Una decisión.
"Tu madre todavía no sale de casa sin sombrero"
Paul Granger se reía cada vez que recordaba el incidente. A Hermione aquello no le parecía divertido. Había ido hasta la consulta de sus padres, para ayudarles con la mudanza (los Granger se jubilaban tras cuarenta años de concienzuda dedicación a las dentaduras de medio Kidlington) pero allí solo estaba su padre, guardando libros en cajas y revolviendo papeles de un lado a otro. Su madre permanecía en casa esperando a que su pelo recobrase un color normal.
"En serio", continuaba en señor Granger conteniendo la risa, "al principio intentó teñirlo, pero le quedó... no sabría definir el color, solo sabría decirte que era raro y ahora ya está recuperando el tono normal, pero sigue negándose a salir de casa a menos que sea absolutamente necesario y cuando lo hace se pone un sombrero..."
"Papá..." le interrumpió Hermione, "no deberías reírte. No tiene ninguna gracia"
Su padre la miró, se quedó un rato pensando y después volvió a reírse mientras le tendía un par de libros para que los pusiese en una de las cajas de cartón esparcidas por el suelo de la oficina.
"¿No me digas que no te hizo gracia la cara que puso tu madre cuando le dijiste que no podías devolverle su color natural y tendría que esperar...?, ¿como dijiste?", el señor Granger hizo una pausa intentando recordar, "¡ah, si!: a que la madre naturaleza siguiera su curso", volvió a reírse.
"No", fue toda la respuesta de Hermione.
Paul se puso serio y posó los papeles que tenía en la mano sobre la mesa. "Estás enfadada", dijo.
"No, no lo estoy", dijo Hermione.
"Preocupada", dijo su padre levantando las cejas, "preocupada por Jimmy, ¿me equivoco?"
Hermione miró a los ojos a su padre y asintió. Aquel hombre la conocía demasiado bien.
"Venga, no pasa nada", dijo el señor Granger con un gesto de despreocupación, "es un mago, ¿es que eso te sorprende?, irá a Hogwarts y aprenderá a ir por la vida sin cambiar el color del pelo a los moggles"
"Muggles", le corrigió Hermione, "No irá a Hogwarts", añadió, "no ha recibido la carta. Y no quiero que la reciba".
"¿Por qué?", el señor Granger se dejó caer en una silla, sorprendido, "tu fuiste a ese colegio. ¡Te encantaba ese colegio!"
"Tu mismo lo has dicho: me encantaba" dijo Hermione que ahora no se encontraba cómoda con la conversación y había empezado a ordenar un montón de cajas de forma apresurada, dando a entender que no seguiría hablando del tema.
"Oh. Está bien", oyó decir a su padre, "pero es que..."
"¿Es que qué?" preguntó ella ya casi enfadada.
"Es que..." el señor Granger hizo una pausa, "nunca nos dijiste por qué renunciaste a la magia. No es que tu madre y a mi no nos gustase la idea de tu renuncia. ¡Por dios, nos gustaba!. Pero nunca la esperamos. Recuerdo... recuerdo el día que llegaste a casa tras acabar el séptimo año en Hogwarts, no quisiste que te fuésemos a buscar a King Cross. Estabas delgada, pálida y ojerosa, supusimos que algo habría pasado pero no nos lo contaste. También supusimos que te irías en unos días a casa de los Weasley, como habías hecho durante los dos veranos anteriores. Pero no lo hiciste. Te quedaste en casa estudiando. Y más tarde anunciaste que ese otoño te matricularías en medicina. Estábamos tan contentos con tu decisión que no nos cuestionamos el por qué. Fuiste a la universidad, sacaste la carrera con unas notas espectaculares, conseguiste un buen trabajo, conociste a Jim y te casaste con él y tuvisteis dos hijos maravillosos. Creo que tienes una vida feliz, Hermione. Y yo nunca entendí todo aquello de las varitas y las lechuzas y las escobas... y sin embargo creo que, entonces, sonreías más".
31 de Julio de 1997 18 años antes
Grimmauld Place seguía siendo un lugar desagradable. Hermione suponía que después de dos veranos seguidos en aquel sitio estaría acostumbrada. Pero a pesar de que ya no estaban las cabezas de elfos cortadas ni el retrato de la señora Black el ambiente de la casa todavía era tenebroso. Al menos la habitación que compartía con Ginny no tenía demasiadas tallas de serpientes. Era un alivio.
Dobló por la mitad el pergamino que estaba escribiendo y lo metió en un sobre que lacró con cera. La carta para Harry estaba lista. Hoy era su cumpleaños y desgraciadamente su amigo no había obtenido el permiso de Dumbledore para venir hasta Londres y pasar, al menos este día, con ella y con Ron. De todas formas ahora Harry llevaba mucho mejor lo de su forzado destierro al mundo muggle todos los veranos. Como les había explicado a finales del curso pasado, era el único lugar donde Voldemort no podría hacerle daño.
Puso el sobre a un lado y se levantó de la silla para ir hacia el baúl que estaba a los pies de su cama. Revolvió un poco dentro del mismo hasta encontrar Problemas avanzados de Aritmancia. Mejor se ponía a estudiar, en menos de un año se enfrentaría a los EXTASIS. Además, la aritmancia siempre le hacía olvidarse de sus preocupaciones: una ciencia lógica, exacta y ordenada que mantenía su mente alerta. Se sentó a los pies de la cama y abrió el libro por la pagina 225.
¡CRACK!
Dio un bote, asustada. Ronald Weasley acababa de materializarse en el centro de la habitación.
