Ser un muggle.
La pantalla del ordenador desprendía un fulgor azulado que iluminaba tenuemente el resto de la habitación.
Los TAC spiralados con detectores de alta resolución pueden proveer una visualización de segmentos coronarios con stent en pacientes con riesgo de re-estenosis...
Las cinco de la tarde. Solo dos páginas más y aquel artículo estaría terminado. Uno más en la larga lista de Hermione Benthan, brillante profesora y cirujana. Se recostó hacia atrás en la silla y mordisqueó el capuchón de un bolígrafo mientras pensaba como redactar el próximo párrafo.
Parpadeó. Había muy poca luz en el despacho. Normalmente a esas horas, una tarde de Mayo, la luz del sol debería entrar por las ventanas. Los estudiantes deberían estar tirados sobre el césped del campus. Sin embargo llovía a cántaros. Como si nunca hubiese llovido en aquel país modelado por el agua.
Se levantó de la silla y caminó hasta la ventana. Allí abajo un par de personas correteaban resguardándose de la lluvia bajo los aleros de los edificios. Fijó la vista en las fachadas de enfrente. Las viejas piedras de aquellos impresionantes edificios góticos brillaban húmedas, estáticas, aburridas. Como si nada ni nadie pasase por ellas.
5 de Mayo de 1997 18 años antes.
No era ningún secreto que a Hermione Granger le encantaba la biblioteca. Dejando aparte la Sala Común de Gryffindor para ella la biblioteca era el lugar donde más cómoda se sentía de todo Hogwarts. Normalmente pasaba allí la mayor parte del tiempo entre clase y clase, haciendo los deberes o buscando libros para ampliar sus conocimientos. Le gustaba pasear entre las estanterías, tocando con un dedo aquellos volúmenes añejos, grandes y cubiertos de polvo que parecían contener toda la sabiduría del mundo.
Se paró delante de una estantería y observó los títulos: Pociones regeneradoras, Poderes de los Magos de Antaño... Profecías a través de la Historia, ese era. Por desgracia estaba en el estante más alto. No es que ella fuese pequeña, pero a veces daba la impresión de que la biblioteca estaba hecha para gigantes. O al menos para alguien que tuviese la estatura de...
"¡Ron!", susurró llamando a su amigo. ¿Donde se había metido?, hacía solo un momento lo había oído detrás de ella, refunfuñando por la cantidad de libros con los que tenía que cargar.
"¡Ron!", repitió desandando un par de pasos. En ese momento le vio aparecer doblando la esquina del pasillo principal. Cargaba con cuatro volúmenes bastante grandes.
"¿Qué quieres?", le espetó en voz baja, "estos libros pesan lo suyo, ¿sabes?, no puedo ir corriendo detrás de ti"
"Yo no voy corriendo", protestó Hermione, se dio la vuelta y señaló hacía donde había encontrado el libro que estaba buscando, "necesito que me bajes ese tomo de ahí, por favor"
Ron siguió con la mirada la dirección de su dedo y puso los ojos en blanco cuando comprobó que apuntaba a un libro de tapas negras y con aspecto de pesar más de lo normal.
"¿No tienes ya suficiente lectura para esta tarde?", dijo.
Hermione frunció el ceño. Todos los días tenían la misma discusión. Ella llegaba a la biblioteca y Ron se empeñaba en ayudarla a cargar con los libros. La verdad es que necesitaba que le echasen una mano: desde que había sido herida en el Ministerio a finales del curso anterior su salud no había sido, por así decirlo, óptima. No es que fuese algo muy grave, podía llevar una vida normal y se estaba recuperando poco a poco, pero Madame Pomfrey le había aconsejado que se tomase las cosas con calma. "Tiene suerte de estar con vida, señorita Granger: no sea cabezota y no haga esfuerzos", le había dicho poco antes de Navidad, cuando Hermione tuvo que pasar una semana en la enfermería a causa de una recaída. Estudiar más de ocho horas diarias desde principios de septiembre le pasó factura y el dolor a la altura de las costillas reapareció con más fuerza que nunca durante una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Harry y Ron la arrastraron a velocidad de vértigo hasta la enfermería a pesar de sus protestas. Desde entonces había disminuido, muy a su pesar, el ritmo de estudio a cinco horas diarias, visitaba la enfermería una vez por semana para que Madame Pomfrey, con quien mantenía interesantes charlas sobre la medicina mágica, le diese una de sus pociones y, por supuesto, no podía cargar con demasiado peso. Lo cual implicaba que uno de sus dos amigos transportase sus numerosas lecturas. Solía ser Ron.
"Oh, ya veo", dijo Hermione ofendida mientras iba hacia la estantería y se ponía de puntillas levantando un brazo para intentar alcanzar el libro. La rutina de cada tarde: ella cogía unos cuantos libros, él hacía algún comentario sarcástico sobre su afición al estudio, ella cogía más libros, el protestaba, ella se enfadaba, él se enfadaba y acababan por no dirigirse la palabra durante la siguiente media hora. Una rutina que resumía a la perfección su relación desde que estaban en tercero: ese constante tira y afloja en el que eran auténticos maestros. Dos pasos hacia delante, uno hacia atrás. Siempre.
"Está bien, está bien", oyó a Ron a sus espaldas, " Yo lo cojeré".
Posó los libros que llevaba en brazos sobre el suelo y se acercó hacía donde estaba ella. "¿Es este?, ¿Profecías a través de la Historia?"
Asintió. Ron estiró el brazo y agarró el libro. Al hacerlo la manga de su camisa se deslizó hacia abajo, dejando al descubierto parte de su antebrazo. Hermione pudo ver con claridad las cicatrices. La aventura en el Ministerio no solo había tenido consecuencias físicas para ella.
"¿Ya hemos terminado?", dijo Ron con impaciencia mientras colocaba el libro en el montón que ya tenía en el suelo y lo cogía todo poniendo cara de esfuerzo.
"Si", contestó Hermione lacónica. Cambió de mano su copia de Historia de Hogwarts, que llevaba consigo porque la estaba releyendo por séptima vez, y empezó a caminar hacia el pasillo central de la biblioteca. Pero Ron la agarró por un brazo y dijo: "Trae, también te llevaré ese" mientras cogía su libro por la solapa superior.
"No es necesario", contestó Hermione tirando hacia si del volumen en un vano intento por que Ron lo soltara. Pero este lo agarró aún con más fuerza.
"Pesa un montón, Herm, no tienes porque cargar con él. Ya sabes lo que Madame Pomfrey...", odiaba ese tono de voz protector.
"Sé perfectamente lo que Madame Pomfrey dijo, Ronald", utilizó su nombre completo para darle a entender que no insistiese, pero los dos siguieron tirando del libro cada uno para un lado.
