Siempre sucede, en cualquier tiempo y cualquier espacio, que las cosas
tomen el lugar que otras antes tenían. El moribundo sacrifica su último y
esforzado aliento por aquel que lo necesita para respirar por primera vez.
La sucesión imperecedera que equilibra el desastre de la perfección; en un
mecanismo simple en su complejidad y eterno, como las almas de todos los
que habitan, nacen y mueren en este ciclo eterno...
A la mortecina luz de una vela y a través de la pequeña ventana de una modesta casa se miraba a dos personas discutir acaloradamente. La luna como el gajo de una naranja apenas iluminaba la blanca piedra de las construcciones, dándole un resplandor sutil, casi mágico.
-¡No, no puedes ir frente al rey y leer eso!-
-¿Y por qué no puedo? ¿acaso no es hermoso?-
-Lo es, pero tus palabras no son las propias de una jovencita decente...-
-¿Sabes? Esas palabras en ti ... ¡suenan a puras mentiras! –
Entonces se escucharon risas.
-Es precisamente por que nunca te has callado la boca el motivo por el que estás donde estás... y me has enseñado lo mismo, no me puedes coartar esa libertad ahora-
-Anarya... entiéndeme un poco. Eres apenas una jovencita y esas palabras hablan de... la corte te vería con malos ojos; y a mi, me entiendes-
-¡Pero eso es lo más ridículo que...! tú eres como mi padre-
-Y tú como mi hija... pero en la cerrada realidad de la gente solo soy tu tutor; y soy un hombre que, finalmente, no tiene ningún lazo sanguíneo contigo ...¿Ahora entiendes? Y aún así no me explico como puedes expresarte con tal soltura sobre... esos asuntos-
-No hace falta que insinúes nada y tampoco hace falta especular. Si quieres saber algo solo tienes que preguntármelo-
-Eres imposible... y yo tengo la culpa. Así que si quiero saber algo lo pregunto. Muy bien. ¿Anarya, tienes un amante?-
-¡No digas bobadas! sabes que paso las tardes con la nariz enterrada en los libros y en los pergaminos... igual que tú. No tengo ningún amante y ni siquiera las ganas de tenerlo. Creo que todavía soy joven para esas cosas-
-Precisamente, joven... por favor, entrega otra poesía; alguna trivialidad sobre el amanecer de la Ciudad Blanca o algo así, yo que sé-
-Ya han tenido suficiente de eso... nunca creí que esto de escribir tuviera que ser por encargo; y mucho menos tan reprimido-
-Si no fuera por eso no tendríamos de qué vivir; da gracias a la reina y a sus hijos que gustan de escuchar nuevas poesías en las noches estrelladas... ¡y que te paguen por ello! Además parece que olvidas que apenas son unos niños...-
-El joven Eldarion deja de serlo ya...-
-¡Y agradece a no sé quién que no soy tu padre, que si lo fuera ya te hubiera corrido de esta casa, muchachita indecente!-
Y de nuevo, se escucharon risas.
Releyó los versos inscritos con una mano antes trémula en el pergamino. Su letra era casi ilegible y representaba para ella el código sagrado que podía traducir el lenguaje de su alma. Como un instrumento místico para leerse a sí misma y leer, desde sus ojos, al mundo que le rodeaba. Impreciso a veces, inasible otras tantas, pero siempre fiel a lo que ella le tenía que decir al mundo... a lo que se tenía que decir.
Se apartó el flequillo de la cara y miró con decepción su poema. Apenas cuatro versos y apenas los versos más sinceros que habían salido de su pluma; sin embargo serían enterrados en la tumba de los pergaminos a medio terminar y los demás poemas que jamás enseñó... todos en aquel baúl, a que el polvo y el tiempo los olvidasen. Empezó, casi sin darse cuenta, a leer en voz alta...
"Quiero ir de tu piel a mi universo
descubrirme en ella
intolerable, insensata...
Quiero matar en tu piel
a todas las circunstancias
Que no dejan que mi piel..."
-Es muy hermoso, Anarya... en realidad, pero...-
La interrumpieron. Él sabía interrumpir precisamente cuando debía hacerlo.
-Ya, que lo he entendido-
Un hombre alto y delgado, demasiado pálido, puso su delgada mano en los cabellos revueltos y disparejos de una muchacha que no se le parecía casi en nada. Su mirada pesada de ojos grandes y helados contrastaba con sus ojos de semilla de trigo, pequeños y castaños. Y sus modos cariñosos, que solo ella conocía, eran apenas un ligerísimo gesto contrastado con los fuertes abrazos que ella sabía darle.
