Dedicado a: Cris. Amigo, te quiero. Y lo digo no como las tantas veces al despedirnos, sino con ese calor bonito que se siente al decirlo, con todo tu ser, con tus 5 sentidos. Son 3 años, que nos hemos visto crecer, madurar (o al revés :P). Hemos confiado plenamente el uno en el otro, a corazón abierto, con el alma libre. Te quiero, y eres la primera persona a la que se lo digo con verdad. Te quiero, no sabes cuánto. Te quiero, a pesar de las veces en que me haces llorar (por tus arrebatos). Te quiero, y nunca lo dudes. Te quiero, no lo olvides. Te quiero, tenlo presente.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Capítulo X: Senza te (Sin ti).
Aquí yo estoy y tú no estas.
Una tarde libre.
En honor a la verdad, eso era lo que ahora menos necesitaba. ¿Porqué no mandarme a buscar un libro desconocido a la biblioteca, o a revisar el caso de los Anderson? ¿Porqué no, simplemente, ordenar los archivos o memorizarme un ensayo? ¿Porqué no...? ¿Porqué...?
Justamente ahora, justamente hoy, tenía que ser objeto de la benevolencia de mi padre. Que, para qué negarlo, era, en el sentido más completo, explotador. Y de su propio hijo. No bastaba con que termine el archivo pendiente, no; no podía verme descansar, sea cual fuere el trabajo, me lo mandaba a hacer. Mas hoy, cuando me ve algo melancólico (no era que lo vaticinara, sino que nana le informó... cómo no saberlo), decide darme un tiempo de descanso...
¡Bah! ¿Yo se lo pedí? ¡Merlín! ¿Si realmente lo necesitara, no se lo habría pedido? Que, ya dije, puede ser sumamente severo y estricto, mas, después de todo, es mi padre, no me lo hubiera negado. Al fin y al cabo, poco o casi nada le pido: salvo de mi estancia en Hogwarts y los respectivos útiles, nada fuera de lo que un padre deba para con su hijo le he pedido, nada.
Se lo hubiera pedido, o hubiera, al menos, demostrado mi apatía al trabajar; mas nada de eso he hecho. ¿Qué eso no significa que no deseo un descanso? El cual ni merezco ni quiero. ¿Qué no me conoce al menos una pizca como para saber que... ?
Que no hago más que pensar en ella. Que cada maldita cosa me hace recordarla. Que con tan sólo cerrar los ojos puedo retratarla vívidamente. Que duele hacerse a la idea que la perdí... O, aún peor... nunca la tuve.
Yo
la amo todavía
Cada detalle es aire que me falta
Y si estoy así es por la primavera
Pero sé que es una excusa...
Flash Back
Había yo aprendido el arte de abrazar, de la más grande maestra: Ella. Abrazar así, sin más ni más, sin una petición expresa, o, inclusive, sorprendiendo al beneficiado. El truco está en prever cuándo se necesita. Y, poco a poco, había ido vaticinando cuándo ella los necesitaba, a veces erraba, a veces acertaba; mas, esto es lo bueno, un abrazo nunca sobra.
Se encontraba ella en mi regazo, su cabeza en mi hombro derecho, sus dedos en mi pecho, por encima de mi túnica. Tranquila, en paz.
- ¿Porqué estás aquí? – pregunta, de la nada.
- ¿A qué te refieres? – mas no obtengo respuesta, así que opto por responder.- Porque necesitabas un apoyo, tuviste un mal día y yo...
- No.- interrumpe.- Porqué estás aquí, cuando pierdo con él, cuando gana la batalla, cuando cedo... ¿Porqué estás aquí? ¿Porqué me esperas, con una sonrisa, con ganas de aliviarme? ¿Porqué no te vas? ¿Porqué nunca te rindes...? – toma un poco de aire, haciendo notar que aún no termina de hablar. - ¿Porqué... no me odias?
