Hola, a todos. Espero se encuentren bien. Hecho en un día, algo inspirada, algo apremiada, aquí les traigo el 8° capítulo. Ocupada a más no poder (estudios, estudios y... ¡ah, sí! Más estudios).
Advertencia: Usé un nuevo estilo. A partir de ahora ya no estará limitado a la narración de sólo Ginny. Mezcolanza de narradores. Espero no les desagrade. ¡Descubrid quién es quién!
Dedicado a: Arwen-chan, preciosa, ¡Feliz cumpleaños! Disculpa el olvido. ¡Pensé que era hasta el 27! Bueno... quería hacerte un fic D&G, pero el tiempo no me dio... si deseas te lo hago para luego, ¿vale? Sólo dime. La idea ya está en mi cabeza, pues ya lo había redactado, pero se me borró, junto con un capítulo de este fic ¬¬, pero por ti lo vuelvo a hacer. Claro, si deseas.
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Los zarcillos le quedan preciosos... y cómo no. Su mano entre las mías son... magia. Sus ojos sosteniendo mi mirada, me da una sensación... de plenitud. Y mis labios, aún saboreando los rezagos de los suyos, se encuentran algo adormecidos ante tal embelesamiento. Pero hay un dolorcito, así, pequeñito, pero punzante, aquí, en mi corazón. Como una piedrita en el zapato, la cual, para sacártela, debes esperar estar a solas, en un lugar apartado. Y, tal como en dicho ejemplo, esperaré a estar entre las paredes de mi habitación (la cual, por navidad, se encuentra sola), para sacar esta angustia que me carcome.
Dulce, tus labios son dulces. Dulce, hasta tu mirar. Dulce, toda tú eres así... Dulce, dulce Ginny.
¿Y porqué entonces me siento herido, si ni tus ojos, ni tus labios me lastiman?
Manos blancas carmesí cayendo en
mis ojos.
Siento al mar de tu mirada calma
sonriendo.
Oh, hay diferentes maneras de lastimar. Y, no fueron físicas, ni casi intencionales. Pero son, son lacerantes. Porque fuiste tú quien apartó sus labios del otro. Porque eres tú quien se encuentra ida... pensando en quién sabe qué.
Para qué engañarme. Sé dónde van tus sentimientos, sé dónde recorren, furtivos, tus pensamientos. Él, él y sólo él. Un nombre, un hombre, tu todo: Harry, Harry y mil veces Harry. Y con cada una de mis invocaciones, una maldición se adhiere a ellas.
No está: ni su voz ni su mirar ni su reír... ¡No está! Y aún así parece presente, contigo, a cada minuto. Y, ¡Merlín!, juro que si un par de puños en su mejilla solucionaran todo, pues sin miramientos lo hubiera hecho, mandando al traste los recatos y pudores. Mas no es así, no todo es tan fácil. No es física su presencia, es subjetiva, inherente a ti. Y ni mis puños ni gritos lo sacarán de ahí.
Paciencia, paciencia. Paciencia y cariño. Mira que te lo doy, pero... Merlín, Merlín ¡Merlín, Ginny! Duele, duele y mucho. No soporto verlo retratado en tus ojos. Empiezo a hastiarme de aquellos suspiros tuyos que llevan su nombre. Y se clava muy adentro cuando alguna lágrima furtiva se te escapa.
Merlín, Ginny. Juro que lo soportaré, y resistiré, pero ahora necesito que me calmes. Juro que no frunciré el ceño cuando lo miras, ni te asiré a mi lado cuando él pase junto. Pero... ahora duele, Ginny. Hoy duele.
Y hundo mi cabeza entre su cuello y hombro, mi frente rozando su terso cuello, tratando de buscar consuelo, tratando de encontrar ese pedacito de ti que él cuida con tanto recelo.
Merlín, Ginny... Duele tanto.
Tratando de explicar
que no hay porque llorar.
Tu mano.