-Siempre fuiste una niña especial, nunca como las otras... pero me haces sentir culpable-
La muchacha lo miró con una mueca de confusión; entonces el hombre tomó asiento a su lado, jalando un banquillo.
-¿Culpable?-
-Tu madre te hubiese criado como una niña normal... y como la dama que deberías ser. Nunca debí meterte estas bobadas de escribir en la cabeza...-
-Todavía te ganan los comentarios de la gente, Dírhavel... el mundo, la gente, la historia es recordada por sus palabras, ¡es como si hubiéramos sido elegidos para ser la memoria de la Ciudad Blanca este momento!... ¡no me digas que son bobadas si ambos hemos dado casi toda la vida por estas palabras... con palabras recuerdo a mi madre, con palabras la mantengo viva, de esto me mantengo viva...!-
Su pasión era inmensa. Le brillaban los ojos y hasta parecía que el rostro se le iluminara. Necesitaba siempre que ella lo animase a seguir el inusual estilo de vida que llevaban. Eran una familia: ella, él y la poesía.
-Se te miran los ojos cansados, debes dormir-
-¿Recibiste la carta de Anardil? ¿Cuándo vendrá?- dijo la muchacha entre bostezos. Se acomodaba en su lecho y se cubría con algunas mantas.
-Hace dos noches que salió de Ithilien, mañana al atardecer podría ya estar aquí-
-Nunca debió irse, lo extraño...-
Dírhavel besó la frente de la muchacha y apagó la vela de su escritorio. Anarya observó su silueta bajar la escalera de nuevo a la planta baja. Entonces cayó dormida.
Vivían en una casa oscura y desordenada; fría por la construcción de piedra y con un olor a humedad y a ideas encerradas. Las mesas repletas de velas derretidas y de papeles, papeles por todos lados. La carta de Anardil seguía abierta en la mesa. El escueto mensaje donde se dejaba leer que estaría por Minas Tirith en 3 días. El tercer día era mañana y Dírhavel siempre se ponía nervioso en presencia de aquel muchacho. Siempre por las noches daba vueltas en el salón, pensando, cavilando, recordando y hablando consigo mismo dentro de esa insondable y extraña cabeza.
Tardó mucho tiempo más en caer dormido, en el sillón y con un libro en las manos que a la mañana siguiende Anarya quitó de sus manos.
-"Narn i hin Húrin"- murmuró y esbozó una sonrisa. -¿lo repasas por enésima vez?-
Anarya salía temprano por las mañanas vestida siempre igual: sobriamente de negro y una capa color vino para enfrentarse a las entonces frías mañanas de Gondor. Desde hacia algunos meses era la institutriz de las hijas del rey. Pasaba la mañana revisando caligrafías, repartiendo lecturas de historia y ciencia a unas inquietas y hermosas niñas que rara vez estaban dispuestas a portarse con seriedad.
Caminaba 4 niveles hacia arriba en la ciudad para llegar al palacio de los reyes. Entraba por la puertita donde la cocinera y los pajes y saludaba a todos con un buen humor que la caracterizaba. Tomaba un frugal desayuno en las cocinas junto con las otras damas que servían a la reina y luego llegaba hasta el salón donde impartía sus clases. Aquel no era un día diferente a los demás.
-¡Anarya!- gritó una pequeña de cabello negrísimo y ojos grises. El torbellino vestido de blanco corrió a su encuentro y le dio un abrazo.
-Buen día princesa Silmariël. Sóis la única que todavía no aprende comportarse a mi llegada- dijo Anarya con una sonrisa y observó a las hermanas de la pequeña. Sentadas a la mesa con un gran libro abierto. –ojalá nunca aprendas- murmuró.
-Señorita Anarya, repasamos la lección como nos dijo. Hoy debemos ver un nuevo capítulo- dijo la mayor de las niñas.
-Me es grato saber, princesa Eiliant, que tengo alumnas tan dedicadas-
-La historia es tan aburrida- exclamó Silmariël, dejándose caer en uno de los sillones del salón.
-¡Ojalá no la tuviéramos que estudiar nunca!- dijo también la princesa que hasta ahora no había hablado.
-Si eso queríeis, princesa Silmariël, prinesa Narquelië, yo podría cerrar el libro y dejarlas tranquilas- dijo Anarya con una sonrisa cáustica – No me importaría dejar que un par de princesas se quedaran tontas de por vida.