'Porque te amo' pero no lo manifiesto. No es posible comprometerla aún más, no deseo atarla ni hacerla cargo de este sentimiento. Hay una gran diferencia entre 'amar' a una persona y 'enamorarse'. Aunque lo primero abarca muchos campos (el amor a los padres, los hermano, los amigos), yo me refiero al sentido del que se restringe a sólo dos personas. Y el segundo es de una magnitud inferior. Y ella ya sabe que enamorado estoy, hasta los tuétanos; pero lo segundo... puede que se lo pregunte, pero no lo confirmaré, no la comprometeré. Que esto sea libre, sin ataduras. Si nace, nace; sino... sino no.
- Porque te quiero. – le digo, por toda respuesta, mientras mi mano va a su cabeza y le revuelvo un poco el cabello, en un acto sutil.
- Y yo a ti. – y se arrima un poco, hacia arriba, pues se estaba cayendo. Ahora su cara no da a mi cuello, sino afuera. Y suspira. – Te quiero.
Y me quedó así, sin aliento. Podría haber significado un 'pero aún no te amo, dame más tiempo', o, en el mejor de los casos, 'falta poco'. Pero, para mi ilusa y obstinada mente, era un 'comienzo a amarte', a casi gritos. Y te abracé fuerte, fuerte, fuerte. Y suspiré hondo, hondo, hondo. Y erré, como ya tantas veces. Ese 'te quiero' implicaba un 'no puedo darte más, perdóname'. Lo decían claramente esas lágrimas que luego escurrieron por mi hombro, por ello giraste tu cabeza, por eso me abrazaste fuerte, por ello luego te fuiste, sin mediar palabras.
End of Flash Back
Ginny, Ginny, Ginny, Ginny, Ginny. O, en el más frío de los casos, Virginia.
Aquí estoy, en mi enorme y ordenada habitación (la cual, siendo el caso, no hace más que hacerme sentir más pequeñito y solo), apoyando todo mi peso en el brazo izquierdo, sobre el marco de la ventana. Mirando, abstraídamente, la incesante lluvia caer, la enigmática negrura de la tarde, buscando, también, el porqué de esta soledad. Y es sólo ella la respuesta. Causante de mi falsa ilusión en la cual ella llenaba esta vida. Porque creí, tontamente, que ella mitigaría la rutina a la que me someto día a día. Quizás con tan solo pensarla entre informes (y que mi padre se preguntara el porqué de mi estúpida sonrisa), o apremiar todo trabajo, a sabiendas de que más tarde vendrías o te recogería. Relamiéndome, desde ya, con tus tan dulces besos y esos ricos abrazos que, míralo tú, si me los dieras cada que termino exhausto de laborar, pues le pediría a mi padre, inmediatamente, que las sesiones sean diarias.
Porque, Ginny, pequeña y dulce Ginny, te necesito. Ya me había hecho a la idea de tu compañía, de tu salvadora presencia. Y te me vas, así, sin más, dejándome aturdido, con mis planes rotos y me lo cambias todo.
Sí,
lo admito, alguna vez
Te pienso, pero
No me tocas más.
No puedo, princesa, te juro que no puedo. Ya va más de dos meses sin verte (pues concluyó el año escolar), y aún estoy aparcado en tus recuerdos. Aún puedo recordar tu olor, el de tu piel y tus cabellos. Aún siento la suavidad de tus rizos y caricias. Aún te extraño... aún lo hago. He intentado todo, es verdad, todo. Me he mantenido ocupado en el despacho de mi padre, casi las 24 horas. El escaso tiempo libre que se me proporcionaba no los pasaba así, no, no: reuniones con mis amigos del colegio, salidas en busca de un departamento (modesto, pues si bien no deseo nada pomposo, tampoco puedo pagarlo, pues gano poco en el bufete, recién empiezo), aseo diario de mi cuarto (a expensas de mis padres; mi nana siempre me lo inculcó). Y, si bien el tiempo empleado para dormir lo hacía poco, pues en otras cosas las pasaba, casi siempre un discman con alguna música de mi preferencia (nada suave, pues dejaba espacio para pensar en ti, ¡y más si la letra contaba mi historia!), sino escapadas a la cocina, donde me preparaba algo ligero.
