El lugar donde has sido feliz.

Era una soleada mañana de junio cuando se encontró al pie de la cuesta que conducía a Hogwarts. Hacía diecisiete años que había visto las altas torres del castillo por última vez. Desafiando al cielo. Estuvo a punto de dejar escapar un ¡oooooh!, como la primera vez que las vio, mientras Hagrid les guiaba en barca a través del lago.

Subió trabajosamente hasta las puertas, que estaban abiertas. Extrañamente, no parecía que hubiese nadie por allí. Probablemente todos los alumnos estuviesen en clase o, a juzgar por la época del año, con los exámenes. Entró en el gran vestíbulo sin que nadie la detuviese y encaminó sus pasos hacia un pasillo del segundo piso. Seguía sin cruzarse con nadie. Mejor, pensó.

Aunque lo cierto era que algunos de los cuadros la seguían con la mirada y algunas de las figuras más atrevidas se movieron de marco a marco para ver adonde iba. Podía sentir los cuchicheos a sus espaldas. Quizá algunos la recordasen. Finalmente llegó hasta la gárgola de piedra. La entrada al despacho del director del colegio. Y fue entonces cuando se dio cuenta de que no tenía ni la menor idea de cómo continuar, porque no sabía la contraseña. Así que se quedó allí parada, mirando a la estatua y arrepintiéndose de la decisión que había tomado unas horas antes, a varios cientos de kilómetros de allí.

Iba a darse la vuelta para marchar, cuando oyó un chasquido y la gárgola empezó a moverse hacia abajo desapareciendo a través del suelo dando vueltas en espiral mientras en su lugar aparecían unas escaleras de caracol. Sobre las escaleras, deslizándose hacia abajo con ellas, estaba de pie la profesora McGonagall.

"¿Señorita Granger?", le dijo cuando llegó a su altura, "Suba, por favor. La estábamos esperando"

15 de Enero de 1998 17 años antes

Estaba untando de mantequilla su segunda tostada mientras leía con atención la Guía de Encantamientos de Séptimo Curso cuando Ginny Weasley se sentó frente a ella sin dejar de mirarla con una sonrisa maliciosa.

"¿Qué?", le espetó Hermione a quien no le gustaba que le interrumpiesen mientras desayunaba.

"Oh, nada", dijo la pelirroja mientras se servía café. Seguía riéndose, pero Hermione prefirió no hacerle caso. Algo le decía que lo que tanto divertía a Ginny a ella no iba a hacerle ninguna gracia. Vio por el rabillo del ojo como su amiga mezclaba la leche y el azúcar entre bostezos y risitas. Se lo estaba pasando en grande solo con mirarla a ella.

"¿Nada?", no pudo más y le preguntó, "por dios santo, sea lo que sea suéltalo de una vez, Ginny"

La más pequeña de los Weasley miró a ambos lado para cerciorarse de que nadie escuchaba y después se inclinó hacia Hermione por encima de la mesa para susurrarle

"Conozco tu secreto"

¿Qué estaba diciendo?. "¿Qué secreto?" preguntó una aturdida Hermione.

Ginny soltó otra risita antes de decir, "Tú y mi hermano"

"¿Qué le pasa a tu hermano?", dijo Hermione que intuía por donde iba la conversación y optó por hacerse la tonta.

Ginny frunció el ceño, si odiaba una cosa era que la tratasen como su tuviese cinco años. "Vamos, Hermione, no te hagas la idiota conmigo. Lo sé todo"

"Francamente, Ginny", dijo Hermione poniéndose lo más seria posible en un intento de cortar por lo sano, "no tengo ni la más remota idea de lo que..."

"Anteanoche. Pasillo del cuarto piso. Detrás de la armadura que hay delante de la puerta de la clase de Runas Antiguas", soltó Ginny de un tirón, "yo también soy prefecto, ¿recuerdas?, y tengo que patrullar los pasillos, como vosotros. Aunque, para ser sincera, nunca habría pensado que los dos Prefectos Principales de Gryffindor tenían un concepto tan... personal, de lo que significa patrullar"

Hermione enrojeció hasta la punta del cabello y abrió la boca pero no pudo decir nada. Iba a estrangular a Ron por haberla arrastrado hasta detrás de aquella armadura para besarla mientras estaban inspeccionando los pasillos. Las risitas de Ginny se habían convertido en una gran sonrisa de malvada satisfacción que ahora ocupaba toda su cara.

