Capítulo 17
Islandia era tierra de contrastes. De entre las gélidas temperaturas que azotaban la zona durante todo el año, manaban lenguas de vapor ardiente, de las profundas entrañas de la tierra.
Los glaciares… El paisaje desierto, plagado de rocas con extrañas formas cuadrangulares, como huesos acumulados en un desierto de olas, hielo y fuego.
Y
en medio de aquella nada, un joven de cabellos cobrizos volaba, saltando de
piedra en piedra a velocidad de vértigo, en medio de una encarnizada
lucha con su mentor.
De él lo había aprendido todo, mas no conseguía imitar
su asombrosa agilidad. Hyoga parecía elevarse por los aires en las más
endemoniadas piruetas, consiguiendo siempre derribarle.
- ¡Levántate!
Acató la orden, volviendo a reanudar el mortífero encuentro. Saltó hacia un saliente de afiliada piedra, apoyando todo el peso de su cuerpo sobre un brazo para con el otro descargar un torrente helado, apuntando a su maestro.
Hyoga le devolvió el ataque con facilidad, cayendo Alar nuevamente al suelo, con el rostro sobrecogido por el dolor que la congelación suponía.
-
¡Concéntrate, Alar! Si hubiera puesto algo de empeño hubiera
acabado contigo.
- Sí, maestro…
Activó su cosmos como ya sabía, para acelerar el roceso y eliminar la película de hielo que recubría su piel, leve, pero intensamente molesta.
- En plena batalla no tendrás más que milésimas para reaccionar y administrar tus golpes. Aún no lo dominas, pero te empeñas en emplearlo bajando tu guardia. Eso podría llevarte a la tumba.
- Sí, maestro… - volvió a afirmar, con rabia.
Hyoga suspiró profundamente. Una vez más…
- Estalla tu cosmos… Y concentra tu energía, siéntela alojarse en tu pecho, rompe la actividad atómica… ¡Vamos! Eres un guerrero de los hielos, y por tanto, has de demostrar tu valía.
El irlandés apretó los puños, articulando el brazo herido, para comprobar que estaba de nuevo en condiciones idóneas.
La señal no se hizo esperar, y se reanudó aquel intercambio de golpes que un ojo normal no habría sido capaz de detectar.
Quedaron separados a cierta distancia el uno del otro. Las miradas, fieras se encontraron. Y el aprendiz sintió una conmoción en su interior.
Todo se volvió oscuro por unos interminables instantes, para sólo existir su conciencia y las estrellas… Le invadió la energía, la luz violácea que todo lo envolvió, su grito, sobrepasando al bramar furioso del oleaje.
Estalla tu cosmos… Concentra tu energía… Siéntela alojarse en tu pecho… Rompe la actividad atómica…
Y sus ojos no vieron más que esa luz, su cuerpo se fundió con la materia, para invocar a la más bella y mortífera técnica de los parajes helados…
En
Siberia la gente lo venera, pero le temen… Belleza y muerte. Transparencia
y tumba. Mi pueblo lo llama… Polvo de diamante.
Las palabras de su tutor resonaron en su cabeza mientras descargaba contra él un potente trueno helado. Las piernas separadas, los brazos alzados al frente, las manos unidas, los dedos, entrelazados, comprimiendo todo el torrente de energía en un solo punto, fluyendo de su cuerpo al aire transformando las moléculas de agua en un arma destructiva.
Hyoga desvió el ataque hacia su izquierda proyectando un escudo de hielo, como tantas otras veces había hecho en batalla. Cuando hubo cesado, contempló los efectos del diamont dust sobre la ahora helada roca.
Sonrió, satisfecho.
- Eso… Ha estado mucho mejor… Irlandés.
Alar, de rodillas en el suelo, tratando de recobrar el aliento, le miraba, con complicidad, orgulloso de al fin haber recreado la técnica que tanto le había maravillado desde la primera vez que la presenciara.
Sosteniendo todo su peso sobre la palma de la mano, con la cabeza hacia el suelo y los pies, rectos, hacia el firmamento, se esforzaba en mantener el equilibrio y crear un anillo de cristales a su alrededor.
Había demostrado ahínco, desdén, temperamento… Y un elegante estilo de lucha que no paraba de progresar, jornada tras jornada.
Y
casi sin darse cuenta, Hyoga presintió que el momento de la verdad se
avecinaba.
El momento en que el destino de Alar quedaría definitivamente sellado.
