Bueno, antes que nada deseo decirles que este es mi primer fic ^^ y estoy un pelín nerviosa. Este fic va dedicado a una persona especial y una gran amiga: Mep, ya que sin ella este trabajo no estuviera aquí, y, en el mejor de los casos, hubiera sido dejado a futuro (muy, muy a futuro). ¡Lean sus fics! Son relindos.

Aclaración: El título , Columpio, hace referencia al verbo (acción), mas no al sustantivo (sujeto); es decir, que me refiero a Columpio como mecer, no lo digo directamente en la historia, hago uso de sinónimos. Y la palabra en sí, pues se debe al sentir de ella, pues siente que es mecida, inestable, pero agradable; donde sólo se logra con ayuda de alguien, pues sola es más difícil, que es lo que ella hace.

Bueno, eso es todo, sólo queda que lo lean, espero lo disfruten. ^^

Capítulo 1 : Nada importa.

Mi mirada seguía atentamente a mis zapatos balancearse . "Adelante, atrás. Adelante, atrás" Mis manos aferradas al que hice de mi asiento, irguiéndome, logrando con esto que mi cabeza se encogiera en mis hombros, y que mi cuerpo se incline hacia delante, levemente; teniendo, así, una buena perspectiva de mis zapatos con sólo agachar la cabeza.

Tarareaba en mi mente una canción, al compás del movimiento de mis zapatos. "Mis zapatos" Jamás los había visto con tal atención como en aquel momento. "Negros, de cuero, sin pasador... con una correa, mmm... algo gastados, sí..." Pensando en banalidades, sin más nada que hacer; es lo que uno hace cuando está así: tranquilo, en paz, sereno.

- ¿Sabes? - dijo una voz que provenía de mi derecha. Una voz que no perturbó mi tranquilidad, sino que, antagónicamente, la vigorizó. Levanto mi mirada lentamente, de mis zapatos hacia mi hablante. - Cho viene hoy. - termina, mirándome; con una sonrisa naciendo en sus labios y los ojos fulgurando cierto anhelo, cierto deseo, cierto cariño... ¿esperanza, quizás? De estar con ella toda la vida; y luego fija, nuevamente, su mirada al firmamento.

Le miro ya directamente, cuando sus ojos no son míos, y le veo, así, pensante, cuasi-sonriente, anhelante. El hecho de ver dibujado en sus rostro una sonrisa, hace que, casi por acto reflejo, se dibuje en mí una también. Confirmo, como ya tantas veces, que le quiere; le quiere tanto, le quiere con el alma. ¿Cómo lo sé? Sólo hace falta mirarlo, el sólo hecho de hablar de ella hace que sus ojos chisporroteen ternura, que sus labios curven una sonrisa, que se pierda en sus pensamientos que, de seguro, son de ella, son por ella, son para ella; le miras y ves como se relame ante el hecho de verla, de tenerla cerca, que no importa si la puedes ver en las noches o en las tardes, verla nuevamente es, para él, una gran alegría. Tenerla cerca y disfrutar de su calor, puedo ver, es uno de sus más grandes deseos; y que ella le quiera, justo como él le quiere, es pues sueño hecho realidad cada vez que la ve.

Hace que sus pies, antes estirados, se crucen uno encima del otro, y entrelaza sus manos en su regazo, meciéndose adelante y atrás, como mis zapatos antes. Le miro y no puedo evitar soltar una pequeña carcajada. Y es que, verle ahí, disfrutando de la idea de verla nuevamente, tal cual un niño pequeño ante la expectativa de que tendrá, luego, un dulce para él solito; hace que me sienta feliz, que no me importe nada, sólo verle ahí, con esa actitud infantil, que sólo muestra ante mí.

