El ganador se lo lleva todo

por Karoru Metallium

XXI

Háblame

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Suisei alcanzó a Horohoro en el que ya era su sitio favorito de la casa: la terraza, que estaba casi a oscuras, apenas iluminada por la luna menguante. Lo encontró sentado en un rincón, resoplando, y se sentó a su lado.

Por unos minutos no hablaron, y en el silencio casi absoluto de la noche, puntuado por el ruido de fondo de los grillos, sólo se escuchaba la respiración algo afanosa del peliazul.

Al fin, ella rompió el silencio.

- ¿Qué te sucede, Horo?

El ainu mantuvo la mirada clavada en la semioscuridad frente a él. Tardó un buen rato en responder.

- No lo sé.

Suisei dejó escapar un suspiro exasperado.

- ¿Cómo que no lo sabes? Has estado actuando muy extraño desde que anunciamos el compromiso. Pensé que esto te quitaría un peso de encima...

- ¡Que no lo sé! - exclamó violentamente el joven - Pero algo de lógica tiene. ¿No entiendes que pueda sentirme mal al ver que la gente me trata distinto? ¿No entiendes que todo lo que sucede me afecta?

- Yo lo único que entiendo es que has estado muy raro. Y que encima esta noche te has puesto al borde de la histeria cuando el chino apareció para cenar...

El tono suave pero hiriente de la pelirroja dio en el blanco, y Horohoro se revolvió como una fiera salvaje atrapada en una trampa.

- ¿¡Y qué hay con eso!? ¡¡¡Yo no quería verlo, y apareció!!! ¿Qué querías que hiciera? ¡Yo no tengo la sangre tan fría como tú, y cuando algo me sienta mal no puedo disimularlo tan bien como tú lo haces!

- No hables de mí como si no tuviera sentimientos. Estoy harta de que la gente lo haga - dijo Suisei en voz baja, y por un momento el peliazul la miró con asombro; pero pronto se recobró de la sorpresa y le espetó, con sorprendente agudeza:

- ¡Pues la gente sólo cree lo que ve! Si te comportas como un ser sin sentimientos, la gente asume que lo eres.

- No quiero que me vean como a una debilucha que ni siquiera puede manejar sus propios sentimientos. No quiero que me vean como te han visto a ti esta noche.

- ¿Y cómo me han visto? ¿Como un maldito marica que no puede soportar estar cerca de otro hombre? Eso es lo que tú piensas, ¿verdad?

La pelirroja saltó como si él la hubiese golpeado.

- ¡Eso no es cierto! Yo no pienso eso, y no creo que los demás lo hagan, tampoco. Si creyera eso, no estaría tratando de ayudarte con este problema que tienes...

- Comprende entonces que no puedo evitar que me afecte. El problema está ahí, está en él. ¿Qué quieres que haga?

- Que asumas de una buena vez la responsabilidad de quitarte ese problema de encima. El chino ahora está definitivamente decidido a seducirte; has visto su actitud esta noche. Ha sido sutil y no se te ha echado encima, pero eso no significa que no lo hará.

- ¡No digas eso! - la penumbra ocultó el violento rubor que se extendió por las mejillas del ainu.

- Te molesta, ¿verdad? Entonces, ¿porqué no colaboras cuando trato de alejar el peligro de ti? ¿Porqué me rechazas, Horo?

El joven guardó un obstinado silencio, y Suisei volvió a suspirar, esta vez con resignación. Otro silencio se instaló entre ellos por un buen rato, y esta vez fue él quien lo rompió.

- ¿Porqué tratas de ayudarme, Suisei? ¿Cuáles son tus motivos?

La chica se sobresaltó un poco, pero al responder (con otra pregunta) su tono era ligero y bromista.

- ¿Porqué lo preguntas? ¿No crees que yo pueda querer ser la buena samaritana al menos por una vez?

- Eso no te lo crees ni tú - sentenció Horohoro, en el tono de quien establece un hecho definitivo e inmutable -; pero en fin, siento curiosidad y preocupación. No sé qué puede estar tramando esa cabecita tuya...

- ¿No se te ha ocurrido pensar que lo hago porque me gustas, Horo?

O.O!!!!!!!!!!!!!!!

Bomba atómica. No, de hidrógeno.

La voz de Suisei indicaba que era una de esas raras ocasiones en las que hablaba realmente en serio, sin bromas y sin hipocresía.

