El odio se gana tanto por las buenas obras como por las malas. -Nicolas Maquiavelo.


El viento aullaba con fuerza, los arboles se movían por la fuerza que la naturaleza estaba mostrando en esos momentos mientras las nubes grises empezaban a arremolinarse sobre el pequeño pueblo escondido entre las montañas, el polvo se levantaba ante cada soplo de viento y las hojas se iban por todas las direcciones posibles dejando que todos empezaran a ir a sus casas a refugiarse pensando que todo era causado por la peliroja del don climático.

El sonido de las hojas volando, los arboles siendo movidos por el mismo viento y las faldas levantándose por causa del mismo sin embargo parecía que dentro de la casa de la matriarca del pueblo, todo era silencio absoluto.

Pequeños golpeteos eran el único sonido que se escuchaba en la casa mágica, el sonido de golpes húmedos junto con él sonido de rompimiento parecido a una rama seca llegaron luego. En la cocina se veían manchas color escarlata por todo el piso y gran parte de las paredes, en la encimera había el cuerpo de un hombre adulto acostado panza arriba donde tenía la cabeza colgando en el borde mostrando ojos cafés opaco y una tez absolutamente pálida mientras que en su rostro una mueca de horror absoluto se encontraba inmortalizada.

Unas manos enguantadas rompieron la camisa de botones marrón que el hombre usaba, la tela húmeda cayó al suelo sin ninguna delicadeza dejando al descubierto el pecho desnudo que poseía infinidad de apuñaladas sobre este, tomando un bisturí empezó a cortar con la experiencia de un cirujano mientras los guantes amarillos se llenaban de rojo.

La encimera tenía rastros de sangre saliendo de ella, el sonido de algo seco rompiéndose resonó por toda la cocina y pedazos de hueso cayeron al piso. La persona que los estaba quitando vestía de un vestido azul del que ahora se veía manchado de la sangre del cadáver, cabello rizado que pequeños mechones caían por las mejillas algo pronunciadas de la mujer quien se veían muy concentrada en la tarea de abrir al que alguna vez fue el sastre del pueblo.

-Mmm ya no necesitaras esto.- Con maestría corto los pulmones expuestos y los saco de la caja torácica para colocarlos en bolsas transparentes donde fueron guardados en una hielera, Julieta Madrigal veía con absoluto desdén al que alguna vez vio como un buen amigo donde ahora solo veía como carne de ganado.

Las pequeñas fichas de la encimera se movieron para así pasarle una pequeña caja grande de metal, al verla la morena le agradeció a Casita por ello y abriéndola saco bolsas de extracción de sangre. Empezando a sacar la sangre que quedara del cuerpo continuo con su tarea de desmembrar el cadáver.

Tenía gran parte del día a su favor agradeciendo a los somníferos que coloco en cada postre para su familia quienes cayeron dormidos pasados unos minutos, por lo que podría tomarse su tiempo en su tarea.

-Tal vez le de un buen pedazo a tu hermana de tu pierna, sé que ella apreciaría tener una parte de ti. ¿No lo crees, Rico?- La pregunta burlona no fue respondida, los ojos color chocolate de la sanadora del pueblo tuvieron destellos azules y en su piel símbolos extraños se iluminaron por un breve instante.

La sonrisa delgada de los labios de la trilliza mayor flaqueo un momento al ver el anillo de bodas del hombre, dejando el bisturí en la charola de herramientas tomo la mano del hombre y sin una palabra le quito el anillo para colocarlo en donde estaba un rosario de plata ensangrentado y una cadena de cobre.

-No teníamos porque llegar a esto, Rico. Realmente me agradabas- La voz suave de la mujer se escuchaba en el espacio de la casa, una pequeña e imperceptible sonrisa estaba en sus labios casi pareciendo una mueca sin embargo en sus ojos había un desdén frio junto con mucha ira.