-¿Tontas?- preguntó claramente molesta Narquelië
-Así es princesa, ¿te has preguntado qué es lo que hace a una persona? Lo que vive, lo que aprende... y como no tienen edad suficiente para lanzarse al mundo y aprender de la vida tienen que experimentar algo menos peligroso, como un libro-
-Yo no quiero aprender nada- replicó Narquelië
-Bien, serás otra Dama con los mejores vestidos, la más hermosa pero con la cabecita hueca. ¿Eso es lo que deseáis?-
Narquelië negó con la cabeza.
-Entonces vamos, que soy una maestra muy malvada, veamos este capítulo-
La mañana se dejó ir como tantas otras. Anarya les narraba las historias de la Tierra Media con gran emoción a las princesas de oscuros cabellos. Después escribían y ella revisaba y casi siempre las dejaba descansar un buen rato con otro tipo de lecturas; lecturas que a veces ella misma elaboraba. Cuentos sobre otras realidades y otros tiempos, de grandes señoras y grandes hazañas como las que ella vio de muy niña. Escribía, escribía siempre con un gran temor a que se le borrasen los recuerdos.
Anarya no era particularmente bella pero su gran sonrisa la hacía una muchacha agradable. Siempre lucía desaliñada, apurada, despeinada, con las manos y el vestido manchados de tinta de escribir y más escribir. Por las calles no era bien vista; la hijastra del bardo del palacio, igual de loca que él, igual de irreverente. Apenas era una jovencita pero comenzaba a tener aquella sensación de estar encerrada, de no ser entendida.
Al llegar a su casa saludaba a Dírhael, quien casi siempre seguía leyendo; compartían la comida y Anarya le hablaba de las princesas; de lo grandes que se ponían, de lo listas que eran aunque a veces fueran perezosas. Y llegaba con la cabeza hecha un hervidero de ideas, con la mano ávida de escribir y dar forma a todo aquello que recordaba, que soñaba, que deseaba.
Voià le nouveau fic! Jejejeje si, uno nuevo, ya hacía falta no? Espero que les haya gustado y ya saben sus revius son los que me animan a seguir así que anímense y déjenme uno con todos sus comentarios!
Espero además que lo sigan pues esto apenas comienza...
Gracias a Altariel por su apoyo en esta peligrosa empresa jejeje.
Seeya!
A la mortecina luz de una vela y a través de la pequeña ventana de una modesta casa se miraba a dos personas discutir acaloradamente. La luna como el gajo de una naranja apenas iluminaba la blanca piedra de las construcciones, dándole un resplandor sutil, casi mágico.
-¡No, no puedes ir frente al rey y leer eso!-
-¿Y por qué no puedo? ¿acaso no es hermoso?-
-Lo es, pero tus palabras no son las propias de una jovencita decente...-
-¿Sabes? Esas palabras en ti ... ¡suenan a puras mentiras! –
Entonces se escucharon risas.
-Es precisamente por que nunca te has callado la boca el motivo por el que estás donde estás... y me has enseñado lo mismo, no me puedes coartar esa libertad ahora-
-Anarya... entiéndeme un poco. Eres apenas una jovencita y esas palabras hablan de... la corte te vería con malos ojos; y a mi, me entiendes-
-¡Pero eso es lo más ridículo que...! tú eres como mi padre-
-Y tú como mi hija... pero en la cerrada realidad de la gente solo soy tu tutor; y soy un hombre que, finalmente, no tiene ningún lazo sanguíneo contigo ...¿Ahora entiendes? Y aún así no me explico como puedes expresarte con tal soltura sobre... esos asuntos-
-No hace falta que insinúes nada y tampoco hace falta especular. Si quieres saber algo solo tienes que preguntármelo-
-Eres imposible... y yo tengo la culpa. Así que si quiero saber algo lo pregunto. Muy bien. ¿Anarya, tienes un amante?-
-¡No digas bobadas! sabes que paso las tardes con la nariz enterrada en los libros y en los pergaminos... igual que tú. No tengo ningún amante y ni siquiera las ganas de tenerlo. Creo que todavía soy joven para esas cosas-
-Precisamente, joven... por favor, entrega otra poesía; alguna trivialidad sobre el amanecer de la Ciudad Blanca o algo así, yo que sé-
-Ya han tenido suficiente de eso... nunca creí que esto de escribir tuviera que ser por encargo; y mucho menos tan reprimido-
-Si no fuera por eso no tendríamos de qué vivir; da gracias a la reina y a sus hijos que gustan de escuchar nuevas poesías en las noches estrelladas... ¡y que te paguen por ello! Además parece que olvidas que apenas son unos niños...-
-El joven Eldarion deja de serlo ya...-
-¡Y agradece a no sé quién que no soy tu padre, que si lo fuera ya te hubiera corrido de esta casa, muchachita indecente!-
Y de nuevo, se escucharon risas.
