Título: Encuentros
Clasificación: R (Alternate Universe) no todo lo que paso en los libros sucedió igual aquí.
Advertencia: Puede contener un poquito de SLASH es decir, relación hombre / hombre, mas bien hombre / elfo, pero sea indefenso, incoloro. Si no te gusta tal tipo de género, favor de buscar otro mas apropiado a tu gusto.
Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a J.R.R. Tolkien y/o NewLine Cinema. Con excepción de los desconocidos (Lassel, Aldelas, Ossmar, Lassiriel) que salieron de mi linda cabecita. Escrito sin fines de lucro, no ganaría nada ni pretendo ganarlo así que nada de demandas por favor.
2. Malos entendidos
Por la noche Trancos comía delante de una fogata, mientras Legolas observaba las estrellas en silencio a unos pasos de él. El montaraz había comido carne seca mientras que el príncipe apenas y había tomado un bocado de hierbas dulces. De pie, con su arco a un lado, dándole la espalda, dejando que el viento meciera un poco su cabello.
Trancos bien conocía la naturaleza de los elfos, su gusto por la naturaleza y el amor a las estrellas que les retribuían tranquilidad. Aun así, su estómago seguía siendo de hombre y no dudo ni un instante en tomar el resto de la porción que Legolas le ofreció. El elfo sólo estaría con él dos noches, y de allí en adelante se las arreglaría solo para conseguir su alimento cuando acabaran las provisiones.
La fogata les protegía de las arañas aunque también los dejaba expuestos, pero a menos de que se tratara de un grupo o emboscada, difícilmente podrían vencer a un elfo y un montaraz.
- Pensé que alguno de tus hermanos me acompañaría, nunca pensé que tú lo harías. – declaró Trancos cerrando su bolsa
- Así lo ha ordenado mi padre.
- ¿Te arrepientes por eso?
- No. Yo he deseado venir.
- O tal vez sería que tus hermanos no quisieron hacerlo.
- Ellos tienen asuntos que atender.
- Damas, doncellas… Asuntos del corazón. – señaló Trancos y llegando al termino de la oración suspiro.
Legolas no pudo estar ajeno a ello, aun sin volver la vista tuvo la sensación de que el mortal recordaba un episodio lejano de su vida.
- El amor es un objeto preciado, que se lleva como un tesoro. – agregó Legolas escondiendo tierna sonrisa
Trancos llevo una mano a su pecho, sosteniendo por un momento cierto dije plateado. Le elevó un poco sin quitárselo, lo admiro a la tenue luz del fuego.
- Si, no puedo negar que despertar en brazos del amor, es un regalo divino. – afirmó el montaraz
- ¡Oh! ¿Entonces tu corazón, ha encontrado su dueño? – preguntó Legolas escondiendo su sonrisa
- Creí haberlo encontrado, pero aun conservo esperanza.
- ¡Oh!
El príncipe elfo bajo la cabeza, parecía que todos a su alrededor encontraban a quien amar y por quien ser amados, pero a él, aun no le llegaba su turno. Se alegraba por el humano, ¡tenían tan poco tiempo de vida! Que era un milagro cuando esa raza entregaba su corazón, tal vez por lo mismo, podían albergar más de un amor verdadero, o al menos así le habían comentado.
- Ven Legolas, siéntate aquí y acompáñame. No me gusta hablar sin que pueda verte a la cara.
Así lo hizo el elfo después de unos momentos de reflexión, tomo asiento frente al mortal, observó como guardaba con cuidado su tesoro debajo del cuello de su camisa.
- El amor se refleja en tus ojos cuando tienes eso tan preciado, ¿no es cierto? – dijo Legolas
- …
- Es natural… Protege a tu amor con tu vida.
- No me lo ha dado mi amor, lo ha hecho con sus manos… - espetó el montaraz con orgullo
- Más razón para atesorarle. – sonrió Legolas tomando un palo delgado de madera para prender su punta en las llamas y apagarlo de nuevo.
