Capítulo 6
Moscú le había impactado mucho más de lo que podría haber llegado a pensar. Llevaba tres días deambulando por la ciudad, recorriendo sus calles de perfecta y sobria arquitectura, de estatuas de la revolución y gente metódica y educada.
Solía sentarse en algún lugar tranquilo a observar el panorama. Si bien se sentía parte de aquella megalítica ciudad, su corazón seguía vacío. Aquellos dos meses en completa soledad le habían enseñado mucho, y le habían ayudado a meditar, a buscar qué era realmente lo que deseaba...
Y creía haber llegado por fin a una determinación. Se dirigió hacia el lugar donde había acabado su camino en los dos días anteriores, la Plaza Roja. Le encantaba, le sobrecogía. Faltaba poco para que anocheciera, y se empezaba a notar que las gentes se retiraban poco a poco a sus hogares. Contempló a lo lejos el Kremlin y la silueta de la hermosa Basílica... Tragó saliva. Si de verdad pensaba llevar a cabo lo que tenía en la cabeza, debía ser cuanto antes. Y antes de partir de Moscú deseaba con ahínco hacer algo... Aquel era el momento oportuno.
Caminó hacia la Basícila de San Basilio. Le maravillaban sus formas y colores, su imponente figura sobre el horizonte. En aquellos instantes sólo podía pensar en una persona.
- Mamá... Estoy seguro de que te hubiera encantado estar aquí.
Rezar por su alma en el centro espiritual del imperio era posiblemente la mejor ofrenda que podría hacerle. El interior era impresionante, la luz se impregnaba de los dorados de las representaciones que cubrían las paredes, y había gente rindiendo culto en aquellos días festivos.
Ocupó uno de los tantos bancos que quedaban libres. Dejó la maleta donde no le molestase, y tras entrelazar las manos, cerró los ojos y se dejó llevar...
Su madre... Era la mayor cruz que llevaba en su vida. Las enseñanzas religiosas que le había dado era prácticamente lo único que le quedaba de ella. Hacía mucho que había dejado de creer, ¿cómo tener fe después de todo lo que había vivido, dentro y fuera del campo de batalla? Aún así, quería mantener vivo su recuerdo, y aquella era la única forma... Su antigua obsesión se reducía a algo tan simple como a la vez casi imposible de conseguir: como toda creyente, su mayor deseo era poder descansar en tierra santa una vez muerta, para que su alma pudiera regresar a donde era debido.
Y él no había podido hacer nada por realizar su deseo, había sido incapaz de llevar su cuerpo hasta la superficie y darle sepultura. Era algo que le remordía la conciencia, pero que ya había aceptado.
-Lo siento, madre, poco más puedo hacer por ti. He llegado hasta aquí gracias a tu sacrificio, sólo espero que donde quiera que estés, sigas velando por aquellos a los que amaste... Y que me guíes en el nuevo camino que voy a empezar a recorrer.
Hizo la susodicha señal de la cruz sobre sus hombros, y se dispuso a emprender camino nuevamente. Su próximo destino: Atenas. Allí pediría cita con el Patriarca, para comunicarle su decisión personal. Deseaba abandonar la Orden.