Releyó los versos inscritos con una mano antes trémula en el pergamino. Su letra era casi ilegible y representaba para ella el código sagrado que podía traducir el lenguaje de su alma. Como un instrumento místico para leerse a sí misma y leer, desde sus ojos, al mundo que le rodeaba. Impreciso a veces, inasible otras tantas, pero siempre fiel a lo que ella le tenía que decir al mundo... a lo que se tenía que decir.
Se apartó el flequillo de la cara y miró con decepción su poema. Apenas cuatro versos y apenas los versos más sinceros que habían salido de su pluma; sin embargo serían enterrados en la tumba de los pergaminos a medio terminar y los demás poemas que jamás enseñó... todos en aquel baúl, a que el polvo y el tiempo los olvidasen. Empezó, casi sin darse cuenta, a leer en voz alta...
"Quiero ir de tu piel a mi universo
descubrirme en ella
intolerable, insensata...
Quiero matar en tu piel
a todas las circunstancias
Que no dejan que mi piel..."
-Es muy hermoso, Anarya... en realidad, pero...-
La interrumpieron. Él sabía interrumpir precisamente cuando debía hacerlo.
-Ya, que lo he entendido-
Un hombre alto y delgado, demasiado pálido, puso su delgada mano en los cabellos revueltos y disparejos de una muchacha que no se le parecía casi en nada. Su mirada pesada de ojos grandes y helados contrastaba con sus ojos de semilla de trigo, pequeños y castaños. Y sus modos cariñosos, que solo ella conocía, eran apenas un ligerísimo gesto contrastado con los fuertes abrazos que ella sabía darle.
-Siempre fuiste una niña especial, nunca como las otras... pero me haces sentir culpable-
La muchacha lo miró con una mueca de confusión; entonces el hombre tomó asiento a su lado, jalando un banquillo.
-¿Culpable?-
-Tu madre te hubiese criado como una niña normal... y como la dama que deberías ser. Nunca debí meterte estas bobadas de escribir en la cabeza...-
-Todavía te ganan los comentarios de la gente, Dírhavel... el mundo, la gente, la historia es recordada por sus palabras, ¡es como si hubiéramos sido elegidos para ser la memoria de la Ciudad Blanca este momento!... ¡no me digas que son bobadas si ambos hemos dado casi toda la vida por estas palabras... con palabras recuerdo a mi madre, con palabras la mantengo viva, de esto me mantengo viva...!-
Su pasión era inmensa. Le brillaban los ojos y hasta parecía que el rostro se le iluminara. Necesitaba siempre que ella lo animase a seguir el inusual estilo de vida que llevaban. Eran una familia: ella, él y la poesía.
-Se te miran los ojos cansados, debes dormir-
-¿Recibiste la carta de Anardil? ¿Cuándo vendrá?- dijo la muchacha entre bostezos. Se acomodaba en su lecho y se cubría con algunas mantas.
-Hace dos noches que salió de Ithilien, mañana al atardecer podría ya estar aquí-
-Nunca debió irse, lo extraño...-
Dírhavel besó la frente de la muchacha y apagó la vela de su escritorio. Anarya observó su silueta bajar la escalera de nuevo a la planta baja. Entonces cayó dormida.
Vivían en una casa oscura y desordenada; fría por la construcción de piedra y con un olor a humedad y a ideas encerradas. Las mesas repletas de velas derretidas y de papeles, papeles por todos lados. La carta de Anardil seguía abierta en la mesa. El escueto mensaje donde se dejaba leer que estaría por Minas Tirith en 3 días. El tercer día era mañana y Dírhavel siempre se ponía nervioso en presencia de aquel muchacho. Siempre por las noches daba vueltas en el salón, pensando, cavilando, recordando y hablando consigo mismo dentro de esa insondable y extraña cabeza.
Tardó mucho tiempo más en caer dormido, en el sillón y con un libro en las manos que a la mañana siguiende Anarya quitó de sus manos.