"Lo sabía", la oyó decir, "¿desde cuando lo ocultáis?, ¿cómo ha ocurrido?"

Se quedó pensando. Había sido a finales del curso anterior. Cuando llegaron a King Cross y se despidieron de Harry, Ron la apartó hacia un lado para hablar con ella. Suponía que le diría algo sobre su amigo, pero tan solo se puso de un rojo que Hermione creía no era posible ver en ningún ser humano. Y tartamudeando le preguntó, tras muchas vueltas, que si en séptimo había un baile de navidad querría ir con él. Hermione se quedó tan clavada en aquel andén que solo acertó a mover la cabeza arriba y abajo en señal de asentimiento. Cuando en realidad quería ponerse de puntillas y decirle al oído que era un idiota, pero que iría con él a todos los bailes de navidad que hubiese, porque nunca había querido ir con ningún otro.

Se separaron allí durante una semana hasta que ella fue a Grimmauld Place para el mejor verano de su vida. Un verano en una casa húmeda y siniestra pero que estuvo lleno de palabras susurradas y besos tímidos al principio pero que fueron ganando en pasión y de manos entrelazadas cuando nadie les miraba. Porque habían decidido, sin decírselo, que iban a mantener aquello en el más absoluto de los secretos. Afuera se libraba una guerra cruel y ellos estaban en el ojo del huracán y les parecía que era una frivolidad enamorarse, si, enamorarse, cuando el mundo se derrumbaba. Pero al mismo tiempo porque cuando estaban solos no existían ni Voldemort, ni profecías, ni Harry, ni los Weasley, ni Hogwarts, ni nada ni nadie. Eran solo Ron y Hermione, Hermione y Ron y el resto carecía de sentido.

Pero no le dijo nada de eso a Ginny, sino que se limitó a señalar, un poco avergonzada todavía que:

"Oh, bueno, simplemente es algo que... sucedió"

Y entonces se dio cuenta. Se dio cuenta que desde aquel compartimento de tren siete años atrás Ron y Hermione, Hermione y Ron simplemente habían sido algo que sucedió, que sucedía, que sucedería siempre. Inevitables.

En sus siete años en Hogwarts, Hermione jamás había estado en el despacho del director del colegio. Sabía donde estaba la entrada porque Harry se lo había contado una vez y porque, bueno, se decía en Historia de Hogwarts. Pero ella nunca había pisado aquel despacho. Y ahora que lo hacía solo tenía una palabra para definirlo: solemne. Era como una catedral gótica en miniatura. De las paredes colgaban multitud de retratos de antiguos directores del colegio, la mayoría de los cuales dormitaban apoyados en los marcos. Pero también estaba lleno de extraños aparatos mágicos que ni siquiera ella, que creía saberlo todo gracias a los libros, podría decir para que servían.

Había esperado encontrarse a Albus Dumbledore allí sentado, detrás de su imponente mesa de madera, con Fawkes descansando en su percha. Por eso se sorprendió cuando vio a McGonagall sentarse en aquel lugar y escrutarla con mirada inquisitiva, mientras le decía que tomase asiento. Una rápida mirada a los cuadros de la pared izquierda resolvió sus dudas. Allí, pintado al óleo, Dumbledore le hacía un gesto de saludo por encima de sus gafas de media luna.

"¿Y bien?", dijo la profesora McGonagall poniendo las manos sobre la mesa, "¿en que podemos ayudarla, señorita Granger?"

Por un momento Hermione se sintió como si fuese de nuevo una chiquilla que había sido llamada al despacho del director para recibir una reprimenda, pero después recordó a lo que había venido.

"Bueno", carraspeó, "no sé muy bien por donde empezar..."

La vieja profesora levantó una ceja, como si le sorprendiese que aquella mujer, que en otro tiempo había sido su alumna más aventajada, titubease antes de decir algo.

"Es mi hijo", continuó una Hermione ahora decidida, "quiero saber si recibirá una lechuza de Hogwarts este verano"

Minerva McGonagall sonrió de medio lado, como si supiese desde el principio que la había traído hasta allí. "Ya veo", dijo, "me temo que esa es un información que no puedo compartir con usted, señorita Granger"

"Pero...", Hermione alzó el tono de voz, "es algo que necesito saber. Tiene que decírmelo"

"¿Por qué?", preguntó McGonagall

"Porque no quiero que sea mago", dijo Hermione del tirón, "no quiero que aprenda magia"

La profesora la miró con gesto airado e iba a decir algo cuando ambas oyeron la voz calmada de Dumbledore.

