Capítulo 11

El gran alivio que aquella charla y las que siguieron le habían producido aceleró aún más el paso de los días, pero también incrementando el trabajo.

Precisamente una de esas noches, a vísperas del término de las fiestas, llegó la hora del cierre. Maríe colocó el cartel de "cerrado" en la puerta mientras él recogía y dejaba todo a punto para la siguiente jornada, tal y como acostumbraban.

Acababa de despejar el mostrador cuando reparó en ella. Sus miradas quedaron suspendidas en un eterno cruce. Por unos momentos se detuvo el tiempo, no hubo más en su concepción del mundo que ella y el retumbar de su propia sangre en los oídos, corriendo a toda presión por las venas.

No se permitió prolongar la sensación. Adoptó una grave expresión a la par que cargaba un par de cajas al piso superior, con paso rápido, tan veloz como sus pensamientos, que se agolpaban sin cesar, pisándose unos a otros.

No podía ser... ¿Acaso... se había enamorado de ella?

Contempló la vista nocturna desde la ventana de su habitación.

Qué estúpido había sido. Durante las largas horas que le había llevado su viaje hacia lo desconocido había enumerado mentalmente todas las posibles situaciones en las que podría verse inmerso. Cientos y cientos de situaciones recopiló, haciendo aplomo de toda su imaginación, con el fin de estar preparado cualesquiera que fueran las adversidades... Creyó haberlas sopesado todas, pero no reparó en el más sencillo, simple y evidente evento que se produce durante el transcurso de toda vida humana.

Se había enamorado.

Golpeó el cristal con rabia contenida. Cuánto egoísmo por su parte. Había escogido evadirse de su realidad, involucrando a terceras personas, entrelazando sus vínculos, tejiendo una mentira, en busca de un olvido frágil y quebradizo, inestable. Sin pensar en las consecuencias.

Y ahora se enfrentaba a los hechos. Estaba seguro de haber visto en ella la misma reacción química.

¿Y ahora, qué?, se preguntó, desesperado. ¿Huir y romper otro corazón? Mejor dicho, dos. El de ella, y el suyo propio, su maltrecho corazón herido con los palos que con los años había acumulado.

Se despreció, deseando no haber nacido. No estaba preparado para hacer frente a la batalla que conciencia y deseo pugnaban por librar.

No la oyó entrar, ciego como estaba, ni como quedó a sus espaldas, a distancia cortante y amenazadora.

- Me has esquivado durante toda la cena... ¿Se puede saber qué demonios te pasa?- inquirió ella, herida, ávida de respuestas.

Hyoga sintió como le oprimía el pecho. Un cúmulo de nuevas sensaciones le arrasaban, y haciendo acopio de toda su templanza, brotó de sus labios las palabras más sinceras y puras que pudo encontrar, toda su pena y desesperación concentradas en una mísera frase:

- Marié... No debes enamorarte de mí.

Ella no dijo nada. Le miraba, pero no se daba la vuelta. Su voz quebrada no pudo contenerse por más.

- ¿Es que no sientes nada por mi...?

Él cerró los ojos, buscando fuerzas. Al fin se acercó a ella, tratando de no prendarse aún más de aquella mirada ahora suplicante y vidriosa.

- Yo no he dicho eso... Es simplemente... - le secó con los dedos la lágrima que recorría su mejilla- Qué no soy quién tu crees.

- No me importa tu pasado, Hyoga.

Sólo deseaba abrazarla, con todas sus fuerzas.

- No quiero que sufras... Ni que te ocurra nada. Yo no te convengo. Será mejor que me marche, así...

Se había girado de nuevo, hacia el cristal, cuando quedó sin palabras bruscamente... Ella se había abalanzado, rodeando fuertemente con los brazos su estrecha cintura, escondiendo el rostro en su espalda. Sus lágrimas y su voz rota, ahora tan unidas a su piel...

- Quiero compartir tu dolor... Sé que ocultas algo, quiero ayudarte a cargar el peso que llevas sobre los hombros...