- Y que me dices de ti, Legolas, ¿No conservas ningún recuerdo de tu amor?
- No, yo aun no… Aun no tengo uno.
- ¡Oh! ¿Cómo puede ser eso? Si ya eres un elfo mayor… Creí que tendrías a tu amante escondido por algún sitio.
Legolas se ruborizó, y su rostro presentaba un aspecto lívido, incapaz de comprender la familiaridad del hombre, hacia mucho que no le pasaba, ya que entre elfos tales temas no se ventilaban con ligereza.
- No, no hay nadie... Mi corazón no tiene dueño.
Interesante, Trancos sonrió para sus adentros, así que el príncipe estaba disponible. Era difícil imaginar que un elfo tan atractivo como él no hubiese entregado ya su corazón, ¿sería su cuerpo tan puro como parecía? Tal vez su padre le protegía tanto, como le había dicho Gandalf, como para no dejarle relacionarse con alguien mas.
- ¿Sin dueño aun? Es triste, el amor ofrece tantas posibilidades... Tanto amor que puedes ofrecer.
- Aun no encuentro a la persona indicada...Eso es todo... Pero me alegro que al menos uno de los dos si lo haya logrado.
Trancos frunció el ceño, estaba enamorado, en verdad embelesado por la belleza de su amor "secreto" pero le entristecía saber que no llegaría a nada serio y formal, y sólo era sexo y placer en cada sesión. Legolas sin embargo, estaba contento que al menos el humano tenía a quien volver, y no estaría sólo rodeado de tanta gente como él.
- ¿La amas mucho? – preguntó el elfo volteando un pequeño tronco abrazado.
- ¿A quién?
- A quien te ha hecho ese obsequio...
- ¡Oh! Es muy querida para mi...
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- Entonces... ¿Es definitivo?
- Estel, esto no puede ser mas que caricias y besos, mi corazón no te pertenece.
Esas palabras, tan frías y honestas le hubieran roto el corazón si no es que desde siempre había estado preparado para ello. No sé podía creer que alguien tan hermoso e imponente como el señor Glorfindel, tuviera el corazón así de frío.
- ¿A alguien más? ¿Quién es él que me quita tu corazón? ¿Quién es para arrancárselo del pecho?
- Ya no es uno con nosotros... Mi vida terminó con su partida...
- ¿Y yo no tengo esperanza?
- Estel... Esto es lo que puedo ofrecerte, no puedo dar mas, mi corazón es uno solo y no puedo partirle en dos...
Estel bajó la cabeza, hacia tanto tiempo que estaba ilusionado con Glorfindel, deseando sentir sus labios, acariciar su cabello, pasar su boca por todo ese cuerpo. Le había conocido desde siempre, verle caminar, escucharle hablar le complacía, pero desde que recordaba, nadie había ocupado el corazón del señor elfo, nadie había compartido su cama, y los corazones lloraban y los ojos se humedecían al no saberse correspondidos. Glorfindel, contemplando el rostro entristecido del mortal comprendió lo que pasaba por su cabeza, se acercó al joven Estel, acarició la visible nueva barba del joven y capturo sus labios entre los suyos.
- Estel... Eres provocadoramente... terco
- Glorfindel...
- Deseo que pases la noche conmigo...
Era la primera vez que se lo pedía, y las manos suaves y sensibles del rubio elfo, sintieron el titubear del mortal, el temblar del nerviosismo.
- Eres hermoso Estel, pero comprendo que dudes... Será mejor otro día.
- ¡No! Hoy... esta noche...
- ¿Estás seguro?
- Sí.
Y Estel empezó a abrir su túnica azul ante los ojos asombrados de Glorfindel que se apartaba para admirarle. Estaban en la exquisita habitación del vencedor del Balrog, y en el divan rojo, el elfo se tumbo observando como el humano terminaba de desvestirse. A pesar de su juventud, Estel tenía ya el cuerpo bien formado, con ligero vello en pecho, pectorales definidos, cintura y cadera estrecha, las piernas cubiertas ya por la oscuridad plena. Glorfindel sonrió, por que sus ojos recorrían desde los pies deteniéndose un momento en el centro y observar la reacción que había despertado en el mortal. Subió hasta encontrarse con sus cálidos ojos grises, la pupila dilatada conforme se acercaba.