"Minerva", dijo, "¿me permites que interrumpa tu conversación con la señorita Granger?. Quiero decirle algo"

McGonagall asintió. Hermione se restregó las manos, había estado temiendo este momento.

"Me sorprende tu arrojo, Hermione", dijo Dumbledore, "pero tu mejor que nadie sabes que la magia no es algo que se enseña. Algunas personas llegan hasta nuestras puertas y solo ven las ruinas de un antiguo castillo. Otros, en cambio, nos ven a nosotros. Al fin y al cabo, la magia es solo una forma de mirar el mundo. Y tú solías tener mucho talento para mirar, y aún lo tienes, aunque te empeñes en negarlo: de otra forma no habrías llegado aquí. Y tu hijo también tiene ese talento: sabe mirar y cuando lo hace, piensa que la realidad no es inmutable. Y está en lo cierto. Por eso recibirá una lechuza de Hogwarts a mediados de julio", Hermione palideció mientras Dumbledore seguía hablando, "si, la recibirá. Y no servirá de nada que intentes impedirlo, llegarán otras. Porque no es tu decisión, sino la decisión de Jimmy y debes respetarla".

Hermione permaneció callada, mirando a las puntas de sus zapatos durante un buen rato, mientras Dumbledore y McGonagall la observaban con paciencia. Al fin dijo:

"Tengo que irme" y se levantó para marchar.

"Una última cosa, Hermione", dijo Dumbledore desde su retrato, "la decisión de Jimmy te sería menos dolorosa si hicieses las paces con el pasado, ¿no crees?"

"No hay ningún pasado con el que hacer las paces", murmuró Hermione antes de salir del despacho.

4 de Junio de 1998 17 años antes

Hermione saltó por el hueco del retrato de la Señora Gorda después de decirle la contraseña pensando todavía en el examen que acababa de hacer. Desde que salió del Gran Comedor ya había repasado dos veces aquel problema de Aritmancia. Estaba segura de que lo había hecho bien pero era incapaz de evitar que las dudas no la devorasen hasta que veía las notas. En su quinto año el mes que transcurrió entre los TIMOS y la llegada de las notas con todos aquellos Excelentes fue horrible. Incluso cuando estaba en la enfermería, tomando diez pociones distintas al día, con Ron quejándose más de la cuenta en la cama de al lado (eso cuando no engullía una Rana de Chocolate tras otra) y terriblemente preocupada por Harry, no podía dejar de pensar en sus notas. Igual que ahora.

Cuando llegó a la Sala Cómún la encontró vacía. Todo el mundo debía de estar en un examen o en la biblioteca. De hecho, el único rastro de presencia humana en la torre de Gryffindor era un montón de libros y papeles sobre una de las mesas. Reconoció la pluma de ganso marrón que estaba tirada encima de uno de aquellos libros. Algunas gotas de tinta habían caído sobre la página, manchándola. Una pena. Empezó a recoger los libros entre bufidos. ¿Como se podía ser tan desordenado?. Bueno, decían que era una característica de los magos pero siempre había pensado que esa era una excusa que se había inventado algún mago muy dejado. Después de todo ella era mago y bastante buena, por cierto, pensó dejando que su orgullo la poseyese por un momento, y sus cosas siempre estaban perfectamente ordenadas.

De pronto se detuvo. ¿Había dicho que el único rastro de presencia humana eran aquellos libros?. Bien, tendría que retractarse: el sonido de algo que se parecía mucho a un ronquido llegó a sus oídos desde el sofá rojo que estaba delante de la chimenea. Se acercó.

"¡RONALD WEASLEY!", gritó enfadada cuando vio quien era el bello durmiente.

Ron dio un brinco. Cayó del sofá. Hermione se mordió la lengua para no soltar una carcajada. Tenía que permanecer seria para que le hiciese caso. Pero esa visión de Ron con el pelo alborotado, la camisa por fuera de los pantalones, la corbata aflojada y mirándola con ojos vidriosos mientras se restregaba la rabadilla y parpadeaba como un búho... bueno, tuvo que contenerse para no suspirar. Era su Ron.

"¡Maldita sea, Hermione!", le dijo aún desde el suelo, "¿es que nadie te ha dicho que si despiertas a alguien de repente puede quedarse tonto?"

"Bueno, en tu caso no creo que se notase demasiado la diferencia", se lo había puesto en bandeja, tenía que decirlo, "¿puedes explicarme por qué demonios estás ahí roncando en lugar de estudiar para tu examen de Pociones?"