"¡No seas testaruda!", el forcejeo continuaba.
"¡Mira quien va a hablar...!", estaban hablando en un volumen que empezaba a ser demasiado alto para la biblioteca.
"¡Te digo que me lo des!"
"¡Ni hablar! y dejas de tirar tan fuerte vas a..."
CRASH.
La vieja copia de Historia de Hogwarts, resentida ya por el paso del tiempo y la infinidad de lecturas y consultas a la que había sido sometida, se partió por la mitad.
"...romperlo", dijo Hermione en un susurro mirando boquiabierta hacia el puñado de hojas que tenía en la mano, primero y a las tapas del libro, que Ron había arrancado y aún sostenía, después.
Tomó aire y le lanzó una mirada asesina. Ron se había quedado pálido y boqueaba a punto de decir algo estúpido que seguramente haría aumentar su enfado. Levantó un dedo con gesto amenazador.
"No. Digas. Nada.", le amenazó antes de arrebatarle las tapas de la mano y salir al pasillo hecha una furia sin mirar atrás. Caminaba en dirección a una de las mesas de estudio intentando recomponer el libro sin éxito.
Azotó Historia de Hogwarts sobre la mesa en la que Harry estaba terminando una redacción para la clase de Transformaciones con tanta fuerza que su amigo dio un salto en la silla, asustado. Madame Pince, la bibliotecaria, levantó la cabeza y la miro con gesto de reprobación.
"¿Que pasa?", preguntó Harry en voz baja ajustándose las gafas sobre la nariz.
Hermione no contestó. Se sentó en una silla frente a él y empezó a colocar las páginas desmembradas. Poco después llegó Ron, cargado con todos los libros que ella había ido seleccionando. Los posó a su lado y fue a sentarse junto a Harry que volvió a repetirle a él la pregunta. Hermione vio por el rabillo del ojo que hacía un gesto de mejor no preguntes, tío.
Aquello consiguió cabrearla aún más. Carraspeó con fuerza y apartó a un lado Historia de Hogwarts. Miró a Ron: el muy imbecil agachaba la cabeza evitando el contacto visual. Sería mejor dejar la bronca para cuando saliesen de la biblioteca. Cogió el primer libro de la pila que tenía a su lado pensando en que esa noche la cena iba a ser de lo más movidita, lanzándose reproches el uno al otro por encima de las jarras de zumo de calabaza mientras Harry pretendería ignorarlos. Hacia años que había adoptado la táctica de ignorarlos cuando se peleaban.
Sacudió la cabeza y centró toda su atención en el libro que tenía delante suyo. Llevaba todo el curso leyendo sobre profecías. A estas alturas ya había leído todos los libros más importantes sobre el tema al menos unas dos veces, pero eso no parecía ayudar a Harry en nada. El comportamiento de su amigo había cambiado mucho durante el último año. Ahora era más taciturno que nunca, como si toda su vida estuviese cubierta por una sombra que, por alguna razón y en contra de lo que en él era habitual, había decidido no compartir con ella y Ron. Solo el Quidditch parecía animarle, aunque también su innata habilidad para ese deporte estaba mermada: Hermione todavía recordaba como en el último partido el buscador de Hufflepuff le había arrebatado la snitch delante de sus narices sin que Harry se diese cuenta. Distraído. Perdido. Así estaba.
Las noticias que se recibían desde el exterior tampoco ayudaban nada. Todo el mundo mágico esperaba el estallido de una guerra, la reaparición definitiva de Voldemort (en los últimos meses Hermione por fin podía decir ese nombre sin tartamudear y sin que un escalofrío recorriese su espalda. Ron en cambio seguía rechinando los dientes al oírlo), algo que todavía no había sucedido. Sin embargo El Profeta estaba lleno de noticias referentes a ataques a muggles, que, hasta el momento, habían sido convenientemente disimulados. El señor Weasley nunca había tenido tanto trabajo en el Departamento del Uso Incorrecto de Objetos Muggles como aquel año.
Pero había algo que preocupaba a Hermione más que nada: sus padres. Ambos permanecían ajenos a todo lo que estaba ocurriendo y sin embargo su hija, amiga del famoso Harry Potter, la estudiante más destacada de Hogwarts y nacida de muggles, podía ser un objetivo primordial para los mortífagos. Ellos mismos podían ser un objetivo. Hermione sabía que su casa de Kidlington estaba vigilada día y noche por miembros de la Orden, pero aún así un temblor casi imperceptible se apoderaba de sus manos cada mañana cuando abría el periódico y no desaparecía hasta que comprobaba que, ese día, también se habían librado. Pero, ¿por cuanto tiempo?.
Era horrible. Y todo lo que podía hacer ella era sentarse en la biblioteca y leer libros y libros sobre profecías, sobre Defensa Contra las Artes Oscuras, sobre Historia de la magia. Lo que fuese. Leer. Su receta contra todo lo que estaba mal en el mundo.
"Hermione...", la voz de Harry llegaba como si le hablase desde otra dimensión: tan concentrada estaba, "Hermione...", le oyó repetir, "¿que son todos estos libros?"
Levantó la cabeza. Harry examinaba con atención los lomos de los libros que Ron había traído para ella.
"Solo son algunas lecturas que hago para... para documentarme, ya sabes", a Harry no le hacía mucha gracia su interés por las profecías.
"¿Doscientas Profecías Mágicas, Un estudio sobre el fenómeno profético...?, Harry leyó algunos de los títulos, "Hermione: dime que no estás intentando otra vez saber más sobre ese estúpida profecía del Ministerio..."
¿Por qué era tan reticente con aquel tema?. "¿Y que si lo hago?", replicó, "saber más es algo que puede ayudarnos..."
"No veo en que podría ayudaros a vosotros", le cortó Harry. El Harry arisco que tan poco le gustaba y que contrastaba enormemente con el muchacho amable que siempre había conocido.
"Bueno, para empezar, Harry", normalmente le dejaba pasar cuando se ponía así, pero hoy ella misma estaba demasiado enfadada para continuar leyendo como si nada, "no eres nadie para decirme lo que puedo leer y lo que no", vio como Ron levantaba la cabeza del pergamino que estaba escribiendo y la miraba sorprendido, "y en segundo lugar si supiésemos que decía aquella profecía quizá sepamos porque Voldemort estaba tan interesado en conseguirla", el volumen de su voz aumentaba y Ron hizo una mueca de dolor cuando oyó el nombre de Quién-tu-Sabes.