¿Qué no le quiero? ¡No, no, Merlín! ¡Claro que lo quiero! ¡Y no imaginan cuánto! Es sólo que no importa si su felicidad es por ella, no importa si yo no hago nacer esas emociones en él, no importa que sus ojos jamás titilen así por mí; no importa, eso no importa. Lo que importa es estar junto a él, así, en confianza; lo que importa es que muestre a ese niño que lleva dentro, sólo a mí; lo que importa es verlo feliz, así, sonriendo como sólo él sabe hacerlo, y contagiándome su sonrisa, como nunca nadie ha logrado. En conclusión: lo que importa no es ser el motivo de su felicidad, sino que sea feliz, sea cual fuere la fuente. Porque ¿eso sienten los amigos, no? Se supone que son felices si el otro lo es ¿no? Se supone que deben sentirse bien por ellos ¿no? Entonces... ¿por qué me duele así? ¿por qué tiene que dolerme así? Si me duele tanto ¿eso significa que no soy su amiga?

"No, eso es imposible", me auto-respondo. Porque yo soy su amiga, lo soy, ¡lo soy! ¿o no? ¡No! Yo soy su amiga, yo soy la que lo conozco más que a nada ni a nadie, yo soy la única que nota su tristeza o amargura cuando intenta, fervientemente, ocultarlo; yo soy la que le tiende los brazos en todo momento, expectante de su llegada, atenta a su sentir; a mí fue a quien recurrió cuando rompió, momentáneamente, su relación con Cho; yo soy la que sabe cuidar de él, en los momentos de abatimiento, de soledad; yo soy... sólo eso... y nada más.

Sí, soy su amiga, y no me duele, claro que no me duele ¿Porqué habría? Yo le quiero, he aprendido a verle como amigo, y, si no fuera así, si le quisiera como algo más, pues de todos modos debo regocijarme con su felicidad. Porque... ¡Oh, Merlín! Sólo mírenlo, ahí, con la mirada perdida, queriéndola tanto que hasta yo lo siento, siento el calor de ese sentimiento que irradia para con ella. Siento su deseo crecer a medida que pasa el tiempo, aquella expectación que sólo encuentras, quizás, en enamorados. Cómo no estar feliz si me permite ver ese lado tierno y sutil que hay en él; cómo no serlo si esta él a mi lado, confiándome cosas que a nadie más le narró; cómo no ser feliz si tengo su atención, sus palabras, su presencia; porque está ahí, a mi lado, hablándome, él, ¡¡sólo a mí!! ¡Cómo no ser feliz con eso! ¡¡Merlín!! Si alguien me hubiera dicho hace un año que me encontraría conversando tan en confianza con aquel chico: no me lo creería, ¡claro que no! ¡Yo! Cuya vida social es un bodrio. Yo, que escapo de todas y cada una de las miradas de los chicos, sea cual fuere. Yo, que si alguien se ha fijado en mí, es porque las más bonitas, populares, amables, ya tienen amigos y no les dejan serlo a ellos. Yo, que puedo pasar un día entero sin decir una palabra y nadie se percataría. ¡Yo, Merlín. Yo! Yo estoy aquí, con él, beneficiándome de su sonrisa, de su compañía, de su atención. Yo, debo ser la más feliz... y lo soy, ¡claro que lo soy!

Mi nariz hace cierto sonido chirriante, como el que hacemos cuando lloramos, cuando tratamos bruscamente de atrapar el aire que no podemos atrapar al llorar. Pero que bien se siente, al menos por unos momentos, engañarse así, decirse que no duele, que todo estará bien, que no hay porque preocuparse; que bien se siente, olvidar por unos momentos aquel dolor permanente y jurar seguir adelante a pesar de lo que afrontes. Aferrarse tanto a ese pensamiento, de seguridad, de falso bienestar; tanto, tanto que hasta te lo empiezas a creer, y piensas que no hay porque llorar; al menos por unos fugaces instantes, convencerme a mí misma que he aprendido a verle como amigo, y a quererle como tal, así que no me duele, o al menos eso me repito incontables veces, para que así, quizá, pueda lograr engañar a mi cerebro.

Pero no es verdad. ¡Oh, no! Claro que no lo es. Duele, y mucho; duele tanto que a veces se te escapa un gemido; duele tanto que te retuerces por ello; duele tanto que te tienes que ir acostumbrando al dolor; duele tanto que ese sufrimiento ya forma parte de ti; duele tanto que ya no duele tanto, ya no, porque aprendes a querer el dolor. Sadismo.

