El ganador se lo lleva todo
por Karoru Metallium
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Golpes a mi puerta
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Sere, como lo pediste, el POV de Yoh ^^
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Para una persona esencialmente pacífica y tranquila (por no decir perezosa) como Yoh Asakura, tener que dar explicaciones, noticias, o lo que fuera, era una tarea agotadora. Pero se trataba de su matrimonio, así que tenía que enfrentarlo, y la tradición exigía que fuera él quien notificara a las familias de ambos.
Así que se dirigió con resignación a la casa ancestral para informar a sus padres y abuelos y que éstos a su vez se comunicaran con los familiares de Anna.
No sabía qué esperarse. Desde hacía años, después del torneo, la familia no había dicho ni una palabra respecto al compromiso, ni los había urgido a casarse; lo cual era muy extraño, teniendo en cuenta el carácter intervencionista, metiche y de mil diablos que se gastaba su abuela Kino, y el de su abuelo Yohmei, que no se quedaba muy atrás.
En su padre y su madre no era extraño, pues éstos eran gente tan tranquila como él, sólo intervenían en su vida cuando corría peligro o tenían algún consejo muy importante que darle, y nunca se habían metido con el compromiso, que había sido cosa de los abuelos exclusivamente. En cuanto a la familia de Anna, él no los conocía.
Anna...
No sabía de dónde había sacado el valor para hablarle de esa manera. Simplemente supo que tenía que actuar y lo hizo.
No había esperado decir lo que dijo, pero eran las palabras justas y expresaban en gran medida lo que sentía; si ella no quería, si no estaba segura, él no la iba a juzgar, ni a obligar. Estaba dispuesto a dejarla ir aunque con ella se fuera una parte de sí mismo.
Porque Anna Kyôyama era parte de su ser.
No era sólo el haber pasado casi seis años viviendo juntos y acostumbrándose a la idea de que lo harían el resto de sus vidas. No era el hecho de haber aguantado sus arranques de generala, su actitud prepotente y manipuladora y su furia fría cuando no hacía lo que debía; tampoco el hecho de que ella hubiese soportado su calma perezosa, su lentitud en comprender la importancia de las cosas y su actitud quejumbrosa y negligente en general.
Era todo eso y mucho más que eso: él la quería, y la sola idea de la vida sin ella bastaba para destrozarle como nada en el mundo.
Y hasta hacía unos días había estado casi seguro de que Anna lo quería de la misma forma, aunque lo expresara a su manera, nada melosa. Bastaba con su preocupación por su bienestar, con sus regaños, con los escasos momentos de ternura que habían compartido y que atesoraba en su memoria.
Se había sentido tranquilo con la situación, sabiendo que llegaría el momento adecuado y entonces le pediría a la itako que se casara con él, y ella aceptaría. Punto. No se le ocurrió que la fría y cerebral Anna, que parecía sólo pendiente de él y de su carrera de bellas artes, podía tener otras ideas... o a otra persona, en la cabeza.
La había dado por segura, y había cometido un error porque en realidad no sabía lo que su prometida pensaba.
Pero muy probablemente Len sí lo sabía...
Esa era la chispa que había encendido la mecha de la preocupación en la mente de Yoh. Era perfectamente consciente de la amistad que había surgido entre su prometida y su amigo, pues ninguno de los dos la había ocultado; pero una cosa era saberlo y otra muy distinta verlo.
Y otra más distinta aún que su mejor amigo insinuara que podía haber algo más entre ellos... que alguien más podía ganar el amor de Anna, apoderarse de ella, llevársela lejos.
Yoh no dudaba de la honestidad de ambos, pero no había podido evitar sentir que su mundo se ponía de cabeza y que por primera vez en la vida le hervía la sangre en las venas, literalmente. Los sentimientos bullendo dentro de él y su instinto posesivo eran tan fuertes que casi le hacían perder la cabeza.
Estaba celoso y a duras penas lograba ocultarlo.
Adoraba a Anna, le profesaba un afecto sincero a Len; pero sentía deseos salvajes de portarse como un bruto, de encerrarla para que no viera a nadie ni nadie la viera, de retar a un combate al joven chino y hacerle daño para que no se acercara a ella nunca más... montones de ideas habían pasado por su cabeza y ninguna de ellas era buena.
Pero Yoh Asakura no era así; era siempre el bueno de Yoh, el que jamás perdía la calma ni la sonrisa descuidada.
No podía comportarse así. Perdería a un amigo, y Anna a buen seguro lo mandaría al diablo sin dudar.
Entonces había decidido hablarle, tratando de mantener la calma. Y cuando ella aceptó, respiró con alivio; pero sólo por unos instantes, porque el rostro de ella no había reflejado alegría, sólo confusión, como si no comprendiera lo que estaba sucediendo.
