Capítulo 15
-Vamos, levántate e inténtalo otra vez.
Alar escupió la sangre que le brotaba del labio y volvió a ponerse en pie. Adoptó la posición de defensa y trató de parar la ofensiva de su maestro. Llevaban varias horas entrenando la batalla cuerpo a cuerpo, y los golpes comenzaban a pasarle factura.
Estaba a punto de defenderse de un certero golpe al costado cuando vio una silueta a lo lejos... Hyoga paró gradualmente al ver su extrañada expresión.
- Maestro... Mire, hay alguien ahí.
Y no era para menos el observar la presencia alarmado, pues desde que llegasen al lugar no habian tenido contacto alguno con otras personas.
Contempló esa silueta, ya no tan lejana. Al principio no dio crédito a lo que la percepción del cosmos le decía, pero no tardó mucho en confirmar sus pensamientos.
- Alar, continúa practicando la secuencia de movimientos y haz tus flexiones. Me reuniré contigo dentro de unas horas. - le dijo, sin apartar la vista del extraño.
El chico asintió, y se marchó de allí, dejándole a solas con aquel hombre. Hyoga aguardó a que su alumno se hubiera alejado para acercarse. El recién llegado miraba hacia el mar, de espaldas a él. Su profunda voz rompió el silencio, superando al eterno murmullo de las olas estrellándose contra los acantilados.
- Vaya... Pensé que me matarías nada más verme, como prometiste...
Se posicionó a su lado, también contemplando la inmensidad del océano y sus tonos grisáceos.
- Ikki... De nada sirve guardar viejos rencores.
Se giró, para mirarle a la cara. En todo aquel tiempo no había pensado en la posibilidad de volver a encontrarse con él. Aunque se le notaba mucho más adulto, seguía conservando la fiereza jovial que tanto le caracterizaba. Cuántas cosas habían ocurrido desde la última vez que le viera.
- Me ha llevado su tiempo conseguir desde Santuario que me revelaran tu paradero. Tú maestro, quién lo iba a decir...
- A veces el destino nos depara las situaciones más insospechadas...
Aquella conversación sin hilo empezaba a ponerle nervioso.
- ¿Y qué te trae a Islandia? ¿Turismo? - increpó, irónico.
Guardó silencio durante unos momentos. La seriedad se adueñó de su rostro. Incluso pudo ver cierto aire de dolor en él.
- Tenia que verte... O acabaría por volverme loco.
No esperaba esa respuesta. Comprendió que tras ese inesperado encuentro se ocultaba una causa profunda y dura.
- Ven, conozco un camino que lleva a unos parajes realmente hermosos... Estaremos tranquilos allí.
Sin necesidad de mediar más palabras, caminaron durante un rato. El sendero conducía a lo alto de una colina escarpada, desde la cuál se divisaba el mar abierto en todo su esplendor. Le gustaba acudir allí cuando tenía necesidad de estar solo unos momentos y meditar. Ikki se sentó en una de las rocas que habían dispersas.
- Recibí cada una de las notas que me mandaste. Las leí todas... Pero no acudí. No lo hice... Y no he podido perdonármelo desde entonces.
Él se acomodó a su lado, mirando al suelo mientras las palabras fluian por su mente.
- Yo... De veras que no guardo ningún tipo de rencor, pero... Por más que le vueltas, no consigo entender por qué actuaste así.
Le miró a los ojos.
- No tienes ni idea de lo que sentí cuando te vi ahí, en medio del funeral. Sentí tanta rabia e impotencia... Shun deseaba verte con todas sus ganas... Yo no sé demasiado de esos temas, pero tal vez si le hubieras dado esa alegría podría haber mejorado... Los médicos obviamente nunca supieron nada, pero estoy seguro de que contener a ese maldito dios acabó por anular todas las defensas de su cuerpo.
El portador de la armadura del Fénix volvió a hablar. Nunca le había visto tan consternado.
- Siempre he actuado por mi cuenta, lo sabes bien... De hecho, Shun era lo único que me motivaba a regresar entre vosotros. Pero... Tras lo que ocurrió en el Hades, no pude volver a la realidad. Estuve a punto de matarle, no me atrevía a mirarle a la cara, me remordía la conciencia. Además... - Enfatizó, marcando sus palabras con una profunda tristeza - Después de aquello os ví tan unidos a ti y a él... Llegó un momento en que comprendí que Shun ya no me necesitaba, te tenía a ti.
El ruso le miraba, atónito.
- Tú siempre fuiste mejor hermano para él que yo mismo, Hyoga.
Le hubiera abofeteado en aquel instante, pero se contuvo.
- ¿Cómo puedes decir eso? Shun te adoraba. Te admiraba y te apreciaba, él nunca dudó de ti. Te respetaba tanto que nunca preguntó por qué desaparecías, por qué te mostrabas tan esquivo. ¿Cómo puedes decir que te remplazó por mi?
Cerró los ojos, respirando profundamente para calmarse.