Inclinas tu cabeza un tantito, sólo para apoyar, así, tu mejilla contra mi frente. Y una de tus manos acarician mis mejillas, tan suaves como algodón... Y la otra repta por entre mis brazos, cubriéndome.
Suave, suave. Todo: tu piel, tus manos, tus labios, tus abrazos, tu calor, hasta tu aroma... Suave. Nada embriagante, sólo adormecedor. Mmmm... tienes propiedades curativas, ¿lo sabías?
Una pequeña sonrisa se me escapa en los labios.
Y es ahora cuando entiendo el porqué te cela tanto. Eres un diamante en bruto, Ginny. Es tan solo segundos disipas todo mal, aunque este provengan, propiamente, de ti.
Y mientras me voy encogiendo en tu regazo, voy reafirmando la idea de luchar por ti. ¡Y tanto!
Ginny, Ginny. Dulce Ginny. No sufras por él. Que aquí en mis manos te he traído, humildemente, mi corazón. Y tengo miedo, no de que lo sangres, no, sino de que, después de rehabilitarlo, me lo devuelvas, en un cofrecito de tela, en perfectas condiciones... pero sin el tuyo a cambio. Y a pesar del miedo, inminente, aquí estoy, de obstinado, arriesgándome el todo. Porque, vale, puede que salga lastimado; pero... ¿No es suficiente con el saber que al menos lo has intentado? Porque, aunque puede que falle este intento de olvido, y de cambio de sentimientos, pues, como citan innumerables veces: 'Lo que vale es la intención'. Y, tú, dulce Ginny, lo has dado todo, estás luchando desmedidamente por ese alivio interior que tanto mereces, el cual, Merlín me oiga, deseo poder brindártelo yo. Y... Ya, que con los sentimientos no se juega, pero si a cambio tú te fortaleces, y, conmigo o sin mí, logras hacerle frente a ese mal amor que te acecha, pues, ¡venga ya! Me la juego todas, todas.
Aquel líquido salino que tanto desprenden tus ojos, es derramado también esta noche, pero, con la diferencia, que provienen de mí.
Va doler, va a doler, lo sé. Y no sólo si es que esto no llega a funcionar. Sino en el intento, en el trayecto. Algo en mi interior me lo grita: va a doler... y tanto. Pero, si a cambio puedo estar así, juntitito a ti, con mi nariz rozando tu cuello, y mis manos enrededor de tu breve cintura (no sé cómo llegaron ahí), pues bien lo vale. Tú bien lo vales.
¿Cómo tienes la facultad de uno dejarse llevar por ti? Ni mis lágrimas me avergüenzan (aunque las esconda de ti... creo que fallidamente, pues te empapo con ellas), ni mis dedos presionando tu cintura (queriendo comprobar que no es un sueño), ni tu nombre emitido por mis labios... Nada. Sólo soy yo, sólo soy yo rogando por tu amor. Sólo soy yo en un breve pero vital intermedio en esta ardua batalla de ganar tu corazón. Sólo soy yo, razonando, planeando, estrategias para poder así tener más de estos momentos.
Ángel tenue tu sonrisa en magia en
mis sueños.
Acaricias mi cabello frágil
de nuevo.
Es increíble como, a pesar de estar nevando, y nosotros fuera, en una fría banca de piedra (aunque sentados sobre mi capa, claro está), puedo sentirme calentito, y hasta casi sentir esa modorra, que te da cuando el sueño viene a por ti.