- Estel mel amin...
- Por favor, no digas nada... No quiero pensar en el mañana... no me dejes pensar.
Glorfindel lo recibió en sus brazos, Estel se recostó encima de él, libre y desnudo, mientras sentía las suaves manos recorrerle la espalda, él colocaba su cabeza en su pecho. El señor elfo era mas largo que él, apenas y su cabeza rozaba su barbilla. Estel saboreo aquellos labios, contenía sus suspiros mientras las manos le tomaban por la cadera y obligaban a su centro a aplastarse contra el otro.
Levanto sus brazos el mortal para rodear el cuello del elfo con ellos, obligándole a amarle. Glorfindel no perdió oportunidad, Estel entre los elfos era un banquete que muchos deseaban, pero el entregar el corazón tenía sus límites entre los elfos, pero Glorfindel no tenía ese problema, había amado una sola vez y no pudo seguir amando, su corazón sufrió y fue lo mismo que le dio el valor para regresar nuevamente a la Tierra Media, libre de toda angustia, libre para unirse sin pena esperando por el día en que sus corazones se reúnan de nuevo. Pero mientras tanto...
- Estel...
Estel entregó su cuerpo por primera vez, y a pesar de la pena de no saberse amado, disfruto cada caricia y contacto con el señor elfo, le amaba en silencio, con la inocencia y cariño del primer amor.
Estel estaba enamorado, su primer y hasta el momento, el amor de su vida, la esperanza de su corazón, desde el primer momento que le conoció. Pero su padre adoptivo, no veía con buenos ojos esa unión. Glorfindel era mayor, mucho mayor que él, aun tratándose de un elfo. No debía concebir ilusiones al respecto, Glorfindel era un elfo demasiado alto y preciado como para poner su corazón en un joven mortal. Si Estel no quería salir lastimado, debía de olvidarle.
Y sería mejor que no metiera a su querida hija Arwen en su aventura. Ella nunca debió de darle ese pendiente, podía ser comprometedor para ella el que la gente se enterara. Estel se sintió presionado, y triste de que Lord Elrond no viera su amor por el alto elfo con buenos ojos. Y ahora que mencionaba a Arwen, que podían malinterpretar el que ella en persona le diera el dije, le hacia ver que tal vez ni siquiera era digno de trabar dos palabras con ella.
Lord Elrond se dio cuenta de sus palabras, al ver la reacción del joven.
- Estel, no lo digo por que no seas adecuado para la reputación de mi hija, sólo que no quiero que conserves ilusiones con Glorfindel.
Los celos le invadieron al joven enamorado.
- No Estel, no me malinterpretes, Glorfindel es libre de elegir, pero le conozco hace varias vidas de hombres como para saber que pasado un tiempo te olvidara, y no serás mas que un dulce recuerdo. No quiero que conserves falsas esperanza, así que es mejor que lo olvides.
- ¡No! ¡Yo le amo! – recalcó Estel enfadado
- Eres muy joven Estel, tu amor aun no llega, esto es sólo un capricho, recuerda, tu corazón aun no se entrega por completo.
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Trancos apretaba el pendiente con enfado, no habían visto bien su relación con Glorfindel, no la aceptaban.
- Trancos... – dijo Legolas sacándolo de sus pensamientos
- ...
No respondió por que tenía la mente muy lejos de allí, pero una palmada en el cuello le hizo reaccionar, tomando la mano del elfo quien se encontraba a su lado.
- ¡No te atrevas a tocarlo! – exclamó Trancos apretando fuertemente la muñeca que tenía en su puño.
- ¿Qué?