Conocía lo suficiente a la rubia como para saber que si no hubiera estado decidida lo habría rechazado de todas todas, sin pensarlo dos veces; pero le preocupaba su extraña actitud al respecto, demasiado pensativa y confusa.
Si Len y sus comentarios cortantes y sarcásticos eran los responsables de esa actitud de Anna, a Yoh le iba a resultar muy difícil no agarrarlo por el cuello y estrangularlo muy lentamente...
- ¿Cuánto tiempo más vas a estar ahí afuera paradote como una estatua?
La voz tonante de su abuela lo sobresaltó, y sólo entonces se dio cuenta de que hacía diez minutos que estaba parado afuera de la sala, perdido en sus sombrías meditaciones. La abuela, que había percibido la presencia de su nieto, se había hartado de esperar que entrara y ésa era su manera de "despertarle".
Yoh entró y se sentó frente a sus abuelos, que estaban sentados solemnemente en el centro de la habitación.
- Ejem... he venido a comunicarles qu-
- Por fin decidieron casarse, ¿eh? ¡Ya era hora! - el abuelo Yohmei le guiñó un ojo con picardía y el joven shaman estuvo a un tris de sonrojarse.
- ¡Ya nos estábamos hartando de esperar que se decidieran! Que conste que nunca estuve de acuerdo con la brillante idea de mi hija de dejarlos decidir por su cuenta... - terció la abuela.
- ¡Vamos, Kino! Nada se ha perdido, ya ves que igual han decidido casarse...
- ¡Iban a tener que hacerlo de todos modos! Un compromiso es un asunto de honor, y por el honor de los Asakura no íbamos a permitir que hicieran alguna estupidez...
- Mujer, déjalo ya...
- ¡Que no! ¿Te parecería decente que viviendo en la misma casa tanto tiempo, y años después de alcanzar la edad adecuada, no se casaran? ¡Es una situación inmoral!
- ¡Abuela! - exclamó Yoh, avergonzado - Entre nosotros no ha pasado nada incorrecto - casi vacila cuando pasó por su mente como un relámpago lo sucedido en aquella velada hacía casi dos años.
- ¿Qué significa esa cara, Yoh Asakura? - el gesto no pasó desapercibido para la mirada perspicaz de la anciana.
- Abuela... - empezó el joven, en un tono estrangulado y plañidero, con el rostro enrojecido - te aseguro que no ha pasado nada indebido...
- No le hagas caso, Yoh. Estamos muy felices de que Anna y tú al fin hayan tomado esa decisión.
- Es lo correcto - la abuela le miró con ojo crítico, y el shaman de cabellos castaños tuvo que controlarse para no retorcerse como un escolar nervioso bajo aquella mirada -, Anna será una buena esposa para ti, siempre ha sabido muy bien cómo meterte en vereda, que es lo que más te hace falta.
- ¡Abuela! - suplicó Yoh, ofendido.
- Kino, no hables del muchacho como si no tuviera voluntad...
- No he dicho eso. He dicho que será buena para él porque es fuerte y prudente, siempre lo supe, desde la primera vez que la trajeron a esta casa cuando no era más que una chiquilla. Era, y es, el balance perfecto para el distraído de mi nieto; por eso la escogí.
- Puede que tengas razón, pero la verdad es que nunca me ha parecido bien eso de comprometer a los chicos siendo tan niños... a veces las cosas pueden resultar mal...
- ¿Insinúas que he escogido mal para nuestro nieto, Yohmei? - el tono de la abuela era peligroso, y el aludido lo reconoció de inmediato. Yoh se preparó para esconderse en caso de que su abuela comenzara a repartir bastonazos a diestra y siniestra y alguno de ellos le salpicara - Nuestro matrimonio también fue arreglado desde que éramos niños, ¿crees que fue un error?
- No, no, no, por supuesto que no. Pero tienes que reconocer que para muchas personas algo así representa una carga muy pesada...
- ¡Ejem! - el joven se aclaró la garganta para interrumpir lo que prometía ser una enconada discusión entre sus abuelos. Estaba tan nervioso que no había podido sonreír en toda la mañana - Hay que fijar la fecha, ¿no? ¿Cuándo creen que sería apropiado?
Se inició otra discusión, pero al menos en ésta se trataba del tema que a Yoh le interesaba, y le incluían.
Sus abuelos formaban una pareja muy especial, y más de una vez el joven se había preguntado cómo dos personas tan distintas pero con un carácter igual de fuerte podían haber permanecido tantos años juntas sin acabar matándose. Era evidente que tenían que quererse mucho para soportarse, porque ella era entrometida y malgeniada, y él malhumorado y fastidioso.
Yoh pensó que Anna y él no tendrían tantos problemas, porque en el fondo eran más parecidos que distintos. No eran opuestos, sino complementarios, como lo había expresado acertadamente su abuela hacía unos minutos: el uno tenía lo que al otro le faltaba, y así hacían equilibrio casi perfecto.
... si tan sólo Anna le dijera lo que pensaba...