"¿Cuantas veces tengo que repetirte que no hagas eso, Ron?", desde que el pelirrojo había pasado el examen de Aparición las puertas se habían convertido para él en objetos inútiles, "Vas a conseguir matarme de un susto cualquier día de estos"
"Ya, claro" dijo Ron sonriendo pícaramente, "lo que te pasa es que tienes envidia porque tu todavía no puedes aparecerte"
Le miró fijamente frunciendo el ceño. "Que infantil eres", resopló "para tu información hay cosas más importantes en la vida que el hecho de poder entrar a las habitaciones sin llamar a la puerta", dijo centrando todo su atención en el libro. Lo cierto es que Hermione se moría por tener la edad para enfrentarse a ese examen. Al menos ella lo pasaría a la primera. Ron había tenido que hacerlo tres veces y en su primer examen se materializó dos kilómetros más allá del lugar señalado.
"¿Como estudiar durante las vacaciones?", le contestó él echando una mirada al libro que ella tenía en su regazo.
"Por ejemplo", dijo Hermione, "supongo que sabrás que..."
"...los EXTASIS serán a finales del próximo curso", recitó Ron con voz monótona, como si hubiese oído la frase varios millones de veces, suspiró con resignación y metió las manos en los bolsillos, "aunque no te lo creas esta mañana he estado una hora haciendo los deberes de Encantamientos"
"Caramba, que gran esfuerzo", dijo Hermione con sorna levantando una ceja.
"Supongo que se debe a tu mala influencia", le replicó Ron.
"Tomaré eso como un cumplido", dijo Hermione al tiempo que cerraba el libro, se ponía en pie e iba hacia el escritorio. "Por cierto", añadió, "¿puedes prestarme a Pig?, acabo de escribirle una carta a Harry y quiero que se la lleve"
"No", Hermione se quedó parada a medio camino entre Ron y el escritorio con el sobre en la mano y cara de pocos amigos. Si el muy cretino quería discutir sería mejor que fuese a hacerlo con cualquiera de sus hermanos porque ella no estaba de humor. Ron pareció captar el significado de su mirada "No te prestaré a Pig porque yo mismo llevaré la carta" explicó.
"¡¿QUE?!", no podía estar pensando lo que estaba pensando, pero había temido que lo hiciera desde el día que se presentó en la casa dando saltos con la licencia de Aparición. Si Harry no podía venir a Grimmauld Place, él iba a ir a Privet Drive.
"Vamos, ¿que tiene de malo?" dijo Ron intentando sonar razonable, "será solo media, una hora a lo sumo, le daré nuestros regalos y estaré un rato con él: sabes que le alegrará"
"¿Que qué tiene de malo?" preguntó una azorada Hermione, "¡es peligroso, Ron!, ¿es que eres el único que no sabe que hay una guerra ahí fuera?, puedes equivocarte y aparecer en cualquier lugar, pueden verte los Dursley, puede..."
"Tendré cuidado, ¿vale?" prometió Ron levantando las dos manos mientras se acercaba.
"No, no vale", dijo Hermione, sabía que era inútil intentar convencer al más cabezota de los cabezotas pero lo intentaría. "Se lo diré a tu madre", le amenazó.
"No lo harás", Ron sonaba muy seguro y se encontraba ya a solo un paso de ella. Se lo que intentas, tramposo, pensó Hermione dando un paso atrás y escondiendo la carta a la espalda.
"Dame esa carta Herm", le ordenó Ron con voz queda mientras cometía una clara invasión de su espacio personal.
"¡Ni hablar!" exclamo Hermione "y como te acerques más sacaré la varita y pasarás el resto del día vomitando babosas"
"Puedo sobrevivir a eso", dijo Ron y miró con malicia detrás de ella. Hermione giró la cabeza y comprobó con horror que el escritorio le cerraba el paso. No podía retroceder más.
Volvió a mirar al frente. "Ron..." advirtió. Pero no pudo acabar la frase, antes de hacerlo los labios de Ron se habían posado sobre los suyos. Dios, el muy bastardo sabe besar pensó. Era suave pero decidido, y atrapaba su labio inferior y succionaba y su lengua sabia a sal, a chocolate y a promesas de un mundo mejor y por un instante Hermione Granger se quedó sin cerebro y cerró los ojos y una corriente a medio camino entre la electricidad y el calor golpeó sus sentidos y dejó escapar del fondo de su garganta un sonido gutural.
Para cuando se separaron el sobre estaba en las manos de Ron que la miró con una sonrisa y dijo: "Volveré pronto" antes de desaparecer con otro chasquido.
"Idiota", murmuró Hermione.
No entendía el deporte. Nunca lo había entendido. Sobretodo no entendía esa pasión que parecía devorar a algunas personas en cuanto les ponían delante unos tipos pegando patadas a un balón. O subidos en una escoba. Por eso Hermione se encontraba totalmente perdida sentada en las gradas de un campo de fútbol que claramente necesitaba un nuevo césped viendo a chiquillos de diez años vestidos de futbolistas correr detrás de una pelota.
"¡Brian, desmárcate, mira al balón!" gritaba un tipo de bigote que estaba sentado delante de ellos.
"Es el padre de Brian Hooke", le susurró Jim al oído inclinándose hacia ella para que no le oyesen, "es un poco... apasionado"
"Ya veo", murmuró Hermione conteniendo la risa. Había acudido al campo porque era el último partido de la liga y el equipo de su hijo se jugaba el tercer puesto. El tercer puesto en una liga de 10 equipos, pero Jimmy estaba tremendamente orgulloso. Su padre le había apuntado al equipo de fútbol del barrio hacia dos años y el crío estaba loco con ese deporte desde entonces. Aquella mañana apenas había desayunado a causa de los nervios, a pesar de la reprimenda de Hermione.
En el centro del campo los niños se pasaban la pelota unos a otros.
"¡Ha sido fuera de juego!", gritaba el tipo de delante.
