Lluvia de Sangre
sobre el Cementerio
Epílogo
Seijuro Hiko. Hace ya varios años que he dejado de usar el nombre de Shiyuu. Desde que Imisu se fue. Ahora solo soy el Seijuro Hiko nº 13, maestro de la Escuela Hitten Mitsurugi. Lo supe cuando maté a mi maestro. Esa era la prueba de que yo heredaba la técnica. Desde entonces, he entendido muchas cosas. Y he luchado y matado según la tradición de la técnica. No me he unido a ningún poder, ni a ninguna rebelión. Solo utilizo mi espada para proteger al inocente. Como manda la técnica. Pero, aun así, me siento vacío. En este era, los hombres y las mujeres matan sin piedad a sus oponentes, tratando de sobrevivir por todos los medios. Y para mi, es difícil decidir quien debe vivir o morir. No me arrepiento de mis actos, pero aun así...
- AH!!!!! - Oigo un grito que viene del camino. Parece que los ladrones de la zona no escarmentarán. Es una lastima para ellos que me encuentre yo merodeando por aquí. Por ello, me dirijo hacia donde proceden los gritos. Se oyen cortes, gritos, derramamiento de sangre, suplicas, muertes.. Pero yo no acelero mi paso. Ya no hay nada que hacer, probablemente ya los habrán matado a todos. Pero al final llegué, y quedaba un niño vivo, aunque parecía que no lo iba a estar mucho tiempo.
- ¡¡He tu quieto ahí!! - me gritaba un trío de ladrones mientras se acercaban esgrimiendo espadas. El primero se lanzo hacia mí. Bastante lento. Lo eliminé rápidamente. Al ver como mete a su compañero, los otros dos se lanzaron a mi. Si el primero era lento, estos dos eran autenticas tortugas. Al verlos muertos en el suelo, me dan incluso lástima.
-¡¡Madre mía!! ¡¡¿Quien es ese?!! - oí gritar a otros muchos detrás mío. Todos se lanzaron hacia mí, cosa que no me gusto nada. Un simple movimiento de espada, y todos por el suelo.
- ¿Quien eres tú? - Pregunto el último. Estaba a punto de matar al crío, que quedaba vivo, pero parece que yo le interesaba más.
- No tiene sentido decirle mi nombre a alguien que esta a punto de morir... - dije. Creo que no oyó mi advertencia, o no la interpreto como me esperaba, porque se lanzo contra mí empuñando su espada. Mejor, tampoco iba a dejarlo marchar con vida. Tres cortes me hicieron falta para que sus partes se desperdigaran por doquier. Mire un poco el desolado panorama que había en los alrededores. Pero después advertí la única persona que permanecía con vida. Era un niño pelirrojo, pero parecía una niña, por el pelo largo y sus facciones. Pero todo niño parece niña en su infancia. Seguro que de mayor si se parecerá a un hombre. Si es que llega vivo a esa edad.
- No tienes suerte, pequeño. Desde la llegada de los barcos negros, hace dos años, el Bakufu no consigue mantener el orden publico. El número de delincuentes, la mayoría antiguos samurais caídos, está en constante aumento en esta zona - Le dije. Su mirada parecía perdida delante de la montaña de muertos. Yo saque un papel y limpie mi espada - El azar ha querido que acaben por el filo de mi espada - Le miré de nuevo, y seguía sumergido en sus pensamientos - Por mucho odio y dolor que sientas, los muertos no van a resucitar. Todo Japón esta en la misma situación. Puedes estar contento de estar vivo - Me estaba cansando de esta conversación, que veían que no llegaría a ningún sitio. Por eso, decidí marcharme de allí - Si vas al pueblo y le explicas a la gente lo que ha pasado, seguro que te ayudan - Añadí, mientras observaba por última vez al muchacho. Parecía que por mucho que digiera, no lo sacaría de su trauma.
[...]
Han pasado varios días desde que deje al pobre chico en ese cementerio sin tumbas. Aunque me duela, siempre es así. Cuando rescato o salvo a alguien, parece que hubiera sido mejor dejarlo morir a el también. No se si lo que estoy haciendo esta bien o no. Simplemente me dedico a matar.
- Oye, no has visto a un niño pelirrojo, bajito, que.. - Le pregunte al mercader que me iba a vender un poco de sake
- No, no lo he visto el pelo desde hace una semana - me contesto el viejo. Creo que es muy conocido el chico por aquí - Aquí tiene su sake - añadió, dándome el licor. ¿A lo mejor esta harto de su vida y se ha suicidado?. Pasa bastante a menudo. Hasta ahora he utilizado la espada conforme a los principios de la técnica Hitten Mitsurugi. ¿Pero cuantas veces he salvado a alguien? Prácticamente nunca. Los bribones sigue pululando a pesar de mis esfuerzos por acabar con ellos. Estamos en una época perversa y cada vez más problemática. Y esto solo puede empeorar. En realidad lo único que puedo hacer es inhumar los cuerpos de las víctimas. Pero no llegue a hacerlo, para mi sorpresa, cuando llegue al lugar de la pelea, encontré al chico entre un montón de tumbas.
- No solo la de tus padres, también has enterrado los cuerpos de los saqueadores... - dije mientras me acercaba a donde estaba el chico. Realmente no esperaba respuesta alguna del muchacho.
- No son mis padres, eran vendedores de esclavos. Mis padres murieron el año pasado del cólera... - el chico suspiro un momento. Poseía la típica voz de niño, que al oírla no sabes diferenciar si se trata de una niña o un niño - Pero una vez muertos no son más que un puñado de huesos - Finalizó. Me fije que habían tres piedras que sobresalían. Parecía que el mismo las había colocado.
- ¿Y esas piedras? - Pregunté
- La señorita Kasumi, la señorita Akane y la señorita Sakura. A las tres las sacaron de sus familias por problemas de deudas. Solo las conocía desde hace un día, pero como era el único chico, pues creí que debía protegerlas aun a costa de mi vida -
- ... - No sabia que decir. Y yo que pensaba que mi vida fue difícil.
- Lo menos que podía hacer es enterrarles. Busque unas piedras bonitas, pero solo pude encontrar estas. Tampoco he encontrado flores... - Pobre chico. Tenia un corazón puro como el agua, puro hasta la estupidez. Abrí el sake que traía y lo derramé en las tres rocas.
- Nadie puede entrar en el paraíso sin haber probado un buen sake. Esto es de mi parte - advertí - No había nadie con el, ni para él. Estaba solo, y había tocado fondo. El muchacho no podía estar peor. Por eso lo escogí. No le quitaba de ninguna vida. No le alejaba de ninguna familia ni amistades. No cometía el mismo error que cometió mi maestro conmigo. Yo le enseñaría a este chico a ser feliz con su espada, con el Hitten Mitsurugi, como debió hacer mi maestro.
- ¿Como te llamas, pequeño? - Le pregunte.
- Shinta - Me quede pensando un momento, y dejando volar un poco mi imaginación.
- Muy bonito, pero no pega con una espada. A partir de ahora te llamaras Kenshin -
- ¿Ken... shin? - Y así fue como eliminé lo único que quedaba de su pasado. Ahora empezaría de cero.
- Ven conmigo, te enseñaré todo lo que sé - Añadí finalmente.
Fín