Miró a su abuela discutir la fecha y pensó, ausente, que casi le había pillado con la guardia baja, porque apenas mencionó las frases "vivir en la misma casa" y "situación inmoral", él había recordado lo sucedido en aquel juego de verdad o reto aderezado con alcohol. No fallaba: frente a su abuela siempre se sentía como un escolar pillado en falta.
Y para colmo, cada vez que se acordaba de eso se le encendía el rostro y su cuerpo traicionero reaccionaba de una manera más bien vergonzosa. Su amor por Anna, sumado a las hormonas, le jugaban sucio.
Siempre había querido saber qué había sentido Anna antes, durante y después de aquel momento memorable. Era evidente que nunca habría accedido a jugar si hubiera estado sobria, pero tampoco estaba borracha como para no saber lo que hacía cuando aceptó el reto de Horohoro y besó a su prometido frente a todos.
Solamente estaba un poco achispada, quizás un poquito más que él, pero no demasiado.
¿Qué había sentido?
¿Le había gustado?
En ese momento le había parecido que sí. Él recordaba perfectamente y no tenía motivos de queja.
Para nada.
Se había puesto como un tomate al ver que la rubia, también roja a más no poder pero con una expresión decidida en su rostro, avanzaba hacia él y prácticamente se sentaba en su regazo. Recordaba los silbidos de los hombres presentes, la risa casi histérica de Pilika, la discreta de Jun que también estaba allí esa noche... y más que nada, los ojos oscuros de Anna, más y más oscuros a medida que sus rostros se acercaban hasta casi tocarse.
Los brazos de Anna rodeando su cuello, los suyos casi por voluntad propia rodeando la cintura de la chica y abrazándola con fuerza.
Aquel beso... el beso. El calor de la boca femenina, al principio algo torpe e indecisa y luego más insistente... su propia reacción, después de unos instantes de puro shock.
Había sentido que quería devorarla, y casi lo había hecho. Su boca se abrió contra la de ella y su lengua buscó la lengua femenina, tocándola, iniciando una batalla que ninguno de los dos deseaba perder.
Ambos habían olvidado que estaban rodeados de gente, no veían ya ni escuchaban el estrépito de risas, silbidos y aullidos a su alrededor.
Sus manos, que no podían permanecer quietas teniendo a Anna por fin en sus brazos, se deslizaban por encima de la tela suave de su pijama acariciando todo lo que podían alcanzar mientras continuaban besándose hambrientos.
Ella tanto como él, él tanto como ella...
Cuando sus manos ya se deslizaban debajo de la camisa del pijama de Anna, la voz de Horohoro vino a romper el encanto.
- ¡¡Venga, venga, acordarse que estamos aquí!! ¡¡Que nos están poniendo los dientes largos!! ¡¡Y tú, Pilika, cierra la boca que no deberías estar mirando esto!!
Los dos se separaron, avergonzados.
- ¡¡¡MUCHACHO!!! ¿¿¿¡¡ESTÁS SORDO!!???
Yoh saltó cuando la voz de su abuela lo regresó de nuevo a la tierra de golpe, cayendo desde el cielo de sus recuerdos.
- Kino, ¡NO GRITES ASÍ!
- ¿Qué no ves que está como ido, y encima rojo como una amapola? ¿En qué estabas pensando, muchacho?
- Eh... en nada, abuela - contestó el aludido en voz baja.
- ¿En nada? ¡Si no has escuchado nada de lo que hemos dicho!
- Perdona, abuela. ¿Qué decías?
- Que dentro de un mes sería perfecto, en plena primavera...
- ¿Qué te parece la idea, Yoh? - preguntó su abuelo.
- Me parece perfecto también, y estoy casi seguro de que a Anna le complacerá - dijo las palabras correctas, aunque su mente no estaba del todo en lo que decía.
- ¡Entonces está decidido! Le avisaremos a Keiko, a los Kyôyama... hay que ver a quiénes se va a invitar...
Después de intercambiar un par de ideas más con ellos (o más bien, de verles discutir mientras él meditaba), Yoh se fue. Al salir de la casa, se detuvo en el jardín y aspiró profundamente el aire puro de la mañana que daba paso al ardiente sol del mediodía, y tomó una decisión.
Iba a descubrir el porqué de la actitud confusa de Anna. Sabía que no era indiferencia hacia él y que su primera intuición era la correcta; ella le quería. Menos o más que él a ella, eso no importaba; las cosas iban a resolverse para bien, como siempre lo habían hecho.
Nada ni nadie le quitaría a su compañera de vida: dentro de un mes, Anna sería su esposa.
Próximo capítulo: Lovers and other strangers
N.A.: ¿Cómo se puede llamar esto? ¿Lime por inferencia? xDDDDDDDDDDDD. Sigan por favor dándome su opinión y sus sugerencias, que las ideas siempre son bien recibidas ^^.