Hermione se preguntaba que sería exactamente un fuera de juego. Un día de estos tendría que pasarse por la biblioteca y consultar un libro de fútbol. Miró hacia la derecha, para ver a su hija pequeña tranquilamente absorta con un libro infantil de grandes letras. Bendita infancia, pensó.
"¿Te aburres, cariño?" le preguntó. La niña levantó hacia ella dos grandes ojos marrones y negó con la cabeza antes de volver rápidamente a su lectura.
Volvió a fijarse en el campo. El juego se había detenido para hacer un cambio y Jimmy sonreía desde un lateral y les saludaba con la mano. Jim y ella le devolvieron el saludo. Había estado observando a su hijo muy de cerca durante las últimas dos semanas y no había registrado en él ningún comportamiento que pudiese calificarse como "extraño". Mejor, pensó, quizá lo del pelo de mamá fue algo sin importancia y con suerte no tendremos ninguna lechuza revoloteando por el salón para principios de julio.
El partido se reanudó y con él los gritos del hombre de bigote. A juzgar por sus comentarios quedaba muy poco tiempo y, con el actual empate a dos goles, el equipo de los chicos podía dar por perdido el tercer puesto. Por sus aullidos debía de ser su hijo el que avanzaba por una banda con el balón en los pies.
"¡Sigue así Brian!", el niño casi había llegado al final del campo, varios de sus compañeros, entre ellos Jimmy, estaban delante de la portería contraria, pugnando por hacerse un hueco entre los defensas, "¡pásalapásalapásala!"
El tal Brian chutó con fuerza y el balón salió despedido hacia el área. Hermione rápidamente calculó que, dada su trayectoria y fuerza, ninguno de los niños podría alcanzarlo. Iba muy alto. Aún así todos saltaron cuando llegó a su altura. Pero Jimmy saltó más. Saco una cabeza, dos, tres, a sus compañeros y remató con fuerza hacia la portería. Era gol.
Pero el campo enmudeció. Hermione deseó que se la tragara la tierra. Jim a su lado se frotaba las manos en los vaqueros, aturdido.
"Vaya...", balbuceo, "vaya, eso si que ha sido un salto, ¿verdad?"
6 de Septiembre de 1995 20 años antes
Algo verdaderamente inusual ocurrió aquella tarde de principios de septiembre cuando Hermione Granger entró en la biblioteca de Hogwarts para estudiar, como en ella era habitual. Pero la mayoría de las personas no se fijan en la trascendencia de los pequeños detalles si estos se realizan con naturalidad. Por eso cuando Hermione, con toda naturalidad, no ocupó su sitio de siempre en las mesas cercanas a las estanterías, sino que se sentó frente al gran ventanal que daba al campo de quiddicht, nadie volvió la cabeza para mirarla. Y nadie relacionó aquel suceso con el hecho de que, aquel viernes de principios de septiembre, el equipo de quiddicht de Gryffindor estuviese buscando un nuevo guardián.
Hermione se sentó en la mesa de la biblioteca, acostumbrándose al nuevo emplazamiento. Sacó la redacción que estaba escribiendo para la clase de Historia de la Magia, su pluma, el tintero y se dispuso a escribir. Echó un vistazo a través del ventanal y pudo comprobar que las pruebas del quiddicht todavía no habían comenzado: siete figuras se distinguían a los pies de los altos postes. Una de esas siete figuras era Ron. Cuando al principio de la semana su amigo había desaparecido misteriosamente cada noche después de cenar en lugar de hacer sus deberes Hermione se había molestado. Más tarde, cuando ante sus insistentes preguntas él había contestado con evasivas como "salí a dar un paseo" o "tenía cosas que hacer" se había preocupado. Era evidente que Ron le ocultaba algo y que ese algo era muy importante porque Ron jamás le había ocultado nada. En torno al miércoles su preocupación se había convertido en angustia cuando le vio charlando animadamente con Hanna Abbott durante una reunión de prefectos. ¿Y si se estaba viendo con alguna chica?. Puso sus cinco sentidos en descubrir que era lo que tenía a Ron tan ocupado. No tardó en averiguarlo: primero le oyó hablando con Dean Thomas sobre las prestaciones de su nueva Barredora 11, más tarde se fijó en sus zapatos manchados de barro y cuando aquella mañana le vio consultando el cartel que Angelina Johnson había colgado con el horario de las pruebas en el tablón de la Sala Común lo entendió todo. No hacía falta ser la alumna más aventajada del colegio para resolver aquel misterio: Ronald Weasley iba a intentar conseguir el puesto de guardián que la marcha de Wood había dejado vacante. Bien por él.
Ahora una de las siete figuras estaba montando en su escoba allí abajo. Se elevó trastabillando. No era Ron. Solo le había visto jugar al quidditch una vez pero Hermione reconocería su forma de manejar una escoba entre un millón. El año pasado, cuando fue a La Madriguera antes de los Mundiales, había asistido a un improvisado partido de los varones Weasley la tarde anterior a la llegada de Harry. Tan solo la señora Weasley la había recibido cuando salió de la chimenea de La Madriguera limpiando la ceniza de sus ropas. "Los chicos están jugando al quiddicht", le dijo, "Ron me va a oír porque le advertí que estuviese aquí para tu llegada, pero el muy pillo se me ha escapado. Bueno, querida, te acompañaré hasta el campo, si es que puede llamársele así, para que tu misma puedas agradecerle su consideración" añadió con un tono sarcástico. Los Weasley jugaban al quiddicht en un prado rodeado de árboles cercano a la casa, un lugar que ocultaba sus vuelos a los habitantes de Ottery St. Catchpole. Fred y George jugaban, como en el colegio, de golpeadores, Bill era un cazador bastante ágil y Charlie tenía la estampa inequívoca de un buscador: como Harry, volaba más rápido y con mucha más soltura que los demás. Ron había sido relegado al puesto de guardián y montaba la escoba más vieja. Pero para Hermione había algo marcadamente personal en su forma de moverse alrededor de los aros de gol. Volaba de forma cansina, pero tranquila y segura, transmitiendo al espectador la sensación de que ninguna quaffle iba a colarse por allí mientras él estuviese atento al juego, un juego que siempre parecía saber como se iba a desarrollar. Si, era un buen guardian porque era un buen estratega y los fallos que cometía se debían más a la capacidad que Fred o George tenían para desconcentrarlo al grito de "¡ahí te va eso, Ronniekins!" más que a su verdadero potencial.
