Capítulo 16

Examinó con precisión la colocación de la articulación y los músculos.

- Respira hondo y aguanta.

Sujetó el hombro de Alar y dio un severo tirón hacia atrás, a lo que su alumno respondió lanzando un grito ahogado de dolor.

- No te muevas.

Comenzó a prensar la zona de las clavículas con vendas.

- Tienes una luxación. En unos días debería estar bien, pero por lo pronto no lo fuerces. Aplica frío hasta que se baje la inflamación.

Alar asintió. Aunque su técnica en la lucha cuerpo a cuerpo había mejorado considerablemente, raro era el día en que no sufría las consecuencias de los golpes.

Hyoga observó el rostro enjuto y ausente del chico. Le miró a los ojos.

- No te desanimes, todos pasamos por esto. Has de acostumbrarte al dolor y a las lesiones. Piensa que al menos te indicarán que no estás muerto.

- Sí, maestro…

Terminó de vendarle el torso, rematando la tela para evitar que la compresión perdiera fuerza.

- Por hoy no continuaremos, esta noche debemos descansar, mañana a primera hora emprenderemos camino… Por cierto, hoy han venido los comerciantes, tenemos que preparar todas las provisiones y la cena… No todos los días podemos presumir de tener la despensa llena – medio bromeó.

- Bien… Os ayudaré, puesto que aunque tenga el hombro inservible aún no he quedado manco.

Rieron ante la ocurrencia y se dispusieron a ponerse con la labor. Estaban sentados a la mesa junto al tenue fuego que constituía la única fuente de calefacción de toda la casa, cada uno a lo suyo, cuando Alar rompió el silencio.

- Maestro Hyoga… ¿Habéis visto mucho mundo?

Él dejó de pelar el tubérculo que tenía entre manos, algo sorprendido.

- Se podría decir… Que sí, algo que viajado. ¿Por qué lo preguntas?
- Mera curiosidad… - el irlandés siguió con su tarea, sin apartar las manos de la misma - ¿Y en dónde habéis estado?

Hyoga sonreía. Le gustaba aquel ambiente sencillo, el poder limitarse a conversar y disfrutar de su compañía, momentos que escasamente se producían, espaciándose cada vez más a medida que el entrenamiento se intensificaba.

- Pues… -hizo cálculos mentalmente – He viajado por todo mi país… Por Finlandia y Noruega… He vivido en Japón, en Grecia... Y en Francia. –no pudo evitar que las dos últimas palabras quedaran ligeramente impregnadas de tristeza.

- Sois ruso, ¿verdad?

- Así es…

Pudo ver como al muchacho le brillaban los ojos, entusiasmado.

- Mi tío solía viajar mucho… Siempre me traía algo de todos los lugares donde había estado.
- No es la primera vez que le mencionas…

Alar bajó la mirada, teniendo cuidado de no cortarse con el cuchillo.

- Cuando mis padres murieron… Él se quedó en nuestro pueblo, allá en Irlanda, para hacerse cargo de mí. Yo era pequeño, pero aún así fui consciente del enorme sacrificio que hizo, ya que cambió totalmente su estilo de vida solo para sacarme adelante.
Guardó silencio unos momentos. Aunque la relación entre ellos siempre había sido muy cordial, no habían hablado de aspectos personales en profundidad. Era una de las normas que había aprendido con Camus. No más relación de la estrictamente necesaria.
Pero… Si de algo estaba seguro, era que sentía un gran afecto por su alumno, y que en aquellos años que llevaban juntos, le había enseñado de la forma que había creído más correcta. Ahora, su corazón le decía que lo justo era escucharle, y que tuviera alguien a quien contarle sus pensamientos y compartir los propios pesares.

- Cuando se hace algo por amor no es realmente un sacrificio. Seguro que tu tío pensaba igual que yo.

Alar sonrió, se le notaba pensativo, melancólico.

- Yo nunca fui como los demás niños… Cuando me fui a vivir con él, se esforzó en decirme una y otra vez que no me aislara ni me sintiera acomplejado, pues tenía una virtud que algún día descubriría… Cuando llegaron aquellos hombres para hacerme las pruebas y entrenar con usted, mi tío me dejó marchar sin vacilaciones, estaba convencido de que era mi oportunidad de dar aquello que llevaba en mi interior… En aquellos momentos no lo entendía, es más, me enfadé con él por dejarme con esos extraños… Pero ahora… Se lo agradezco.

- A veces es muy duro tomar decisiones que en el momento duelen… Pero si sabes que pueden deportar un futuro mejor, así debe de ser. Y tú tienes un gran destino esperándote. Así que no dejes que la suya caiga en la nada, pues seguramente tanto dolor como tú o más padeció él…

Y los padres velan por sus hijos, arriesgándolo todo, incluso la vida, si pueden ver aunque sea la más mínima esperanza para ellos a cambio… - pensó.