- Oye... Él era mi mejor amigo, le quería con locura, lo hubiera dado todo por él, pero nunca quise ocupar tu lugar. Tú eras su hermano, tú tendrías que haber estado ahí por él. Pero no lo hiciste. Ya no puedes volver atrás para cambiar los hechos. Sólo puedes estar seguro de dos cosas: que no me separé de su lado ni un sólo minuto... Y que él te quiso hasta el final, con el mismo fervor. Así que deja de atormentarte por ello.
Pronto anochecería, y la puesta de sol comenzaría de un momento a otro. Tuvo una idea, la cuál decidió proponerle de todo corazón.
- Si él pudiera estar aquí, seguramente habría deseado que los dos superáramos nuestras diferencias... Sé que nuestra relación nunca ha sido buena, pero creo que podemos hacer un esfuerzo por Shun, por él que tanto significó para nosotros... Aún conservo una parte de sus cenizas.
Volvió a incrustarle la mirada, serena y sincera.
- Démosle un último adiós juntos, Ikki.
Hyoga no tardó en regresar a la colina. Había bajado al refugio, dejandole a solas mientras. Volvió con la pequeña urna que contenía los restos, la parte que no había sido enterrada allá en Japón.
Volvió a su lado, sosteniendo el pequeño recipiente entre sus manos.
Contempló la puesta de sol, cómo la bola de fuego se ahogaba lentamente en las aguas, tiñiendo de rojos todo lo que tocaba. La voz de Ikki acabó con el silencio.
- ¿Cómo va tu alumno?
- Bien... Hace ya dos años que le entreno. Dentro de poco cumplirá los 13. Tiene un potencial increíble, su cosmos será terrible cuando logre desarrollarlo completamente. Yo a su edad no había alcanzado ni la mitad de logros que él...
- Vaya... Hace falta sangre nueva en la Orden, las mismas caras comienzan a resultar repetitivas...
Sonrió levemente por el comentario. Le invadió la nostalgia. El recuerdo de tiempos pasados... Pero también la familiaridad, la necesidad de hablar y contar sus propias penas. Y así, sin más, decidió decírselo.
- Me he casado...
Él volvió el rostro, con el ceño fruncido.
- Es el verdadero motivo por el que estoy aquí... Que egoísta he sido siempre, ¿verdad? Anteponiendo mis asuntos personales a los de Santuario... Me estoy esforzando para darle a mi alumno lo mejor, pero las cosas podrían ser distintas si sólo me moviese el puro afán de formar a otro integrante de la Orden... Estoy cansado Ikki... He arriesgado todas mis cartas por un sueño... Por una mujer. Y no me arrepiento. Vive tu vida como escojas, siendo consecuente de tus actos... Y que nada de lo ya acontecido te lo impida.
Le tendió la urna.
- Enterremos el dolor del pasado que nos tortura a los dos... Shun siempre estará en nuestros corazones, démosle una última alegría mandándole a los cuatro vientos nuestra despedida... Dondequiera que esté.
Hyoga tomó un puñado de las cenizas, a lo que Ikki respondió con igual gesto. Y dejaron que la brisa se las llevara, lejos, muy lejos, a la bóveda que se alzaba hacia el infinito, para formar parte del más hermoso firmamento, y que su recuerdo permaneciese brillante y eterno como las mismísimas estrellas.
Notó como los ojos de su compañero brillaban. Se dio la vuelta, y tras aferrar con fuerza su hombro, le dijo unas últimas palabras.
- Supongo que querrás estar a solas un rato... Si deseas pasar aquí la noche, Alar y yo te acogeremos con los brazos abiertos. Mas si no es así, espero que te vaya bien... Hasta la próxima, si así ha de ser.
Y sin más, se marchó, dejando al noble caballero del Fénix reconciliándose consigo mismo, y con aquello a lo que más había querido en vida.
Alar seguía con sus ejercicios no demasiado lejos de la cabaña. Se detuvo cuando vio como Hyoga se acercaba lentamente hasta quedar a su lado.
- Maestro, ¿estáis bien?
Él asintió. Aquel día había aprendido algo muy valioso, y deseaba legárselo.
- Alar... Escucha bien lo que voy a decirte... No importa lo que pase, ni a lo que te enfrentes, o cuanta gente te lo reproche... Nunca, ¿me oyes?, nunca olvides quién eres, de dónde vienes y lo que amas. No dejes que nadie intente arrebatarte lo que da calor a tu corazón, por mucho que te aseguren que será fuente de debilidad.
El chico reflexionó las palabras...
- Vamos, ya está bien por hoy. Mañana será otro día y tenemos que terminar de perfeccionar esa protección lateral tuya...
Se dirigieron juntos hacia el refugio. Y mientras caminaban, el irlandés formuló una pregunta, lleno de duda y sana curiosidad.
- Maestro Hyoga... Si no es impertinente... ¿Quién era ese hombre de antes?
Hyoga le miró, con una sonrisa.
- Un viejo amigo con el que tenía una deuda pendiente.