-"Narn i hin Húrin"- murmuró y esbozó una sonrisa. -¿lo repasas por enésima vez?-
Anarya salía temprano por las mañanas vestida siempre igual: sobriamente de negro y una capa color vino para enfrentarse a las entonces frías mañanas de Gondor. Desde hacia algunos meses era la institutriz de las hijas del rey. Pasaba la mañana revisando caligrafías, repartiendo lecturas de historia y ciencia a unas inquietas y hermosas niñas que rara vez estaban dispuestas a portarse con seriedad.
Caminaba 4 niveles hacia arriba en la ciudad para llegar al palacio de los reyes. Entraba por la puertita donde la cocinera y los pajes y saludaba a todos con un buen humor que la caracterizaba. Tomaba un frugal desayuno en las cocinas junto con las otras damas que servían a la reina y luego llegaba hasta el salón donde impartía sus clases. Aquel no era un día diferente a los demás.
-¡Anarya!- gritó una pequeña de cabello negrísimo y ojos grises. El torbellino vestido de blanco corrió a su encuentro y le dio un abrazo.
-Buen día princesa Silmariël. Sóis la única que todavía no aprende comportarse a mi llegada- dijo Anarya con una sonrisa y observó a las hermanas de la pequeña. Sentadas a la mesa con un gran libro abierto. –ojalá nunca aprendas- murmuró.
-Señorita Anarya, repasamos la lección como nos dijo. Hoy debemos ver un nuevo capítulo- dijo la mayor de las niñas.
-Me es grato saber, princesa Eiliant, que tengo alumnas tan dedicadas-
-La historia es tan aburrida- exclamó Silmariël, dejándose caer en uno de los sillones del salón.
-¡Ojalá no la tuviéramos que estudiar nunca!- dijo también la princesa que hasta ahora no había hablado.
-Si eso queríeis, princesa Silmariël, prinesa Narquelië, yo podría cerrar el libro y dejarlas tranquilas- dijo Anarya con una sonrisa cáustica – No me importaría dejar que un par de princesas se quedaran tontas de por vida.
-¿Tontas?- preguntó claramente molesta Narquelië
-Así es princesa, ¿te has preguntado qué es lo que hace a una persona? Lo que vive, lo que aprende... y como no tienen edad suficiente para lanzarse al mundo y aprender de la vida tienen que experimentar algo menos peligroso, como un libro-
-Yo no quiero aprender nada- replicó Narquelië
-Bien, serás otra Dama con los mejores vestidos, la más hermosa pero con la cabecita hueca. ¿Eso es lo que deseáis?-
Narquelië negó con la cabeza.
-Entonces vamos, que soy una maestra muy malvada, veamos este capítulo-
La mañana se dejó ir como tantas otras. Anarya les narraba las historias de la Tierra Media con gran emoción a las princesas de oscuros cabellos. Después escribían y ella revisaba y casi siempre las dejaba descansar un buen rato con otro tipo de lecturas; lecturas que a veces ella misma elaboraba. Cuentos sobre otras realidades y otros tiempos, de grandes señoras y grandes hazañas como las que ella vio de muy niña. Escribía, escribía siempre con un gran temor a que se le borrasen los recuerdos.
Anarya no era particularmente bella pero su gran sonrisa la hacía una muchacha agradable. Siempre lucía desaliñada, apurada, despeinada, con las manos y el vestido manchados de tinta de escribir y más escribir. Por las calles no era bien vista; la hijastra del bardo del palacio, igual de loca que él, igual de irreverente. Apenas era una jovencita pero comenzaba a tener aquella sensación de estar encerrada, de no ser entendida.
Al llegar a su casa saludaba a Dírhael, quien casi siempre seguía leyendo; compartían la comida y Anarya le hablaba de las princesas; de lo grandes que se ponían, de lo listas que eran aunque a veces fueran perezosas. Y llegaba con la cabeza hecha un hervidero de ideas, con la mano ávida de escribir y dar forma a todo aquello que recordaba, que soñaba, que deseaba.
Voià le nouveau fic! Jejejeje si, uno nuevo, ya hacía falta no? Espero que les haya gustado y ya saben sus revius son los que me animan a seguir así que anímense y déjenme uno con todos sus comentarios!
Espero además que lo sigan pues esto apenas comienza...
Gracias a Altariel por su apoyo en esta peligrosa empresa jejeje.
Seeya!