Y mis párpados pesan. ¿Sabes cómo me siento? Como cuando de niños uno se queda dormido en un lugar que no es su cama (ya sea en la cama de sus padres, en el sofá, o en la propia alfombra), y viene tu madre a cubrirte del frío con una gruesa mantita, sin valor de despertarte, sólo abrigándote y besándote, antes de irse, en la mejilla. Claro, que, en mi caso, sería mi nana. Ya que mi madre para lo único que se tomaba el tiempo de asistirme, era para vestirme: mi presentación formal. Y, para qué obviarlo, siempre me he vestido bien, los mejores atuendos, telas carísimas, siempre impecable, siempre correcto, siempre: el heredero de los Thompson. Cenas lujosas, fiestas pomposas, lo pude saber por las veces (que no eran ni muy frecuentes ni muy esporádicas) que iba. Me llevaban (pues ahora desisto, de una manera sutil, a dichas invitaciones) para mi adaptación a la sociedad, a la cual, decía mi madre, debía habituarme. Siempre caballeroso, formal, muy correcto. No era difícil: una leve inclinación de cabeza, un fuerte apretón de manos a los caballeros, un fugaz beso en el envés de la mano a las damas, y listo: tus padres satisfechos y tu 'honor' (o lo que ellos tenían por concepto de ello) en lo más alto. Claro que lo malo era cuando las señoras se emocionaban ante tales actos (pues los practico desde los 6 años) (a los 4 sólo me escondía en las faldas de mi madre... quien, extrañamente, –para mí, en ese entonces- me acariciaba tiernamente, diciéndome que no debo tener miedo, y dándome ligeros besos en la mejilla. Ahora sé que el motivo verdadero eran aquellas señoras que apreciaban tan dulce – y falso- espectáculo) y me pellizcaban las mejillas, o me llenaban la cara de labial. Besos hoscos, besos hostigantes, falsos.
Quizás por eso adoro Hogwarts, mi verdadero hogar. Siento más apego por mis profesores (que me estiman tanto) y mi servidumbre, que por mis propios padres. En Hogwarts está mi vida: la magia. Y no el buffete de abogados que me depara mi padre. En hogwarts están mis amigos, lo verdaderos, no los hijos de los amigos de mi padre, quienes, como ovejas que siguen el rebaño, continuarán con la profesión que viene de familia. Era eso o un gabinete en el gobierno (sólo eso puede justificar, ante los ojos de tales señores, el porque de no seguir la 'carrera de papá'). Y ahora, una última, nueva y fuerte razón: ella.
Y es que ante ella soy sólo yo, si máscaras ni repujes. A pesar de mi inherente cordialidad, que destilo en cada acto: mis manos, mi voz, mi postura; pues soy natural con ella. Y con mis amigos, claro está, pero siempre realzo lo que conlleve a ella, más que nada a ella.
Quizás ella es la recompensa que me cede en destino. Quizás es la que equilibre mis penas con las alegrías que me depara (tal como el ying yang). Quizás... será tantas cosas. Y me tomaré el tiempo para descubrirlas. Claro, siempre y cuando lleguemos a superarnos, más que nada ella.
Y el miedo, que siempre estuvo latente, pero ahora se hace presente con una fuerte punzada, vuelve a dominar...
Tratando de calmar
mi llanto de ansiedad.
Tratando de explicar
que no hay porque llorar.
Tu mano.
Asombrosamente, como todo lo que descubro en ella, parecer leer mi sentir y me aferra más fuertemente a sí. 'No me sueltes... no ahora'. Deseo encontrar en ella lo que tanto se me fue negado durante años. No soy un romántico, inclusive puedo afirmar que soy un realista acérrimo, pero, en ciertos casos, puedo idealizar el amor, tal vez porque es algo tan ajeno a mí. Amistad si he conocido, y tanta durante estos 7 años, pero no aquel sentir especial que se restringe a solo dos personas... dos personas...
Y deseo ser yo aquel 2° partícipe en ti. Y no deseo ser aquel tercero, excluido y sobrante... Espero no estarlo siendo. Espero estar haciendo lo correcto.
Como decía, he idealizado el amor, a veces me sorprende mi subjetividad en ese aspecto (la cual suprimo, para no hacerme daño). Pero... con la mano en el corazón, te juro, Ginny, que esto sobrepasó mis expectativas.
Es fácil imaginarlo, hasta estremecerte con sólo pensarlo, o leerlo; pero es sólo en el campo empírico -experiencias- que descubres cuán dulce puede llegar a ser.
Porque pude describirlo como pasión, como obsesión, o delicias. Mas nunca como algo 'dulce'.