Claro que duele. ¡Duele! Duele verle con ella, verle sonreírle, verle mirarle, ver como, cuando está con ella, tú no existes; ver es magia entre ellos, esa magia que tu no emanas, esa magia que tu no originas, esa magia que tanto anhelas y con la que sólo sueñas; utópico, a lo menos para mí .

Con estos pensamientos, vuelvo mirada a mis zapatos, comenzando a balancearlos nuevamente, pero con la diferencia de que una sonrisa va aferrada a mi rostro, y con mi alma luchando por que ni una sola de las lagrimas que se revelan por salir, lo hagan.

- ¿Vamos? - me dice él, pues el receso ya está a punto de culminar. Escasos 15 minutos que disfruto al máximo a su lado.

Asiento con la cabeza aún gacha, ocultando mi abatir que, de seguro, se debe reflejar fielmente en mi rostro. Saltó de mi asiento, con ademán de seguirle, y él avanza unos cuantos pasos. Me quedo ahí, donde caí, sintiendo desesperación al no poder contener el llanto, siento como cada una de aquellas lagrimas luchan por salir, y están a punto de vencer. "No puedo" me digo. No puedo permitir que me vea llorar, no puedo permitir que lo sepa todo; simplemente, no puedo.

Se detiene al notar que no lo he alcanzado aún, voltea el rostro hacia mí, con una expresión de intriga en su rostro.

- ¿No vienes? - me pregunta, al notar mi demora. - ...¿Pasa algo? -añade, un tanto desconcertado, al verme ahí, sin intención alguna de moverme, y con mi rostro cubierto por algunos mechones que hago caer al mantener la cabeza inclinada; se gira un poco más.

- ... se me adormeció la pierna. - digo, a la par que me cojo el muslo derecho, con una expresión en el rostro de dolor fingido; pero ni tanto, porque me duele, sí, pero no la pierna.

Veo de reojo, pues no me atrevo aún a levantar la mirada, que se gira ya completamente sobre sus talones. "Oh-oh, viene hacia acá" pienso.

- No te preocupes, ya se me pasa. Adelántate. - le digo, mientras levanto mi rostro, el cual lleva una sonrisa de lo más fingida. Odio ofrecerle una de esas a él, que fue quien casi me hizo olvidarlas, ya que mi vida estaba atestada de ellas; pero no me queda otro remedio.

Veo que se detiene en sus pasos, meditando si hacerme caso o no. Pero no será suficiente esa excusa. Oh, no, claro que no. En ese momento maldije todo rastro de cortesía que pueda habitar en él, los cuales, en otro momento, me harían enamorarme, si es posible, aún más de él.

- Luego te alcanzo corriendo. - le digo, ensanchando más mi sonrisa, la cual, a pesar de no usar esa máscara hace tiempo, pues, debo haberla utilizado tanto, tanto, que ya es inherente en mí.

"Por favor, vete; por favor, vete" ruego en mi mente, fervorosamente.

Lo veo dudar.

"Vete, por favor, vete."

Sonríe abiertamente y me dice:

- Ya, te crees gran corredora. - En ese momento di las gracias por haberle contado mi experiencia atlética entre mis hermanos, la cual no fue ni eso, pues sólo gané porque todos ellos se habían salido del carril.

- Soy la mejor. No lo dudes - le dije, aún con esa falsa sonrisa incrustada en mi rostro.

- No demores. - me dice, al fin, aún sonriendo, desandando sus pasos, retomando su dirección: el aula de clases.

Suspiro aliviada, pero mantengo mi posición de adolorida, no sea que cambié de opinión, o simplemente se gire para cerciorarse que estoy bien.

Cuando le veo desaparecer de mi campo de visión, inhalo desesperadamente una bocanada de aire, bruscamente, aire, aire, mis pulmones ruegan por aire, aire que está en todas partes, pero que él me roba cuando está a mi lado. ¡Merlín! Hasta eso le doy, hasta el aire dejo de tomar por él, !Merlín, Merlín, Merlín! ¡¿Porqué he de quererlo así?!

