Capítulo 10
When
the day is long and the night, the night is yours alone
When you're sure you've had enough of this life, well hang on
Don't let yourself go, everybody cries and everybody hurts sometimes
REM, Everybody Hurts
Los días pasaron veloces, cuáles estrellas fugaces en el firmamento. Hyoga había perdido poco a poco el miedo escénico, y solía despachar con desparpajo y amabilidad. Había sido una gran temporada en lo personal, se había metido tan de lleno en su cometido que había olvidado parcialmente su cruda realidad.
Un año atrás, por aquellas mismas fechas, se encontraba en Kirov, al norte de Moscú, pero el ambiente festivo que se respiraba en el pueblo era prácticamente el mismo. Ajetreo y bullicio llenaban las calles, adeñuándose de las gentes de forma inconsciente. Las primeras neviscas del invierno no se hicieron esperar.
Estaban los tres cenando, como cada noche, discutiendo discernidamente sobre la actividad del día y las ventas logradas a lo largo de la semana, cuano el viejo tomo la palabra.
- Hyoga... El negocio ha ido viento en popa este año, y en parte de lo debemos a tí. Te has esforzado mucho. Si así lo quieres, siéntete libre de tomarte unos días de descanso. ¿Tal vez quieras volver a tu país y pasar las fiestas con tu familia?
Se hizo un silencio. Marie le miró, esperando una respuesta por su parte. Hyoga contestó despacio, sin perder la tenue sonrisa, pero sin mirarle a los ojos.
- No tengo familia, señor.
Continuó el incómodo silencio.
- ¡Entonces pásalas aquí! Será la primera Navidad en mucho tiempo que no pasemos solos.
- Sí, tienes razón... Esta es tu casa, ya lo sabes.
Asintió, en señal de agradecimiento.
- Estupendo. Y ahora si me disculpáis... Este anciano se va a la cama, mañana será otro día.
- ¡Pero padre! Esta noche es la inauguración del mercado... Todos los años vamos...
- No, no, no... La juventud con la juventud.
Y dando a Hyoga una palmada en el hombro, marchó camino a su habitación, quedando los dos a solas.
- ¿Te apetece ir a dar una vuelta? Me encanta ver las calles decoradas por la noche, es como una especie de tradición que sigo todos los años...
- ¡Claro! Vamos, te ayudaré a recoger todo esto.
4
Media hora más tarde paseaban entre las callejuelas manchadas del dorado de las luces y la decoración. La gente se arremolinaba ante los puestecillos, y a lo lejos, en la plaza, se escuchaban los cánticos de la coral. Consiguieron un sitio al lado de la misma, desde donde tenían buena vista, y el ruido no era demasiado molesto, permitiendo la conversación.
Marie contemplaba el espectáculo abstraída. Decidió formular la pregunta que tenía desde hacía rato dando vueltas por la cabeza, sin dejar de mirar al coro.
- ¿Te has dado cuenta de que hace casi un año desde que llegaste y aún no sé prácticamente nada de ti?
Él sabía que aquel momento llegaría, tarde o temprano. Quería responderle, ser sincero, pero sólo podía revelarle una parte de su historia... Aún así, prefirió hacerlo a mentirle.
- ¿Qué quieres sabes?
Ella le miró, como quieriendo leer en su expresión.
- Busquemos un lugar más tranquilo.
Reanudaron la marcha, a ritmo pausado, dejando que las piernas se movieran por inercia.
- Antes dijiste que no tenías familia.
- Así es.
Marie guardó silencio, no quería incomodarle con preguntas impertinentes. Se sorprendió cuando Hyoga comenzó su relato.
- Nací en una aldea al norte de Siberia. Mi madre era rusa, y mi padre un marinero japonés al que no llegué a conocer.
Ella escuchaba con atención, sin apartar la mirada perdida del frente.
- Cuando cumplí los siete años, ella compró con todos sus ahorros dos pasajes de barco a Japón. Teníamos la intención de escapar de la miseria y encontrar a mi padre... Pero nos topamos con una tempestad, y sufrimos un naufragio. Yo pude salvarme, pero ella... Murió allí.
Pararon en una de las vallas que daban al lago. No había nadie más, solo el cántico de los insectos y las estrellas titilantes.
- Tras eso, me llevaron a Japón - prosiguió con voz pausada, mientras ella le prestaba toda su atención - Me crié en un orfanato de Tokyo, en donde viví hasta el año pasado.
- ¿Y cómo llegaste hasta aquí?
Él guardó silencio unos instantes.