"Fácil: porque no voy a presentarme", dijo Ron como si fuese lo más natural del mundo mientras se ponía en pie y sacudía sus pantalones.

"¡¿QUÉ?!". No podía estar hablando en serio. El examen era esa misma tarde y tenía que aprobarlo si quería ser admitido en el entrenamiento como auror.

"Que no voy a presentarme" ahora volvía a tumbarse en el sofá, con las manos enlazadas detrás de la cabeza y una sonrisa de suficiencia que puso a Hermione más nerviosa aún.

"¿Pero estás loco o qué?, ¿sabes que pasará si no te presentas?: no obtendrás el EXTASIS de Pociones y no te admitirán en el entrenamiento de aurores. Y no me digas que, de repente, ya no quieres ser auror porque llevo oyéndote decir lo maravilloso que sería serlo desde que estábamos en cuarto. Así que levanta ahora mismo el culo de ese sofá y ponte a repasar lo que sea que tengas que repasar. Mis apuntes, por ejemplo. Ipso facto" dijo Hermione cada vez más acelerada dando tres o cuatro paseos alrededor del sofá para acabar apuntando amenazadoramente con su dedo índice hacia la mesa donde estaban esparcidos los libros de Ron.

Pero él siguió tumbado en la misma postura. Y con la misma estúpida sonrisa en la cara. Hermione bufó. Era idiota. Definitivamente era el idiota más grande que había conocido jamás. Y ahora ese idiota rebuscaba en los bolsillos de sus pantalones de idiota para sacar un sobre idiotamente naranja y tendérselo mirándola idióticamente a los ojos.

"Lee esto", le dijo.

Hermione abrió el sobre y desplegó el pergamino. Leyó en voz alta:

"Estimado señor Ronald B. Weasley: por la presente tenemos el placer de comunicarle que esperamos su incorporación a nuestro equipo durante los primeros días del mes de julio, en cuanto acabe sus estudios en Hogwarts. El día 2 deberá presentarse en el Hospital St. Mungo en Londres para la revisión médica a las 10 de la mañana y acto seguido le trasladaremos al campo de Chudley Road para el acto de presentación como nuevo guardián del equipo para la temporada 98/99. Esperamos su confirmación, tenemos puestas grandes esperanzas en usted. Firmado: Anthony O´Reinhard, Director Deportivo de los Chudley Cannons".

Se quedó con la carta en la mano incapaz de articular una palabra. Miró a Ron que se había sentado en el sofá y lucía una sonrisa de oreja a oreja. Volvió a mirar la carta. Abrió la boca y solo acertó a decir:

"Ron..." de forma muy queda.

"¿No es genial?", dijo él.

"¿Que si es genial?, farfulló Hermione, "es...,¡es espléndido, maravilloso, increíble, fantástico...!" dijo atropelladamente antes de sentarse a su lado en el sofá para tomar aire. "Tu..., tu siempre has sido seguidor de los Cannons: sé perfectamente lo que el quidditch significa para ti y ahora, ahora..."

"Ahora voy a ser el nuevo guardián de mi equipo favorito", completó Ron con calma.

Se quedó mirándole. Tenía los ojos más azules que había visto jamás. Desde luego ya sabía que tenía los ojos azules, lo sabía desde hacía siete años. Pero nunca habían sido tan azules como en ese instante, ni tan serenos. Muy pocas veces se dejaba ver este Ron, el Ron sin sarcasmos, sin celos, sin valoraciones apresuradas sobre casi todo. El Ron que anunciaba el hombre íntegro, honesto, cabal, que algún día llegaría a ser. Que ya estaba empezando a ser. ¡Ah!, Hermione Granger, deja de pensar tonterías y haz algo, se dijo. Y lo que hizo fue plantarle un beso en los labios, saltándose la norma que ella misma había impuesto, la de Nada de arrumacos en la Sala Común. Aunque esté vacía.

Ron parecía sorprendido por su ataque de cariño cuando despegó sus labios de los suyos. "¿Debo interpretar que estás tan contenta como yo?", dijo con una sonrisa

"¿Bromeas?", le contestó Hermione, "no había estado tan contenta ni tan orgullosa en toda mi vida. ¿Desde cuando lo sabías?"

"Desde el partido contra Ravenclaw", explicó Ron, "asistieron unos ojeadores. Vinieron a verme a los vestuarios, pero dijeron que existía una posibilidad, que no era seguro. Así que no dije nada para no ilusionarme. La carta ha llegado hace un par de horas. Por cierto, ¿que tal tu examen de Aritmancia?"