La redacción sobre las guerras de los gigantes ya iba casi por la mitad para cuando el quinto aspirante a guardián estaba montando en la escoba. Los dos primeros lo habían hecho francamente mal, el tercero era bastante bueno y el cuarto había cometido algunos fallos. Ninguno de ellos era Ron, porque Hermione no tenía ninguna duda de que Ron era esta quinta figura que se elevaba del suelo y daba un par de vueltas a los aros antes de que Kattie Bell empezase a lanzarle la quaffle y los golpeadores le acosasen con la bludger, a la que esquivó con maestría. No lo hizo del todo mal, aunque le marcaron un par de tantos, uno de ellos de forma absurda: la pelota se le resbaló de las manos cuando prácticamente la había atrapado. "Confianza" musitó Hermione al verlo, "solo te hace falta confianza, Ron".
La prueba terminó y Hermione volvió a concentrarse en sus deberes. No prestó demasiada atención al sexto y al séptimo, en parte porque ya había visto lo que quería ver y en parte porque anochecía y ya apenas se distinguía algo más que los aros de gol. Una hora después recogió sus cosas y salió de la biblioteca para dirigirse a la torre de Gryffindor. Por el camino se encontró a Ginny, quien estaba acompañada por Michael Corner y otros Ravenclaw, la pelirroja le hizo un gesto de animo y vocalizó "lo ha hecho muy bien". Parecía que Ron tampoco había podido mantener oculto su secreto a su hermana pequeña.
Acababa de llegar a la Sala Común y de posar sus libros, y ya Crookshanks estaba acomodándose mimosamente en su regazo sentada en un sillón frente al fuego cuando oyó abrirse el retrato de la Señora Gorda y que alguien entraba corriendo.
"¡Hermione!", la vibrante alegría en el tono de voz de Ron le despejó todas las dudas sobre quien sería el nuevo guardián de Gryffindor. No podía estar más contenta.
Los pequeños detalles, como la magia, se nos escapan si se realizan con naturalidad. Desde aquel viernes de principios de septiembre, la mesa frente al gran ventanal que daba al campo de quidditch fue el sitio de Hermione Granger en la biblioteca de Hogwarts las tardes que Gryffindor entrenaba. Nadie parecía acordarse que, durante los cuatro años anteriores, Doña Perfecta había preferido sentarse lo más cerca posible de las estanterías. Ahora, su silueta encorvada sobre el pergamino o sobre los libros y recortada contra el lejano campo de juego se había convertido en una imagen familiar. Por encima de su cabeza, alrededor de los aros de gol, podía distinguirse el vuelo cansino, seguro e inconfundible de Ronald Weasley.
Pasó por enésima vez las páginas del libro que tenía en la mano sin leerlas. La una y media de la mañana y todavía estaba en el salón. Imposible dormir cuando ese mediodía casi todos los sus vecinos de los alrededores habían visto a su hijo elevarse casi dos metro para marcar un gol. Aún podía sentir las miradas de perplejidad, extrañeza y miedo de algunos de ellos.
¿Qué hacer?. Ahora que lo había visto con sus propios ojos se daba cuenta de que Jimmy tenía todas las papeletas para recibir una lechuza de Hogwarts en unas semanas. Y ella no quería que eso sucediese. Quería permanecer al margen del mundo mágico. Hacía diecisiete años que había abandonado de todo... aquello. Que huíste de todo aquello, dijo una voz en su cabeza.
"Tenía mis motivos" señaló en voz alta sin percatarse de que hablaba consigo misma.
Cerró el libro, lo colocó en la estantería y paseó nerviosa por la habitación. Piensa, Hermione, piensa, ¿Qué puedes hacer para evitarlo?. Nada de magia, eso estaba claro. No quería hacer magia y además no tenía su varita. Neville dijo que te la devolvería si la pedías, volvió a decir la voz.
"Y que", de nuevo hablaba sola, "no hay ningún hechizo capaz de quitar sus poderes a un mago."
Por otro lado, no tenía la absoluta certeza de que ser mago fuese el futuro de Jimmy. Nadie sabía a quien llegaría la carta antes de que llegase. Un momento, se dijo, hay alguien que si lo sabe, solo tengo que preguntarle. Era una idea tan descabellada que Hermione no la hubiera realizado si no le mortificase la posibilidad de tener que introducirse de nuevo en el mundo mágico y revivir todo lo que quería olvidar.
Antes de que pudiese reaccionar ya había subido corriendo al desván, abierto el baúl y sacado unos cuantos sickles y se encontró abriendo la puerta que daba a la calle. Recorrió el camino bordeado de césped hasta la acera y una vez allí se detuvo. ¿Cómo se hacía?, tenía que levantar la mano y...
Oh, por dios, debo de estar loca si voy a hacer esto.
Sonó un estallido, y un destello de luz blanca le pegó en la cara obligándola a entrecerrar los ojos. Cuando los abrió la forma inconfundible del autobús noctámbulo había aparecido delante del número 3 de Sterling Road. Un Stan Shunpike cuarentón le daba la bienvenida al Transporte de Emergencia para el Brujo Abandonado a su Suerte. No vaciló cuando le preguntaron su destino.
"A Hogwarts", dijo.