Exhalo bruscamente todo el aire que antes tomé, tan fuerte que se confunde con un gemido; tan fuerte que mis lagrimas caen, incontenibles ya; tan fuerte que caigo de rodillas al grass, con las manos cubriendo mi rostro; tan fuerte que mi alma se parte ahí mismo.

Me balanceo de atrás hacia delante, con mis manos aferrándose fuertemente a mi rostro con las lágrimas ya al desborde, con los gemidos más audibles, con los pedacitos de mi alma cayendo al césped, siendo arremolinados por una ráfaga de viento; no hago ningún intento de recogerlos. ¿Ya para qué?, me digo, ¿ya para qué?

¡Merlín, Merlín, Merlín! ¿Qué me hiciste, Harry? ¿Qué me hiciste? Destruiste hasta el último vestigio de orgullo, pudor o dignidad que quedaban en mí. Mírame aquí, hincada de rodillas, abatida, desconsolada... una paria de la sociedad, eso soy: ¡una paria de la sociedad! Donde solamente tú me das acogida. Siento cómo con cada lágrima se va un pedacito de mi corazón, llevándose en su camino, algunos recuerdos tuyos; tengo tantos, tantos, que es lo de menos.

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No puedo calmarme, ya no, ahora no. Llega un momento en el que se rompe tu compostura, la cordura, y das rienda suelta a ese mar de sentimientos que guardas dentro; llega un momento en que dejas salir todo el dolor que albergaste por demasiado tiempo, esa angustia que te carcome día a día, esas lágrimas que reprimes continuamente, esos suspiros que acaban por perderse con el silencio de tu alcoba; pero en ese momento desfogaba todo ello. Ya lo dejé salir, ya no lo podré parar. En vano trato de limpiar las lágrimas de mi rostro, me aprieto fuertemente el dorso de mi mano contra mis mejillas, furiosamente, como si ello ayudara a amortiguarlas. "No debo llorar, no debo llorar" me repito una y otra vez, sin dejar de mecerme en mí misma. No puede verme así, no puede; no puedo arruinarlo todo; no así, así no. Varias veces me he planteado decírselo todo, mandar todo al demonio y confesárselo... tantas veces... tantas. Pero no puedo, ¡no puedo! ¡¡¡no puedo!!! Tengo miedo de perderlo, tengo miedo de ver su rostro triste, compadeciéndome, maldiciéndose por haber sido tan tonto de no haberse dado cuenta antes... Me aterra la sola idea verle esquivándome, huyéndome... No, no, ¡no! Perderle, perder sus ojos, perder su sonrisa, perder su voz, perder sus brazos ¡No, no, no! No lo concibo, no concibo la vida sin él... sin él todo anda mal. No puedo. Me quedo relegada a callar, a morir en silencio... por él. Es callar o morir, porque es así, sin el no hay nada, después de él, queda el vacío. Pero, que irónico, de todas formas muero, de diferente manera, pero muero; poco a poco, lentamente, sin que él se percate, sin que él lo sepa jamás. A eso queda confinada mi vida, a un silencio mortal, un silencio doloroso, pero necesario, vital. De todas maneras muero, sí, pero puedo disfrutar aunque sea un pelín más de él, y no preocuparlo, que es lo importante, no darle otro pesar, que de esos ya tiene suficientes, y vaya que sí. Yo estuve ahí, para él, aún lo recuerdo, aún recuerdo la primera vez que...

Una sonrisa se me dibuja en el rostro, y las lágrimas aminoraban su caudal , pero no desaparecían del todo.

-----------------------------------------------------Flash Back------------- -------------------------------

Un sonido demasiado perceptible me hizo dar cuenta de 2 cosas: Primero, que azotaba demasiado fuerte la puerta; segundo, que ya estaba desesperada y debía controlarme.

- Dónde estás, dónde estás - murmuraba para mí, con un tono de exasperación en la voz.

Otro sonoro ruido me hizo cerrar los ojos y regañarme mentalmente: debería tener más cuidado.