- ¿Por qué quieres destruir mis recuerdos? - preguntó Trancos pensando que Legolas había tratado de quitarle su dije preciado.
- ¿Destruir? Trancos... yo...
El montaraz lanzó la mano lejos de él y se puso furioso de pie.
- ¡Si tu no tienes nadie que te aguante tus niñerías no es mi culpa, pero no te atrevas a poner una mano en lo que es mío!
- ¡Ah!
Legolas estaba asombrado, se quedo al abrigo de las llamas solo, por que Trancos se había retirado de allí perdiéndose entre los arbustos, confundiendo su silueta con la tenebrosa oscuridad de las orillas del camino. No comprendió el príncipe el por que de esa reacción, por que tanto resentimiento, si lo único que él buscaba era quitar una araña que subía por el cuello del montaraz, por eso el golpe en el cuello. Le había advertido, pero no le escuchó. Legolas meneo la cabeza, ese hombre tenía problemas, tal vez del corazón, pero no sabía el por que se desquitaba con él. ¿El amor? ¿Sería tan problemático como para comportarse así? Tomo sus pertenencias y preparo sus mantas, no estaba cansado, pero la conducta del humano le desconcertaba, pero igual no iba a dejar que el montaraz le tratara así. Fue a seguirlo.
Ese tonto elfo, ¡Osando tocar su más grande recuerdo! Ya lo había intentado en una ocasión, ¡en su propia habitación!. Pero no lo dejaría esta vez, ya le había confesado que era de su mas "grande" amor, ¿cómo se atrevía a tratar de tocarlo?. Si Glorfindel se lo había hecho con sus propias manos, si lo había enviado con Arwen el día que le encontró el Rivendel. Le había dicho que conservara la esperanza por que el amor llegaría a su corazón, y al recibir ese presente, seguramente era el amor de Glorfindel el que venía con él.
Se había alejado unos pasos, pero aun podía escuchar el tronar de la madera en la lumbre, tomo el dije entre su mano y llevándole a sus labios le beso.
- Trancos, no sé que ocurrió contigo, pero no me incumbas en tus problemas amorosos ¡Yo sólo trataba de ayudarte!
- ¿Ayudarme? – preguntó Trancos volviéndose hacia donde llegaba el elfo - ¡Mira elfo! – señaló el mortal señalándole con el índice mientras se acercaba - No me importa si eres príncipe o no, si te aman o e ignoran, ¡no te metas conmigo! ¿Entiendes?
- ¿Meterme contigo? ¿Quién piensas que eres? – preguntó Legolas dándole la cara, si era mas alto por un par de centímetros eso no lo intimido - ¡No eres una persona con la que quisiera meterme! ¡Ni siquiera a golpes! Eres tan sucio, ¡que hiedes!
- ¡Já! – rió el mortal irónicamente - Mira elfo, que delante de ti tienes a quienes muchos quisieran en su cama – reafirmo Trancos acercándose a sólo un par de centímetros de su cara
- ¿Muchos? – repitió el príncipe frunciendo el ceño. – No entiendo lo que dices, pero tu carácter no te ayuda... Eres muy explosivo...
Legolas le dio la espalda, no podía lidiar con ese hombre a palabras, así que eran innecesarias, si le quería ayudar y no la acepto, ¡bien por él! Si había vivido tanto tiempo a la intemperie, podría cuidarse a sí mismo.
- ¡Ay!
El elfo detuvo su paso y volvió la vista mas no la cabeza, el gritó había sido de su compañero y seguramente el palmazo que escuchó se lo había dado a si mismo. No tenía ganas de escuchar sus disculpas, ni de hablar con él, era un hombre que se manejaba en sus pensamientos, creyendo que los demás sabían de ellos. Cerca de sus mantas, estaba ese árbol, escaló con ligereza y se apostó a mitad de su altura, apenas con suficiente vista para inspeccionar el campo.