Rogó... A Dios, a quién fuera o fuese que estuviera ahí, por una respuesta. Porque él tenía esa maldita cualidad, la de ver morir a todos a los que amaba, y se negaba en rotundo a volver a presenciar esa tortura. Imploró el perdón de Athenea, porque iba a traicionar a Santuario, a poner la vida de ella en peligro, en otro acto temerario por su parte.

Entrelazó los dedos de las manos con los de ella.

- Si es así... Y va a haber algo entre nosotros... Has de saber que guardo un secreto a riesgo de mi vida. Si te lo rebelo, correrás la misma suerte. - Se volvió hacia ella, mirándola con dulzura- Aún estás a tiempo de rectificar... Me marcharé, desapareceré de tu vida, y no tendrás de que preocup...

Ella posó uno de sus dedos sobre sus labios. Hyoga desvió ligeramente la mirada, comprendiendo que estaba decidida.

- Vamos afuera pues. A donde nadie pueda oírnos.

Y bajo el amparo de la noche, caminaron por las tierras, hasta llegar a un descampado, al final de las viñas. No se detectaba la más mínima presencia humana entre la oscuridad.

Hyoga se adelantó unos pasos, mientras observaba el brillante firmamento. Señaló las estrellas.

- Dime... ¿Has oído alguna vez hablar de los mitos clásicos? Las constelaciones llevan sus nombres... Casiopea... Andrómeda... Hydra... Leyendas sobre mortales y dioses...

Ella atendía, contemplando los puntos de luz...

- Poseidón, Apolo, Abel... ¿Los conoces?

-Sí, he leído relatos... - respondió sin mucho entusiasmo, no comprendía el rumbo que estaba cobrando la conversación.

Hyoga no apartaba la mirada de las estrellas... De su constelación... El cisne, y de la Cruz del Norte... De sus estrellas, las que habían marcado su destino, y a las que pedía una oportunidad...

- Dime... ¿Qué pensarías si te dijera... Qué estos dioses de la antigüedad han seguido entre nosotros, reencarnándose en cuerpos mortales durante siglos, hasta nuestros días?

Marié le miró, atónita. Un fulgor estalló en los ojos de Hyoga.

- Pertenezco a una Orden milenaria, enterrada en el anonimato desde el principio de los tiempos. Y desde ese comienzo, nuestra misiva ha sido proteger a las sucesivas reencarnaciones de la diosa Athenea, y sus principios de justicia y libertad... Soy un guerrero, y al igual que todos mis compañeros, defiendo la causa guiándome por la constelación a la que pertenezco de nacimiento.

Calló por unos instantes.

- Te resulta difícil de creer, ¿verdad?

- Un poco... - murmuró ella.

Tenía que hacerlo, darle una prueba. Echó una última mirada a su alrededor. Nada. No percibía nada. Confió en su suerte.

- Mi poder reside principalmente en el dominio del agua, mi elemento, en su estado más mortífero: el hielo... Entrené durante años en Siberia para desarrollar mis habilidades...

Extendió suavemente la mano, dejando la palma hacia arriba. Marié, algo turbada, miró el gesto. Su rostro, al principio desilusionado y ausente, se fue transformando paulatinamente en la mismísima cara del asombro... Sobre la mano de él había aparecido una luz azulada. Un ligero viento frío le rodeó, a la par que algo surgía entre sus dedos...

Él dejó que el hermoso cristal de hielo que había forjado cayera suavemente sobre las manos de Marié, que contemplaba atónita como se derretía. Una vez agua, le miró, asombrada... Y asustada.

- Sé que te cuesta asimilar lo que digo, pero has de creerme, no te miento... He estado en la Orden desde que tenía 7 años... ¿Recuerdas todo lo que te conté? No era mentira, pero tuve que omitir gran parte de mi historia, espero que lo comprendas... Cuando quedé huérfano me llevaron a Japón... Allí pasé un tiempo en el orfanato, como te dije, hasta que me asignaron mi lugar de entrenamiento. Caprichos del destino, volví a recalar en Siberia. Allí pasé seis años, donde me formé como lo que soy... Un asesino.

Posó su atención en unas rocas que había a unos 30 metros.

- ¿Ves aquel montículo?

- S-Sí...