-Siempre tu bocotá metiéndote en problemas donde no debes,- Un crujido y una costilla nueva salió volando, quería asegurarse de tener el mayor espacio posible para así no desgarrar ningún intestino, era una pesadilla cada vez que pasaba. -solo debías irte a casa o al bar donde siempre estas metido, pero no, decidiste que ibas a meterte con mi esposo.-

Tomándolo del cabello acerco su rostro al hombre muerto, sus ojos cafés veían a la nada y la mueca de horror aun estaba grabada en su cara. El ojo de la morena tembló mientras sus labios abandonaban aquella sonrisa y dejaba solo una fea mueca que dejaba al descubierto sus dientes perlados, sus ojos ahora completamente azules veían con desprecio al que fue alguna vez su amigo de la infancia.

-No te lo tomes personal, pero cada vez que alguien cree que no escucho o noto como tratan a Agustín solo me hacen enfadar, así que esto fue solo el resultado de tu gran estupidez.- La ira estaba quemándole bajo la piel, su único lamento ante lo que hizo fue no haber prologando su sufrimiento con uno de sus venenos especiales para que así lamentara verdaderamente el haber dejado caer apropósito el panal de abejas sobre Agustín.

Cansada de ver aquel rostro, tomo aquella cuchara de helados con picos a su alrededor y abriendo un poco más los parpados comenzó la tarea de extraerle los ojos. Si era rápida podría hacerlos en mermelada para su próximo desayuno.


Cuando era una niña a Julieta siempre había tenido una extraña fascinación por la sangre, aquel liquido escarlata oscuro era cálido al tacto e importante en el cuerpo humano, sus ojos observarían el color rojo y muchas veces saborearía el sabor a cobre cada vez que mordía con mucha fuerza sus labios.

Cada vez que Pepa o Bruno se herían antes de sanarlos insistía en limpiar sus heridas descubriendo así la piel rota, observando la abertura que causaba que la sangre saliera en primer lugar.

Pasaría un año después de obtener su don que aprendería del carnicero del pueblo los diferentes tipos de cortes con los que podría abrir a un cerdo.


Isabela bajaba las escaleras acomodando las flores de su vestido, el resto de la familia estaban en la mesa y con precisión practicada se sentó con gracia en su asiento donde fue recibida por su desayuno, una sonrisa más sincera salió de su rostro al ver un pequeño postre de almendras al lado de su comida.

-Ya que nadie aun no encuentra a Ricardo Saltillo, tenemos que mantenernos alertas por el pueblo.- La voz de la abuela la hizo prestar atención hacía una semana que el sastre del pueblo había desaparecido sin dejar rastro, lo que dejaba una sensación de pavor en el pueblo.

-Quiero que toda la familia Madrigal ayude en la búsqueda, tenemos que saber si esto representa un peligro para nuestra comunidad y nuestro encanto.- Una parte de Isabela se preguntaba si ellos no estaban expuestos también al peligro, sus dones los protegían pero a que punto?


Julieta estaba en su puesto en la plaza observando como Luisa pasaba con varios burros sobre su espalda, su ojo derecho tembló un poco antes de detenerse y viendo al dueño de los burros en la fila preparo una arepa especial sabiendo que el estaba cerca de llegar.

Sonriendo ante cada comida que daba sus labios se curvaron un poco y sus ojos se volvieron agudos mientras veía al hombre comer aquella arepa, la satisfacción de lo que pasaría más tarde le daban ganas de reírse con anticipación mientras sentía sus dedos pincharse contra una aguja que siempre cargaba en su bolsillo.

Sus oídos captaron el sonido de una mujer llorando y vio a la ahora viuda de Ricardo Saltillo acompañada de su madre junto a la hermana de Rico, haciendo un esfuerzo titánico por no reírse solo continuo con su tarea de dar su comida al pueblo; Sus ojos vieron a Isabela haciendo que las flores aparecieran en varios de los techos del pueblo haciendo de todo un espectáculo, necesitaba verificar si estaba bien.


-¡Mamá! ¡Julie se calló!- Los ojos verdes del pequeño Bruno brillaban por lagrimas apenas contenidas, sus pequeñas manos agarraban la falda de su madre mientras que una pequeña Pepa lloraba sin ninguna contención.

Una Julieta de 3 años veía el cielo sintiendo el dolor de la horrible caída del árbol del que hace unos momentos escalaba para recuperar la pelota de Bruno, los rizos estaban esparcidos por el suelo y el vestido azul pálido estaba sucio.