"Bien", dijo Hermione sin detenerse a pensar en aquel maldito problema ¿como podía preguntar eso ahora?, ¿que importaba ya su examen de Aritmancia?: ¡iba a jugar con los Cannons, por Merlín!. "¿se lo has dicho a Harry?" preguntó, seguramente la noticia iba a levantar algo el apagadísimo ánimo de su amigo.

"Aún no: tenía el práctico de Defensa esta mañana. Y todavía no ha vuelto", Ron se quedó pensando un momento, con la vista clavada en la chimenea, que estaba apagada. "Hermione", dijo casi en un susurro, "¿que harás al dejar Hogwarts?. Quiero decir, ¿a cuantos EXTASIS te has presentado?, ¿ocho?, ¿diez?"

"Once", puntualizó ella, "el de esta tarde es el último".

"Eso quiere decir que, prácticamente, puedes elegir la carrera mágica que quieras..." dijo Ron.

"Bueno..." dijo Hermione, "sé lo que me quieres decir, Ron", suspiró y colocó un mechón rebelde detrás de su oreja, "supongo que a mis padres les encantaría que estudiase medicina en Oxford..."

"¡¿Una carrera muggle?¡", se azotó Ron, "pero, pero, eso es imposible: tu no has recibido una formación muggle, no podrías..."

"No seas idiota, Ron, claro que podría", dijo Hermione un poco molesta, "he estudiado las ciencias muggles durante los veranos: matemáticas, biología, química..."

"¿Quimiqué?"

"Química. Es como pociones, pero sin ojos de araña". Ron dio un respingo al oír lo de la araña. Hermione soltó una risilla. ¿Es que nunca iba a superar ese miedo?, "seguir más o menos con las asignaturas muggles fue una de las condiciones que mis padres me impusieron antes de venir a Hogwarts. No estoy tan avanzada como los chicos y chicas de mi edad, pero en un año podría alcanzarles e ingresar en cualquier universidad del país. Oxford, por supuesto, es la mejor opción"

"¿Tu no eres de Oxford?" preguntó Ron con miedo.

"Kidlington. Está a cinco kilómetros de Oxford" aclaró Hermione, "pero Ron, puedo asegurarte que el mundo muggle no es, ahora mismo, una opción para mi. Por mucho que decepcione a mis padres, soy una bruja"

La sonrisa de Ron ocupó toda su cara. "Entonces..." dijo, se había girado en su asiento y ahora la miraba directamente.

"Entonces, señor Weasley", le cortó Hermione, "creo que me decidiré por un puesto en el Ministerio de Magia, algo sobre relaciones entre los distintos habitantes del mundo mágico", Ron dio un pequeño soplido, seguramente esperaba que a continuación ella se pusiese a hablar de P.E.D.D.O., "o quizás me interese por lo que la carrera de sanadora en St. Mungo me pueda ofrecer. Tengo el presentimiento de que necesitamos tantos sanadores como podamos a partir de ahora"

"Y..." Ron carraspeó, "¿vivirás en Londres?"

¿Es que no se iban a acabar nunca sus preguntas?. "Bueno", dijo, "no creo que a mis padres les haga mucha gracia que conecten su chimenea a la red Flu...", además, pensó, con todo lo que puede pasar, es mejor que les deje a un lado, "así que viviré en Londres".

Las orejas de Ron enrojecieron súbitamente y bajó la mirada hasta clavarla en el suelo. "Yo..." murmuró, "yo tambien viviré en Londres. Ya sabes: tendré que estar cerca del campo de entrenamiento y todo eso... y bueno, lo más seguro es que me pase mucho tiempo viajando con el equipo, pero, pero..." fue levantando los ojos hasta que se encontraron con los suyos. De alguna forma la mano de Ron había ido reptando por el sofá y ahora mismo su dedo índice hacia caricias en el dedo meñique de Hermione.

Hermione estaba anonadada. ¿Era posible que le estuviera diciendo que ella?, ¿que él?, ¿que ella y él?... No iba a contestar, poco a poco sus cabezas comenzaron a acercarse. Quince centímetros. Diez. Cinco. Dos. Podía sentir su aliento sobre sus labios. Medio centímetro.

"¡RON, HERMIONE!" La voz de Neville Longbottom resonó en la Sala Común. Con un gesto de fastidio se dieron la vuelta y asomaron la cabeza por encima del respaldo del sofá. Neville estaba en la entrada, con las manos apoyadas en las rodillas, recobrando el aliento. Parecía desencajado.