Llevaba más de 15 minutos buscándolo, en cada salón, en cada lugar, por todas partes; y nada. Lo había notado, había visto rastros de tristeza en sus ojos, un destello de agonía interior. Lo sabía, ¡lo sabía! No estaba bien, ¡vaya que no! El era así, se escondía las cosas, recelaba sus sentires, sus males, se hacía el fuerte, pero no lo era ¡vaya que no! El era humano, Merlín; tenía sentimientos, tenía corazón., ¡que no pueden ver! Cómo no pueden notarlo, si sus ojos fulguraban dolor.

¡Pum!

Ya empezaba a perder el control de mis acciones, pero ¡tenía que encontrarlo! No soportaba verle así, con su sonrisa fingida, despreocupando a los demás con ella; pero a mí no me podía engañar, no señor. Como que me llamo Ginny Weasley.

Cada puerta que abría era una esperanza nacida, cada puerta azotada, un quejar profundo.

- ¿Dónde estás? ¿Dónde? - decía entre murmullos. - No huyas de mí, no de mí. -

Giré la perilla, casi sin aliento, casi con desespero, casi con molestia; y estaba ahí, sentado en el alfeizar de la ventana, su cara hacia mí, los ojos muriendo, la sonrisa inexistente, las palabras utopías. Volteó su rostro lentamente hacia mí, como si el acto le costara un tremendo esfuerzo. Me quedé donde estaba, con la mano en la perilla, aún girada; con un paso a medio andar, dispuesta a salir, pues creí que, como es las otras veces, no estaría ahí. ¡Merlín, Merlín, que mal estaba! Ese no era Harry, ese no era mi Harry. Dónde está esa mirada, dónde; dónde ese fulgor que me hacía desfallecer, dónde; dónde esa sonrisa, dónde. No es él, no es él. Lo quiero devuelta, lo quiero y ya. Dónde está Cinthia, dónde. No me importa si son sus labios sobre los de él, lo que le hacen volver, no importa; no importa si son sus caricias los que lo despertarán, no importa; importa que venga ¡lo quiero devuelta! ¿Dónde está Harry, dónde?

Su cara finalizaba su movimiento; ya tenía su vista fija en mí. "Voy, voy y la traigo", me decía en pensamientos; pero sentía que, si salía en ese momento, el no lo soportaría, no soportaría ni un segundo más así. La impotencia me embargaba; ese sentir de no saber qué hacer, pero de querer hacer todo, todo. Timorata, avanzo un paso, viéndole fijamente, esperando una señal, una que me diga si incomodo o si soy aceptada. Me quedo ahí, esperando una señal que parece nunca llegar, pero llega, y llega de una forma inconfundible, llega con más fuerza que un alarido; llega con más profundidad que un "pasa"; llega en forma de lágrima, de una lágrima incontenible, de una lágrima desgarradora, insondable, perturbadora; de una lágrima que anuncia que no es la única, que vienen más, pero que ella fue la primera en liberarse, la primera entre miles, miles y miles de lágrimas que vencieron el orgullo, el honor, el falso bienestar, el valor que en ese momento no servía de nada.

Y no necesitó más, voy hacia él, con pasos apurados, casi corriendo, casi cayendo, y extiendo mis brazos un poco, para aprisionarlo en ellos, para retenerlo por siempre y para siempre. Y veo su rostro, en sus labios se delinea un gemido contenido, y las lágrimas salen a mares. Y llego a él con un sonido apagado, su cabeza golpeando mi hombro izquierdo, mis manos rodeándolo. Y siento cómo se le desgarra el alma, cómo se le escapa la vida con cada una de las lágrimas, como cada gemido, que se van volviendo cada vez más audibles, encierra un dolor indescriptible.

Le extraña, lo sé, lo sé; lo supe desde siempre, desde que aconteció, lo sé; pero jamás creí que fuera tanto, jamás imaginé que fuera de esa magnitud. Que debe doler, lo sé, lo sé, pero igual choca verle así , destruirse poco a poco, casi imperceptiblemente.