Trancos se sacudía las ropas, se había despojado de su túnica y hacia ahora lo mismo con la camisa mientras se aproximaba al fuego, su pecho desnudo, nuevamente le intrigo el verlo velludo y moreno, resplandeciendo levemente a las llamas de la fogata. Se rascaba en el cuello, y había aparecido un leve escozor en él. La araña le había picado pero suponía que no sería de cuidado.
Cuando Trancos llegó a la fogata repaso su mirada por el campamento, no había señales del elfo. Ahora le debía una disculpa y no le encontraba.
- ¡Legolas!
- ...
- ¡Legolas! ¿Dónde estás?
- ...
Se aproximo a sus pertenencias, aun seguían allí, había hincado una rodilla, y repaso la manta con los dedos sucios y calludos, eso enfureció al elfo. ¡Nadie tocaba sus mantas!
- Alto. No toques nada.
Trancos se puso en pie y elevo su cabeza, el elfo estaba perdido entre las ramas y no se veía mas que un leve brillo de su mirada y un poco de luz en su cabellera, nunca le hubiera encontrado si no hubiera escuchado su voz.
- Baja... Legolas. – sugirió Trancos, dejando expuesto su pecho al examen del elfo.
- Aquí estoy bien, haré guardia.
- Quiero disculparme contigo...
- ...
- ¡No sabía que tenía una araña!
- ...
- ¿Por qué no me lo dijiste? – preguntó el montaraz poniendo sus puños en sus caderas
- ...
- ¡Legolas! – gritó enfadado por la actitud algo infantil del elfo
- ...
- ¡Baja ya! ¡Los dos haremos guardia!
- ¡NO! ¡Necesitas descansar esa cabeza caliente!
- Discúlpame Legolas, por favor.
- ... Aquí me quedare.
- ¿No vas a bajar?
- ...
Trancos sonrió con malicia, había una forma de obligarle a bajar. Se arrodilló junto a su lecho y tomo la fina manta entre sus manos, el aroma le llego, un sutil y casi imperceptible aroma a elfo, muy diferente de las sábanas de Glorfindel, fresco, dulce y mezclado con madera. Le paso por su pecho desnudo, cerrando sus ojos a la sensación, pensando que podría ser la piel de un elfo.
- ¡NO! ¡Deja mis pertenencias en paz!
- ¿Bajaras? – preguntó Trancos repasando la suavidad de la tela por su rostro, era difícil admitir que le gustaba esa sensación, ese aroma nuevo. Disfrutaba presionar al elfo. – Mmmm... ¿Podría arroparme con ella?
- ¡Trancos! No tienes derecho a tomar mis cosas.
- Sólo será en préstamo... Y si no vas a dormir, y si la cama ya está tendida...
- ¿Qué?
Trancos se echó en ella, y se arropó con la manta del elfo.
- ¡Tienes razón, Legolas! Necesito descansar y aquí lo haré mejor... – afirmó el montaraz, mientras se arropaba y colocaba de lado, dándole la espalda al elfo
- ¡Mis mantas! – exclamó el elfo aterrado. Sus limpias mantas, su pequeña almohada que tanto cuidaba, todo tocado por las sucias manos de ese descarado mortal.
- Hasta mañana, Legolas.
- ¡Aléjate de mis mantas!
De la prisa que llevaba, tardo mas en bajar que en subir, pero apenas vio el campo libre, dio un salto ligero y corrió hacia el mortal que ya no se movía. ¿Se habría movido ya?
- ¡Trancos! ¡Aléjate de allí!
- ...
- ¡Son mis mantas!
- ...
Legolas se colocó junto a él, le tomo del brazo zarandeándole un poco, despertándole si estaba dormido. Las manos del elfo, sobre su brazo, se sentían más suaves que la tela, más cálidas y... fuertes.
- Trancos... ¡Ponte en pie! Ve a tu lugar, ¡este es el mío!
