Capítulo 13
Observó con cierta curiosidad las labores de las gentes a la llegada a puerto de los navíos. En un pueblo tan pequeño y aislado como aquel, el recibimiento a pescadores y comerciantes era prácticamente un evento a festejar.
Volver a tierras del norte le inspiraba un cierto aire nostálgico, tal vez por la característica luz mortecina, por las bajas temperaturas...
Distinguió en el horizonte la embarcación en la que llegara una semana antes, la cuál constituía el único medio de transporte viable para trasladarse a la capital, a falta de buenas conexiones por tierra. Poco a poco se fue acumulando gente a su alrededor, posiblemente esperando a lo mismo que él.
Decidió apartarse de la multitud, apoyando el pie en uno de los muchos agarres para las amarras de las barcazas. Desde allí contempló con vista privilegiada la llegada a puerto, la ruidosa bienvenida, el descargue de mercancías y correo... En cuestión de minutos todo volvió a la calma, quedando tan sólo una pequeña figura en el muelle.
Le analizó con lentitud. Pese a ser aún un niño, tenía fortaleza, su estatura era más alta de lo habitual para su edad. Vestía un largo abrigo y una maleta. De tez clara y cabellos rojizos como el fuego, vio como sus ojos buscaban al vacío, asomando entre el alborotado flequillo.
Era él.
Se acercó, pausadamente, dejando que el chico recalase en su presencia.
- Dime, ¿estás esperando a alguien? - le preguntó, como si de un juego en clave se tratara.
- ¿Y usted, busca a alguien en especial? - le contestó, con cierta reserva, pero dejando ver entre líneas que habían dado el uno con el otro.
Hyoga sonrió.
- Bienvenido al confín del mundo. Vamos, emprendamos camino, hay unas dos horas a pie hasta nuestro refugio...
Comenzó a caminar, y el muchacho le siguió, algo intimidado. Guardaron silencio durante largo rato. No llevaba más de quince minutos salir de la población. El resto del camino seguía por campo abierto, siguiendo el curso de una pobre carretera prácticamente sin asfaltar. La baja altitud de la zona contrastaba con la cercanía a los glaciares. Estaban en una zona remota, la más aislada de la Europa occidental.
El chico avanzaba a su izquierda, abstraído. Recordó el día en que vio a Camus por primera vez. Estaba muerto de miedo... Y no quería que para él fuera así.
- Y bien... ¿Cómo te llamas?
- Alar, señor... Soy irlandés.
- Vaya, Irlanda... Entonces la sangre de los celtas corre por tus venas...
Alar esbozó una tenue sonrisa.
- A partir de este momento, si tienes cualquier pregunta que hacerme, no dudes en consultármela, ¿de acuerdo?
- Sí, señor...
Qué rara sensación le producía aquel trato por su parte... Lo había estado pensado durante aquellos días, y estaba prácticamente decidido. Quería ser un buen maestro, ser estricto y disciplinado... Pero a su vez, quería mantener el trato humano. Darle a su alumno aquello de lo que él careció durante su entrenamiento.
- Puedes llamarme Hyoga, si así deseas.
Siguieron caminando, a paso ligero. A lo lejos el cielo parecía oscurecerse, posiblemente llovería a lo largo de la tarde.
- Maestro Hyoga... - dijo, dubitativo - Exactamente, ¿cuál es el objetivo de mi presencia aquí?
- ¿Alguien te ha hecho conocedor de lo que acontece en nuestra Orden y sus propósitos?
- No demasiado... Sólo me dijeron que era uno de los elegidos...
Tal y como había supuesto. Él tampoco sabía nada cuando le enviaron a Siberia. Decidió relatarle todo aquello referente a la existencia de Santuario, las leyendas y la actualidad, la hegemonía de Athenea, el papel de sus guardianes... Y tras terminar con su relato, iba a pronunciar una pregunta, cuando de repente... El corazón le dio un vuelco.
Iba a preguntarle exactamente lo mismo que en su día Camus le hiciera a él. Había sido un acto inconsciente, pero se sintió viejo, responsable de aquel chiquillo, como un padre que enseña a su hijo lo mismo que antaño aprendiera de su propio progenitor.
- Dime, Alar... Tras todo lo que te he contado... ¿Por qué quieres ser caballero?