Respiró hondo y cerró los ojos. Iba a hacerlo. Tres años habían pasado desde que no empleara su técnica, por la que se sacrificó largos y penosos días, hasta dominarla. Tres años desde que no encendiera su cosmos. Podían descubrirle, cualquier caballero de bajo rango que estuviera en las inmediaciones percibiría la perturbación en la energía. Si le descubrían, le tacharían de traidor, no habría perdón por su falta, ni para él ni para la inocente. Anonimato. Esa era el principal dogma de Santuario.

Lo siento... Pero esta vez... He decidido por mi mismo. Y lucharé por ello.

Marié lanzó un grito ahogado y cayó hacia atrás, al apartarse y tropezar por la impresión de lo que contemplaba... La misma áurea azulada que envolvió la mano de Hyoga hacía unos instantes le cubría por completo.

Y el caballero del cisne concentró toda su energía en un mismo punto, como había aprendido, haciendo estallar su cosmos, ejecutando la mortífera coreografía que representaba a su constelación... Lanzó un trueno helado hacia las rocas.

Se sintió despejado tras la descarga de energía. Tendió la mano a Marié para ayudarle a levantarse, logrando que ella venciera el miedo que por un instante se había apoderado de su razón. Se acercaron con paso quedo hacia el ahora monolito de helado cristal.

Ella lo tocó, asombrada, retirando la mano al sentir como el hielo le quemaba.

Lo había hecho. Y de pronto, la culpa se adueñó de él. Porque le había dicho la verdad. Toda su verdad. Y se sentía miserable.

- Ahora ya sabes lo que soy... Bajo esta técnica han caído muchas vidas... Demasiadas he segado con mis manos... No soy nada... Más que escoria...

Ella sostuvo su faz, todavía fría por el uso del polvo de diamantes, entre las manos.

- No eres escoria... Tienes buen corazón... Tus ojos son transparentes, veo pena y dolor en ellos... Pero ya has compartido tu carga conmigo, y quiero ayudarte a librarte de ella...

Acarició una de sus manos con delicadeza. Tenía que hacer un último esfuerzo. Sólo uno...

- Aún hay algo más... -le dijo, con un hilo de voz, para que sólo ella fuera la dueña de sus palabras - Como te conté, me marché de Japón a la muerte de mi amigo... Él era también guerrero... Tomé una decisión durante mi viaje, decidí abandonar la Orden. Hablé con el máximo mandatario, y me concedió la deserción, pero...

Ella aguardaba en vilo a que continuase. Sus pupilas eran apenas insignificantes puntos negros flotando sobre el mar verde de sus iris, en total tensión. La amaba... Estaba completamente seguro. La amaba...

- He de cumplir con mi último cometido... Tendré que preparar a un sucesor... ¿Comprendes lo que intento decirte? Tendré que pasar seis años en destino incluso desconocido para mí, entrenando a un discípulo. Pueden llamarme en cualquier momento. Durante este tiempo que he permanecido aquí he estado aguardando a la llamada, que aún no me ha sido comunicada. Seis años, Marié... Sin garantía de que sólo sean esos... Podría morir, podría fracasar, podría ser destinado a batalla y caer en combate... - se le llenaron los ojos de lágrimas - ¿Entiendes ahora por qué no quiero que te involucres más? No es justo para ti... Yo no...

Y nuevamente, ella le interrumpió, no dejándole continuar... Pero esta vez fueron sus labios los que estorbaron la fluidez de sus palabras. Le besó dulcemente, para luego dejar su frente unida a la de él, a la par que acariciaba sus cabellos.

- No me importa renunciar a unos años si puedo tener el resto de tu vida...

Su respuesta. La había obtenido. Una luz por la que arrastrarse en el más duro de los tramos, por la que dedicar las pocas fuerzas que le quedaban, y afrontar su más dura prueba, todo por alcanzar lo que tanto anhelaba, una vida mortal corriente y tranquila... Junto a ella, la que le había abierto su corazón no al espejismo, sino al verdadero Hyoga, sin máscaras ni mentiras que esconder.

La abrazó, y lloró en su hombro, pero no por despecho, sino por el aturdimiento que le producía el sentirse querido... Por primera vez.