- A mi me hubiera gustado ser como él… Recorrer el mundo, y conocer a gente distinta…

- Ver mundo está bien, sirve para abrir la mente a los demás, y ser más tolerante. Pero sólo puedo decirte… Que lo mejor que te puede pasar en la vida es el tener un lugar al que poder siempre regresar.

Alar pareció reflexionar sobre aquellas palabras… Un lugar al que regresar… Hyoga le intrigaba. Apenas sabía sobre él, pero no se atrevía a preguntar. Porque hay ciertos límites que por consideración no se deben rebasar. Y algo le decía que su maestro guardaba secretos que no deseaba revivir.

- Pero vamos, no nos retrasemos con esto, o se nos echarán las horas encima… Y no es cuestión de irse a la cama con el estómago vacío…

Asintieron animados, y se dieron prisa por terminar con las tareas. Cerca de una hora y media después, habían acabado de recogerlo todo.

Hyoga suspiró, al fin aliviado tras haber concluido. Iba ser una dura travesía. Y además… Había llegado ese momento que llevaba planeando desde hacía semanas… Aquella velada no había sido la primera en la que le había hablado acerca de sus ilusiones de recorrer países y conocer culturas. Le gustaba ver en él esa sana alegría de la que él careció en su niñez. Era una persona fuerte, y eso estaría a su favor.

Se había encariñado mucho con él. Quería creer que esa fuente de cariño no era un peligro para Alar. Quería creer en que le ayudaría a ser mejor persona, y a afrontar con mayor ímpetu su dura lucha… A amar aún más si podía la vida.

A conseguir que él no tuviera ese agujero que perforaba su alma.

- Buenas noches, maestro.
- Buenas noches…

Hyoga se tumbó en su cama, a la luz de la vela que tenía en el mueble próximo a su lecho. A lo lejos, al otro lado del pasillo, veía la luz dorada de la habitación de Alar…

El chico estaba dispuesto a meterse entre las sábanas y descansar cuando vio algo depositado sobre la mesa de noche. Se sentó sobre su cama, y tras pensárselo dos veces, cogió el misterioso objeto…

Dentro de la bolsa de rudo cuero, encontró una pequeña y brillante brújula. Parecía antigua, pero cuidada con esmero. Y acompañándola, una nota, escrita con la letra ágil y apurada de su maestro.

Espero que te guíe a lo largo de tu camino.
Feliz cumpleaños.

La contempló en silencio sobre la palma de su mano. Con paso quedo se acercó al otro lado del refugio, donde su mentor escribía en su eterno diario, como tantas veces le había visto hacer.

- Gracias…

Le brindó una sonrisa. No eran necesarias las palabras.

- Vamos, ya es tarde, vete a dormir.
Y mientras el chico apagaba su vela, sin dejar de recorrer con las yemas de los dedos el frío cristal y los relieves de su presente, emocionado y meditabundo, el ruso se perdía entre las letras, que rápidas caían suspendidas de su mano.

1 de febrero de 1997

Mi alumno ha cumplido hoy 15 años.
El ser humano nunca dejará de parecerme fascinante. He sido espectador privilegiado de la transformación que ha sufrido su cuerpo, del paso de niño a adolescente, empezando esa etapa en la que pronto llegará a ser un hombre, pero sin tener conciencia de ello.
Al fin ha llegado el momento. Su estructura ósea y su masa muscular se encuentran en condiciones óptimas para resistir a mis últimas enseñanzas.
Mañana iniciaremos el viaje hacia la etapa final de nuestro entrenamiento. Pasaremos los dos próximos años en los Glaciares. Allí sufrirá en sus carnes el terrible poder de la congelación, pues ha llegado en momento de legarle el conocimiento milenario, el arma de los Señores de Hielo. Le entregaré el relevo en forma de polvo de diamante.
Esta será la última página que escriba. El que mi relato haya servido de algo o no, sólo las estrellas lo saben, puesto que sólo ellas designan a aquellos que son merecedores de representarlas. Y yo espero que mis estrellas y las suyas se alineen para prolongar la supremacía de Atenea sobre esta tierra.
Que mis estrellas guíen el último tramo de mi destino, expiándome de mis pecados o anclándome a ellos.

Releyó gravemente la última frase y cerró el que ya era un libreto de considerable grosor.
Confió en si mismo. Iba a hacerlo, con todo su ímpetu. Le mostraría a Alar cuán terrible era el poder de los señores del cero absoluto, los más mortíferos guerreros de las heladas tierras regidas por los dioses, desafiando a la naturaleza y sus elementos, partiendo del origen de la vida para sesgarla.