Su respuesta no se hizo esperar.
- Siempre me he sentido distinto a los demás... Puede que al convertirme en caballero encuentre la solución a la extraña sensación que llevo dentro de mi, como si estuviera llamado a algo que no puedo entender.
Asintió. Casi sin darse cuenta, habían cubierto la mayor parte del camino. A lo lejos se veía la costa. Señaló a la ladera que se extendía hacia el este.
- Vamos por aquí, ya estamos cerca.
No tardaron en divisar la pequeña casa de madera que les serviría de morada durante su convivencia. Tenía un par de habitaciones, con una cama para cada uno, y los utensilios necesarios para poder llevar una vida más o menos normal, dentro de las circunstancias. No se avistaba presencia alguna a los alrededores, tan solo el rugir del mar contra las rocas, y el viento, que azotaba con bravura todo aquello que encontraba a su paso.
Alar se instaló, mientras Hyoga observaba como la luz diurna remitía cada vez más. Estaban a finales del mes de febrero, en pleno invierno, así que a primera hora de la tarde caería la noche cerrada sobre ellos.
Su alumno se acercó a él, y contempló a su vez la inmensidad del océano, la deslumbrante belleza de la naturaleza en su más puro estado.
- Como has de saber, el cuerpo humano se compone de un setenta por cierto de agua. A lo largo de tu entrenamiento, te introduciré en las técnicas de combate propias del signo que te rige por nacimiento. Eres acuario, tu poder residirá en el elemento líquido y la congelación. Durante los próximos siete días te enseñaré lo necesario para que aprendas a descomponer la materia en átomos y poder adquirir la destreza necesaria... Pero antes, has de forjar tu resistencia a las temperaturas extremas.
Le miró a los ojos.
- Tu cuerpo necesita estar en un umbral térmico para poder vivir. Si bajas de los 35 grados, morirás. Si sobrepasas los 43, correrás igual suerte. Sin embargo... ¿Sabes a que temperatura se congela el agua?
- A los cero grados centígrados, maestro.
- Correcto... La base de la técnica de la congelación reside en crear dos corrientes totalmente opuestas: por un lado, has de concentrar cada partícula de humedad que haya en el aire, modulando su velocidad atómica hasta conseguir transmitir tu energía convertida en hielo, y por otro, has de tener cuidado de no sobrepasar la frontera de los 35 grados, es decir, a la vez tienes que actuar sobre tu propia materia para no morir de hipotermia.
El chico asentía, algo confundido.
- Sé que al principio te resultará duro, pero si te esfuerzas, llegarás a hacerlo inconscientemente. Lo importante ahora mismo es que tienes que trabajar tu resistencia a las condiciones climáticas. Pasarás la noche aquí, frente al mar. La temperatura puede que baje a menos cinco. Busca la energía que duerme en tu interior, búscala, y explótala. Lucha contra las inclemencias. Con los primeros rayos del sol vendré a buscarte.
Alar asintió, apretando los puños, y se volvió al mar. Hyoga se alejó, camino a la casa. Recordó lo dura que le resultó esa primera prueba... Si para él, siberiano de nacimiento, acostumbrado a soportar temperaturas de 20 grados bajo cero durante todo el año, la primera noche supuso un martirio, para su alumno podría ser peor...
Pero así debía de ser. El camino a caballero era penoso, no ser inflexible sería aún más cruel que someterle a las peores penurias, pues no le acostumbraría al infierno que de seguro le esperaba.
Las horas volaron. Sentado en su cama a la luz de las velas que constituían la única fuente de iluminación en aquel lugar donde la mano del hombre estaba prácticamente olvidada, inició un diario de seguimiento en el que pensaba anotar todo aquel detalle referente al proceso de aprendizaje de su alumno. Nada podía pasar por alto, cualquier detalle o referencia serían de gran utilidad.
Y entre línea y línea, reflexionaba y recordaba. Pensaba en ella. Seis años de aislamiento, sin recibir ni dar noticias del exterior.
Dejó el pequeño cuaderno sobre la mesa, y se echó sobre la cama. Debía descansar, posiblemente amanecería antes de las seis de la mañana, y la siguiente jornada se presentaba dura.
Confió en la fortaleza del chico, y en que las estrellas hubieran hecho una buena elección al escogerle como futuro miembro de la Orden.