- Guardo muy buenos recuerdos de mi estancia allí... Obviamente, yo no era el único en aquel orfanato... Tenía un grupo de amigos, prácticamente crecí con ellos, les considero más mis hermanos que compañeros... ¿Recuerdas las cartas que a veces recibo? Las escribe uno de ellos...
Cogió una piedra del suelo y la lanzó, formando ondas por toda la superficie del agua.
- Entre ellos, estaba mi mejor amigo. Era mi máximo apoyo, la primera persona que se abrió a mi cuando llegué a Tokyo, a un país donde ser diferente es uno de las peores faltas que se pueden cometer contra la sociedad. Ya hace casi dos años, empezó a encontrarse débil. Le hicieron un chequeo, por seguridad, y lo que iban a ser tres o cuatro días de pruebas se convirtieron en seis meses de calvario. Murió en octubre. A mí se me vino el mundo encima, no pude soportarlo... Así que decidí empezar desde cero, donde nadie me conociera, y sin que nada me recordase a lo que dejé atrás... Volví a mi país, y lo recorrí de un extremo al otro. Al llegar a Europa decidí venirme a Francia, ya que sabía algo del idioma... Y... Aquí estoy - Le sonrió, como queriendo romper un poco el hielo que se había formado - Esa es mi historia... Ahora te toca a ti.
Ella se llevó uno de los rebeldes mechones de pelo que le cubrían la cara detrás de la oreja. Le costaba hablar sobre si mismo, y consideraba que al lado de lo que le había contado Hyoga, su historia era ridícula.
- Vamos... - Le animó él, dulcemente - Si yo he podido, tú también.
- A ver, por donde empiezo... - Suspiró ella, mientras las palabras se transformaban en finas nubes de vaho - Mi familia lleva dedicándose a las bodegas desde hace generaciones... Todas las imágenes que recuerdo de mi niñez transcurren entre viñedos... Por aquél entonces, yo era ajena a las disputas... El dueño de todo era mi abuelo. Todos creían que mis tíos heredarían el negocio, pero no fue así. Mi madre, la hermana menor, fue la que recibió en herencia las escrituras. Mis padres aceptaron con humildad y respeto, pero no fue fácil. A la muerte de mi abuelo la familia se dividió. Mis padres sacaron con ilusión y esfuerzo la bodega adelante, y pudimos vivir con algo de holgura, nunca me ha faltado de nada, no puedo quejarme... Crecí con la conciencia del valor del trabajo y el ahorro.
Hyoga la miraba, le encantaba esa fluida y melódica voz, su serenidad y franqueza... Y la fragilidad que, creía, se ocultaba tras esa fachada.
- Mi adolescencia no fue nada del otro mundo, ya sabes... - Rió unos instantes - El instituto, los amigos... Tuve un novio, durante tres años... - Un velo de tristeza tiñó repentinamente su hablar - Yo le quería, era muy feliz con mi pequeño mundo y mis sueños... Mi ilusión era marchar a París, a la Universidad, estudiar filología, tal vez historia... Los dos soñábamos con la capital, escapar del pueblo y vivir a nuestras anchas... Todo era tan frenético, tan sencillo... Pero la vida me dió un revés. Estaba a punto de terminar secundaria cuando mi madre murió súbitamente, nunca nos dijeron cuál fue la causa exactamente, puede que fuera por alguna infección antigua y mal curada. Mi padre quedó destrozado. Le conozco muy bien, y desde entonces no ha vuelto a ser el mismo, Decidí quedarme aquí, y ayudarle con el negocio, pues era consciente de que era la única que podía sacarle adelante. Así que renuncié a mis sueños... Pero no me arrepiento, en ningún momento lo he hecho.
- ¿Y qué fue de él?
- Me decepcionó. No estuvo ahí cuando más le necesité. Simplemente me dijo que se iba a París, con o sin mí. Comprendí que nuestros caminos se separaban ahí. Eso fue hace justo cinco años... No he vuelto a verle desde entonces. Ni quiero.
- Vaya... Lo siento...
- No digas eso. Siempre he creído que si estás en un buen momento, y todo lo que te ha ocurrido ha propiciado a que sea así, bienvenido sea. Me gusta mi vida, he aprendido a no temer a nada ni nadie.
Él asintió. Deseó poder aplicarse esas mismas palabras.
- Será mejor que volvamos, mañana hay que madrugar.
Emprendieron camino de regreso, algo aliviados por haberse quitado el peso de encima, y felices por saber un poco más del otro.