El día en que se decidiría si se cerraba una etapa para él,
a la vez que se habría una para el muchacho.
Y mientras le observaba, rígido, obstinado, le recordó a él… A Isaac. Físicamente no eran demasiado distintos.
La misma entrega. La convicción…
Isaac… El que debió haber sido el Santo del Cisne. El que tendría que estar entrenando a Alar en aquellos momentos.
Siempre le admiró, como a un hermano mayor, el cuál hasta el último momento veló por él, y desde el primero, aleccionándole a seguir más allá de sus posibilidades.
Y es que aunque los años empezaban a pesarle, se vio a si mismo en aquella tierra lejana, contemplando la puesta de sol, con su joven pupilo esforzándose en conseguir una nueva meta. Se vio a si mismo donde nunca pensó que llegaría a estar.
Debes mucho, Hyoga, pero… Has tenido una vida privilegiada.
El día anterior había contemplado su propio reflejo en uno de los muchos diminutos lagos de agua de mar que se formaban durante la bajada de la marea.
Seguía siendo aquel chico de mirada triste y rostro esculpido en nieve, nieve marcada por el paso de las lunas. Su cabellera, rubia como los rayos del sol, seguía larga, rozando los hombros. Sus ojos, ahora enmarcados en ligeras arrugas, detonaban la experiencia que había ido acumulando a lo largo de sus ya casi 30 años.
Muchos años para un guerrero. Muchos para un espíritu ancestro encerrado en un cuerpo todavía joven.
Muchos años para su corazón maltrecho, que se sostenía en un sueño, puro y sincero, en donde había alojado las fuerzas suficientes para luchar contra su destino.
Y es que ahora, todo dependía de él. Era el momento de acatar la última indicación directa recibida desde Athenas.
Ordenó a Alar que volviera a la postura original.
Pronto caería la noche. La noche en la que si los dioses así lo querían, el entrenamiento daría a su fin.
- Vamos, nos espera una dura travesía… Emprendamos camino hacia el norte.
A sus pies se alzaba el más famoso y temido geiser de toda la tierra del hielo.
Había sido fuente de numerosos estudios, resultando increíble como de un paraje tan gélido podían manar gases surgidos del mismísimo Infierno.
Un viento cruel y helado les azotaba la cara. La noche era cerrada, pero el firmamento brillaba con todo su esplendor.
Hyoga alzó un dedo hacia las estrellas.
- La cruz del norte… Cuando te sientas perdido, ella te guiará. No lo olvides…
Y Alar tornó los ojos hacia su constelación. Poco había ya en él que recordara al niño que recogió en el pueblo pesquero aquel primer día. Ahora era un joven alto, fornido, y lleno de vida. Lleno de sinceridad y respeto. Con la serenidad y sabiduría en el rostro que sólo poseían los elegidos.
De nuevo posó su mirada sobre la montaña que expulsaba el inmundo calor, creando una cortina de vapor irrespirable. Sintió la presencia firme del ruso a sus espaldas.
- Demuéstrame si estos 6 años han obtenido su fruto. Acaba con el geiser, que sucumba bajo la sentencia de tu cero absoluto.
Y aunque al principio pudo percibir ligera inseguridad en él, Hyoga recibió una silenciosa afirmación por su parte. Analizó cada uno de sus gestos, sus ojos serios, concentrados, la forma en que se alejó para encarar a su objetivo.
Rezó
por él. Su corazón le empujaba, le daba la última palabra
de ánimo.
Se sobrecogió cuando Alar, tras adoptar a la perfección la pose
de la Ejecución de la Aurora, lanzó todo su poder contra las inclemencias
de la propia tierra.
Sintió su cosmos.
Un cosmos tremendamente cálido… Poderoso como había presagiado… Un cosmos digno de un caballero de Atenea.
Bajo la Ejecución de la Aurora habían caído muchos. Pero aquella vez, lo que cayó momentáneamente fue el cauce de los elementos. Contempló, con el alma en un puño, como el pequeño volcán centelleaba, presa de una trampa de cristal que la propia y sabia naturaleza se encargaría de derretir y borrar, sin dejar rastro de la misma.
Alar, aturdido, observaba también su creación, cuando sintió el calor protector del brazo de su maestro sobre sus hombros, su voz cálida y serena, susurrándole, como un cántico del melódico viento.
- Enhorabuena… Has superado la prueba… Mañana mismo marchamos a Santuario.
