Capítulo 1
El intenso dolor de cabeza le hizo saber que acababa de despertar. Esas punzadas, agudas, continuas e insistentes que se habían convertido en compañeras habituales le daban la bienvenida a un nuevo día.
Lo último que recordaba es que le habían administrado la quimio durante la noche... Seguramente habría perdido la conciencia durante el proceso.
Últimamente no la toleraba bien, y despertaba al tiempo débil, tan débil que el mero hecho de abrir los ojos al mundo le suponía un esfuerzo.Pero lo hizo. Los abrió y enfocó lentamente a su izquierda, y vio lo que llevaba contemplando día tras día desde que ingresara en aquel hospital hacía ya 6 meses.
Le observó, y una sonrisa se dibujó en su casa. Dormía, apoyado sobre la mano en el a piori incómodo sillón para acompañantes que había junto a la cama. El pelo le tapaba parcialmente la cara, ahora serena, pero con síntomas de cansancio. Le vio moverse, y en un acto reflejo, pestañear levemente, lo suficiente como para darse cuenta de que su amigo ya estaba despierto.
Le dirigió una sonrisa mientras se estiraba, para luego incorporarse y sentarse junto a él en la cama.
-Buenos días.
-Buenos días.
Él le contempló, parecía estar comprobando cada uno de sus rasgos en búsqueda de algún indicio... ¿Indicio de qué?
-¿Cómo
te encuentras?
-Cansado... Muy cansado...
-Es normal... Te han subido la dosis. ¿Tienes fiebre? Espera, llamaré
a una enfermera.
Salió rápidamente sin perder la cálida sonrisa. Volvió a fijarse en el sillón. Sobre la pequeña mesa que hacía de complemento para las visitas estaba su maleta, y unos cuantos libros... Sabía que él no se había percatado, pero le había observado leer aquellos libracos ininteligibles, buscando datos sobre su enfermedad, noche tras noche...Buscando esa maldita palabra... Leucemia. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué no se había ido de su lado ni un solo día desde que estaba allí interno? ¿Por qué hacía todo esto por él?
Se sintió mal... Porque después de todo el esfuerzo y empeño, y de todo el apoyo que le había dado para luchar contra su patología, no iba a poder ofrecerle la recompensa de su recuperación... Había luchado con optimismo, pero... Estaba agotado, como ausente, flotando en una nebulosa... Sabía que no le quedaba mucho tiempo, y por más egoísta que le pudiera parecer, no soportaba la idea de tener que seguir sufriendo esa lenta tortura cuando el descanso estaba tan cerca...
La puerta volvió a abrirse y una de las jóvenes enfermeras entró para anotar su temperatura y cumplir con el rito diario. Le veía mover los labios, sus oídos no eran capaces de captar sonido con más intensidad que la de un suave murmullo... Se le nubló la vista... Se sintió flotar fuera de su cuerpo... Hasta que noto aquella mirada clavada en él, reflejo de la preocupación, y una voz dulce y familiar, retumbando a lo lejos.
-Shun... Shun...
Tenía
que volver en sí. Llevaba días evitando ese momento... Y ya no
había marcha atrás.
Debía hacerlo.
-Lo siento...-pensó
para sus adentros.
-Shun, ¿te encuentras bien? Tienes 39º.
-Sí, sí, estoy bien...- suspiró y le miró, gravemente.
Contempló su propia mano, que yacía entre las de él. Aquella
sensación de calidez y protección le reconfortaba.
-No... No se sabe nada de mi hermano, ¿verdad?
Otro día más, el mismo movimiento negativo. La misma mueca de impotencia y decepción en el rostro de su amigo. Le estrechó fuertemente las manos, y se decidió a hacerlo, a emplear sus últimas fuerzas en ello.
-Hyoga...
Tengo que pedirte algo... Es lo más importante que te he pedido nunca.
-Dime.-se acercó
a él para retener cada una de sus palabras.
-Hemos luchado juntos contra mi enfermedad... Sin ti y sin los chicos no habría
podido resistir tanto, pero... Todo te lo debo en especial a ti, has estado
a mi lado en todo momento, no tengo palabras para agradecértelo.
-No tienes por qué darme las gracias...
Shun le sonrió con melancolía. Cuántas cosas habían
vivido juntos, cuántas situaciones más allá de la imaginación
humana, cuántos peligros... Y un cáncer iba a poder con él
cuando ni el dios Hades lo había conseguido.
-Estoy débil... Sabes que siempre me he mostrado optimista, pero el tiempo
y la experiencia me han hecho saber reconocer la realidad y aceptarla por muy
dura que sea, y mi realidad, Hyoga, es... Que no me queda mucho... Me lo dice
el corazón, y mi cuerpo ya no puede más.
En el fondo, esperaba y deseaba que Hyoga exclamara que no dijera esas tonterías, que todo saldría bien y que acabaría cuando menos se diera cuenta... Pero no fue así. En vez de eso le vio contener las lágrimas, luchando por no echarse a llorar ahí mismo.
-Necesito
que me ayudes con mi testamento.
Se sintió terriblemente humilde tras haber hecho la petición más
íntima que se le podía hacer a otra persona, la petición
de colaborar en el reconocimiento de la propia muerte.