Casi-casi sólo me faltaba un horario que tenga por título "olvidarte" y sea ésa mi estrategia.
Y te encuentro, a pesar de que me alejé del mundo mágico por ello, en mi café, en algunos escabullidos suspiros, entre mis sábanas, en el jardín (ahí sobre todo, pues entre la gama de especies que existen, siempre hay alguna de pétalos rojos), en el periódico, en mis prolongados silencios, por la mañana, por la tarde, por la noche, por entre mis cosas. Siempre tú. Siempre rojo. Siempre dulce.
Y aunque no tuve el valor de quemar nuestra fotos de cuando juntos, pues a lo menos ya no la saco a la noche a besarla u observarla. Tampoco boté aquel listón tuyo (al cual encanté para que no perdiera tu olor), pero en el fondo de mi baúl no representa peligro alguno, ¿verdad?
Ay, Ginny. Una tarde libre sólo representa tiempo para pensarte y, por consiguiente, torturarme. Por ello no lo quiero.
Sólo
que pensaba lo inútil que es desvariar
Y creer que estoy bien cuando es invierno, pero t
No me das tu amor constante
No me abrazas y repites que soy grande.
Separo mi mano del vidrio (de la cual los dedos seguían el camino de una gota escurriéndose sobre la ventana) y me dirijo al armario. Cojo un saco negro de cuello alto y salgo de mi habitación (no hay necesidad de apagar las luces, pues no las tenía prendidas).
'Sólo me hacía daño estar ahí' me digo, mientras bajo raudamente por la gran escalera y me pongo el abrigo, 'Estando solo, con tus recuerdos'.
Con una mano voy sacando un gran paraguas del tacho, mientras la otra presionaba el botón del intercomunicador, el cual daba al despacho de mi padre.
- Padre, voy a salir. No me esperen a cenar. -
Libero mi dedo de la presión, y voy abriendo el paraguas mientras espero alguna posible respuesta. Tengo casi 18 años, libre albedrío para salir de la casa, me lo he ganado, sólo que, por respeto, debía anunciar tanto mi salida como mi llegada (si es que ésta no era muy tarde).
- De acuerdo... Abrígate. -
Me pareció sentir un leve titubeo en su voz. Como si hubiera querido decirme algo más, como... ¿preocupación? Parece que la sola presencia de Ginny en esta casa, mediante mis recuerdos, tiene efectos secundarios.
No me apetece presionar nuevamente y responder afirmativamente. Que sea tácita mi respuesta.
Salgo y veo la limosina. El chofer viene por el jardín, apremiado a abrirme la puerta del auto. Hago una vaga seña, con la mano, de que no usaré aquel móvil. No es tanta su sorpresa, pues todo el servicio de mi casa sabe, a ciencia cierta, lo poco que me agrada la suntuosidad a la que se me quiere acostumbrar. Ya otras veces he salido bajo la lluvia, sólo que era de niño, con mi nana al lado y yo saltando de alegría.
Se retira y me dirijo a recorrer el largo camino que separa mi casa de la turbulenta ciudad.
Con una mano sosteniendo el paraguas, la otra bien metida en el bolsillo del largo saco y el cuello alzado al máximo, me abrigo de la intemperie, mas no de que me vuelva a azotar la mar de pensamientos que llevan por nombre el tuyo.
La
vida duele,
duele demasiado aquí sin ti.
No fui tonto. No lo fui al apostar por ti. Ni tampoco al perderte. No fue estúpido lo que hice, porque, aunque resulté herido, más de lo que creía y crees, sabía a lo que me atenía. Estaba plenamente conciente de los daños que podía sufrir, de lo que ponía en juego, y lo hice. Y es que la recompensa era grande: tú.