Las lagrimas frescas y calientes bajaban por las esquinas de los ojos de la morena, pequeños sollozos salían de su boca mientras intentaba calmarse sin éxito alguno, dio un pequeño grito al sentir como su mamá la levantaba para así cargarla. En medio de toda esa bruma de dolor y lágrimas pudo escuchar a su mamá gritarle a casita que le trajera el botiquín más su atención estaba en la mano de mamá.

Tenia un liquido color rojo en su mano y era el rojo más intenso que alguna vez había visto en su joven vida, era más rojo que las manzanas, pero también era más oscuro que la falda de su mamá. Y nunca pensó que habría un color tan bonito como ese.


La lampara de aceite ilumino su camino mientras cabalgaba, dejando caer la ropa ensangrentada apropósito llamaba la atención de los depredadores más grandes esperando que eso ayudara en lo que estaba haciendo, los cascos del caballo eran el único ruido que se podía escuchar en la selva. La sanadora llevaba un costal grande del que tenía que deshacerse, deteniéndose frente a un estanque de agua se bajo del animal y comenzó con su tarea.

Del costal saco botellas de alcohol que tiro contra algunas rocas rompiéndolas al instante y regando el contenido, sacando del costal un brazo y parte de un pie los dejo tirados cerca del agua asegurándose de que todo estuviera bien montado.

Cuando termino tenia los zapatos tirados, restos de ropa ensangrentada y los restos de Rico por el lugar, subiéndose al caballo salió de allí y se fue directo a su hogar para irse a la cama donde sabia Agustín creía estaba con ella durmiendo.


El chillido del cerdo al ser acuchillado hizo eco en su mente por semanas, la primera vez que vio morir a un animal termino llorando en la falda de mamá antes que ella la quitara de allí y le dijera que no hiciera una escena.

-Es solo un animal, Julieta. Vuelve allí, debes aprender a usar tu don.- Vio la sangre salir de la herida en la garganta del cerdo, lo vio retorcerse antes de que se quedara quieto y vio su último aliento antes de morir.

La sangre había salido con la fuerza con la que sale el agua a presión, parte de su vestido se mancho y el olor a cobre inundo sus fosas nasales dejando el regusto a metal en su paladar por un buen rato, estaba en su cuarto cuando lo hizo por primera vez.

Levantándose de su cama sin hacer un solo ruido fue a la cocina que tenía en su cuarto, sus ojos fueron a los gabinetes y abriéndolo tomo un cuchillo que uso uno de sus dedos para probar el filo, cuando de él salió sangre lo soltó para ver mejor el liquido caliente salir y sin dudarlo probo su propia sangre.

El regusto a metal solo la hicieron seguir lamiendo su herida sin saber que sus ojos tomaban tonalidades azules.


-¿Mamá?- Deteniéndose volteo a ver la puerta de la cocina y vio a Mirabel acunando su mano con la otra, podía ver pequeñas gotas rojas salir de ella.

-¿Qué paso, mi vida?- Viendo pequeñas lagrimas salir de los ojos de su hija sintió el calor queriendo salir de ella.

-Sin querer rompí un jarrón de la abuela y cuando intente repararlo ella me descubrió, me corte levantando los pedazos.- Secando las lágrimas de su hija menor saco una galleta que ella preparo y se la dio, la sangre de su hija era tan roja como nunca la vio en alguien. Se preguntaba si, sabría dulce como ella.

-Esta bien, cariño. Fue solo un accidente.-


Una puerta desvaneciéndose y los ojos verdes de su hija observándola tratando de obtener una respuesta a lo que paso, estando en la guardería consoló a su pequeña mariposa quien lloraba desconsolada mientras su madre se encargaba de los invitados.

Sus ojos veían impotentes como su hija sufría y ninguna cantidad de comida podría sanar su dolor, solo podía tratar de ayudarla a que lo dejara salir.

Cuando ella vio la forma en la que fue tratada su menor se dio cuenta por fin como eran tratados el resto, como si de un puñetazo en la boca de la estomago se tratara pudo ver que eran tratados no como hijos o nietos por su madre sino como simples trabajadores, carne de cañón o simple mano de obra sin sueldo.