"¿AH SI?", Harry ya casi hablaba en un tono normal, "¡pues que a mi si me parece que tengo potestad para decidir si puedes o no inmiscuirte en mis asuntos, porque resulta que la famosa profecía llevaba mi nombre y puedo asegurarte que ¡NO QUIERO SABER NADA MÁS SOBRE ESE TEMA!", ahora unos cuantos alumnos les miraban, Ron paseaba la vista de uno a otro nervioso y Madame Pince estaba a punto de llamarles la atención, pero a Hermione no le importaba nada de esto: lo único que sabía es que nada ni nadie iba a interponerse entre ella y aquellos libros. Iba a ayudar a Harry lo quisiera él o no y su única forma de ayudar siempre había sido esta.
"¿Y POR QUÉ NO QUIERES, EH?", gritó, "¿por qué?, porque resulta que a mi me interesa saber porque he estado a punto de morir o porqué Ron llevará esas cicatrices toda su vida" señaló hacia su amigo que ya había posado la pluma y parecía a punto de entrar en la discusión, seguramente para pedirles que se calmasen "o porque Sirius..."
Aquello hizo explotar a Harry definitivamente. Dio un golpe en la mesa con la mano abierta y se puso de pie chillando: "¡NO QUIERO SABER NADA DEL ASUNTO PORQUE YA LO SÉ TODO!", soltó.
Los tres se quedaron clavados durante un segundo. Después Harry murmuró algo y salió corriendo de la biblioteca. Madame Pince había llegado hasta su mesa visiblemente molesta.
"¡Señorita Granger...!", pero Hermione no la oía: miraba a Ron que la miraba a ella con el mismo gesto de sorpresa que supuso podría verse en su cara.
"¡¿Qué?!", se dijeron el uno al otro.
Hermione se levantó de la silla, ignorando la reprimenda de Madame Pince y los cuchicheos del resto de alumnos presentes en el lugar y echó a correr hacia la puerta, con la intención de alcanzar a Harry. Sabía que Ron la seguía.
Cuando salieron de la biblioteca le vieron cruzando la puerta de entrada al castillo. "¡HARRY!", gritaron los dos, pero su amigo no se detuvo.
En el exterior llovía. Era Mayo, pero el tiempo estaba desastroso desde hacía un par de semanas. Lluvia y viento, una ventisca propia de Noviembre azotaba los terrenos de Hogwarts. No les importó mojarse. Lo único que querían era alcanzar a Harry. No tardaron mucho: al doblar la esquina que llevaba al patio donde se daban las lecciones de vuelo casi chocan con él. Plantado en mitad del camino, con los puños apretados y los ojos brillando ferozmente les gritó:
"¡NO NECESITO QUE ME SIGAIS COMO SI FUESE UN NIÑO PEQUEÑO!", estaba fuera de si.
"¡NO TENDRÍAMOS QUE HACERLO SI NO TE COMPORTASES COMO TAL!", chilló Hermione, "¡SI CONFIASES EN NOSOTROS POR UNA SOLA VEZ Y NOS CONTASES LO QUE ESTÁ PASANDO, ¿QUE ES ESO DE QUE YA LO SABES TODO SOBRE LA PROFECÍA?!"
Un par de estudiantes que pasaban corriendo resguardados de la lluvia bajo sus capas les miraron estupefactos: no todos los días se veía a un par de prefectos gritando al famoso Potter como posesos.
"¿NO DESCANSARÁS HASTA ENTERARTE, VERDAD?", Harry les fulminó con la mirada. Tomó aire, "PUES MUY BIEN, MUY BIEN, OS LO DIRÉ: VA A MATARME, ¿SABEIS?, LA PROFECIA DECÍA QUE ME MATARÁ O QUE YO LE MATARÉ A ÉL, ¡PERO QUE UNO DE LOS DOS TIENE QUE MORIR PARA QUE TODO ACABE!"
Se hizo un silencio como si dos planetas acabasen de colisionar y ahora solo quedasen sus restos esparcidos en el espacio. El viento azotó sus túnicas. Hermione estaba empapada, las gotas de lluvia caían de la punta de la nariz de Harry y el pelo de Ron se había oscurecido hasta adquirir un intenso color granate. Ninguno de los tres fue capaz de articular una sola palabra.
"Y las puertas, todas ellas de madera de pino, tienen apliques dorados, ¿verdad Steve?"
Margaret y Steve Greyson hablaban y hablaban de su nuevo apartamento en Mallorca. Eran amigos de Jim. Bueno, Steve era amigo de la infancia de Jim: habían ido juntos al mismo colegio, un internado de chicos cerca de Birminghan. Margaret era la mujer de Steve. Ambos abogados. Y ambos aburridísimos. Solían cenar con ellos una vez cada dos meses, más o menos, porque a Jim le gustaba mantener el contacto con su mejor amigo. En aquellas cenas ellos dos se reían y recordaban anécdotas de sus años escolares mientras Margaret mantenía informada a Hermione sobre los progresos de su hijo tocando el piano, lo mucho que le hacía sufrir su úlcera o, como aquella noche, la equipación del flamante apartamento que pensaban estrenar el próximo verano.
"las baldosas del suelo son de primerísima calidad..."
"Aha", asentía Hermione prestando atención tan solo a la mitad de lo que le decía
"Herm", Jim interrumpió, por suerte, la conversación de Margaret, "mira lo que ha encontrado Steve el otro día en su desván: te va a hacer gracia"
Le tendió una fotografía. Un equipo de fútbol infantil posaba ante la cámara antes de comenzar un partido. Hermione reconoció a un Jim de unos doce años: era el primero por la derecha, el otro niño un palmo más bajito y algo rechoncho que estaba su lado debía de ser Steve.
"¿Este eres tu?", preguntó Hermione
"El equipo infantil de Willowfield College, temporada 92/93", dijo Jim con seriedad
"¿Te acuerdas de cuando ganamos al equipo de Oaktown?", decía Steve mientras Jim asentía sonriendo, "gracias a ese partido quedamos subcampeones en la liga aquel año..."
"Me acuerdo de la fiesta que se celebró", dijo Jim.
"¿Que fiesta?", les interrumpió Hermione, "supongo que todo el colegio estaría muy contento, ¿os lo pasasteis bien?"
"¿Bien?", le contestó Jim, "oh, no, cariño, tan solo teníamos doce años: aquella noche nos dieron postre doble a los del equipo y después los profesores nos mandaron a la cama antes de las 10"
4 de Junio de 1993. 22 años antes.
Si has pasado petrificado los últimos dos meses de tu vida al despertar todo te parecerá más brillante, más vivo, mejor. Por eso Hermione pensaba que nunca el techo del Gran Comedor le había gustado tanto como aquella noche. Por encima de las velas flotantes se veía un cielo negro plagado de estrellas que refulgían de cuando en cuando. Lo observaba desde hacía casi cinco minutos, echada sobre uno de los bancos de la mesa de Gryffindor. La mesa de los campeones de la Copa de las Casas por segundo año consecutivo, pensó. Estaba orgullosa. Harry y Ron habían descubierto la entrada a la Cámara Secreta gracias a las pistas que ella pudo dejar antes de encontrarse con el Basilisco y habían librado a Hogwarts de su mayor amenaza en los últimos años. Estaba tremendamente orgullosa.