No me voy a poner a rememorar lo que podría haber ganado, que me lo sé más que bien, y me haría aún más daño. Sólo reafirmaré, como tantas veces lo he hecho ya, que mi decisión fue la correcta, que no fue estúpido, y sólo porque sabía de antemano los riesgos. Hubiera sido tonto, eso sí, si nunca hubiera estado conciente de ello, y la ilusión hubiera cegado mi perspectiva, creyendo que el camino era seguro y nada podría fallar.
Mas sé que sólo son excusas. Fui tonto, ¡fui tremendamente estúpido! ¿Acaso el saber las consecuencias y aún así hacerlo, quita lo idiota del acto? No. No y lo sé. Acaso el hecho de saber que si no haces la tarea de pociones, y en cambio te vas a un jugar un partido de quidditch, hará que bajes tus calificaciones, y aún así hacerlo, ¿hará que seas menos estúpido? ¡No, Merlín! Y eso hice... Merlín, eso hice. Y, lo peor, lo volvería a hacer...
A ojos cerrados, arriesgándolo todo, aunque sepa de antemano el fatal desenlace, aún así lo haría... Una y mil veces más.
¡Estúpido... !
...Estúpidamente enamorado.
Llego a lo transitado de la ciudad. No tanto, pues llueve, y las pocas personas que circulan lo hacen bien ataviadas y a un andar rápido. Tan ensimismadas en sí mismas que nadie se percata, y, por tanto, sorprenden, de que me halla deshecho del paraguas.
Sólo quiero saber, Ginny, sólo respóndeme si lo que te di no fue suficiente. Dime si mis besos te hirieron, o si mis caricias te hastiaban, dime si te incomodaron mis abrazos, o si no soportabas mi presencia. Dímelo. Porque, princesa, te di todo, todo lo posible, hasta lo utópico. Y es que me quedé con nada... No, no. Miento. Me quedé con un dolor agudo en el pecho, me quedé con la misma vida de siempre: monótona y hastiante; me quedé con el sabor de tus labios en los míos, deseándolos ávidamente día a día; me quedé con las ansias mías de hacerte feliz, de hacerte sonreír... de hacerte mujer.
Excusa,
¿sabes?, no quisiera molestar.
Pero, ¿cómo esto puede acabar?
No me lo puedo explicar.
Yo no lo puedo explicar.
Me quedé con eso y más. Con las miles de tardes que te rememoran, con las miles de palabras tuyas que martillan mis oídos: 'Te quiero', 'abrázame', 'no me sueltes', 'no hables'... y la mil veces usada 'perdóname', mientras rehuías la mirada, haciendo caer tu cabello al rostro, y presionabas tus manos una con la otra.
Pero me quedé sin ti, sin tu ferviente mirada deseando la mía, sin tu cuerpo buscando contacto con el mío, sin tus labios en mi oreja susurrándome, sin premura, palabras indecibles.
No voy a llorar. - y me alzo de hombros- No porque no lo merezcas, sino porque soy yo el que no lo merezco. No es mi forma de expresar mis sentimientos; simplemente no es mi estilo. El tuyo sí, y tanto. Odiaba cuando él lo hacía contigo, aún más cuando yo era el causante (cuando sentías que no dabas más y, creías, me fallabas).
En el fondo de mi alma se esconden mis lágrimas, y estoy bajo la lluvia para que si, en el peor de los casos, se hacen presente, pues se confundan con la lluvia, y nadie, ni yo mismo, nos percatemos de que fluyeron.
Nunca
lloraré por ti
A pesar de lo que un tiempo fui.
Pero no lloro, mira, no lloro. He sido suficientemente valiente para aguantar todo, desde que lo extrañaras hasta que lo perdonaras; así que unas cuantas lágrimas no me ganarán, he peleado con peores cosas. De hecho, estoy peleando con tus recuerdos, los cuales me atosigan constantemente. A veces gano, a veces cedo, a veces lucho, a veces me tiro al suelo y dejo que me llegue de lleno.