- De guardia... el elfo está de guardia... el elfo no necesita dormir... El mortal "cabeza caliente" necesita descansar... – alegó Trancos con sus ojos cerrados, apretando la pequeña almohada que tenía bajo su mejilla
- ¡Son mis pertenencias! ¡Eso no se hace! – exclamó Legolas tratando de ponerle en pie, era fuerte y no le quería hacer daño, pero Trancos se estaba poniendo difícil.
- Hasta mañana Legolas.
- ¡Trancos!
El príncipe elfo se quedó a su lado, observando como subía sus mantas hasta el cuello, frunciendo el ceño y haciendo un leve puchero, no estaba cansado, pero toda la noche, la bendita noche ¿solo? Si quería conocer la naturaleza de los hombres, ya la iba conociendo mejor. ¡Eran un fastidio!
Se escucharon crujidos, Legolas volvía la cabeza hacia donde venían, una flecha se dirigía hacia él y logró esquivarla echándose hacia atrás, apenas el silbido del viento paso delante de sus narices, su arco, sus flechas... ¡Trancos las obstruía!
- ¡Orcos! ¡Trancos!
Y Trancos se puso en pie, blandiendo la espada para defenderse, y Legolas trataba de hacerlo, había caído con sus piernas dobladas y se alargaba por tomar sus pertenencias, pronto aparecieron un par mas de flechas, gruñidos y gritos de furia por parte del mortal. Cuando tuvo al fin sus dagas gemelas, cuando partió el vientre de uno de ellos, sintió el dolor en su espalda, la furia le hizo acabar de un solo tajo cercenándole la garganta al atrevido orco detrás de él.
- ¡Legolas!
El elfo no le escuchaba, despachaba a dos orcos mas, mientras el montaraz hacia lo mismo con otros tres, había sufrido un rasguño en la pierna, pero no le molestaba. Pronto el campamento estaba cubierto con seis orcos. Tenían que seguir avanzando, podrían presentarse mas, Trancos desaparecía la fogata, mientras Legolas tomaba sus pertenencias, el mortal no había tenido problema por que estaba todo empacado.
Habían pisado sus mantas, y su almohada de viaje salpicada con sangre negra de orco, ya no valía la pena cargarla, Trancos se dio cuenta, pero no dijo nada, Legolas cargo con sus pertenencias y salieron rápido de allí. Siguieron caminando, por dos horas mas, en plena madrugada y sin decir palabra alguna.
Uno con espada y el otro con arco en mano, listo para cualquier emboscada, pero hacia mucho que no escuchaban mas que el bosque, Legolas no parecía preocupado por las bestias, sólo un poco pensativo por la carrera. Iba adelante vigilante en el camino, en los arbustos y árboles, concentrado y a la vez pensativo. Giraba la cabeza de cuando en cuando, para saber si el mortal le seguía, en las penumbras se veía su silueta continuar el camino.
Trancos se sentía culpable, por que comprendía que el haber discutido con el elfo tal vez atrajo a sus atacantes, por que Legolas había dejado atrás sus cosas, y por se había portado mal con él, cuando sólo había querido acabar con el araña en su cuello. Apresuró sus pasos para tomar al elfo por el hombro, sin embargo, la reacción no se la esperaba, Legolas hizo un reparo.
- ¿Estás herido? – preguntó deteniéndole por el brazo
- Una herida leve. – respondió Legolas tratando de avanzar
- ¿Y si no es lo que supones? Déjame revisarla.
- Ahora no... sigamos... Estaré bien...
- ¡Legolas! – exclamó Trancos tomándole por los hombros, observando la leve tristeza en sus ojos azules. No brillaban como antes. - ¿Qué sucede?
- Nada, estoy bien, sigamos, no se infectara... no fue por una flecha... y... debemos seguir. – insistió Legolas zafándose de sus manos.
- ¡Legolas!
- Por favor, Trancos, no quiero discutir, podrían venir mas... – dijo Legolas retomando tomando vanguardia.
- Oh...
Había sangre en su espalda, el carcaj le debía de molestar con el movimiento, pero el elfo testarudo seguía en pie. ¿No le dejaría cuidarlo?