La celebración ya había empezado antes de que ella saliese de la enfermería, cuando a medianoche Ron había entrado corriendo hasta su cama y prácticamente la había arrastrado hacia el Gran Comedor bombardeándola con tal cantidad de información que tuvo que pedirle que se lo explicase todo sin comerse nueve de cada diez palabras. Al final pudo entender algo gracias a la traducción simultánea que hizo Ginny, que había sido testigo directo de los acontecimientos. Todavía no acababa de creérselo: la pobre Ginny poseída por el diario de ese Tom Marlvoro Riddle, que resultó ser Quién-tu-Sabes. De todas formas la más pequeña de los Weasley no parecía muy afectada: apenas diez minutos antes Hermione la había visto enzarzada en una guerra de pasteles de merengue que Fred y George habían empezado a lanzar a Percy pillando a este desprevenido y manchando su preciada insignia de prefecto.
De pronto el culo de un plato dorado se interpuso entre sus ojos y el techo encantado. Dos pares de piernas enfundadas en los pantalones de sendos pijamas de rayas se pararon junto a ella.
"¿Molesta porque la profesora McGonagall ha prescindido de los exámenes o preocupada por Lockhart?", reconoció el tonillo de recochineo en la voz de Ron: él y Harry estaban de pie junto al banco. El pelirrojo llevaba un plato con todas las variedades de tarta que se habían servido y tenía la cara manchada de chocolate. Harry también estaba sucio, seguramente se debía a las palmadas en los hombros que Hagrid les dio a él y a Ron al llegar de Azkaban: el gigantón no medía muy bien sus fuerzas y les había tirado contra los postres recién servidos.
"Ninguna de las dos cosas", mintió Hermione sentándose en el banco. Si era cierto que le fastidiaba que no hubiese exámenes y también sufría por Gilderoy Lockhart. Había demostrado ser un farsante pero... tenía una sonrisa tan bonita. Además, ella no era como Ron, que se alegraba de las desgracias que le ocurrieran a quienes no le caían bien y que no tenía ni el más mínimo sentido de la responsabilidad, especialmente cuando la responsabilidad tenía algo que ver con los estudios.
Se sentaron a su lado. Hermione quería que Harry le aclarase algunas de las cosas que habían ocurrido durante su ausencia y Ron acompañaba el relato de su amigo asintiendo con la cabeza entre bocado y bocado. No podía creerse lo de las arañas.
"¿De verdad arrastraste a Ron hasta el Bosque Prohibido siguiendo una fila de arañas?", preguntó levantando una ceja incrédula.
"Nunca más, nunca más", murmuraba Ron a su lado.
"Bueno, me costó convencerle pero... ¡eh, mirad eso!" Harry señalaba hacia la mesa de los Slytherin. Alguien había metido una bengala del Dr. Filibuster en una de las tartas de crema allí servidas y había explotado en la cara de Malfoy, poniéndole perdido.
"¡eh, Malfoy!", gritaba Ron puesto en pie y haciendo bocina con las manos para que su voz se oyese al otro lado del Gran Comedor, "¡límpiate antes de que Crabbe o Goyle te hinquen el diente, dudo que sepan distinguir entre un pastel y una persona!"
"¡Ron!", le reprendió Hermione tirándole de la bata hacia abajo para que volviese a sentarse. Pero era inútil, a su lado Harry también se había levantado para ver mejor la escena y ambos se reían ya a carcajadas.
Hermione suspiró e hizo un gesto de resignación, levantando la mirada hacia el techo del Gran Comedor. Las estrellas seguían titilando, podía ver el rastro blanco de la Vía Láctea. Las voces y las risas de los alumnos de Hogwarts resonaban en sus oídos. Sonrió. Definitivamente era fantástico estar de vuelta.
Jim cerró las puertas del coche con el mando a distancia. "¿Crees que llegamos muy tarde?, ¿se molestarán tus padres?"
"Jim, es solo medianoche", dijo Hermione sacando del bolso las llaves de casa, "además: se quedan a dormir"
"Ah", murmuró Jim, apoyándose en la pared cerca de la puerta, "estoy agotado", añadió.
Hermione se dispuso a abrir, pero alguien lo hizo antes que ella. Su madre sostenía la puerta en la mano, vestida con camisón, bata y con ¿una redecilla? en el pelo.
Ella y Jim parpadearon confusos. "Os he oído llegar", aclaró la señora Granger.
Preguntaron por los niños mientras entraban en casa.
"Están en la cama desde dos horas", explicó su madre.
"Perfecto", dijo Hermione. Miró a su madre, "¿por qué?... ¿por qué llevas eso en la cabeza?" preguntó viendo por el rabillo del ojo como Jim aguantaba la risa.
"He ido a la peluquería esta mañana, querida", contestó la señora Granger con mucha naturalidad, "no quiero chafar mi peinado"
"Oh", fue todo lo que acertó a decir Hermione quien no recordaba nada especial en el pelo de su madre cuando había llegado a casa aquella tarde.
Permanecieron callados un instante.
"Me voy a la cama", dijo Jim dándole un beso en la frente, "no tardes"
"No", musitó Hermione mientras le veía desaparecer escaleras arriba. Se volvió hacia su madre: "¿Quieres un te?"
La señora Granger asintió. De camino a la cocina pasaron por el salón, donde su padre roncaba sentado en un sillón orejero con la tele encendida. Ambas sonrieron.
"¿Se han portado bien los niños?", preguntó Hermione mientras rebuscaba en los armarios para coger dos tazas.
"Si...", contestó su madre, "bueno: Jimmy protestó y se enfado cuando le mandamos a la cama"
"Siempre lo hace", aclaró Hermione. Puso las dos tazas encima de la mesa y se dirigió a coger la tetera, "El truco está en ponerte muy seria"
"Eso hice", la señora Granger hizo una pausa, "¿sabes que?: se parece mucho a ti cuando tenías su edad"
Hermione negó con la cabeza mientras echaba el te en las tazas. "¿Qué dices", dijo, "es clavadito a Jim, tiene sus mismos ojos" Le dio la espalda a su madre para poner la tetera al fuego.
"No me refiero a su aspecto físico", replicó su madre, "se parece demasiado a ti". Había algo en aquel tono de voz que no le gustaba nada. Cerró los ojos y tomó aire.
"Hermione: mírame", ordenó la señora Granger.
Se dio la vuelta muy despacio. Su madre había retirado la redecilla la cabeza: tenía el pelo de un verde brillante.
"Demasiado", afirmó.