"Tu madre todavía no sale de casa sin sombrero"
Paul Granger se reía cada vez que recordaba el incidente. A Hermione aquello no le parecía divertido. Había ido hasta la consulta de sus padres, para ayudarles con la mudanza (los Granger se jubilaban tras cuarenta años de concienzuda dedicación a las dentaduras de medio Kidlington) pero allí solo estaba su padre, guardando libros en cajas y revolviendo papeles de un lado a otro. Su madre permanecía en casa esperando a que su pelo recobrase un color normal.
"En serio", continuaba en señor Granger conteniendo la risa, "al principio intentó teñirlo, pero le quedó... no sabría definir el color, solo sabría decirte que era raro y ahora ya está recuperando el tono normal, pero sigue negándose a salir de casa a menos que sea absolutamente necesario y cuando lo hace se pone un sombrero..."
"Papá..." le interrumpió Hermione, "no deberías reírte. No tiene ninguna gracia"
Su padre la miró, se quedó un rato pensando y después volvió a reírse mientras le tendía un par de libros para que los pusiese en una de las cajas de cartón esparcidas por el suelo de la oficina.
"¿No me digas que no te hizo gracia la cara que puso tu madre cuando le dijiste que no podías devolverle su color natural y tendría que esperar...?, ¿como dijiste?", el señor Granger hizo una pausa intentando recordar, "¡ah, si!: a que la madre naturaleza siguiera su curso", volvió a reírse.
"No", fue toda la respuesta de Hermione.
Paul se puso serio y posó los papeles que tenía en la mano sobre la mesa. "Estás enfadada", dijo.
"No, no lo estoy", dijo Hermione.
"Preocupada", dijo su padre levantando las cejas, "preocupada por Jimmy, ¿me equivoco?"
Hermione miró a los ojos a su padre y asintió. Aquel hombre la conocía demasiado bien.
"Venga, no pasa nada", dijo el señor Granger con un gesto de despreocupación, "es un mago, ¿es que eso te sorprende?, irá a Hogwarts y aprenderá a ir por la vida sin cambiar el color del pelo a los moggles"
"Muggles", le corrigió Hermione, "No irá a Hogwarts", añadió, "no ha recibido la carta. Y no quiero que la reciba".
"¿Por qué?", el señor Granger se dejó caer en una silla, sorprendido, "tu fuiste a ese colegio. ¡Te encantaba ese colegio!"
"Tu mismo lo has dicho: me encantaba" dijo Hermione que ahora no se encontraba cómoda con la conversación y había empezado a ordenar un montón de cajas de forma apresurada, dando a entender que no seguiría hablando del tema.
"Oh. Está bien", oyó decir a su padre, "pero es que..."
"¿Es que qué?" preguntó ella ya casi enfadada.
"Es que..." el señor Granger hizo una pausa, "nunca nos dijiste por qué renunciaste a la magia. No es que tu madre y a mi no nos gustase la idea de tu renuncia. ¡Por dios, nos gustaba!. Pero nunca la esperamos. Recuerdo... recuerdo el día que llegaste a casa tras acabar el séptimo año en Hogwarts, no quisiste que te fuésemos a buscar a King Cross. Estabas delgada, pálida y ojerosa, supusimos que algo habría pasado pero no nos lo contaste. También supusimos que te irías en unos días a casa de los Weasley, como habías hecho durante los dos veranos anteriores. Pero no lo hiciste. Te quedaste en casa estudiando. Y más tarde anunciaste que ese otoño te matricularías en medicina. Estábamos tan contentos con tu decisión que no nos cuestionamos el por qué. Fuiste a la universidad, sacaste la carrera con unas notas espectaculares, conseguiste un buen trabajo, conociste a Jim y te casaste con él y tuvisteis dos hijos maravillosos. Creo que tienes una vida feliz, Hermione. Y yo nunca entendí todo aquello de las varitas y las lechuzas y las escobas... y sin embargo creo que, entonces, sonreías más".
31 de Julio de 1997 18 años antes
Grimmauld Place seguía siendo un lugar desagradable. Hermione suponía que después de dos veranos seguidos en aquel sitio estaría acostumbrada. Pero a pesar de que ya no estaban las cabezas de elfos cortadas ni el retrato de la señora Black el ambiente de la casa todavía era tenebroso. Al menos la habitación que compartía con Ginny no tenía demasiadas tallas de serpientes. Era un alivio.
Dobló por la mitad el pergamino que estaba escribiendo y lo metió en un sobre que lacró con cera. La carta para Harry estaba lista. Hoy era su cumpleaños y desgraciadamente su amigo no había obtenido el permiso de Dumbledore para venir hasta Londres y pasar, al menos este día, con ella y con Ron. De todas formas ahora Harry llevaba mucho mejor lo de su forzado destierro al mundo muggle todos los veranos. Como les había explicado a finales del curso pasado, era el único lugar donde Voldemort no podría hacerle daño.
Puso el sobre a un lado y se levantó de la silla para ir hacia el baúl que estaba a los pies de su cama. Revolvió un poco dentro del mismo hasta encontrar Problemas avanzados de Aritmancia. Mejor se ponía a estudiar, en menos de un año se enfrentaría a los EXTASIS. Además, la aritmancia siempre le hacía olvidarse de sus preocupaciones: una ciencia lógica, exacta y ordenada que mantenía su mente alerta. Se sentó a los pies de la cama y abrió el libro por la pagina 225.
¡CRACK!
Dio un bote, asustada. Ronald Weasley acababa de materializarse en el centro de la habitación.
