Capítulo 7
Se volvió para contemplar la hermosa vista de la bahía de Atenas que se vislumbraba desde la entrada al Santuario. Llegar hasta allí le había costado varias semanas de viaje y algún que otro mal trago para atravesar suelo soviético y llegar a Europa. Tras varias horas a pie por caminos que solo los mismos miembros de la Orden conocían, por fin estaba ante las imponentes ruinas que delimitaban el sagrado recinto.
Hacía dos años que no pisaba el lugar. A simple vista todo parecía seguir igual. Subió y subió por las endiabladas pendientes y los desgastados peldaños. A lo lejos pudo oír gritos y estruendo propio de algún entrenamiento. Algunos jóvenes hicieron ademán de cortarle el paso, pero fueron interrumpidos por sus superiores. Pudo captar el murmullo que quedó a sus espaldas.
- Es el santo del Cisne.
El santo del Cisne... ¿Qué significaba ahora ese rango para él? No le llevó demasiado llegar a pie del camino que conducía a las Doce casas. Sintió un nudo en la garganta. Nunca olvidaría la primera vez que las atravesó y tuvo que enfrentarse a sus ahora preciados compañeros. Ocurrieron demasiadas cosas en el transcurso de solo unas horas.
Saludó con agrado a cuantos se cruzó, antes de pasar por sus templos. Mu, Saga, Aioria, Shaka... Todos parecían felices de verle. El tiempo no había causado demasiados estragos en ellos, pero pudo percibir cierto aire de senectud en sus aureas.
Hombres aún en plena juventud, cuyos cuerpos y almas tenían cicatrices ya arraigadas y les daba apariencia de ancianos... ¿Verían los demás lo mismo en él? Se sentía viejo y cansado.
Atravesó la oscuridad del templo de libra, lleno por el eco de sus pasos. Se detuvo, absorto en aquel espacio que tantos dolorosos recuerdos le traía. Allí se enfrentó a Camus, allí rozó la muerte dentro del sarcófago de hielo, y allí volvió a la vida entre los brazos de Shun. Todas las memorias que le quedaban de dichos momentos le pasaron por delante de los ojos a modos de veloces flashes. Sacó fuerzas de donde pudo y continuó caminando, no podía dejarse llevar ahora por el tormento. El paso por la siguiente casa prometía ser igual de duro, o incluso más. A los otros dorados les había saludado cordial y brevemente, cosa que no sería posible con Milo del Escorpión. Le vio, con su figura alta e imponente, su larga cabellera al viento, sus ojos directos, clavados en él.
-Noté tu presencia, que agradable sorpresa tenerte por aquí, Hyoga.
Su tono era afectuoso y amable. La relación entre ellos era bastante peculiar. Hyoga siempre había sabido que a su maestro y al hombre que tenía al lado les unía algo más que la amistad o el simple compañerismo. El que eran amantes desde hacía años y una de las parejas más sólidas dentro del Santuario era un secreto a voces. Desde aquella vez en que estuvo a punto de sucumbir ante su aguja escarlata, se había ganado el respecto de Milo, pasando éste con el tiempo a tratarle de forma casi paternal.
-A mi también me alegra verte... -Le contestó.- Esperaba encontrarte aquí de camino al templo del Patriarca.
-Pareces cansado. Hacía mucho que no sabía de ti. Pasa y descansa un poco.
Aceptó de buen grado. Quién le hubiera dicho cinco años antes que el terrible escorpión le iba a invitar a sentarse en sus aposentos privados...
Se acomodó en las estancias donde Milo residía, en el ala este del templo las cuáles eran increíblemente acogedoras con respecto al resto del edificio.
El griego se sentó en frente de él.
-¿Qué te trae a Santuario?
-He venido a hacer algo que debí hacer en su momento, pero hasta ahora no estaba preparado para ello. Ya no puedo echarme atrás... -comento, rompiendo un poco el hielo.
Deseaba preguntarle algo, aunque le daba algo de vergüenza... Se aventuró a hacerlo aún así.
-¿Dónde se encuentra... Camus?
Milo sonrió. ¿Es que acaso pensaba que vivía allí, en su propio templo?
-Suele dedicar estas horas a entrenar. Si piensas pasar aquí la noche no tendrás problema alguno para verle.
Hyoga asintió, bajando levemente la mirada, gesto que hizo saber al anfitrión que algo no iba del todo bien.
-¿Cómo estás... En lo personal? Me llegó la noticia de la muerte del santo de Andrómeda. Lo sentí mucho, sobre todo por ti, sé que te era de gran estima. Créeme, sé lo que se siente. Yo vi morir a tu maestro dos veces, prácticamente ante mis ojos.
Agradeció las palabras de apoyo del espartano, sus esfuerzos por comprenderle. No podía pasar más tiempo allí, debía citarse con el Patriarca cuando antes. Milo insistió en acompañarle, a lo que acabó accediendo. Le puso al día de todo lo acontecido en el seno de la institución, desde el propio mandato de Shion como nuevo líder hasta los últimos rumores que corrían por todos lados. Afortunadamente, el templo de Acuario estaba vacío, no tenía fuerzas suficientes para ver a Camus. Había podido ocultarle a Milo cuáles eran sus intenciones, pero sabía que nada podría hacer ante la autoritaria presencia del que fuera su mentor.
Finalmente, llegaron a las puertas del templo.
-Gracias.
-Espero verte después, no olvides mi oferta de pasar la noche aquí, Camus también estará gustoso de tenerte con nosotros. Podemos cenar los tres en mi templo si deseas.