Legolas tenía tantas cosas en la cabeza, nunca había sido lastimado, en sus exploraciones y excursiones, siempre salía bien, sin un rasguño, y ahora... Tal vez se decía a que no estaba acostumbrado al carácter, a veces infantil, a veces explosivo de los humanos. Él tenía sus defectos, pero nunca tuvo que lidiar con alguien por tomar pertenencias ajenas, nadie le había hablado tan rudamente como el mortal, era diferente.
Ahora bien, había perdido sus mantas y almohada, no tendría oportunidad de descansar mas que en el suelo raso. Llegaría herido, cansado, sucio y despeinado con su ada, quien le vería y nunca le dejaría cruzar los límites del reino por descuidado. Suspiró el elfo. Podía ver su futuro, iría con su padre, cruzaría los puentes, se embarcaría escapando de esa tierra vieja, para ver los cielos infinitos de Valinor. Donde la felicidad la tendría con su familia y amigos, no con su pareja e hijos. Nunca saldría de Mirkwood mas que para no volver a verle.
- Legolas... – murmuró Trancos emparejando su paso con el del elfo.
- ¿Qué pasa? ¿Deseas descansar?
- No, yo estoy bien, pero... tu...
- No te preocupes... La herida cerrara en un par de días.
- Tus mantas...
- ¡Ah! Esas mantas... Olvídalas... No eran tan buenas como creía.
- Descansemos un poco, ya no creo que haya peligro, y aunque no quieras, elfo, examinaré tu herida.
- Bien.
Legolas se deshizo de su carcaj, de lo poco que le quedaba mientras Trancos tendía su manta, él no se podía dar el lujo de dejarla, le serviría para todo su camino, mientras que el elfo regresaría pronto.
- Toma asiento aquí.
- No es necesario, de pie puedes...
- Necesito verte y si necesito mezclar algo será más fácil en el piso.
Legolas se estaba portando obediente, ya no quería problemas con el humano, ya había cometido muchos errores, tendría paciencia, sólo era cuestión de tiempo. Se sentó cruzando sus piernas y empezó a quitar su túnica, sintió las manos del mortal ayudándole, tomando la prenda, luego cerca de su cuello, listo para recibir fina camisa en sus manos.
- Déjame ver... – dijo Trancos, mientras hacia el cabello a un lado, colocándole en su hombro.
La piel de la desnuda espalda del elfo era lisa, suave y blanca, levemente iluminada. La luna estaba ya ocultándose, la aurora renacía y la frescura de la madrugada recorría sus cuellos tensos.
- Es una herida pequeña, no alcanzó a penetrar mucho. El daño es mínimo. – señalo el montaraz.
- Te lo dije...
- Aun así era necesario examinarle.
- Tuve suerte, un poco mas a la derecha y...
- Ni lo digas... Perdería un compañero de viaje...
- ¡Oh! ¿Te dolería perderme? – preguntó Legolas sonriendo levemente
- Me dolería mas, el cargar tu cuerpo de regreso con tu padre, sería fastidioso.
- ...
El elfo no respondió, suponía que era una broma, pero no sabía si el mortal tenía ese sentido del humor o si en verdad así pensaba. Repentinamente sintió unos labios húmedos rozando su espalda, cerca de la herida.
- ¿Qué?... ¿Qué haces?
- Perdona, trataba de oler la herida, si tenía alguna ponzoña, pero me acerque demasiado...
- Podías haber usado tu mano.
- No, podría lastimarte...
Trancos tomó un poco de agua, mojo su pañuelo y limpió la herida del elfo, sonriendo por que al aspirar tan cerca de Legolas, el aroma suave de la manta volvió a él. Era Legolas no la manta quien olía tan bien. Su piel era más lozana que la de Glorfindel, su cabello un centímetro mas corto, su cintura más pequeña, no tan alto, no tan arrogante, no tan... viejo. En sus ojos había frescura y esperanza en el futuro, mientras que en los de Glorfindel, sabiduría y añoranza por el pasado. Ilusión en amores futuros, suspiros por amores perdidos. Muy contrastantes, a pesar de ser un príncipe Legolas era más accesible que el Señor Glorfindel, mientras que el elfo de Gondolin servía de consejero para las cabezas, Legolas lo era para el corazón, su padre le debería amar mucho por esa razón.