Lo peor de esto es que no hay segunda oportunidad, no hay posibilidad de otro intento, pues tú ya formas parte de él y viceversa. Ya no hay esperanzas (a veces pienso que nunca las hubieron).
Molesta, todo esto molesta. El hecho de no poder seguir con mi vida, la cual, admito, no era de lo mejor; es más, era una tortura, pero inclusive era más llevadero que ahora, pues por un momento creí no tener que soportarlo, mas me veo en esta realidad que es la misma de siempre. Molesta, porque ya no quedan ganas ni de replicar de mis padres, o de mi vida. Molesta enormemente, porque no te puedo culpar. Que, sé, si te lo pidiera, si te exigiera por todo lo que te di, vendrías a mi lado, no con amor, pero sí con sumisión y gratitud obligada. Al fin mía, y no de él. Podría, podría, mas no. Puedo y no soy capaz, paradójico. Ni te lo mereces ni me lo merezco. Mas admito que lo he llegado a pensar y, en el más loco de mis desvaríos, llegué a soñar con que el tiempo ayudaría a su olvido y me amarías. Por suerte luego-luego doy una fuerte sacudida de cabeza, unas fuertes palabras hacia mí, y vuelvo a mis ideas conformistas, la resignación vuelve a reinar.
Que
aun si ya no valgo nada, por lo menos yo
Te permito caminar.
Y, si quieres, te regalo sol y mar.
Mas cómo me gustaría llenarme de tus recuerdos, que, si bien no te puedo tener, pues eso no me puedes quitar. Poderme aturdir de ellos, llenarme del sopor de mi habitación silenciosa, entre tus fotos y objetos, sin salir de ella en todo el día. Si tan sólo no supiera que ello me haría daño luego, lo haría. Te buscaría, te llamaría, te escribiría, seguiría en mi quimérico mundo donde lo tuyo y mío es posible. Te vería, te invitaría a mi casa, nunca desistiría...
Unos zapatos frente a los míos -los puedo ver, pues mi mirada va a la acera- y el repentino cese de el torrente descendente hacen que me detenga intempestivamente y levante mi mirar.
Un paraguas estrecho entre unas finas manos, sostenidas algo lejos del pecho para cubrirnos a los dos; un cuerpecito frágil y tiritante entre un abrigo negro como el mío, una tibia y naciente sonrisa entregada a mí, unos ojos algo preocupados en una cabeza algo inclinada hacia atrás -pues soy algo alto- entre hombros alzados, queriendo, quizás, lograr que el cuello alto del abrigo cubra más de lo que puede; un cabello algo dorado y húmedo. Todo ello frente a mí.
- Me encontraba sola en casa. – me dice, mientras se acerca más a mí, pues, como dije, el paraguas es algo pequeño, y más para los dos.- Siendo que llovía a cantaros y, por ende, no podía salir; pues decidí entretenerme con una larga y amena plática con mi amigo Henry. Así que llamé a tu casa, mas tal fue mi sorpresa al decirme que habías salido. No podía dejarte la diversión de una mojada por la tarde -casi noche- para ti solito. Así que me vine de volada y... ¿qué crees?- alza los hombros y ensancha su sonrisa- Te encontré.
Sus ojitos de color cambiante fijos hacia mí.
- No quise preocuparte, no sabía que llamarías. – digo, por toda respuesta.
Melissa se comunicaba conmigo mediante cartas, era la que más al tanto estaba de mi real estado emocional. Había aprendido a usar el teléfono -según creo, por mi causa- y eventualmente nos llamábamos, turnándonos. La llamaba cada que me encontraba sin hacer nada, y siendo que lo que menos necesitaba era pensar en Ginny, pues recurría a ella o a veces ella a mí, como vaticinándolo. Más esporádicamente aún, me visitaba, y viceversa. Por ello conocía mi casa. Quedaba lejos, mas... creo que se ha aparecido por polvos flu acá cerca, y luego vino a mi encuentro.
- Sabes que lo haré, lo desees o no, si cometes tonterías. - me dice, mientras hace que sostenga yo el paraguas, y ella se pone a halar más del cuello de mi abrigo, hacia arriba.