Entrelaza sus manos a mi cintura, un poco temeroso de si ello me incomode, pero eso no importa ahora, sólo hazlo Harry. Me empapa la túnica, mientras sigue en mi hombro derecho. No necesito hablarle, no ¿para qué? ¿Para hacerle recordar todas las cosas que vivieron juntos? Si las recuerda todas y cada una ¿Para decirle que todo pasará? Si nunca será igual, se tiene que superar, sí, pero no todo queda igual, siempre queda una huella, un recuerdo, ... una cicatriz. Le quería, sí que sí, más que eso, él le amaba, le amaba como hubiera amado a su padre, pues este era lo más cercano a uno. Su padrino, su amigo, su ayuda, su fortaleza y, ahora, su tristeza, el motivo de su llanto.

Sus manos ya sujetadas fuertemente tras de mi espalda, mientras le mecía, levemente; su cara apoyada entre mi mentón y mi hombro izquierdo, con su frente casi en mi mejilla, con su cabello picándome en el rostro; su cabello un tanto más alborotados que lo usual, pues yo les había rozado dulcemente con mis labios, en casi besos, en casi caricias; su nariz estaba casi en mi cuello, y su respirar me hacía cosquillas. Esperaba que se calme, y le seguía meciendo, rozando mis manos a lo largo de sus brazos, en un acto reconfortante.

Y espero, y espero, y espero. Tal cual le he esperado toda la vida, porque él es por quién soñaba, incluso antes de conocerle; él es, él es y no hay duda, es él. No hay nadie quien me haya mirado de esa forma, tan única; no hay nadie que tenga esos ojos, tan dulces; no hay nadie que me arrebate una sonrisa, tan imposiblemente que, no importa cuán abatida esté, o cuán adormilada o enfurecida, basta que él me sonría así, con esos labios y esos ojos cálidos que... ¡son irresistibles! Porque, él no sonríe sólo con los labios. No, no, él sonríe también con la mirada, sí, sí; esa mirada que te abriga, que te embriaga, esa mirada que... que ya no estaba ahí, se había ido, y había que recuperarla, y para eso, había que ayudarle.

Y no es una molestia hacerlo. No, no, cómo va a serlo, si lo tengo en mis brazos, tal cual mis sueños, si se recuesta en mí, y rodea mi cintura con sus manos; no, no, que no es una molestia, sólo tienes que ser fuerte, fuerte para soportar su dolor, y valiente, valiente para acercarte y decirle: "¡eh, aquí estoy!". Porque es difícil, ¡vaya que lo es!, ya que, ¿qué si no es a ti a quien necesita? ¿qué si no sabe cómo decirte que esperaba a otra persona? Corres un riesgo, sí, pero lo corrí por él; y es que él me ha enseñado tantas cosas, como ésta, por ejemplo, ya que nunca me animaba a arriesgar, a jugármela, mas ahora sí, pero aún hay cosas que... están de antemano perdidas, que, aunque luches descarnadamente, no lograrás, cosas en las que es mejor retirarse, con dignidad, con resignación, cosas como él, como su amor, como su pasión; y eso, míralo tú, también me lo enseñó él, aunque, esta vez, sin saber.

Siento como se va calmando, aún con pequeños hipitos, rezagos del llorar, pero ya sin las lagrimas inundándolo y sin esos gemidos que se me clavan muy dentro, pues duelen a fondo. Creo... creo que se ha quedado dormido, sí, lo confirmo pues no ha respondido al leve llamado que le hice.

Sonrío, pues, verle dormido, es tan grato; y no sólo lo digo por su carita, tierna, con rastro de lágrimas en ellos, ni por su cabello, alborotado, contra mi cuello, no; lo digo porque así, al menos por un momento, unas cuantas horas, estará calmado, sin pensamientos o recuerdos que lo agobien, que lo sofoquen, que lo obliguen a odiarse, a odiar su vida. Y sonrío más, pues, siento, deseo y espero, con cada célula de mi cuerpo, que esta no sea la última vez que estaremos así, en confidencia, en desahogo, en ayuda. Quizás, y sólo quizás, habrá otro encuentro fortuito; y quizás, más remotamente, sea a mí a quien consuele esta vez. Sí, quizás, quizás...