La pantalla del ordenador desprendía un fulgor azulado que iluminaba tenuemente el resto de la habitación.
Los TAC spiralados con detectores de alta resolución pueden proveer una visualización de segmentos coronarios con stent en pacientes con riesgo de re-estenosis...
Las cinco de la tarde. Solo dos páginas más y aquel artículo estaría terminado. Uno más en la larga lista de Hermione Benthan, brillante profesora y cirujana. Se recostó hacia atrás en la silla y mordisqueó el capuchón de un bolígrafo mientras pensaba como redactar el próximo párrafo.
Parpadeó. Había muy poca luz en el despacho. Normalmente a esas horas, una tarde de Mayo, la luz del sol debería entrar por las ventanas. Los estudiantes deberían estar tirados sobre el césped del campus. Sin embargo llovía a cántaros. Como si nunca hubiese llovido en aquel país modelado por el agua.
Se levantó de la silla y caminó hasta la ventana. Allí abajo un par de personas correteaban resguardándose de la lluvia bajo los aleros de los edificios. Fijó la vista en las fachadas de enfrente. Las viejas piedras de aquellos impresionantes edificios góticos brillaban húmedas, estáticas, aburridas. Como si nada ni nadie pasase por ellas.
5 de Mayo de 1997 18 años antes.
No era ningún secreto que a Hermione Granger le encantaba la biblioteca. Dejando aparte la Sala Común de Gryffindor para ella la biblioteca era el lugar donde más cómoda se sentía de todo Hogwarts. Normalmente pasaba allí la mayor parte del tiempo entre clase y clase, haciendo los deberes o buscando libros para ampliar sus conocimientos. Le gustaba pasear entre las estanterías, tocando con un dedo aquellos volúmenes añejos, grandes y cubiertos de polvo que parecían contener toda la sabiduría del mundo.
Se paró delante de una estantería y observó los títulos: Pociones regeneradoras, Poderes de los Magos de Antaño... Profecías a través de la Historia, ese era. Por desgracia estaba en el estante más alto. No es que ella fuese pequeña, pero a veces daba la impresión de que la biblioteca estaba hecha para gigantes. O al menos para alguien que tuviese la estatura de...
"¡Ron!", susurró llamando a su amigo. ¿Donde se había metido?, hacía solo un momento lo había oído detrás de ella, refunfuñando por la cantidad de libros con los que tenía que cargar.
"¡Ron!", repitió desandando un par de pasos. En ese momento le vio aparecer doblando la esquina del pasillo principal. Cargaba con cuatro volúmenes bastante grandes.
"¿Qué quieres?", le espetó en voz baja, "estos libros pesan lo suyo, ¿sabes?, no puedo ir corriendo detrás de ti"
"Yo no voy corriendo", protestó Hermione, se dio la vuelta y señaló hacía donde había encontrado el libro que estaba buscando, "necesito que me bajes ese tomo de ahí, por favor"
Ron siguió con la mirada la dirección de su dedo y puso los ojos en blanco cuando comprobó que apuntaba a un libro de tapas negras y con aspecto de pesar más de lo normal.
"¿No tienes ya suficiente lectura para esta tarde?", dijo.
Hermione frunció el ceño. Todos los días tenían la misma discusión. Ella llegaba a la biblioteca y Ron se empeñaba en ayudarla a cargar con los libros. La verdad es que necesitaba que le echasen una mano: desde que había sido herida en el Ministerio a finales del curso anterior su salud no había sido, por así decirlo, óptima. No es que fuese algo muy grave, podía llevar una vida normal y se estaba recuperando poco a poco, pero Madame Pomfrey le había aconsejado que se tomase las cosas con calma. "Tiene suerte de estar con vida, señorita Granger: no sea cabezota y no haga esfuerzos", le había dicho poco antes de Navidad, cuando Hermione tuvo que pasar una semana en la enfermería a causa de una recaída. Estudiar más de ocho horas diarias desde principios de septiembre le pasó factura y el dolor a la altura de las costillas reapareció con más fuerza que nunca durante una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Harry y Ron la arrastraron a velocidad de vértigo hasta la enfermería a pesar de sus protestas. Desde entonces había disminuido, muy a su pesar, el ritmo de estudio a cinco horas diarias, visitaba la enfermería una vez por semana para que Madame Pomfrey, con quien mantenía interesantes charlas sobre la medicina mágica, le diese una de sus pociones y, por supuesto, no podía cargar con demasiado peso. Lo cual implicaba que uno de sus dos amigos transportase sus numerosas lecturas. Solía ser Ron.
"Oh, ya veo", dijo Hermione ofendida mientras iba hacia la estantería y se ponía de puntillas levantando un brazo para intentar alcanzar el libro. La rutina de cada tarde: ella cogía unos cuantos libros, él hacía algún comentario sarcástico sobre su afición al estudio, ella cogía más libros, el protestaba, ella se enfadaba, él se enfadaba y acababan por no dirigirse la palabra durante la siguiente media hora. Una rutina que resumía a la perfección su relación desde que estaban en tercero: ese constante tira y afloja en el que eran auténticos maestros. Dos pasos hacia delante, uno hacia atrás. Siempre.
"Está bien, está bien", oyó a Ron a sus espaldas, " Yo lo cojeré".
Posó los libros que llevaba en brazos sobre el suelo y se acercó hacía donde estaba ella. "¿Es este?, ¿Profecías a través de la Historia?"
Asintió. Ron estiró el brazo y agarró el libro. Al hacerlo la manga de su camisa se deslizó hacia abajo, dejando al descubierto parte de su antebrazo. Hermione pudo ver con claridad las cicatrices. La aventura en el Ministerio no solo había tenido consecuencias físicas para ella.
"¿Ya hemos terminado?", dijo Ron con impaciencia mientras colocaba el libro en el montón que ya tenía en el suelo y lo cogía todo poniendo cara de esfuerzo.
"Si", contestó Hermione lacónica. Cambió de mano su copia de Historia de Hogwarts, que llevaba consigo porque la estaba releyendo por séptima vez, y empezó a caminar hacia el pasillo central de la biblioteca. Pero Ron la agarró por un brazo y dijo: "Trae, también te llevaré ese" mientras cogía su libro por la solapa superior.
"No es necesario", contestó Hermione tirando hacia si del volumen en un vano intento por que Ron lo soltara. Pero este lo agarró aún con más fuerza.
"Pesa un montón, Herm, no tienes porque cargar con él. Ya sabes lo que Madame Pomfrey...", odiaba ese tono de voz protector.
"Sé perfectamente lo que Madame Pomfrey dijo, Ronald", utilizó su nombre completo para darle a entender que no insistiese, pero los dos siguieron tirando del libro cada uno para un lado.