Le miro y veo que mi acción a sido de lo más egoísta. Me percato también del porqué he podido llevar esta carga por tanto tiempo. Ella también ha contribuido mucho. Tanto. Melissa tiene sus tácticas, las cuales son infalibles. Las usó con Ginny, ahora conmigo: hacerte reír. No hay mejor cosa, ya que te olvidas por un momento de problemas y te das cuenta de que aún puedes sonreír.
- Ya está. – dice, cuando termina con mi cuello.
- Gracias. – le digo, mirándola directo a los ojos, mientras ella me arrebata el paraguas de entre los dedos.
- ¿Por venir o por arreglarte el cuello del saco? – pregunta, con una leve sacudida de hombros, restándole importancia a la pregunta.
- Por todo. -
- Nahh... aquí el que se lleva todo el mérito eres tú. – dice, seriamente.- ¡Si no has llorado ni una sola vez, chico!
Río, ante el escandaloso e inoportuno comentario.
- Cierto. Creo que merezco una recompensa por estoicismo. - digo, a la broma, contagiándome de ella.
- Ya. ¿Qué te parece si vamos a comer unos helados? – exclama, de lo más emocionada con la idea.
- Em... Melissa, no sé si te has percatado pero, ¡está lloviendo! La neblina es tal que no veo a más de 3 metros de mí y, por si fuera poco, estamos en pleno otoño.- digo, alarmado, en exceso (y fingido).
- ¿Y eso qué? Que se me antoja uno, además, lo dice alguien que sale a dar un 'paseo' en medio de casi una tormenta de lluvia, y sin paraguas. ¬¬ -
- Vale. –digo, entre vencido, reído y avergonzado.- ¡Pero que sí traje paraguas!- y lo saco de entre mi abrigo.- Que conste.
- Ya... sale con paraguas en medio de una tormenta y no lo usa. ¿Suena mejor, no? – dice, sarcástica.
Con ella pierdo, diga lo que diga. Así saque algo a mi favor.
Nos giramos mientras seguimos conversando (o discutiendo), '¡Que me haces quedar mal!', '¡Que sólo digo lo que es!' Parece ser que existe algo especial con esa chica, pues ya me encuentro discutiendo dónde hay un lugar en Londres que, hoy día, venda helados... en plena 'tormenta' (como bien llama ella. Exagerada ¬¬). Hasta hace poco era presa del fantasma de los recuerdos.
No prometo enamorarme, no. Por ello no haré expresa mi intención. Sólo espero poder acabar con esta situación lastimante pronto y, si se da, si Melissa llega a sentir algo por mí (si es que no lo siente ya), y yo llego a librarme de malos momentos y ella a gustarme; pues... quién sabe.
Por lo pronto me voy a buscar un lugar dónde disfrutar de un 'gigante y cremoso' helado (como ya bautizó ella), por entre la calles hechas charcos, por entre la espesa bruma, por entre la fuerte lluvia.
Algo irreverente pero, admitámoslo, mejor idea que una bruma de pensamientos negativos o retornos mentales a momentos y personas que no retornarán.
- ¿En serio está abierta una heladería? – pregunto, escéptico, mientras abro mi paraguas y ella guarda el suyo (el mío es más grande).
- ¡Pues claro! Tú no eres el único que da paseos 'acuosos', ¿sabes? -
Río, a la par que coloco el paraguas sobre nosotros y la hago contra mí, para caber mejor.
Ríe, a la par que se sonroja por mi mano en su cintura, y me explica dónde queda tan misterioso lugar.
Dicen que me servirá:
'Lo que no mata, fuerza te da'.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Notas de la Autora: Frases esparcidas a la izquierda son líricas, mescolanzas de las canciones: Sere Nere y No me lo puedo explicar de TZN. Sin orden aparente, sólo sueltas, escogidas por mí, puestas según el contexto del párrafo anterior y/o posterior.
Karla
('Mione)