"¿Cuantas veces tengo que repetirte que no hagas eso, Ron?", desde que el pelirrojo había pasado el examen de Aparición las puertas se habían convertido para él en objetos inútiles, "Vas a conseguir matarme de un susto cualquier día de estos"
"Ya, claro" dijo Ron sonriendo pícaramente, "lo que te pasa es que tienes envidia porque tu todavía no puedes aparecerte"
Le miró fijamente frunciendo el ceño. "Que infantil eres", resopló "para tu información hay cosas más importantes en la vida que el hecho de poder entrar a las habitaciones sin llamar a la puerta", dijo centrando todo su atención en el libro. Lo cierto es que Hermione se moría por tener la edad para enfrentarse a ese examen. Al menos ella lo pasaría a la primera. Ron había tenido que hacerlo tres veces y en su primer examen se materializó dos kilómetros más allá del lugar señalado.
"¿Como estudiar durante las vacaciones?", le contestó él echando una mirada al libro que ella tenía en su regazo.
"Por ejemplo", dijo Hermione, "supongo que sabrás que..."
"...los EXTASIS serán a finales del próximo curso", recitó Ron con voz monótona, como si hubiese oído la frase varios millones de veces, suspiró con resignación y metió las manos en los bolsillos, "aunque no te lo creas esta mañana he estado una hora haciendo los deberes de Encantamientos"
"Caramba, que gran esfuerzo", dijo Hermione con sorna levantando una ceja.
"Supongo que se debe a tu mala influencia", le replicó Ron.
"Tomaré eso como un cumplido", dijo Hermione al tiempo que cerraba el libro, se ponía en pie e iba hacia el escritorio. "Por cierto", añadió, "¿puedes prestarme a Pig?, acabo de escribirle una carta a Harry y quiero que se la lleve"
"No", Hermione se quedó parada a medio camino entre Ron y el escritorio con el sobre en la mano y cara de pocos amigos. Si el muy cretino quería discutir sería mejor que fuese a hacerlo con cualquiera de sus hermanos porque ella no estaba de humor. Ron pareció captar el significado de su mirada "No te prestaré a Pig porque yo mismo llevaré la carta" explicó.
"¡¿QUE?!", no podía estar pensando lo que estaba pensando, pero había temido que lo hiciera desde el día que se presentó en la casa dando saltos con la licencia de Aparición. Si Harry no podía venir a Grimmauld Place, él iba a ir a Privet Drive.
"Vamos, ¿que tiene de malo?" dijo Ron intentando sonar razonable, "será solo media, una hora a lo sumo, le daré nuestros regalos y estaré un rato con él: sabes que le alegrará"
"¿Que qué tiene de malo?" preguntó una azorada Hermione, "¡es peligroso, Ron!, ¿es que eres el único que no sabe que hay una guerra ahí fuera?, puedes equivocarte y aparecer en cualquier lugar, pueden verte los Dursley, puede..."
"Tendré cuidado, ¿vale?" prometió Ron levantando las dos manos mientras se acercaba.
"No, no vale", dijo Hermione, sabía que era inútil intentar convencer al más cabezota de los cabezotas pero lo intentaría. "Se lo diré a tu madre", le amenazó.
"No lo harás", Ron sonaba muy seguro y se encontraba ya a solo un paso de ella. Se lo que intentas, tramposo, pensó Hermione dando un paso atrás y escondiendo la carta a la espalda.
"Dame esa carta Herm", le ordenó Ron con voz queda mientras cometía una clara invasión de su espacio personal.
"¡Ni hablar!" exclamo Hermione "y como te acerques más sacaré la varita y pasarás el resto del día vomitando babosas"
"Puedo sobrevivir a eso", dijo Ron y miró con malicia detrás de ella. Hermione giró la cabeza y comprobó con horror que el escritorio le cerraba el paso. No podía retroceder más.
Volvió a mirar al frente. "Ron..." advirtió. Pero no pudo acabar la frase, antes de hacerlo los labios de Ron se habían posado sobre los suyos. Dios, el muy bastardo sabe besar pensó. Era suave pero decidido, y atrapaba su labio inferior y succionaba y su lengua sabia a sal, a chocolate y a promesas de un mundo mejor y por un instante Hermione Granger se quedó sin cerebro y cerró los ojos y una corriente a medio camino entre la electricidad y el calor golpeó sus sentidos y dejó escapar del fondo de su garganta un sonido gutural.
Para cuando se separaron el sobre estaba en las manos de Ron que la miró con una sonrisa y dijo: "Volveré pronto" antes de desaparecer con otro chasquido.
"Idiota", murmuró Hermione.
No entendía el deporte. Nunca lo había entendido. Sobretodo no entendía esa pasión que parecía devorar a algunas personas en cuanto les ponían delante unos tipos pegando patadas a un balón. O subidos en una escoba. Por eso Hermione se encontraba totalmente perdida sentada en las gradas de un campo de fútbol que claramente necesitaba un nuevo césped viendo a chiquillos de diez años vestidos de futbolistas correr detrás de una pelota.
"¡Brian, desmárcate, mira al balón!" gritaba un tipo de bigote que estaba sentado delante de ellos.
"Es el padre de Brian Hooke", le susurró Jim al oído inclinándose hacia ella para que no le oyesen, "es un poco... apasionado"
"Ya veo", murmuró Hermione conteniendo la risa. Había acudido al campo porque era el último partido de la liga y el equipo de su hijo se jugaba el tercer puesto. El tercer puesto en una liga de 10 equipos, pero Jimmy estaba tremendamente orgulloso. Su padre le había apuntado al equipo de fútbol del barrio hacia dos años y el crío estaba loco con ese deporte desde entonces. Aquella mañana apenas había desayunado a causa de los nervios, a pesar de la reprimenda de Hermione.
En el centro del campo los niños se pasaban la pelota unos a otros.
"¡Ha sido fuera de juego!", gritaba el tipo de delante.
