Capítulo 14

Tal y como había prometido, el sol empezaba a asomar cuando fue en su busca. Le encontró con el mismo gesto reacio y rígido, el cuerpo erguido, los brazos extendidos, el rostro forzado y desencajado por el agotamiento.

- Alar, ¿puedes oírme?

Tardó en reaccionar. Volvió lentamente la cabeza, hasta alcanzarle con la mirada. Temblaba, su rostro estaba pálido, ligeramente azulado, pero en su expresión se denotaba un aire de victoria, antes de caer desfallecido.

Hyoga le tomó entre sus brazos y le llevó hasta la cabaña. Una vez habiéndole tendido en su lecho y tras despojarle de los ropajes, observó los efectos que las gélidas temperaturas habían producido en él. En sus extremidades se apreciaban indicios de congelación, mas esperaba que los daños hubieran sido mayores.

Procedió a descongelar los dedos de sus manos, los que parecían haber sufrido más, en vista al tono violáceo de las uñas. Había aprendido la técnica mucho antes de iniciarse como caballero, si bien su desarrollo del cosmos le había llevado a perfeccionarla. Poco a poco fue reactivando la circulación sanguínea, tras lo que le cubrió con todas las mantas que logró reunir.

Estaba ocupado en otras tareas cuando le oyó hablar, con voz débil.

- Maestro, yo... No lo he conseguido...

Se acercó a él, sentándose a su lado en el lecho.

- Todo lo contrario, lo has hecho muy bien. Ya verás que pronto conseguirás acostumbrarte a ello. Ahora descansa, te traeré algo caliente, has de recuperar fuerzas.

Y así, la mañana trascurrió apacible. Aprovechando el descanso del chico, siguió explicándole fenómenos físicos que serían de suma importancia para su técnica: el comportamiento atómico, la oscilación térmica... Pero sobre todo, el encontrar su propio cosmos.

- ¿Cómo es el cosmos, maestro?

Pensó unos instantes cómo podría describírselo.

- Es... Como una luz que duerme en tu interior. Cuando solo la oscuridad te envuelva y vislumbres esa luz, abrázala, explótala, y tu cosmos estallará, sentirás como tu cuerpo se desvanece, para convertirte en pura energía. Todos los humanos lo tenemos, pero sólo unos pocos tienen la capacidad de ser conscientes de ello y elevarlo a su máxima potencia. Y tú tienes esa cualidad, Alar, sólo que todavía no sabes como desarrollarla.

Y así, pasaron tres días y tres noches, bajo el mismo proceso. Largas noches de lucha y días de recuperación, pero en constante evolución. Hyoga solía observar de madrugada el esfuerzo de su alumno por encontrar aquella luz que le había descrito. Le veía luchar, continuamente, contra la inclemencia climática, y contra sus propias barreras.

Y a la cuarta noche, lo sintió... Estaba observándole desde lejos, cuando percibió una perturbación en la energía. De un brusco movimiento se incorporó, expectante.

La conmoción era cada vez mayor. Pudo vislumbrar una débil áurea violácea a su alrededor.

Estaba muy cerca de conseguirlo.

- ¡Vamos Alar, puedes hacerlo! - le gritó.

Y el irlandés consiguió, al fin, encontrar su cosmos y hacerlo estallar. Lanzando un potente grito hacia las estrellas, su energía rebosó a su alrededor, su áurea era potente, intensa y llena de jovialidad.

Hyoga corrió hacia él. Sólo habían pasado cuatro días, y ya había alcanzado ese nivel. Estaba, sin duda, frente al que podría llegar a ser un temible guerrero, las cualidades innatas que poseía eran impresionantes.

El chico cayó de rodillas al suelo, extenuado por el esfuerzo. Al quedar su maestro a su lado, levantó el rostro, mirándole. Obtuvo una gran sonrisa y una mano que le ofrecía ayuda para incorporarse, a la que respondió con gratitud.

- Lo has conseguido. Al fin has sentido tu cosmos. Recuerda, será la base de toda su técnica guerrera, la esencia de tu andadura como caballero. Conocerás cosmos de todo tipo, desde los más hostiles hasta los más puros, entre los que se encuentra el de nuestra diosa. Pero no olvides que aquel que te resultará más complicado de desvelar y comprender será el tuyo propio.

Quedaron frente a frente. Le señaló una de las paredes de dura piedra que les rodeaban, al borde de los acantilados.

- Cuando hayas desarrollado completamente esta habilidad, podrás modular con facilidad la actividad atómica de la materia que te rodea, y emplear la técnica para múltiples funciones... Observa con atención.

Alar puso todos sus sentidos en su maestro, palideciendo cuando éste concentró toda su energía, pudiendo notar cómo su presencia le absorbía, cómo la luz azulada que emanaba de su cuerpo lo envolvía todo... Cómo Hyoga, de un descomunal golpe, hacía añicos la roca, dejando en ella una abertura de circunferencia perfecta.

Contempló el agujero asombrado. No podría haber imaginado que su joven mentor poseyera semejante poder.

- Éste será tu próximo objetivo. Esfuérzate y pon en práctica la teoría de la que te he hecho conocedor. Utiliza la fuerza de tu interior, pues al igual que es fuente de vida, es fuente de destrucción. De tu propia ética depende elque emplees tus extraordinarias cualidades para obrar el bien.

Y allí le dejó, a solas con su próximo adversario, aquel muro de piedra, aquel agujero al que tendría que imitar. Golpeó y golpeó hasta destrozarse los nudillos, mas no desistió, estaba decidido a conseguir imitar tan demoledora acción.

Hyoga meditó acerca de sus palabras...

Obrar el bien... Qué bien es ese por el cuál se han de sesgar vidas... Qué subjetiva es la verdad, no hay mal, sólo diferentes puntos de vista según el bando al que se pertenece... Pero eso... Es algo que solo la vida y la experiencia pueden enseñarle.

Porque la vida era dura, y cada uno trazaba su camino a base de las propias vivencias. Y de las personas con las que se cruzara, algunas de las cuáles te acompañan durante un gran tramo, mientras que otras se desvían para nunca volver. Y de cada una de ellas, algo se conserva.

¿Cuántas personas se habían cruzado en su camino? Muchas, de las cuáles, siempre guardaría a unas en su corazón. A algunas que ya no estaban ahí... Y por las que deseaba seguir rezando y creyendo, por las que seguiría luchando. Por gratitud y esperanza.