Horo miró a la pelirroja con una mezcla de asombro y temor. La conocía poco, pero se daba cuenta de que había hablado en serio y no se lo terminaba de creer.

- ¿Te... te gusto?

- Sí.

- ¿Gustar c-cómo? ¿Gustar como en "me agradas", o gustar como en "me gustas y quiero contigo"? - el pobre peliazul estaba todavía en estado de shock, y si en condiciones normales le costaba articular, ahora estaba más confuso que nunca.

- Cuánta paciencia hay que tener contigo. Me gustas porque eres simplemente adorable, ¿comprendes? - de pronto, la chica le acarició los cabellos y...¡terror total! Su tono ahora era afectuoso, casi amoroso...

Horohoro estaba al borde de un síncope. No sabía qué creer, ni qué pensar, ni mucho menos qué sentir.

- Me gustas, Horo. Eres muy guapo, en el fondo eres muy tierno, me gusta tu manera de ser, impulsiva y bondadosa, aunque a veces seas tan denso... por eso he querido ayudarte. Y de paso, mostrarte que no soy tan mala gente como crees.

La mente del ainu trataba de trabajar a marchas forzadas, pero era difícil considerando que Suisei prácticamente acababa de declarársele.

Y ahora apoyaba la cabeza en su hombro y acariciaba su pecho...

¿Que no es tan mala gente? Por todos los cielos, ¿en qué lío me he metido?

¡Me está tocando!

Tenía la cabeza revuelta y el estómago también, pero no sabía si era porque no le gustaba lo que ella le hacía o como consecuencia directa de sus nervios y su confusión.

La voz femenina lo sobresaltó.

- Y tú, Horo, ¿qué sientes por mí? ¿Te gusto, aunque sea un poco? - el tono suave e insinuante, acompañado de los patrones circulares que sus dedos dibujaban sobre el pecho musculoso del joven peliazul, estaban cuidadosamente calculados para provocar una reacción sensual. Pero Horo tenía sus propios problemas y estaba más allá de eso.

¿Cómo diablos quieres que lo sepa? ¡Si siempre me has dado miedo!

- Yo... - comenzó el ainu en voz alta - no lo sé, Suisei. Estoy muy confundido.

- ¿Y Len? ¿Te gusta Len?

Esa sí que era una pregunta. Si contestaba la verdad, no sabía cómo iba a reaccionar la pelirroja; el peligro se triplicaba ahora que sabía que ella andaba tras él en serio.

Y la verdad era que le gustaba Len. Y era muy posible que fuera mucho más que una atracción...

Pero no podía permitirse sucumbir. ¡Era un hombre! ¿Porqué había tenido que pasarle esto? ¿Porqué no había podido simplemente enamorarse de una chica? ¿Porqué todo tenía que ser tan complicado?

No podía ceder, pero tampoco podría mantener por mucho tiempo la fachada del compromiso con Suisei. Ya se sentía bastante mal al darse cuenta de pronto que ella no le gustaba... lo turbaba, lo incomodaba, pero su toque no le provocaba ni la décima parte de lo que sentía con sólo ver a... a otra persona.

- ¿Horo? ¿No vas a contestarme? - la pregunta, urgente, lo hizo reaccionar.

- Tengo que alejarlo, Suisei. Debo alejarlo.

- Pero entonces... sí te gusta.

- Dejemos ya el tema. Quiero alejarlo de mí; si quieres ayudarme, está bien y te lo agradezco. Pero no te prometo nada.

La joven lo miró de reojo, pero se abstuvo de comentar. Con su habitual atrevimiento, se puso de pie y tiró del brazo de Horo para que él también se levantara.

- Si quieres que te ayude, tienes que regresar allí adentro y enfrentarlo. Sólo así podrás saber si te gusta él o te gusto yo.

- No te prometo nada, Suisei...

- No importa. Igual voy a divertirme - la sonrisa maliciosa de siempre, que ya Horo había aprendido a temer, iluminó el hermoso rostro de la pelirroja.

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Regresaron al comedor y la cena llegó a su fin sin mayores incidentes. Si bien todos miraban a Horohoro como esperando que dijera algo o que estallara, nadie hizo comentarios al respecto.