Dulce, por donde se le mire o sienta. Dulce, sin llegar a hostigarte. Dulce, como las barras de chocolate repartidas por el profesor Lupin, la cual te reponían al acto. Mas tus manos son algo más íntimo y exclusivo.
Dulce Ginny. No propiamente mi dulce Ginny, pero espero poder aquel posesivo en cada oración. Algún día mi dulce Ginny, por lo pronto, mira que soy paciente, sólo dulce Ginny.
Tu mano.
Te yergues y la falta de tus manos en mis brazos me hacen incomodar. Entendí el mensaje: por hoy fue suficiente. Casi apático me suelto de tu cintura y me separo de ti. Ay, como duele. Pero es más de lo que puedo pedir. Me debo conformar con...
Me tomas la cabeza con las manos –lado a lado en la sien- me sonríes tenuemente. Sonríes, a pesar de tus cejas estar arqueadas tristemente; sonríes, aunque me cueste creerlo, sólo para mí. Y mi corazón da un tumbo: te acercas, te acercas y tus ojos se van cerrando. Tus labios estrujan mi labio superior, luego el inferior; suavemente. Te separas mientras me muestras lo marrones de tus ojos de nuevo. Yo no los he cerrado, sea por sorpresa o por no perderme nada de ti; pero un tono rosado en mis mejillas muestran mi puerilidad en este campo.
Lo último de que tengo conciencia, son de tus manos, tomando la mí, guiándome hacia el castillo. Y la esperanza vuelve a renacer, tan espontáneamente como ese efusivo beso.
Río mentalmente ante un último pensamiento: No sabe, Harry, cuán dulce son tus labios.
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Sus piernas enredadas en las mías, mas su postura está dirigida al lado contrario. La sábana blanca y delgada es lo único que cubre su feminidad. Y mi cuerpo también, dicho sea de paso. Busco a tientas mis gafas en el buró, espero haberlo dejado ahí. Regreso a observarte y... te ves preciosa. Como siempre. Tu cabello negro y lacio, tan lacio y sedoso, que se escurre entre mis dedos al tratar de cogerlos. Hasta durmiendo se ve bella, como si hubiera sido instruida para no perder la elegancia ni en el dormir. Bella, cuando camina, cuando habla, cuando me mira, cuando me besa... Tan bella y sólo mía.
Busco alguna prenda para cubrirme. Dos pasos frente a mí, mi pantalón, tirado al descuido en aquel gran sofá frente a la ventana. Me dirijo a recogerlo, tras ponérmelos, me tienta el sentarme a observar la noche. Ni tanto, deben ser las 4 de la mañana... Sus padre salieron a un gran evento; un tanto recelosos, sí que sí, pero se fueron, al fin. Y, una vez más: Ginny tenía razón. No habían dicho nada de aquella reunión, ni a ella ni, mucho menos, a mí. Me estudiarían durante unos días y luego, por mutuo acuerdo, decidirían si dejarnos una noche solos o no.
'Primero gánate su confianza, sí buscas siempre estar a solas con ellas, ellos pensarás que no te importan, ya luego ellos solos irán dándoles privacidad, poco a poco se alejarán, no antes'
Ginny. Tan solo pensar en aquel nombre hace que me remuerda la conciencia.
Busco mis pantalones y, a dos pasos de mí, se encuentran tirados. Me los pongo y, mientras saco el contenido de los bolsillos, me voy acomodando en el gran sofá de enfrente a la ventana: mis piernas recogidas, mi mentón en mis rodillas, y mis brazos alrededor de mis piernas, sosteniendo aquella carta.
Tenía como destinatario a Virginia Weasley.
Manos blancas carmesí cayendo en
mis ojos.
Siento al mar de tu mirada calma
sonriendo.
¿Cómo estará? ¿Qué tal habrá pasado su Navidad? ¿Preguntaría por él?
Tonta pregunta. Y no es que me sienta importante, para nada. Son las palabras que le dije, las que me obligan a sentirme terrible: 'Te escribiré, lo prometo.' (Y, a continuación, su sonrisa y ojos destellantes).