Hyoga asintió, y haciendo de tripas corazón buscó dónde y con que escribir. Cuando hubo encontrado un block y una pluma, volvió a sentarse a su lado.
-Tranquilo, sé como hay que hacerlo, le pedí al señor Kurasagi que me lo explicara detalladamente... Sólo tienes que transcribir.
Y con esas palabras, empezó a redactarle el legado que quedaría cuando él no estuviera ahí. Hyoga atendía y escribía, concentrado, con todos los sentidos puestos en aquella tarea, la cual no duró demasiado, pues Shun tenía en mente las palabras exactas, fruto de muchas horas pensándolas y estructurándolas.
Firmó el documento con mano asombrosamente firme y segura. Hyoga lo depositó en la mesa y volvió a su lado. Tenía la mirada baja, y permanecía callado. Le conocía como a la palma de su mano, pero en aquel momento lo hubiera dado todo por saber lo que se le pasaba por la cabeza.
-Mírame, por favor...
Aquellos hermosos ojos azules se encontraron con los suyos. Esos ojos, ahora tan tristes.
-Hyoga, me gustaría qué... No, mejor dicho, prométeme, júrame por el descanso de tu madre que vas a seguir adelante.
Shun decía aquello serenamente, sus palabras provenían de lo más hondo de sucorazón.
-Júrame que serás feliz. Júrame que algún día lo serás, y que harás lo imposible por conseguirlo. ¿Lo harás?
Hyoga se mordía los temblorosos labios. No iba a llorar. Se dominó como pudo, y empleó toda su voluntad en pronunciar esa frase:
-Te lo juro.
Shun sonrió. Ahora si que tenía la conciencia tranquila, lo había hecho. No podía más, un dulce sopor se apoderó de él.
-Estoy cansado...
-Duerme un poco, te vendrá bien.
Le colocó la almohada. Shun le cogió nuevamente de la mano.
-Quédate aquí hasta que me haya dormido, por favor.
-Claro.
Ninguno de los dijo nada al respecto, pero algo les decía que esa era la última vez que iban a hablar.
-Descansa, estaré a tu lado.
Shun cerró los ojos lentamente. Su sonrisa no se borró mientras caía en un profundo sueño. Y su sonrisa permaneció inalterable, como Hyoga, que no le soltó la mano ni se movió de ahí. Inalterable, como Hyoga cuando el aparato que marcaba su pulso comenzó a emitir un ruido horriblemente penetrante; inalterable, como su reacción cuando una avalancha de médicos y enfermeras entraron en plena estampida ante la inminente parada cardiaca. Inalterable, como sus concisas y directas palabras:
-Déjenle descansar en paz.
Los médicos se miraron entre sí. Se respiraba resignación en el ambiente. Hyoga se levantó, dejando las manos ya inertes sobre los costados. No miró atrás. Recogió sus cosas y el testamento, y salió de la habitación. Una última frase se le clavó en el alma al oírla por la espalda:
-Hora de la muerte: 7'45
No iba a llorar. Reunió toda la madurez que pudo encontrar y bajó a la planta baja, en busca del teléfono público. Llamó al señor Kurasagi. Él era el abogado de la Fundación Graud, el indicado para dejar el documento en toda regla.
El reloj del pasillo marcaba las 8'30 cuando el abogado apareció por el pasillo. Era joven, apenas unos 5 o 6 años mayor que él, pero un gran profesional. Le hizo una profunda reverencia en señal de luto. Nunca había entendido esa costumbre de los japoneses.
-Siento terriblemente lo ocurrido.
Él asintió. Quería terminar con ello cuanto antes. Buscaron donde sentarse y le tendió el testamento.
-Lo escribí
mientras él me lo redactaba. Espero que esté todo correcto.
-Sí...- se puso las gafas para leer el texto- Entonces, todos sus bienes
irán al orfanato... Con respecto a la incineración...
-Mientras antes sea, mejor.
-Deberíamos contactar con Ikki, es su único familiar, y...
-Me ha delegado esa responsabilidad a mí.-contestó, secamente.
-Sí, tienes razón.-replicó el abogado, inmerso en el escrito.
Dialogaron durante más de quince minutos, hasta dejar claros todos los asuntos que Hyoga quería tratar. Kurasagi tomo aire. Iba a ser una mañana agitada, era duro ser profesional cuando se trataba de la muerte de una persona cercana, y demás, joven.
-Tranquilo,
déjalo en mis manos, me ocuparé de todo inmediatamente.
-Gracias... Akito.
Aquel trato
tan familiar le hizo entender que confiaba en él. Agarró afectuosamente
el hombro del ruso, no podía hacer más en el plano personal por
él.
Se despidieron. Hyoga le contempló alejarse por el pasillo hasta desaparecer,
y se sumió en el silencio total del hospital.
El teléfono sonaba insistentemente. Tanto que al final Seiya optó
por levantarse y atender la llamada, pese a que tenía por política
no hacerlo a esas horas tan tempranas. Se desperezó de mala gana mientras
descolgaba el auricular.
-¿Diga?
Era una llamada del hospiral. Se quedó helado cuando recibió la noticia.
(Fin capítulo 1)