La desaparición de Bruno solo fue la guinda del pastel, ver a su hermana rascarse los brazos o encajarse las uñas en la carne hizo que viera lo que estuvo por años ignorando, el daño que el milagro les hizo a todos.

-Mami, ¿Por qué no tengo un don?- La pregunta hecha por Mirabel que, con sus ojos llorosos trataba de entender porque no tuvo su propia puerta como sus hermanas le rompió el corazón, la mirada desconsolada y rota de su propia hija hizo que sintiera ganas de tomar ese dolor y volverlo suyo.


Sus ojos vieron la vela sobre la ventana y solo sintió el desprecio hacía aquella cosa, el brillo mágico hacia resplandecer las mariposas impresas en la cera que no se derretía y mientras más la veía más sentía el desprecio crecer, el deseo de ver aquella vela apagarse y la cera consumirse hasta que no quede nada seguía creciendo día a día.

Sintió el calor en varias partes de su piel, quitando la vista de la vela vio en sus brazos aquellos símbolos que luego de una buena investigación descubrió como símbolos Vudú, el brillo era blanco con toques de azul y solo eran un recordatorio de su objetivo a obtener.


El agua caía por todo el pueblo, los destellos iban y venían mientras que Julieta tarareaba moviendo suavemente la figura durmiente de Mirabel mientras que en la cama de la misma estaban sus otras dos hijas, estirando la mano acaricio a Luisa quien apenas hizo un movimiento por ello, cuando sus ojos vieron a Isabela su mano se movió para así quitarle de la cara la trenza que no se deshizo porque estaba consolando a su hermana menor.

Su espalda le dolía por la posición sentada en la que estaba más ella no se movió en ningún momento, cada vez que veía el rostro de su hija con lagrimas secas en su cara olvidaba cualquier incomodidad y se quedaba con ella abrazando con más fuerza a Mirabel.

Las tablas en el piso se movieron en una forma rítmica, y Julieta miro confusa a la casa quien parecía rogar que saliera del cuarto, sintiendo pequeños movimientos de la cama donde estaba y no queriendo que sus hijas despertaran decidió obedecer, a regañadientes dejo a Mirabel en medio de sus hermanas mayores.

Pudo ver como la lluvia caía gracias a las emociones fuertes de Pepa, iría a ver como estaba luego, caminando hacía donde Casita le indicaba casi se detiene al ver la puerta de su madre. Aunque ella ya no era una niña de 7 años temía en tocar la puerta por una pesadilla, sabiendo que sería despedida de allí al ya ser demasiado mayor para eso.

Ya no era la niña de 10 años que había presenciado de primera mano un aborto espontaneo y que, con manos ensangrentadas y lagrimas en los ojos buscaba refugio en los brazos de su madre.

Ya no era aquella jovencita de 14 años que a como el dolor se lo había permitido, corrió para decirle a su madre que su don no funcionaba con sus hermanos luego de que uno de los rayos de Pepa los golpeara, asustada al verlos gritando en el suelo y restos de comida tirados.

No era aquella mujer de 25 años que con puños magullados iba para hablar de la pelea que tuvo con otras mujeres cuando supo lo que hablaban de sus hermanos.

Esas niñas se fueron hace mucho mejor dicho nunca existieron, porque ella no fue nunca una niña, ella solo fue la chica con el don de sanidad atreves de la comida. Era la madre de 3 niñas donde una de ellas estaba rota y herida de formas que ella no podía reparar.

Tomando aire y con ayuda de la casa se coloco cerca de la puerta donde comenzó a escuchar, tal vez no tenía el don de Dolores, pero ella alguna vez fue quien espiaba a su madre para saber que era la próxima orden de su trabajo en el pueblo o los de sus hermanos.

-Sabes que no me gusta hacer visiones, mamá.- La voz de Bruno se escuchaba cansada, pudo captar un pequeño destello de miedo y ansiedad lo que la hizo fruncir el ceño.

