Capítulo 3
Ninguno de los tres dijo nada. Seiya y Shiryu se limitaban a observar a través de los cristales del coche mientras Hyoga conducía. Conocía el camino al cementerio de memoria, desgraciadamente no era la primera vez que iba.
Llegaron sin incidencias. Kurasagi les esperaba.También muchos de los trabajadores de la Fundación, los cuáles habían profesado simpatía e incluso gran aprecio por el joven desaparecido. Y compañeros de entrenamiento, como Jabu, incluso algunos amigos que Shun había hecho en la Academia donde había tratado de retomar los estudios...
Se sintió incómodo, hubiera deseado algo más íntimo. Pero se limitó a colocarse junto a Shiryu y Seiya, entregar la urna con sus cenizas y atender a la ceremonia.
Seiya estaba absorto, y las palabras del encargado del ritual fluían como un murmullo incomprensible. Contempló los rostros serios de todos los presentes. Reparó por último en el de Hyoga... Tenía la mirada fija en el vacío, hacia el frente... Fue tan rápido el cambio de su expresión que no le dió tiempo a reaccionar. Sus ojos, hasta hacía unos instantes ausentes, cobraron súbitamente un violento fulgor, y estaban anclados en un punto concreto. Seiya siguió la dirección y necesitó unos segundos para asimilar lo que veía... Ikki. Era él, sin duda. Estaba tras los congregados, quieto, sosteniéndole la mirada a Hyoga. Tan estupefacto se quedó que la voz del ruso le cogió de sorpresa...
-Serás... Hijo de... ¡Puta!
Sus palabras se elevaron por encima de las del sacerdote, ante el desconcierto general. Se adelantó, poco a poco, y la gente de abrió, dejando visible a Ikki, que también se acercaba, quedándose a una distancia prudencial.
-Me dejé la piel buscándote... Te llamé, te escribí, te mandé faxes... Revolví archivos... ¿Sabes que tu hermano preguntó por ti todos los días que pasó postrado en ese jodido hospital? -Hyoga gritaba, descontrolado y furioso.
Sintió como alguien le agarraba... Eran sus compañeros, que le sujetaban con firmeza de los brazos.
-Hyoga, tranquilízate, por favor - le suplicaron.
Se resistió. No iba a callarse. Llevaba aquella rabia impresa en las entrañas.
-Me preguntó por ti todos los días... ¡Y ahora tienes la desfachatez de presentarte aquí! ¡Maldito seas!
-¡Cálmate! -le gritó Shiryu.
Hyoga tiró bruscamente, soltándose. La gente murmuraba, preocupada e impresionada.
-Por respeto a Shun no te haré nada, pero te juro sobre su tumba que la próxima vez que te vea, te mato.
Dicho eso, se marchó, con paso rápido, sin hacer caso a sus amigos que trataron de hacerle entrar en razón. Cogió las llaves del coche de la Fundación y arrancó. Se fue de allí, con una rapidez endiablada. Ni le importó como Seiya y Shiryu iban a volver. Todo le importaba una mierda.
Condujo con rabia, lo suficientemente cuerdo para no cometer una locura, pero no lo suficiente para que la idea de tirarse por la primera ladera que viera se le fuera de la cabeza. Se desvió del camino principal, y fue cuando su cuerpo se sobrecogío debido a la velocidad cuando se obligó a parar en un hueco que encontró a lo largo del arcén. ¿Qué culpa tenían los demás de su enfado como para pagarlo con sus inocentes vidas? Se apoyó en el volante y escondió la cara entre los brazos. Aquello había sido la gota que colmó el vaso. Por la mañana, de camino al funeral, hacía apenas cuarenta minutos, lo había descartado, pero ahora estaba ciego, sólo tenía ojos para ese plan... Tenía que hacerlo.
Condujo a la Residencia. Subió a toda velocidad a su habitación. ¿A quién pretendía engañar? Había dejado preparada su maleta desde que pudo. Cogió su pasaporte, los demás documentos que le serían de utilidad, la pequeña urna con todo lo que quedaba de Shun y el dinero en efectivo que había acumulado. 21 años de existencia se podían resumir en aquella maleta, en sus pocas pertenencias. Era muy triste. Miró su cuarto, ahora vacío, y desapareció. Dejó las llaves puestas en el coche. Salió a la calle, y caminó a toda prisa en busca de un taxi. Finalmente localizó uno. No había marcha atrás. Era una huída cobarde, pero le daba igual.
-Al puerto, por favor.
