Y yo aún aquí, como si él fuera a regresar.
Saben, siempre lo aprecié, de una forma u otra. Desde la primera vez que lo vi, cuando entré en el colegio y estuve frente a frente con su rostro infantil, repleto de esos rasgos de niño que nunca se borrarían. Recuerdo que mi lápiz se rompió y él lo notó en el momento, regalándome el suyo. Yo tenía uno de repuesto, por supuesto, pues siempre tomo precauciones para todo, pero de todas maneras lo acepté y lo guardé por mucho tiempo. Nadie más que él me ha hecho regalos desinteresados jamás.
Por eso, la verdad es que ganar, si es que gané, no tiene gracia si no comparto esa gloria con él. La victoria tiene un sabor amargo, como dicen. Muy amargo.
Sí, ahora lo veo tan claro. Mi deseo es compartirlo con él.
Pero no, no puede darme un lugar.
Últimamente tuve unos sueños muy extraños que me hicieron despertar sudoroso. Soñé con él. Con besos. Con caricias.
Eso nunca va a pasar en la realidad. No tendría sentido que pasara.
A veces, cuando yo estaba muy cerca de él, durante las constantes persecuciones (ese juego del gato y el ratón que se volvió tan violento y tenebroso más tarde, llegado el día en que ya no pude contener a Krad), cuando lo acorralaba en los viejos tiempos, sentía su respiración agitarse y, por un segundo, tenía el presentimiento de que pensaba en lo mismo que yo. Pero claro, era sólo por la adrenalina, por la proximidad del peligro. Lo que yo sentía no tenía nada que ver.
Y ahora, ya es demasiado tarde.
Como todos, reconozco lo cierto demasiado tarde.
Recuerdo también, muy firmemente, que le gustaban las flores. Especialmente las rojas. No sé porqué, sin embargo lo tengo muy bien guardado en mi memoria, me lo dijo un día en la terraza, mientras almorzábamos, durante un recreo.
Ha pasado tanto tiempo.
Me arrodillo y dejo el ramo carmesí en el suelo.
Antes de irme, leo nuevamente el epígrafe de piedra:
Daisuke Niwa, amado hijo y amigo.
[Lila Negra]
Jueves, 24 de Junio de 2004