Tonto, tonto, ¡y mil veces tonto!
Si tan sólo Cho no fuera tan... celosa. Y no era que se lo había prohibido. Sino que, él preveía ello, y no deseaba que encontrara motivos para una riña. Siendo él también celoso, sabía qué podía causar dicha reacción y qué no.
Porque, vaya que amaba a esa mujer.
Sin embargo...
'No estoy segura de si te amo o no.'
Y ello quedó grabado. Puede que le haya llorado, puede que hasta haya suplicado, y volvieron. Pero... eso te cambia. Y es que: tú tan enamorado, y ella, un día viene y te suelta tal confesión.
Lloró, y tanto. Se derrumbó, y tanto. Rogó, y tanto.
Darse un tiempo, darse un tiempo, ¡Merlín! Podía ser que ya no la tuviera más. Y la sola idea lo agobiaba. Y no había nada ni nadie que lo sacara de ese sopor, sólo que le dijera que sí, que volverían, que lo amaba.
Pero la respuesta tardó semanas... Y mientras tanto, me derrumbaba.
'Hizo lo mejor. ¿No te das cuenta? Te quiere tanto que, cree, no merece estar a tu lado si duda de sus sentimientos. Sólo necesita tiempo, aclararse. De todos modos te quiere, eso no lo dudes.'
Ginny. Siempre salvándolo, siempre ahí, para él. De cuclillas, apoyando sus brazos en el regazo de él, mirándolo fervientemente.
'¡Pero yo no deseo que me quiera! ¡¡Yo deseo que me ame!!'
Y él, siempre tan irracional, arrebatado. ¿Cómo es que lo soportaba?
'Ya cálmate. Todo estará bien. ' le decía ella, apretándolo entre sus brazos, en respuesta de tal grito que le dio. Y, como tantas veces, se dejó mecer en ellos, se dejó dormir, se dejó querer.
Sin palabras, sólo un fuerte abrazo. Dulce, dulce como ella. Era la 1° vez que lo probaba: un abrazo dulce. Risible, pero cierto.
Tratando de calmar
su ausencia una vez más.
Tratando de explicar
que no hay porque llorar.
Tu mano.
Invocó un chocolate caliente, para amainar el frío. Mas un mohín de desagrado se formó en su rostro al probarlo.
'Definitivamente, no sirves para la cocina.'
Mmmm... se le antojaba ese rico chocolate humeante que le preparaba Ginny. ¡Eso era chocolate! ¿Cómo lo hacía? Lo habitual, sólo con el 'toque Weasley' decía ella. Se la podía imaginar, vividamente, enseñándole. 2 gotitas de esencia de vainilla, un pedacito de mantequilla (queda flotando en la superficie, ¡realmente apetecible!) y, el ingrediente ultra-secreto: una pisquita de sal. El señor Weasley se lo había enseñado, sólo que, como bien decía Ginny, él le echaba más azúcar que lo que consume en una semana.
Rió al recordar la cara de asco que emitía ella al decirle aquello.
Ginny.
En verdad tenía magia. Y no se refería a la que le enseñan en el colegio, con pociones y varitas. No, sino esa magia interna.
Uno podía estar de lo más abatido, pero ella venía, y, como si te hubiera hechizado con su varita, te encontrabas sonriendo 2 minutos después.
Tu mano.
¿Qué era? Mmm... sus abrazos, su sonrisa, sus ojos. Pero, sobre todo, ése estar ahí siempre, en el momento preciso, con las palabras precisas, y las caricias perfectas.
Dulce, sí. Sobre todo cuando dormitaba. No era sensual, ni correcta. Era dulce.
Cierra los ojos y recuerda la vez que se quedaron dormidos en el sofá del la sala común (pues Harry había tenido una de sus tantas pesadillas... las cuales cada vez se volvían más apremiantes).
Se despertó y ella estaba ahí, a su lado: la boca ligeramente abierta, las mejillas sumamente sonrosadas, y aquellas preciosas pequitas le daban un toque... angelical. Pequitas, por su mejillas y su nariz, casi – casi llegando a los labios.