"¿Que ocurre, Neville?", preguntó Hermione ansiosa.

"Mortíf...", dijo entrecortadamente, " Mortífagos: están atacando el colegio"

"¡¿COMO?!", gritaron con una sola voz.

Los pasillos de Hogwarts parecían haber cobrado vida durante el tiempo que estuvo en el antiguo despacho de Dumbledore. Ahora, saliendo de las clases, alumnos vestidos con las familiares togas poblaban los pasillos. Hablaban a voces, se reían, la mayoría portaba libros que quizá ella misma había consultado muchos años atrás. Un par de prefectos de Gryffindor pasaron a su lado, poniendo orden entre un grupo de alumnos que, a juzgar por su edad, debían ser de tercero y armaban gran alboroto. Aceleró el paso para salir de allí cuanto antes. Caminaba mirando al suelo y por eso no vio al hombre con una gran caja hasta que chocó con él y cayó de culo.

"Lo siento, lo siento", balbuceó el hombre tendiéndole una mano para ayudarla a levantarse, pero cuando estuvo de pie se quedó sorprendido al verla, "¿Hermione?"

Remus Lupin tenía el pelo canoso, algunas arrugas en su rostro y la misma voz amable. Parecía cansado y Hermione recordó que la luna había estado llena hacia un par de noches. "Profesor Lupin", le saludó Hermione.

"¡Que sorpresa!" dijo él mientras se esforzaba por levantar la caja, "¿que haces aquí?"

"Estaba...", comenzó Hermione pero rápidamente hizo un gesto brusco para recoger la caja que casi se caía de las manos de Lupin, "déjeme ayudarle, profesor"

"Está bien", dijo Remus, "no me vienen mal un par de manos"

En seguida Hermione se encontró sosteniendo la caja mientras seguía a Lupin por los pasillos llenos de estudiantes hasta su despacho. Eludió decirle a que había venido a Hogwarts.

"Así que, hace unos doce años, Dumbledore me ofreció de nuevo el puesto de profesor de Defensa", Lupin le explicaba el por qué de su presencia en el colegio, "dijo que, después de todo lo que había pasado, al mundo mágico lo que menos le importaba era que uno de los profesores de sus hijos se convirtiese en lobo una vez al mes mientras fuese un buen profesor. Y aquí estoy desde entonces"

"Me alegro", murmuró Hermione depositando la caja encima de la mesa.

"¿Qué tal estás tu?", preguntó Lupin, "eres la última persona con la que esperaba encontrarme aquí"

"He tenido una charla con Dumbledore, o más bien con su retrato", explicó Hermione, "mi... mi hijo mayor ya tiene diez años"

"Entiendo", dijo Lupin, "¿no quieres que venga a Hogwarts, verdad?"

Hermione asintió.

"Comprendo tu decisión", dijo él quedándose callado durante un rato, con la mirada perdida; después pareció recordar algo y dijo entre risas, "¿sabes que me piden cada día mis alumnos?: que les enseñe como se hace un encantamiento patronus"

Hermione sonrió, de todos los hechizos que se aprendían en Defensa Contra las Artes Oscuras el patronus era uno de los más difíciles de realizar.

"¿Recuerdas como se hace un patronus, Hermione?" le preguntó Lupin.

"Claro que si", contestó sin darse cuenta de que su orgullo de alumna aventajada había respondido por ella hasta que vio que su antiguo profesor sacaba su varita y se la tendía.

"Demuéstramelo", le dijo.

Negó con la cabeza. "No puedo hacerlo, profesor, ni siquiera es mi varita: no funcionaría".

"Hermione", dijo Lupin en el tono más serio posible, "te conozco desde que tenías trece años y se que serías capaz de hacer que la magia funcionara hasta empuñando una piedra. Tómala"

Extendió la mano y agarró la varita. Se había prometido a si misma abandonar la magia para siempre, pero había algo en aquella sensación a lo que no podría renunciar en toda su vida.

Piensa en algo alegre, dijo una voz en su cabeza.

31 de Octubre de 1993. 22 años antes.

Definitivamente Hogsmeade era el lugar más interesante y divertido en el que Hermione Granger había estado jamás. Al principio se habían sentido mal porque Harry hubiese tenido que quedarse en Hogwarts y no pudiese acompañarles. Hicieron todo el camino desde el colegio un poco cabizbajos. Pero en cuanto pusieron un pie en las calles de Hogsmeade se les olvidó por completo.

