Capítulo 1

Adiós cristiana

Elain miraba el barco de Ivar alejarse de la costa con el pecho contraído por un sordo dolor que nunca antes había sentido, y es que él realmente la había comprendido de una forma en la que nadie lo había hecho nunca, ni siquiera su abuelo.

Ivar había visto como era ella con claridad y había sonreído.

Él, un pagano, había sido el único en el castillo en darse cuenta del silencioso juego que libraba contra su medio hermano Aethelred por la hegemonía de Alfred. No solo eso, además se había preocupado por ella.

-Por favor,- susurro para que nadie la oyera, aún a pesar de que los guardias que la escoltaban permanecían algo retirados. –Dile al amor que no lo entiendo y pídele que se vaya contigo. Díselo Ivar, díselo… Y recuerda que al marchar te llevas mi corazón.-

-¿Princesa?- El barco que llevaría al hijo de Ragnar de vuelta a Kattegat pronto desaparecería en la inalcanzable línea del horizonte, más no lloró por eso, solo soltó un suspiro que la sirvió para cubrirse con una máscara de falsa serenidad.

-Vayámonos,- dijo con la cabeza alta entrando en el carruaje, sí dándole la espalda a su destino o acercándose a él, era algo que aún no sabía.

El viento meció su pelo entrando por la ventanilla cuando los caballos empezaron a trotar llevándola de regreso a su lucha muda, solo esperaba que su madre nunca se diese cuenta de las verdaderas intenciones de su hijo mayor.

Porque si bien haría lo que considerase necesario para proteger a Alfred, Elain también sabía que eso muy posiblemente le partiría para siempre el corazón, y ella no se lo merecía.

Mientras tanto en el barco rumbo a Kattegat

Ivar apretaba con una extraña mezcla de rabia y anhelo la cruz que ella le había dado.

Flash Back

La miró con algo de burla y sonrió al recibir su crucifijo, -no creo en tu Dios falso.- Ella se carcajeó haciendo que su corazón se acelerase, ¿sabía lo que le hacía cada vez que se reía? Era la primera persona que le consideraba gracioso y que no se ofendía por sus bromas.

-Soy consciente, de todas maneras consérvalo contigo aunque solo sea por el simple hecho de que es de plata.-

-Está bien,- fingió una cara de fastidio y ella con un gesto suave de su mano derecha consiguió que sus guardias les diesen algo de intimidad alejándose un par de pasos.

-Sé que no sirve de nada, pero siento lo que mi abuelo va a hacerle a tu padre al entregarle al Rey Aella.- Se disculpó en su idioma para que no pudieran entenderla.

-No eres tu abuelo.- Respondió de igual forma.

-Cierto, yo soy más lista.- Eso consiguió hacerle reír de verdad, secretamente amaba cuando ella alardeaba de sí misma con esa picardía. –Por eso sé que no va a cumplir su promesa a tu padre, no va a respetar el acuerdo de un matrimonio entre nosotros para protegerse de vuestra venganza, buscará otra manera de hacerlo.-

-Debe de ser un consuelo para ti saber que no tendrás que casarte con un tullido.- Replicó sintiéndose repudiado.

-Puede que sea princesa Ivar, pero no olvides que además soy una mujer en un mundo regido por hombres, de modo que lo que considere un consuelo o una condena no es relevante.- Dijo con una tranquilidad que le hizo apretar los dientes porque siendo tan inteligente y capaz como era, esa no debería ser su realidad. – Sin embargo, ¿puedo darte un consejo?- Le pregunto titubeante y él se arrepintió en el acto de haber usado anteriormente ese tono agresivo con ella.

-No es como si lo que me pudiese aconsejar una cristiana pudiese hacerme daño.- Ella sonrió y apoyó su mano sobre las de él con ternura.

-Entonces escúchame Ivar,- su rostro se volvió serio y sus ojos se clavaron en los suyos con intensidad. -El mundo nunca te dejará olvidar que eres un tullido, así que precisamente por eso conviértelo en tu mejor arma, así nunca será tu punto débil. Usa lo que ellos consideran una tara como si fuera una armadura y nadie, ¿me oyes? Nadie, podrá usarlo entonces para herirte.- Se acercó a él, pudo escuchar como los hombres a su alrededor desenvainaban sus espadas sorprendidos, y le besó en la mejilla.

Sus suaves labios en contacto con su piel le hicieron desear llevarla con él, pero era imposible. Estaba desarmado y rodeado de sajones leales al rey de Wessex, separarla de su tierra no sería algo que pudiese hacer, no aquel día al menos.

-Adiós cristiana.- Dijo de tal modo que el soldado que tenía más cerca le puso una espada en el cuello al considerar que el tono que había usado había sido despectivo para con su princesa.

-Aleje ese arma, ahora.- Pidió ella autoritaria pero sin necesidad alzar la voz. –Adiós pagano, que Dios te libre de las furias del mar para que tu travesía sea tranquila.- Dijo ella devolviéndole su insolencia con la suya propia disfrazada de cortesía.

Fin Flash Back

Sabía que ella había estado viéndole desde lo alto de uno de los acantilados, la había visto de pie en el borde como una espada reluciente, más lista para la batalla que para decir adiós.

Él volvería, ambos lo sabían.

Lo que no tenía tan claro es si para cuando lo consiguiera ella seguiría viva, pues le parecía cuestión de tiempo que Aethelred pasase por encima de ella para conseguir librarse de su hermano, quien claramente era el favorito de Ecbert como sucesor al trono, algo que un primogénito difícilmente podría pasar por alto jamás.

Había dejado cosas sin decir, ahora que era tarde se daba cuenta, pero no importaba, aunque no le escuchase podía hacerle su promesa igualmente.

-Volveré, no solo a por venganza, también volveré por ti cristiana.-

-¿Qué dice el lisiado?-

-Yo que sé, no entiendo ese condenado idioma suyo, no sé porque la princesa se ha molestado en aprenderlo.-

-Bah, caprichos de mujer, a las nobles les dan demasiada libertad, tanta que casi se creen con los mismos derechos que un hombre.-

-Más vale que el Rey Ecbert corrija su conducta antes de que la case o de lo contrario tendrá que hacerlo su marido a palos.- Ambos marineros se rieron sin ningún respeto por la mujer de la que estaban hablando por mucho que esta fuese su princesa.

Ivar estudio sus caras en silencio durante horas los días que duró el viaje, sabía que les incomodaba, pero no lo hacía solo por eso, quería recordar bien sus caras para que cuando llegase el día en que regresara no se equivocase de hombres a los que cortarles la lengua.

Oh sí, la lista de sajones a los que debía matar cada vez parecía crecer más.

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