Sus labios. Tan suaves y tersos. Insinuantes y... ¿serían dulces?
No supo cómo, el hecho es que su nariz ya estaba contra la de ella, se había inclinado hacia ella, y... Hasta podía olerlo: dulce.
'Mi dulce Ginny.' Posó sus labios en la punta de su nariz y, por último, su frente contra la de ella.
Regresó de su recuerdo y suspiró.
Tu mano.
Manos Blancas, ángel, tu mirar.
Era tan distinto. Todo era tan distinto con ella.
¿Porqué no enamorarse de ella entonces? Si lo tenía todo, todo.
Dirigió su mirada hacia la dama de entre las sábanas y sonrió.
Cho era fuerte; femenina y algo romántica, pero fuerte. Estaba preparándose para auror, sabía tanto o más que él en cuanto a maleficios. Tenía el suficiente dinero como para esconderse por un tiempo, si lo requería. Tenía contactos, heredado de sus padres, para cualquier emergencia. Además, le llevaba un año, y era algo feminista. Cuando peleabas con ella, ¡Oh, Merlín nos ampare! Irascible, temperamental, la furia de ella adentrando en tus venas, intimidándote.
Pero, Ginny...
Ginny era tan... frágil. No la visualizaba lanzando una maldición imperdonable, ni aunque el caso lo requiriera. No podía hacerle eso a los Weasley, ponerla en peligro. Además... no soportaría que nada le pasara. Si Voldemort se atrevía a tocarla...
Su puño se cerraba, apretujando, consigo, la carta que tenía entre sus dedos.
No. No podría. Así estaba mejor. A salvo, en Hogwarts, con los Weasley... Si alguien preguntaba por la persona más importante para él: Cho Chang.
Y no era que le daba igual lo que le pasaba. ¡No, no, Merlín! Pero Cho sabría cómo actuar, además que su estadía es en el propio cuartel, entrenando. No se lo callaría ni mucho menos le afectaría, era fuerte. Sabría qué hacer. Puede defenderse sola.
Pero Ginny... Que sabe maleficios, sí. Y su ataque es más que eficaz: rápido y certero. Mucha potencia. Los gemelos pueden atestiguarlo. Aún así... si algo fallara, si le tendieran una trampa, si caía en manos de él...
No, no. Ella está segura. Nadie sabe nada. Es sólo su amiga,. Que él tenía varios amigos y amigas: para dar con ella deberían también dar con los otros. No muy buena jugada para el Innombrable. Una sola víctima y alertaría a Dumbledore. Y aquello no estaba en sus planes.
Así estaba segura. Como la amiga de Harry, como la hermana de los Ron, como la última de los Weasley.
Jamás su prenda más preciada, jamás su fortaleza, jamás su punto débil y, por ende, si se atreven a tocarla, el génesis de toda su furia. No lo iba a dejar a manos de su director. No, no. Con sus propias manos, de cuerpo presente, lucha frente a frente, equiparando poderes. La traería de vuelta, mataría al bastardo.
'Lo juro...' decía, en un gruñido, y los párpados cerrados tan fuertemente que se hacían daño.
Tu mano.
Manos Blancas, ángel, tu mirar.
Y la amaba, cómo la amaba. Tanto, tanto, que tantas veces casi cede ante sus encantos.