Hermione se preguntaba que sería exactamente un fuera de juego. Un día de estos tendría que pasarse por la biblioteca y consultar un libro de fútbol. Miró hacia la derecha, para ver a su hija pequeña tranquilamente absorta con un libro infantil de grandes letras. Bendita infancia, pensó.
"¿Te aburres, cariño?" le preguntó. La niña levantó hacia ella dos grandes ojos marrones y negó con la cabeza antes de volver rápidamente a su lectura.
Volvió a fijarse en el campo. El juego se había detenido para hacer un cambio y Jimmy sonreía desde un lateral y les saludaba con la mano. Jim y ella le devolvieron el saludo. Había estado observando a su hijo muy de cerca durante las últimas dos semanas y no había registrado en él ningún comportamiento que pudiese calificarse como "extraño". Mejor, pensó, quizá lo del pelo de mamá fue algo sin importancia y con suerte no tendremos ninguna lechuza revoloteando por el salón para principios de julio.
El partido se reanudó y con él los gritos del hombre de bigote. A juzgar por sus comentarios quedaba muy poco tiempo y, con el actual empate a dos goles, el equipo de los chicos podía dar por perdido el tercer puesto. Por sus aullidos debía de ser su hijo el que avanzaba por una banda con el balón en los pies.
"¡Sigue así Brian!", el niño casi había llegado al final del campo, varios de sus compañeros, entre ellos Jimmy, estaban delante de la portería contraria, pugnando por hacerse un hueco entre los defensas, "¡pásalapásalapásala!"
El tal Brian chutó con fuerza y el balón salió despedido hacia el área. Hermione rápidamente calculó que, dada su trayectoria y fuerza, ninguno de los niños podría alcanzarlo. Iba muy alto. Aún así todos saltaron cuando llegó a su altura. Pero Jimmy saltó más. Saco una cabeza, dos, tres, a sus compañeros y remató con fuerza hacia la portería. Era gol.
Pero el campo enmudeció. Hermione deseó que se la tragara la tierra. Jim a su lado se frotaba las manos en los vaqueros, aturdido.
"Vaya...", balbuceo, "vaya, eso si que ha sido un salto, ¿verdad?"
6 de Septiembre de 1995 20 años antes
Algo verdaderamente inusual ocurrió aquella tarde de principios de septiembre cuando Hermione Granger entró en la biblioteca de Hogwarts para estudiar, como en ella era habitual. Pero la mayoría de las personas no se fijan en la trascendencia de los pequeños detalles si estos se realizan con naturalidad. Por eso cuando Hermione, con toda naturalidad, no ocupó su sitio de siempre en las mesas cercanas a las estanterías, sino que se sentó frente al gran ventanal que daba al campo de quiddicht, nadie volvió la cabeza para mirarla. Y nadie relacionó aquel suceso con el hecho de que, aquel viernes de principios de septiembre, el equipo de quiddicht de Gryffindor estuviese buscando un nuevo guardián.
Hermione se sentó en la mesa de la biblioteca, acostumbrándose al nuevo emplazamiento. Sacó la redacción que estaba escribiendo para la clase de Historia de la Magia, su pluma, el tintero y se dispuso a escribir. Echó un vistazo a través del ventanal y pudo comprobar que las pruebas del quiddicht todavía no habían comenzado: siete figuras se distinguían a los pies de los altos postes. Una de esas siete figuras era Ron. Cuando al principio de la semana su amigo había desaparecido misteriosamente cada noche después de cenar en lugar de hacer sus deberes Hermione se había molestado. Más tarde, cuando ante sus insistentes preguntas él había contestado con evasivas como "salí a dar un paseo" o "tenía cosas que hacer" se había preocupado. Era evidente que Ron le ocultaba algo y que ese algo era muy importante porque Ron jamás le había ocultado nada. En torno al miércoles su preocupación se había convertido en angustia cuando le vio charlando animadamente con Hanna Abbott durante una reunión de prefectos. ¿Y si se estaba viendo con alguna chica?. Puso sus cinco sentidos en descubrir que era lo que tenía a Ron tan ocupado. No tardó en averiguarlo: primero le oyó hablando con Dean Thomas sobre las prestaciones de su nueva Barredora 11, más tarde se fijó en sus zapatos manchados de barro y cuando aquella mañana le vio consultando el cartel que Angelina Johnson había colgado con el horario de las pruebas en el tablón de la Sala Común lo entendió todo. No hacía falta ser la alumna más aventajada del colegio para resolver aquel misterio: Ronald Weasley iba a intentar conseguir el puesto de guardián que la marcha de Wood había dejado vacante. Bien por él.
Ahora una de las siete figuras estaba montando en su escoba allí abajo. Se elevó trastabillando. No era Ron. Solo le había visto jugar al quidditch una vez pero Hermione reconocería su forma de manejar una escoba entre un millón. El año pasado, cuando fue a La Madriguera antes de los Mundiales, había asistido a un improvisado partido de los varones Weasley la tarde anterior a la llegada de Harry. Tan solo la señora Weasley la había recibido cuando salió de la chimenea de La Madriguera limpiando la ceniza de sus ropas. "Los chicos están jugando al quiddicht", le dijo, "Ron me va a oír porque le advertí que estuviese aquí para tu llegada, pero el muy pillo se me ha escapado. Bueno, querida, te acompañaré hasta el campo, si es que puede llamársele así, para que tu misma puedas agradecerle su consideración" añadió con un tono sarcástico. Los Weasley jugaban al quiddicht en un prado rodeado de árboles cercano a la casa, un lugar que ocultaba sus vuelos a los habitantes de Ottery St. Catchpole. Fred y George jugaban, como en el colegio, de golpeadores, Bill era un cazador bastante ágil y Charlie tenía la estampa inequívoca de un buscador: como Harry, volaba más rápido y con mucha más soltura que los demás. Ron había sido relegado al puesto de guardián y montaba la escoba más vieja. Pero para Hermione había algo marcadamente personal en su forma de moverse alrededor de los aros de gol. Volaba de forma cansina, pero tranquila y segura, transmitiendo al espectador la sensación de que ninguna quaffle iba a colarse por allí mientras él estuviese atento al juego, un juego que siempre parecía saber como se iba a desarrollar. Si, era un buen guardian porque era un buen estratega y los fallos que cometía se debían más a la capacidad que Fred o George tenían para desconcentrarlo al grito de "¡ahí te va eso, Ronniekins!" más que a su verdadero potencial.