Asintió con la cabeza y se despidió. Era surrealista, pasar la noche con eso dos, como si de un encuentro familiar se tratase. Pidió cita con el Patriarca, y a los pocos minutos le hicieron pasar. Shion, majestuoso como siempre, se acercó a él, posando las manos sobre sus hombros con gesto protector.
-Hyoga, hijo mío, no esperaba tu visita.
Le hizo acompañarle hasta las estancias, insistiendo en que se relajara y comiera algo. Se permitió el lujo de disfrutar de su hospitalidad y prepararse para lo que había ido a hacer.
-Y bien, dime, ¿en que puedo ayudarte?
Hyoga respiró profundamente. Estaba tranquilo, sereno.
-Hace ya dos años que me disteis al igual que a mis compañeros el permiso del veto indefinido. Dejé a vuestro cuidado mi armadura y me dispuse a vivir al margen de la Orden. Este periodo de tiempo ha sido muy valioso para mi, he podido reflexionar y explorar un lado de mi vida que hasta entonces me era desconocido.
Shion escuchaba con atención.
-He servido a esta Orden desde que era un niño. Lo he hecho con orgullo y humildad, con ímpetu y entrega. He tenido vivencias y compañeros a los que admiro y guardo en mi corazón... Pero aunque la ame, gran Patriarca, hay un hecho que no puede obviarse: yo no elegí convertirme en integrante, se me fue impuesto como una forma de sobrevivir, y a ella me aferré.
Hyoga levantó el mentón, pronunciando con toda seguridad sus palabras.
-Lo que intento decir, Shion, es... Que deseo saber si cuento con alguna posibilidad de abandonar esta Orden de Atenea. Deseo empezar de nuevo y retomar mi vida donde la dejé cuando me arrebataron mi infancia y mi propio mundo.
La mirada grave de Shion evidenciaba su preocupación. Permaneció varios minutos en silencio, sumido en una profunda meditación. Hyoga esperó, paciente, a que su mágica y cristalizada voz se manifestara.
Y al fin, así fue.
-Largos son los años que esta sagrada comunidad lleva en pie, casi los 4.000, durante los cuáles todas las historias y vivencias han pasado a los líderes de generación en generación, manteniendo viva la llama que los Dioses prendieron en tiempos inmemoriales.
Hyoga del Cisne, eres uno de los mejores guerreros que Santuario jamás ha tenido, todos tenemos muchas esperanzas puestas en ti. Sin embargo, como bien has dicho, se te han abierto las puertas a otra vida, y al igual que se te son reconocidas tus virtudes como caballero, también he de considerar tu propia historial personal... Como Patriarca, mi deber es hacer justicia en todo momento partiendo de los hechos ocurridos en el pasado, analizándolos y aplicándolos de la mejor de las formas en momentos como este.
Hace 3.000 años existió un joven caballero que pidió al Patriarca de aquel entonces lo mismo que tú me pides a mi. Su nombre era Ithoba.
En consideración a tu noble persona y a tu constante entrega para con esta Orden, si sigues dispuesto a seguir adelante con tu deseo, te aplicaré el mismo dictado que en su día recibió Ithoba.-
Hyoga volvió a asentir. Shion se puso de pie, a lo que el ruso respondió con el mismo gesto.
-Hyoga del Cisne, a partir de este momento quedas libre de cualquier relación con esta Orden de Atenea, hasta que llegue el momento en que deberás ejercer tu última misión con ella, la cuál deberás cumplir para abandonar plenamente tus funciones. Serás llamado a entrenar a tu futuro heredero, deberás hacerlo por el tiempo estipulado de seis años, al término de los cuáles habrás de someter a tu pupilo a una prueba final. Si la supera, volveréis juntos a este templo, donde se celebrará la ceremonia en que él será nombrado nuevo portador de la armadura que ahora mismo te pertenece, y tus días de caballero habrán llegado a su fin. Si fracasa, deberás repetir el proceso.
Habrás de informar en todo momento de tu paradero hasta que se escoja a un candidato ideal para que sea tu alumno. La elección es dura y larga, por lo que puede que no recibas nuestra llamada en mucho tiempo. Durante este periodo de espera deberás acudir igualmente a nuestra llamada si nos encontramos en una emergencia. Hasta entonces, tu armadura seguirá custodiada entre estas paredes.-
Tras el dictado, se hizo el silencio. Hyoga agradeció las atenciones y se despidió cortérsmente de Shion. No quería ver a nadie. La noticia de su deserción pronto se haría pública. Estaba seguro de que Camus se sentiría humillado ante la retirada voluntaria de su alumno, y no quería estar presente para sentir su repulsa, con el dolor que llevaba dentro ya tenía suficiente.
Atravesó el Santuario por el camino secreto que sólo bajaba desde el templo del Patriarca y evitaba atravesar los doce templos. Echó una última mirada al lugar, y tras ello, volvió a emprender camino. Una nueva etapa daba comienzo. Había roto temporalmente con sus obligaciones con la orden, pero también había perdido ciertos privilegios, por lo que tendría que buscarse la vida de alguna u otra forma.
Aunque en el fondo de su corazón habitaba el pesar, se sentía reconciliado consigo mismo, pues había dado el primer paso, y había salido airoso. Sonrió, y se perdió entre los parajes teñidos de rojo, bajo la inminente puesta del sol.
Empezaba una nueva vida para él. Era 23 de enero de 1991. Aquel día cumplía 22 años.