No era como Cho. ¡Que va! No era un zarandear de caderas, un guiño de ojo, o un provocativo, lento y tortuoso humedecer de labios. Con ella era todo más fácil. Se enamoraba de sus rizos, meciéndose en su cuello, cuando negaba o asentía; se enamoraba de ella cuando evitaba soltar una carcajada, cubriendo su boca con una mano, e inclinándose levemente; cuando la sentía en su pecho, dormir, y él enredaba sus dedos en sus bucles; cuando leía, sumamente concentrada, algún libro, tan fuera del mundo, tan abstraída, sin ceños fruncidos, no sonrisas, sólo ella, sólo su rostro, sin expresión alguna. Se enamoraba de sus palabras, puntuales y atinadas, como si encerrara una gran sabiduría en ella, y claro que lo hacía. Se enamoraba de sus dedos, delineando levemente el contorno de su rostro, haciéndole cosquillas, pero obligándole a cerrar los ojos. De sus pies, cuando los metía al lago, dizque para refrescarse, y luego, entre estornudos, él se limitaba a darles calor, con sus manos, sentados frente al fuego. De su cuello, cuando dormitaba en él, cuando eran el destino final de sus propias lágrimas. De su olor, que quedaba impregnado en él, luego de un abrazo, o algún contacto profundo, y se acercaba la camisa a su nariz: olía a ella. De la puntita de su nariz, pues era donde la besaba, a cada momento, con cada excusa, dejándolo, siempre, ávido de más. De las motitas de su piel, que no se limitaban a las mejillas y nariz, pues, si abrías los ojos entre uno de sus abrazos, cosa que casi nunca hacía, te darías cuenta que su cuello estaba salpicado de estas, perdiéndose por la camisa... quién sabe hasta dónde.
Se enamoraba de ella, cada día, de cada cosa, por más baladí que sonara. De cada detalle, de cada una de sus acciones. Se enamoraba más y más de ella.
Lo que siempre le intrigó, y aún muere de ganas por descubrir, es el sabor de aquellos labios rojos y delgados. Se mordió el labio ante este pensamiento.
Dulces, deben ser dulces. Como toda ella. Dulces... Y cerraba los ojos tratando de imaginarlo.
Mi dulce Ginny. Mi dulce Ginny.
Y ese posesivo no era universal. Jamás toda suya, jamás total, pero, de algún modo, y esto le satisfacía, suya. Con restricciones, sus limitaciones previas, pero, que bien se sentía decirlo, suya.
'Mi dulce Ginny. Mi dulce Ginny. Perdóname' un gemido moría con la oración.
'No puedo alejarme de ti, pero tampoco puedo darte más...' Su frente contra el vidrio de la ventana.
Y hoy no estaba ella, para calmarlo; y hoy la extrañaba, como nunca. Y hoy seguiría escondiendo su corazón, y hoy seguiría protegiéndola.
Tu mano.
Manos Blancas, ángel, tu mirar.
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El diálogo de Henry me ha gustado mucho. El de Harry... no tanto. ¿Y ahora que decís? ¿Con Harry o con Cho? ¡Oh,Merlín! (Karla suelta una sonrisa maquiavélica). ¿Verdad que por un momento pensáis que mejor con Henry? (al terminar de leer su pensamiento). ¿Verdad que sí? ¿Y ahora? ¿Mejor con Harry? ¿Ah? ¿Qué deciden?
¿Verdad que no es fácil decidir? Ya... Y eso que ya empezaban a decirme que mejor con Henry... Los 2 tienen el mismo derecho. Por igual.
Creo que, si llegaron a pensar por un momento que mejor con Henry, y luego mejor con Harry, pues es por que la narración no es objetiva, te arrastra a decidir lo que el autor quiere que pienses. Mmmm... algún día me animaré a hacerlo con un narrador parcial, sólo las circunstancias y los hechos los hará declinar por este o aquel. Pero, en honor a la verdad, que ese tipo de escritura es más difícil, y algo... sosa. No creo que les guste. De todos modos, en este fic no será, no se preocupen, que experimentaré en otro fic, de seguro.
Notas de la Autora: El diálogo de Henry en en 1° persona. El de Harry es intercalado, 1° persona, y 3° (siempre en singular). Más que nada en la última.
No es un song fic. Es la letra de una canción, vale; pero lo puse más como frases sueltas, pensamientos, resúmenes del texto (por ello va alineado al lado derecho, mas no al centro).
Por si acaso desean saber:
Canción: 'Manos Blancas'.
Grupo: Madre Matilda (rock peruano).
Besos.
Adiós, cuídense, estudien, sonrían.
Karla
('Mione)