Las calles estaban llenas no solo de magos, sino de toda clase de criaturas que poblaban el mundo mágico. Vieron un goblin en las Tres Escobas, cuando se acercaron hasta allí para tomar una cerveza de mantequilla que les puso las mejillas coloradas y devolvió la sensibilidad a la punta de su nariz. Hermione no sabía ni por donde empezar. Había hecho una lista con todos los lugares que ella consideraba interesantes en Hogsmeade y se disponía a visitarlos. Ron protestó porque él quería ir directamente a Honeydukes para atiborrarse de dulces, pero una mirada severa y el argumento de que si empezaba a comer caramelos a las diez de la mañana esa noche se perdería el festín de Halloween porque estaría vomitando, lograron convencerle.

Así que pasaron por el monumento levantado en el lugar donde empezó la revuelta de duendes de 1612, por la oficina de correos donde vieron cientos de especies de lechuzas y algunos pájaros tropicales de llamativos colores, pasearon alrededor de la Casa de los Gritos que no parecía tan espeluznante como se decía, y, ante la insistencia de Ron, entraron en la tienda de artículos de broma de Zonko de camino a la librería. Ron compró dos paquetes de bombas fétidas, uno para él y otro para Harry, a pesar del ceño fruncido de Hermione que no reconocería ni muerta que algunos de aquellos artículos le hacían gracia.

El mal humor se le pasó al llegar a la librería y sumergirse entre todos aquellos volúmenes gastados. Cada estantería que examinaba le hacía soltar un pequeño gritito de excitación. Ron ponía los ojos en blanco mientras la seguía por la tienda, pero al llegar a la estantería de libros de Aritmancia y comprobar que estarían allí durante la siguiente media hora farfulló algo sobre revistas de quidditch y desapareció en dirección al otro lado de la librería.

Hermione se reunió con él poco tiempo después, una vez que hubo examinado el resto de la tienda. Le encontró con un libro entre las manos, unos con las tapas de un naranja chillón.

"¡La historia de la Chudley Cannons, Hermione!", le dijo Ron con una sonrisa de oreja a oreja, "¡todo está aquí, mira!: desde 1415, el equipo más antiguo del país..."

"Vaya, vaya, Weasley", una voz fría que arrastraba las palabras sonó a sus espaldas, "tenía que haberme imaginado que un perdedor como tu era hincha de unos perdedores como los Cannons"

Ambos se dieron la vuelta con rapidez. Draco Malfoy, con Crabbe y Goyle guardando sus espaldas, les miraba con sonrisa burlona.

Las orejas de Ron se encendieron. "¿Tienes ganas de que te parta tu asquerosa cara otro vez, Malfoy?, dijo apretando los puños.

"Tranquilo", por alguna razón el recuerdo del ojo morado que le puso Ron hacía dos años pareció acobardar al Slytherin, "disfruta de tu libro para bobalicones: si puedes pagarlo, claro", Malfoy levantó las cejas para remarcar su envenenado comentario y acto seguido les dio la espalda y se perdió entre las estanterías con Crabbe y Goyle pegados a sus talones.

"Maldito idiota, estúpido, feo y mugriento Malfoy", farfullaba el pelirrojo

"Ron..." dijo Hermione intentando aplacar el enfado de su amigo, "déjalo estar: solo busca provocarte"

"Ya", murmuró Ron observando la contraportada del libro de los Cannons, "pero tiene razón: es demasiado caro para mi", añadió poniéndolo de nuevo en la estantería, "venga, salgamos de aquí".

A Hermione no le gustaba ver a Ron tan abatido, así que sugirió que encaminasen sus pasos hacia Honeydukes, la única tienda que les quedaba por visitar. Se alegró de ir allí. En cuanto traspasaron el umbral de la puerta olvidaron por completo el encuentro con Malfoy. Ron estaba casi tan contento como con el libro de los Cannons. Honeydukes era el sitio más maravilloso de todo el pueblo. Miles y miles de golosinas se repartían por los estantes, por los barriles. La variedad era tan enorme que no las habrían probado todas ni aunque permaneciesen allí dos semanas seguidas. Había pasteles caldero sabrosísimos, empanadas de calabaza, barriles llenos de Grageas Bertie Botts. Ron se comió al menos una docena de Ranas de Chocolate, pero todos los cromos le salieron repetidos. Pero también tenían otras especialidades: los diablillos de pimienta picaban tanto que era cierto que acababas echando humo por la boca, y Hermione tuvo que beberse tres jarras de zumo de calabaza hasta que su lengua dejó de palpitarle después de haber probado uno. Las bolas de chocolate rellenas de mousse de fresa y nata de Cornualles eran una explosión de sabor tal que dejaba inútil cualquier sentido que no fuese el gusto. Se llenaron los bolsillos de caramelos de todos los sabores que pudieron encontrar para llevárselos a Harry: café con leche, nata, turrón, sandía, fresa...