Hago que mi cuerpo actúe como palanca, levantándome despacito, haciendo que con esto él también se yerga, pero que no se despierte, aunque hace un mohín de lo más infantil, lo cual me logra hacer sonreír. Irónico; aún sin saberlo, aún casi inconsciente, me hace sonreír. Logro que desenlace sus manos de mi cintura, y, suavemente y lo empujo, esta vez con un poco más de fuerza, para que se apoye en la esquina de la ventana, y se quede sentado, o al menos, eso intenté, pues se desparrama contra el muro. Acomodo sus manos en su regazo y... me le quedo mirando.

Simplemente eso: mirarlo ¿alguien me creería si dijera que con eso me conformo en la vida, con verle dormir? Risible, pero cierto. Y me percato de que está indefenso, ante mí, y de que sus labios pueden ser míos. Acerco mi rostro al de él, con sutileza, con una lentitud inmensurable, con gran expectación... y puedo verle tan cerca, tan cerca, que me detengo ahí, a unos centímetros de su rostro, su respirar llegando a mis labios, y su cicatriz más nítida que nunca. Esa cicatriz que, a la larga, es producto de todas y cada una de sus lágrimas, desde los Dursley, sus padres, su vida amenazada, hasta lo último, el motivo de hoy: la muerte de su padrino. Rozo mi nariz con la suya, delicadamente, pero con la suficiente suavidad como para provocarle un escozor en la suya, pues, cuando algo te roza así de suave, te pica ¿no es así? Su mohín no lo acaba por despertar y me quedo ahí, quieta... tomé su cabeza entre mis manos, y besé su frente, su cicatriz, su piel.

No así, así no quiero; no quiero sólo tener sus labios contra los míos, ese no es el objetivo. Porque ¿qué es un beso? ¿Es, acaso, sólo el contacto de la piel contra la otra? ¿es acaso sólo percibido por los sentidos? No, no, claro que no, yo quiero vibrar, y que él lo haga también; yo quiero que sienta, que viva, que desee; yo quiero que me mire y lo haga con sus 5 sentidos bien activos, quiero erizar su piel con ese tacto, quiero acelerar su corazón. Estremecer su cuerpo, despertar su sentir. Que no me pidas esas reacciones a mí, pues sabe de sobra que las tendrá. Yo quiero que, cuando culmine ese beso, me mire y no se arrepienta, que no sea sólo un momento, que, si tuviera la oportunidad de retroceder el tiempo, lo repita otra vez, que no dude; que nunca se arrepienta.

Me levanto, sigilosamente, me inclino hacia él y susurro un "buenas noches, Harry" a la vez que acaricio su mejilla. Empiezo a creer que su piel hace que la mía se adhiera a la suya. Camino despacito, sin hacer ruido, abro la puerta, me giro para mirarle otra vez y sonrío, pues el recuerdo de esta noche nadie me lo quitará, ni un Obliviate ni ella ni nadie.

Cierro la puerta azotándola perceptiblemente. Y camino a paso normal hacia la sala común, hacia mi habitación, hacia mi cama, una cama en la que hoy no conciliaré el sueño, pues él estará en su lugar.

Me encamino, pues, hacia mi destino ya dicho, sonriendo, no sólo porque sé que ese azotón de puerta le despertará, lo cual era mi objetivo, ya que debe ir también a su habitación; sino también porque sé, en lo más profundo de mi corazón, y en la zona más egoísta de mi alma, que sólo yo estuve hoy para él, no fue Cho, no fue Hermione ni Ron, sólo estuve yo... y no Cho.

------------------------------------------ End of Flash Back --------------- -----------------------------

Bueno ¿les agradó? Le pido que cualquier comentario, sugerencia, crítica, etc, me lo hagan saber mediante un review ¿si? Miren que me hace mucha ilusión.

También dedico este fic a Marianne, que, aunque no lo sabe, influyó mucho en mí, y la admiro mucho (es una persona muy, muy culta).

Adiós. Cuídense. Estudien. Sonrían.

Se despide:

Karla ('Mione)