La redacción sobre las guerras de los gigantes ya iba casi por la mitad para cuando el quinto aspirante a guardián estaba montando en la escoba. Los dos primeros lo habían hecho francamente mal, el tercero era bastante bueno y el cuarto había cometido algunos fallos. Ninguno de ellos era Ron, porque Hermione no tenía ninguna duda de que Ron era esta quinta figura que se elevaba del suelo y daba un par de vueltas a los aros antes de que Kattie Bell empezase a lanzarle la quaffle y los golpeadores le acosasen con la bludger, a la que esquivó con maestría. No lo hizo del todo mal, aunque le marcaron un par de tantos, uno de ellos de forma absurda: la pelota se le resbaló de las manos cuando prácticamente la había atrapado. "Confianza" musitó Hermione al verlo, "solo te hace falta confianza, Ron".
La prueba terminó y Hermione volvió a concentrarse en sus deberes. No prestó demasiada atención al sexto y al séptimo, en parte porque ya había visto lo que quería ver y en parte porque anochecía y ya apenas se distinguía algo más que los aros de gol. Una hora después recogió sus cosas y salió de la biblioteca para dirigirse a la torre de Gryffindor. Por el camino se encontró a Ginny, quien estaba acompañada por Michael Corner y otros Ravenclaw, la pelirroja le hizo un gesto de animo y vocalizó "lo ha hecho muy bien". Parecía que Ron tampoco había podido mantener oculto su secreto a su hermana pequeña.
Acababa de llegar a la Sala Común y de posar sus libros, y ya Crookshanks estaba acomodándose mimosamente en su regazo sentada en un sillón frente al fuego cuando oyó abrirse el retrato de la Señora Gorda y que alguien entraba corriendo.
"¡Hermione!", la vibrante alegría en el tono de voz de Ron le despejó todas las dudas sobre quien sería el nuevo guardián de Gryffindor. No podía estar más contenta.
Los pequeños detalles, como la magia, se nos escapan si se realizan con naturalidad. Desde aquel viernes de principios de septiembre, la mesa frente al gran ventanal que daba al campo de quidditch fue el sitio de Hermione Granger en la biblioteca de Hogwarts las tardes que Gryffindor entrenaba. Nadie parecía acordarse que, durante los cuatro años anteriores, Doña Perfecta había preferido sentarse lo más cerca posible de las estanterías. Ahora, su silueta encorvada sobre el pergamino o sobre los libros y recortada contra el lejano campo de juego se había convertido en una imagen familiar. Por encima de su cabeza, alrededor de los aros de gol, podía distinguirse el vuelo cansino, seguro e inconfundible de Ronald Weasley.
Pasó por enésima vez las páginas del libro que tenía en la mano sin leerlas. La una y media de la mañana y todavía estaba en el salón. Imposible dormir cuando ese mediodía casi todos los sus vecinos de los alrededores habían visto a su hijo elevarse casi dos metro para marcar un gol. Aún podía sentir las miradas de perplejidad, extrañeza y miedo de algunos de ellos.
¿Qué hacer?. Ahora que lo había visto con sus propios ojos se daba cuenta de que Jimmy tenía todas las papeletas para recibir una lechuza de Hogwarts en unas semanas. Y ella no quería que eso sucediese. Quería permanecer al margen del mundo mágico. Hacía diecisiete años que había abandonado de todo... aquello. Que huíste de todo aquello, dijo una voz en su cabeza.
"Tenía mis motivos" señaló en voz alta sin percatarse de que hablaba consigo misma.
Cerró el libro, lo colocó en la estantería y paseó nerviosa por la habitación. Piensa, Hermione, piensa, ¿Qué puedes hacer para evitarlo?. Nada de magia, eso estaba claro. No quería hacer magia y además no tenía su varita. Neville dijo que te la devolvería si la pedías, volvió a decir la voz.
"Y que", de nuevo hablaba sola, "no hay ningún hechizo capaz de quitar sus poderes a un mago."
Por otro lado, no tenía la absoluta certeza de que ser mago fuese el futuro de Jimmy. Nadie sabía a quien llegaría la carta antes de que llegase. Un momento, se dijo, hay alguien que si lo sabe, solo tengo que preguntarle. Era una idea tan descabellada que Hermione no la hubiera realizado si no le mortificase la posibilidad de tener que introducirse de nuevo en el mundo mágico y revivir todo lo que quería olvidar.
Antes de que pudiese reaccionar ya había subido corriendo al desván, abierto el baúl y sacado unos cuantos sickles y se encontró abriendo la puerta que daba a la calle. Recorrió el camino bordeado de césped hasta la acera y una vez allí se detuvo. ¿Cómo se hacía?, tenía que levantar la mano y...
Oh, por dios, debo de estar loca si voy a hacer esto.
Sonó un estallido, y un destello de luz blanca le pegó en la cara obligándola a entrecerrar los ojos. Cuando los abrió la forma inconfundible del autobús noctámbulo había aparecido delante del número 3 de Sterling Road. Un Stan Shunpike cuarentón le daba la bienvenida al Transporte de Emergencia para el Brujo Abandonado a su Suerte. No vaciló cuando le preguntaron su destino.
"A Hogwarts", dijo.