"¡No seas testaruda!", el forcejeo continuaba.
"¡Mira quien va a hablar...!", estaban hablando en un volumen que empezaba a ser demasiado alto para la biblioteca.
"¡Te digo que me lo des!"
"¡Ni hablar! y dejas de tirar tan fuerte vas a..."
CRASH.
La vieja copia de Historia de Hogwarts, resentida ya por el paso del tiempo y la infinidad de lecturas y consultas a la que había sido sometida, se partió por la mitad.
"...romperlo", dijo Hermione en un susurro mirando boquiabierta hacia el puñado de hojas que tenía en la mano, primero y a las tapas del libro, que Ron había arrancado y aún sostenía, después.
Tomó aire y le lanzó una mirada asesina. Ron se había quedado pálido y boqueaba a punto de decir algo estúpido que seguramente haría aumentar su enfado. Levantó un dedo con gesto amenazador.
"No. Digas. Nada.", le amenazó antes de arrebatarle las tapas de la mano y salir al pasillo hecha una furia sin mirar atrás. Caminaba en dirección a una de las mesas de estudio intentando recomponer el libro sin éxito.
Azotó Historia de Hogwarts sobre la mesa en la que Harry estaba terminando una redacción para la clase de Transformaciones con tanta fuerza que su amigo dio un salto en la silla, asustado. Madame Pince, la bibliotecaria, levantó la cabeza y la miro con gesto de reprobación.
"¿Que pasa?", preguntó Harry en voz baja ajustándose las gafas sobre la nariz.
Hermione no contestó. Se sentó en una silla frente a él y empezó a colocar las páginas desmembradas. Poco después llegó Ron, cargado con todos los libros que ella había ido seleccionando. Los posó a su lado y fue a sentarse junto a Harry que volvió a repetirle a él la pregunta. Hermione vio por el rabillo del ojo que hacía un gesto de mejor no preguntes, tío.
Aquello consiguió cabrearla aún más. Carraspeó con fuerza y apartó a un lado Historia de Hogwarts. Miró a Ron: el muy imbecil agachaba la cabeza evitando el contacto visual. Sería mejor dejar la bronca para cuando saliesen de la biblioteca. Cogió el primer libro de la pila que tenía a su lado pensando en que esa noche la cena iba a ser de lo más movidita, lanzándose reproches el uno al otro por encima de las jarras de zumo de calabaza mientras Harry pretendería ignorarlos. Hacia años que había adoptado la táctica de ignorarlos cuando se peleaban.
Sacudió la cabeza y centró toda su atención en el libro que tenía delante suyo. Llevaba todo el curso leyendo sobre profecías. A estas alturas ya había leído todos los libros más importantes sobre el tema al menos unas dos veces, pero eso no parecía ayudar a Harry en nada. El comportamiento de su amigo había cambiado mucho durante el último año. Ahora era más taciturno que nunca, como si toda su vida estuviese cubierta por una sombra que, por alguna razón y en contra de lo que en él era habitual, había decidido no compartir con ella y Ron. Solo el Quidditch parecía animarle, aunque también su innata habilidad para ese deporte estaba mermada: Hermione todavía recordaba como en el último partido el buscador de Hufflepuff le había arrebatado la snitch delante de sus narices sin que Harry se diese cuenta. Distraído. Perdido. Así estaba.
Las noticias que se recibían desde el exterior tampoco ayudaban nada. Todo el mundo mágico esperaba el estallido de una guerra, la reaparición definitiva de Voldemort (en los últimos meses Hermione por fin podía decir ese nombre sin tartamudear y sin que un escalofrío recorriese su espalda. Ron en cambio seguía rechinando los dientes al oírlo), algo que todavía no había sucedido. Sin embargo El Profeta estaba lleno de noticias referentes a ataques a muggles, que, hasta el momento, habían sido convenientemente disimulados. El señor Weasley nunca había tenido tanto trabajo en el Departamento del Uso Incorrecto de Objetos Muggles como aquel año.
Pero había algo que preocupaba a Hermione más que nada: sus padres. Ambos permanecían ajenos a todo lo que estaba ocurriendo y sin embargo su hija, amiga del famoso Harry Potter, la estudiante más destacada de Hogwarts y nacida de muggles, podía ser un objetivo primordial para los mortífagos. Ellos mismos podían ser un objetivo. Hermione sabía que su casa de Kidlington estaba vigilada día y noche por miembros de la Orden, pero aún así un temblor casi imperceptible se apoderaba de sus manos cada mañana cuando abría el periódico y no desaparecía hasta que comprobaba que, ese día, también se habían librado. Pero, ¿por cuanto tiempo?.
Era horrible. Y todo lo que podía hacer ella era sentarse en la biblioteca y leer libros y libros sobre profecías, sobre Defensa Contra las Artes Oscuras, sobre Historia de la magia. Lo que fuese. Leer. Su receta contra todo lo que estaba mal en el mundo.
"Hermione...", la voz de Harry llegaba como si le hablase desde otra dimensión: tan concentrada estaba, "Hermione...", le oyó repetir, "¿que son todos estos libros?"
Levantó la cabeza. Harry examinaba con atención los lomos de los libros que Ron había traído para ella.
"Solo son algunas lecturas que hago para... para documentarme, ya sabes", a Harry no le hacía mucha gracia su interés por las profecías.
"¿Doscientas Profecías Mágicas, Un estudio sobre el fenómeno profético...?, Harry leyó algunos de los títulos, "Hermione: dime que no estás intentando otra vez saber más sobre ese estúpida profecía del Ministerio..."
¿Por qué era tan reticente con aquel tema?. "¿Y que si lo hago?", replicó, "saber más es algo que puede ayudarnos..."
"No veo en que podría ayudaros a vosotros", le cortó Harry. El Harry arisco que tan poco le gustaba y que contrastaba enormemente con el muchacho amable que siempre había conocido.
"Bueno, para empezar, Harry", normalmente le dejaba pasar cuando se ponía así, pero hoy ella misma estaba demasiado enfadada para continuar leyendo como si nada, "no eres nadie para decirme lo que puedo leer y lo que no", vio como Ron levantaba la cabeza del pergamino que estaba escribiendo y la miraba sorprendido, "y en segundo lugar si supiésemos que decía aquella profecía quizá sepamos porque Voldemort estaba tan interesado en conseguirla", el volumen de su voz aumentaba y Ron hizo una mueca de dolor cuando oyó el nombre de Quién-tu-Sabes.