El príncipe ladeo su cabeza, sentía la presión del camino, por primera vez, tenía miedo de fallarle a su padre, ¿los caballos habrían llegado? Esperaba que los orcos hubieran hecho presa de ellos, aunque le doliera, si no, su padre le enviase a buscar, temiéndose lo peor. Tal vez no llegaría a las fronteras.
Trancos le olvidaría, y seguiría con su vida llena de aventuras, caminando por donde nadie caminó, buscando refugios y nuevos techos, todo para llegar hasta donde su amada, por que, aunque no lo había mencionado, el dije había sido su protección y consuelo durante su camino. Legolas suspiro en silencio, las manos del montaraz se colocaron en sus hombros, y empezó un masaje que hizo que el príncipe dejara caer su cabeza hacia atrás, dejando escapar un leve e imperceptible gemido de placer.
- Tus hombros están muy tensos...
- Mmmm... – ronroneaba el elfo de ojos cerrados y boca entreabierta
- No te preocupes no te lastimare...
La piel firme, la tersura del cabello cubriendo sus manos, Trancos empezaba a sentir una extraña necesidad punzante entre sus piernas, mas cuando sentía que Legolas se dejaba hacer, se deshacía en sus manos, ¿cómo sería hacerle el amor? ¿Escuchar esos gemidos como resultado de la exquisita lujuria que despedía su cuerpo? Ahora esa boca, tuvo oportunidad de observarle cuando su cabeza caía hacia atrás, tan suave, tan sonrosada, su aroma, su forma. La bravura acompañada de la delicadeza en un elfo era lo que le habían hechizado de Glorfindel, pero de Legolas... ¿Legolas?
TBC...
Ya pasó un día, sólo queda uno… y hubo leve lemmoncito pero nada tenía que ver con Legolas.
Burbuja.- ¿Besitos? Creo que había puesto uno pero lo he retirado, era por error, pero Legolas aun no se enamora.
Lanthir.- Creo que los dos no se llevaran bien hasta el final, por que Aragorn es medio rarito... aun no hay guerra del anillo que le haga madurar un poquito más…
Nina.- No me vayas a colgar por lo de Glorfindel, pero bueno, no siempre el primer amor es el bueno, jejeje...Besos!
Forfirith.- Bueno, sobre las miradas, creo que si, mas bien del humano, Legolas apenas es curiosidad. Aunque Aragorn aun piesa en Glorfindel, aunque parece que el señor elfo ya le dijo que nada de nada. Besos
Nessimelle .- De repente me pierdo entre fics, me salta la inspiración, y escribo y escribo…
Shanna .- tiene un poquito de slash, pero no con el elfito de Mirkwood. ¡Gracias por leer!
Fedia.- jejeje.. ya ves que termine "Lágrimas", esto no sé si es un antes de… supongo…
Akhasa.- Si, un comienzo de mi cabecita…jajaja… Y de Torya, bueno, si,¡ tienes toda la razón! ¡Pero no dejaba de verse lindo!
Balrog.- Please, no me mates por este inició, tenía que sacarlo de mi cabecita.
Iona.- Jejeje… Lo de Arwen? Bueno, ella le dio el p endiente, el puentecito y todo, pero cambie un poco el detalle de por que se lo dio.
Any.- Mi cabecita no para, pero a veces la inspiración no llega…jejeje
Foxy Prateada.- Bien, gracias por las imágenes, creí que te había enviado una respuesta, me gustaron mucho... Si fue el mail de hace poco mas de un mes, claro que si… no sé si me enviaste otro..