"¡Eh, Hermione!", gritaba Ron cada vez que encontraba algo que no habían probado todavía. Ella examinaba con atención la seda dental con sabor a menta que sabía les encantaría a sus padres, dentistas ambos. Se volvió para mirarle: el muy idiota se había metido dos babosas de gelatina en los agujeros de la nariz. La imagen daba ganas de vomitar.

"¡Eres un cerdo!" dijo intentando sonar lo más ofendida posible.

Ron no dijo nada, sonrió y se tragó las babosas tras quitárselas de la nariz. Aún masticando la agarró de un brazo y tiró de ella.

"Deja eso", dijo, "todavía no has probado lo mejor"

Se acercaron hasta unos barriles enormes que llevaban escrito Meigas Fritas.

"Son esos helados que te hacen levitar" explicó Ron, "en casa siempre compraban para mi cumpleaños. Una vez comí tanto que llegué a levantarme dos metros del suelo. Yo te invito a esto. ¿Que sabor quieres?"

"Limón", dijo Hermione sin pensar: el limón era el sabor que su madre siempre le compraba porque decía que era digestivo.

"¡¿Limón?!", preguntó Ron, era evidente que no estaba de acuerdo, "vamos, Hermione: un poco de imaginación y alegría"

Abrió la boca para replicar, pero Ron ya se había vuelto hacia el mostrador y le oyó exclamar:

"Dos Meigas Fritas de chocolate especial con trufas de Pembroke, por favor", se volvió hacia ella, "es el mejor", le aclaró con gran aplomo.

Les dieron los cucuruchos y Ron rebuscó en sus bolsillos para pagar un sickle de plata. Su último sickle de plata.

Dio un lengüetazo al helado antes de que empezase a derretirse. Una vez que la punta de su lengua tocó el chocolate Hermione no supo decir que era más placentero: si la sensación de encontrarse de repente levitando a dos centímetros del suelo o el hueco que sintió en el estómago al ver que Ron la miraba con ojos brillantes y sonreía mientras puntualizaba:

"Te lo dije".

Ya había anochecido cuando el Autobús Noctámbulo la dejó de nuevo delante del número 3 de Sterling Road. En su casa solo la ventana del salón estaba iluminada. Recordó de pronto que la noche anterior no había dejado ni tan siquiera una nota que dijese algo parecido a Estaré de vuelta mañana. No os preocupéis por mí. A estas horas Jim probablemente habría llamado ya catorce veces a la policía. Nunca se había parado a explicar las razones de las cosas cuando se decidía a hacerlas. Una vieja costumbre que desconcertaba a casi todo el mundo y que no se le había quitado con los años. Llegó hasta la puerta y picó al timbre. Se había ido sin las llaves de casa. No habían pasado ni cinco segundos cuando oyó que alguien corría dentro de casa y allí estaba Jim, apoyado en el marco con una expresión de tranquilidad y alivio al verla a ella. La abrazó.

"¡Hermione!", dijo, "¿dónde?, ¿dónde demonios has estado?"

"Yo...", empezó Hermione, pero Jim seguía hablando mientras la arrastraba dentro, posiblemente pensaba que sino volvería a irse.

"Llamé a tus padres y no te habían visto. Tampoco estabas en el trabajo. Ni en ningún otro lugar", decía atropelladamente, "los niños preguntaban por ti y yo no sabía que responderles. Les mandé al colegio y te he buscado por todo Kidlington. Incluso me acerqué hasta Oxford y he estado en la comisaría pero me dijeron que no podían considerarte desaparecida porque tienen que pasar 72 horas para que..."

Ya habían llegado al salón. Se soltó de su mano y le hizo gestos para que se calmase.

"Jim..., Jim. Te explicaré adonde he ido, ¿de acuerdo?. Es una larga historia..."

"¿Una larga historia?, ¿de que estás hablando?"

Hermione le miró fijamente, tomo aire y dijo:

"Será mejor que te sientes".