cuando pasó delante de la entrada al Cuartel General de los Aurores apretó el paso. No quería que nadie supiese que había estado allí.