-¿Por qué mamá quiere una visión?- Fue su único pensamiento, su madre en contadas ocasiones ella pedía visiones a su hermano sabiendo la naturaleza negativa que estas podrían mostrar y siempre, cada vez que la obtenía vería a su hermano con aquella mirada llena de decepción mezclada con amargura que les dedicaba cada vez que fallaban.

-Bruno, si la magia esta en peligro necesito saberlo. Tal vez sabríamos porque Mirabel no obtuvo un don.-

Los destellos azules aparecieron en sus ojos sin saberlo, la magia. Siempre la magia. Porque no le importo que su nieta estuviera llorando y preguntando si había hecho algo malo o que esta misma tratara de volver a intentar subir las escaleras esperando ver el marco de una puerta con magia revoloteando con una perilla teniendo una "M" para ella.


La carne estaba lista.

La carne fue bien cocinada y las especias estaban en su punto, sirviendo el de su madre se aseguro de ponerle más salsa a ella sabiendo que eso le gustaba. Asegurándose de dejar la carne de cada quien mientras colocaba la carne roja en cada plato y en las porciones correctas, sonrió al ver a la familia del desaparecido Ricardo Castillo.

La sonrisa en su rostro tomo bordes afilados al colocar cierta porción en el plato de la hermana de Rico, la comida fue a la mesa y Julieta se sentó al lado de su hermana quien de inmediato se pudo a comer.

La conversación sobre el desafortunado destino que podría tener Ricardo era de lo que más se hablaba, ella aportaba lo justo a la conversación observando a su familia. Pepa estaba jugando con su trenza ansiosa, los rizos naranjas se tensaban y destensaban ante la presión que ejercía la mujer sobre su cabello, la morena agarro la mano de su hermana y acariciando el dorso de su mano se aseguro de al menos tenerla bajo control.

Julieta se sentía algo culpable de ser ella quien pusiera a su hermana ansiosa, las desapariciones no eran frecuentes y siempre eran porque un jaguar o algún otro animal salvaje se los comía. Por supuesto esos eran en caso de desaparición y no cuando salían por su cuenta del pueblo o se suicidaban, por supuesto también la gente era torpe y tenían accidentes desafortunados.

Cuando sintió los dedos de Pepa atrapar los suyos solo continúo comiendo, la sonrisa nunca abandonando su rostro en ningún momento.

Sus ojos vieron a Dolores bebiendo de su jugo, cuando sus ojos se encontraron ella aparto la mirada rápidamente no queriendo tener contacto visual prolongado con ella, cuando ella le dio una mirada a su tía solo fue recibida por una sonrisa que la hizo sentir en peligro.

Julieta presto atención cuando Martina Castillo tomo el bocado de la carne, ella tenía que controlarse si se reía no podría dar una explicación decente, ver como Martina se comía a su propio hermano era casi tan bueno como cuando veía a su madre comerse a varios de los residentes del pueblo sin saberlo.

Casi tan bueno como cuando ella los cocinaba y se los comía ella misma.


-¡AAAAAAAAAHHHHHHHH!- Grito sin poder evitarlo, el ardor era insoportable. El dolor no podía describirse con palabras, era tanto que la mayor de los trillizos pensó que moriría en esos momentos, sin embargo, sus manos no soltaron la vela en ningún momento.

Su visión se volvió blanca para cuando recupero la conciencia de donde estaba y quien era, sus manos se sentían entumecidas y cuando las vio soltaron aquella vela que se formo por el sacrificio de su papá.

El olor a cobre asalto sus fosas nasales junto a un ardor por todo su cuerpo, la sangre caía al piso y la misma mancho su vestido. Corriendo al espejo más cercano se vio lo que aquella cosa le hizo; Tenía símbolos extraños en la piel que estaban abiertos dejando salir la sangre, pero lo peor eran sus manos.

Ay sus manos.

Estaban absolutamente negras, el dolor que venían de ellas era inmenso, su piel ardía tanto que cuando las coloco en agua pudo ver algunas burbujas producto del calor que emanaban de ella, al momento en que se detuvo y solo quedaba el palpitar sordo vio que en sus palmas tenían marcas en forma de mariposa.

La misma que la vela que les dio la magia tenía.