"¿AH SI?", Harry ya casi hablaba en un tono normal, "¡pues que a mi si me parece que tengo potestad para decidir si puedes o no inmiscuirte en mis asuntos, porque resulta que la famosa profecía llevaba mi nombre y puedo asegurarte que ¡NO QUIERO SABER NADA MÁS SOBRE ESE TEMA!", ahora unos cuantos alumnos les miraban, Ron paseaba la vista de uno a otro nervioso y Madame Pince estaba a punto de llamarles la atención, pero a Hermione no le importaba nada de esto: lo único que sabía es que nada ni nadie iba a interponerse entre ella y aquellos libros. Iba a ayudar a Harry lo quisiera él o no y su única forma de ayudar siempre había sido esta.
"¿Y POR QUÉ NO QUIERES, EH?", gritó, "¿por qué?, porque resulta que a mi me interesa saber porque he estado a punto de morir o porqué Ron llevará esas cicatrices toda su vida" señaló hacia su amigo que ya había posado la pluma y parecía a punto de entrar en la discusión, seguramente para pedirles que se calmasen "o porque Sirius..."
Aquello hizo explotar a Harry definitivamente. Dio un golpe en la mesa con la mano abierta y se puso de pie chillando: "¡NO QUIERO SABER NADA DEL ASUNTO PORQUE YA LO SÉ TODO!", soltó.
Los tres se quedaron clavados durante un segundo. Después Harry murmuró algo y salió corriendo de la biblioteca. Madame Pince había llegado hasta su mesa visiblemente molesta.
"¡Señorita Granger...!", pero Hermione no la oía: miraba a Ron que la miraba a ella con el mismo gesto de sorpresa que supuso podría verse en su cara.
"¡¿Qué?!", se dijeron el uno al otro.
Hermione se levantó de la silla, ignorando la reprimenda de Madame Pince y los cuchicheos del resto de alumnos presentes en el lugar y echó a correr hacia la puerta, con la intención de alcanzar a Harry. Sabía que Ron la seguía.
Cuando salieron de la biblioteca le vieron cruzando la puerta de entrada al castillo. "¡HARRY!", gritaron los dos, pero su amigo no se detuvo.
En el exterior llovía. Era Mayo, pero el tiempo estaba desastroso desde hacía un par de semanas. Lluvia y viento, una ventisca propia de Noviembre azotaba los terrenos de Hogwarts. No les importó mojarse. Lo único que querían era alcanzar a Harry. No tardaron mucho: al doblar la esquina que llevaba al patio donde se daban las lecciones de vuelo casi chocan con él. Plantado en mitad del camino, con los puños apretados y los ojos brillando ferozmente les gritó:
"¡NO NECESITO QUE ME SIGAIS COMO SI FUESE UN NIÑO PEQUEÑO!", estaba fuera de si.
"¡NO TENDRÍAMOS QUE HACERLO SI NO TE COMPORTASES COMO TAL!", chilló Hermione, "¡SI CONFIASES EN NOSOTROS POR UNA SOLA VEZ Y NOS CONTASES LO QUE ESTÁ PASANDO, ¿QUE ES ESO DE QUE YA LO SABES TODO SOBRE LA PROFECÍA?!"
Un par de estudiantes que pasaban corriendo resguardados de la lluvia bajo sus capas les miraron estupefactos: no todos los días se veía a un par de prefectos gritando al famoso Potter como posesos.
"¿NO DESCANSARÁS HASTA ENTERARTE, VERDAD?", Harry les fulminó con la mirada. Tomó aire, "PUES MUY BIEN, MUY BIEN, OS LO DIRÉ: VA A MATARME, ¿SABEIS?, LA PROFECIA DECÍA QUE ME MATARÁ O QUE YO LE MATARÉ A ÉL, ¡PERO QUE UNO DE LOS DOS TIENE QUE MORIR PARA QUE TODO ACABE!"
Se hizo un silencio como si dos planetas acabasen de colisionar y ahora solo quedasen sus restos esparcidos en el espacio. El viento azotó sus túnicas. Hermione estaba empapada, las gotas de lluvia caían de la punta de la nariz de Harry y el pelo de Ron se había oscurecido hasta adquirir un intenso color granate. Ninguno de los tres fue capaz de articular una sola palabra.
"Y las puertas, todas ellas de madera de pino, tienen apliques dorados, ¿verdad Steve?"
Margaret y Steve Greyson hablaban y hablaban de su nuevo apartamento en Mallorca. Eran amigos de Jim. Bueno, Steve era amigo de la infancia de Jim: habían ido juntos al mismo colegio, un internado de chicos cerca de Birminghan. Margaret era la mujer de Steve. Ambos abogados. Y ambos aburridísimos. Solían cenar con ellos una vez cada dos meses, más o menos, porque a Jim le gustaba mantener el contacto con su mejor amigo. En aquellas cenas ellos dos se reían y recordaban anécdotas de sus años escolares mientras Margaret mantenía informada a Hermione sobre los progresos de su hijo tocando el piano, lo mucho que le hacía sufrir su úlcera o, como aquella noche, la equipación del flamante apartamento que pensaban estrenar el próximo verano.
"las baldosas del suelo son de primerísima calidad..."
"Aha", asentía Hermione prestando atención tan solo a la mitad de lo que le decía
"Herm", Jim interrumpió, por suerte, la conversación de Margaret, "mira lo que ha encontrado Steve el otro día en su desván: te va a hacer gracia"
Le tendió una fotografía. Un equipo de fútbol infantil posaba ante la cámara antes de comenzar un partido. Hermione reconoció a un Jim de unos doce años: era el primero por la derecha, el otro niño un palmo más bajito y algo rechoncho que estaba su lado debía de ser Steve.
"¿Este eres tu?", preguntó Hermione
"El equipo infantil de Willowfield College, temporada 92/93", dijo Jim con seriedad
"¿Te acuerdas de cuando ganamos al equipo de Oaktown?", decía Steve mientras Jim asentía sonriendo, "gracias a ese partido quedamos subcampeones en la liga aquel año..."
"Me acuerdo de la fiesta que se celebró", dijo Jim.
"¿Que fiesta?", les interrumpió Hermione, "supongo que todo el colegio estaría muy contento, ¿os lo pasasteis bien?"
"¿Bien?", le contestó Jim, "oh, no, cariño, tan solo teníamos doce años: aquella noche nos dieron postre doble a los del equipo y después los profesores nos mandaron a la cama antes de las 10"
4 de Junio de 1993. 22 años antes.
Si has pasado petrificado los últimos dos meses de tu vida al despertar todo te parecerá más brillante, más vivo, mejor. Por eso Hermione pensaba que nunca el techo del Gran Comedor le había gustado tanto como aquella noche. Por encima de las velas flotantes se veía un cielo negro plagado de estrellas que refulgían de cuando en cuando. Lo observaba desde hacía casi cinco minutos, echada sobre uno de los bancos de la mesa de Gryffindor. La mesa de los campeones de la Copa de las Casas por segundo año consecutivo, pensó. Estaba orgullosa. Harry y Ron habían descubierto la entrada a la Cámara Secreta gracias a las pistas que ella pudo dejar antes de encontrarse con el Basilisco y habían librado a Hogwarts de su mayor amenaza en los últimos años. Estaba tremendamente orgullosa.
La celebración ya había empezado antes de que ella saliese de la enfermería, cuando a medianoche Ron había entrado corriendo hasta su cama y prácticamente la había arrastrado hacia el Gran Comedor bombardeándola con tal cantidad de información que tuvo que pedirle que se lo explicase todo sin comerse nueve de cada diez palabras. Al final pudo entender algo gracias a la traducción simultánea que hizo Ginny, que había sido testigo directo de los acontecimientos. Todavía no acababa de creérselo: la pobre Ginny poseída por el diario de ese Tom Marlvoro Riddle, que resultó ser Quién-tu-Sabes. De todas formas la más pequeña de los Weasley no parecía muy afectada: apenas diez minutos antes Hermione la había visto enzarzada en una guerra de pasteles de merengue que Fred y George habían empezado a lanzar a Percy pillando a este desprevenido y manchando su preciada insignia de prefecto.
De pronto el culo de un plato dorado se interpuso entre sus ojos y el techo encantado. Dos pares de piernas enfundadas en los pantalones de sendos pijamas de rayas se pararon junto a ella.
"¿Molesta porque la profesora McGonagall ha prescindido de los exámenes o preocupada por Lockhart?", reconoció el tonillo de recochineo en la voz de Ron: él y Harry estaban de pie junto al banco. El pelirrojo llevaba un plato con todas las variedades de tarta que se habían servido y tenía la cara manchada de chocolate. Harry también estaba sucio, seguramente se debía a las palmadas en los hombros que Hagrid les dio a él y a Ron al llegar de Azkaban: el gigantón no medía muy bien sus fuerzas y les había tirado contra los postres recién servidos.
"Ninguna de las dos cosas", mintió Hermione sentándose en el banco. Si era cierto que le fastidiaba que no hubiese exámenes y también sufría por Gilderoy Lockhart. Había demostrado ser un farsante pero... tenía una sonrisa tan bonita. Además, ella no era como Ron, que se alegraba de las desgracias que le ocurrieran a quienes no le caían bien y que no tenía ni el más mínimo sentido de la responsabilidad, especialmente cuando la responsabilidad tenía algo que ver con los estudios.
Se sentaron a su lado. Hermione quería que Harry le aclarase algunas de las cosas que habían ocurrido durante su ausencia y Ron acompañaba el relato de su amigo asintiendo con la cabeza entre bocado y bocado. No podía creerse lo de las arañas.
"¿De verdad arrastraste a Ron hasta el Bosque Prohibido siguiendo una fila de arañas?", preguntó levantando una ceja incrédula.
"Nunca más, nunca más", murmuraba Ron a su lado.
"Bueno, me costó convencerle pero... ¡eh, mirad eso!" Harry señalaba hacia la mesa de los Slytherin. Alguien había metido una bengala del Dr. Filibuster en una de las tartas de crema allí servidas y había explotado en la cara de Malfoy, poniéndole perdido.
"¡eh, Malfoy!", gritaba Ron puesto en pie y haciendo bocina con las manos para que su voz se oyese al otro lado del Gran Comedor, "¡límpiate antes de que Crabbe o Goyle te hinquen el diente, dudo que sepan distinguir entre un pastel y una persona!"
"¡Ron!", le reprendió Hermione tirándole de la bata hacia abajo para que volviese a sentarse. Pero era inútil, a su lado Harry también se había levantado para ver mejor la escena y ambos se reían ya a carcajadas.
Hermione suspiró e hizo un gesto de resignación, levantando la mirada hacia el techo del Gran Comedor. Las estrellas seguían titilando, podía ver el rastro blanco de la Vía Láctea. Las voces y las risas de los alumnos de Hogwarts resonaban en sus oídos. Sonrió. Definitivamente era fantástico estar de vuelta.
Jim cerró las puertas del coche con el mando a distancia. "¿Crees que llegamos muy tarde?, ¿se molestarán tus padres?"
"Jim, es solo medianoche", dijo Hermione sacando del bolso las llaves de casa, "además: se quedan a dormir"
"Ah", murmuró Jim, apoyándose en la pared cerca de la puerta, "estoy agotado", añadió.
Hermione se dispuso a abrir, pero alguien lo hizo antes que ella. Su madre sostenía la puerta en la mano, vestida con camisón, bata y con ¿una redecilla? en el pelo.
Ella y Jim parpadearon confusos. "Os he oído llegar", aclaró la señora Granger.
Preguntaron por los niños mientras entraban en casa.
"Están en la cama desde dos horas", explicó su madre.
"Perfecto", dijo Hermione. Miró a su madre, "¿por qué?... ¿por qué llevas eso en la cabeza?" preguntó viendo por el rabillo del ojo como Jim aguantaba la risa.
"He ido a la peluquería esta mañana, querida", contestó la señora Granger con mucha naturalidad, "no quiero chafar mi peinado"
"Oh", fue todo lo que acertó a decir Hermione quien no recordaba nada especial en el pelo de su madre cuando había llegado a casa aquella tarde.
Permanecieron callados un instante.
"Me voy a la cama", dijo Jim dándole un beso en la frente, "no tardes"
"No", musitó Hermione mientras le veía desaparecer escaleras arriba. Se volvió hacia su madre: "¿Quieres un te?"
La señora Granger asintió. De camino a la cocina pasaron por el salón, donde su padre roncaba sentado en un sillón orejero con la tele encendida. Ambas sonrieron.
"¿Se han portado bien los niños?", preguntó Hermione mientras rebuscaba en los armarios para coger dos tazas.
"Si...", contestó su madre, "bueno: Jimmy protestó y se enfado cuando le mandamos a la cama"
"Siempre lo hace", aclaró Hermione. Puso las dos tazas encima de la mesa y se dirigió a coger la tetera, "El truco está en ponerte muy seria"
"Eso hice", la señora Granger hizo una pausa, "¿sabes que?: se parece mucho a ti cuando tenías su edad"
Hermione negó con la cabeza mientras echaba el te en las tazas. "¿Qué dices", dijo, "es clavadito a Jim, tiene sus mismos ojos" Le dio la espalda a su madre para poner la tetera al fuego.
"No me refiero a su aspecto físico", replicó su madre, "se parece demasiado a ti". Había algo en aquel tono de voz que no le gustaba nada. Cerró los ojos y tomó aire.
"Hermione: mírame", ordenó la señora Granger.
Se dio la vuelta muy despacio. Su madre había retirado la redecilla la cabeza: tenía el pelo de un verde brillante.
"Demasiado", afirmó.