Por su parte, el ainu mantuvo un silencio casi digno. De cuando en cuando, su mirada tropezaba con la de Len al vagar por la mesa, y el choque entre ambas era tan intenso que podría haber echado a andar sin problemas a una central eléctrica.

Todos observaban a los tres con atención, pero Anna más que nadie. Veía claramente que el amor no correspondido se había transformado en un triángulo y no se podía saber cómo iba a acabar la historia. Era evidente que Suisei había puesto la carne en el asador, por decirlo de alguna manera; algo definitivo le había dicho o hecho a Horo en el rato que habían estado afuera, porque la actitud de éste era más extraña que nunca.

Para colmo, cuando miró a Pilika notó que ésta estaba ya interceptando las miradas electrizantes entre su hermano y el joven chino, y que estaba saltando a conclusiones con una velocidad alarmante, aunque aún no se veía demasiado impresionada.

Casi podía ver los engranajes girando en el cerebro de la pequeña ainu, pero era evidente que su inocencia le impedía llegar a la verdadera raíz del asunto, porque cada vez que su rostro se iluminaba por dar con alguna idea, volvía a ensombrecerse cuando fruncía el ceño al pensar que su conclusión era equivocada.

La itako se preguntó cómo reaccionaría Pilika si se enteraba de que Len estaba enamorado de Horo, y de que éste parecía oscilar entre sentimientos encontrados hacia él. El rostro de la jovencita era una ventana transparente a su alma, y a pesar de sus bromas y de sus comentarios maliciosos, no había en ella ni una sombra de mala intención o de malos pensamientos, y eso podía ser peligroso.

¿Cómo reaccionaría si Horo de pronto decidiera hacerle caso a Len?

Anna sacudió la cabeza con decisión para alejar los malos pensamientos. Ya cruzarían ese puente cuando llegaran a él... si acaso llegaban. Trató de concentrarse de nuevo en lo que sucedía con el trío, y encontró de nuevo a Len y a Suisei en mitad de una batalla de ingenio.

El circunspecto Len, que se mantenía a la altura con elegancia, le contestaba casi sin mirarla: su mirada estaba fija en el peliazul, que de vez en cuando se la devolvía.

Pero al terminar la cena, él y Jun tuvieron que irse, y al partir notó la mirada de triunfo que le dirigía la pelirroja, que estaba pegada a Horo como una garrapata. Su actitud decía a las claras: "tengo más oportunidades que tú y voy a aprovecharlas".

Len apretó los puños y se marchó, no sin antes lanzarle una mirada intensa al objeto de su afecto.

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El comienzo de un nuevo día traía la misma rutina de siempre a la casa Asakura. Horo se levantó, se aseó y se dirigió al comedor a desayunar un poco más tarde de lo habitual, por lo que sólo encontró allí a Tamao, que recogía los platos; y a un Yoh muy pensativo, que revolvía con una cuchara su plato de hojuelas de maíz con leche.

Aparte de los buenos días, no se dijo ni una palabra entre ellos hasta que Horohoro hubo finalizado su sexto plato de cereal.

Al levantar la mirada, el peliazul se encontró con la sonrisa divertida del shaman de cabellos castaños, que aunque había terminado de comer seguí allí, observándolo.

- ¿Qué me ves? ¿Tengo monos en la cara, o qué? - espetó, de muy mal humor.

La noche anterior le había costado bastante quitarse a Suisei de encima y mandarla a dormir a su habitación, porque la pelirroja insistía en quedarse para "acompañarlo". Luego, se había pasado bastante rato sin poder dormir, pensando en las miradas eléctricas de aquellos ojos dorados y en qué diablos iba a hacer para no sucumbir ante ellas.

- Es que ya vas por el sexto plato, Horo. ¿No te duele el estómago?

- ¿Que si me duele? ¡Yo tengo un estómago de hierro, para que lo sepas! - justo en ese preciso momento, la abusadísima cavidad estomacal del ainu expresó ruidosamente su protesta, como si respondiera a las palabras despreocupadas de su dueño.

Yoh se echó a reír a carcajadas, mientras el rostro del ainu pasaba por todas las tonalidades del rojo ante la acción traidora de su estómago. Cuando al fin pudo calmarse después del ataque de risa, se puso repentinamente serio.

- ¿Y ahora qué? - protestó el ainu, retorciéndose bajo otra ronda de escrutinio por parte del shaman.

- Horo, deberías dejar de comer tanto. No te hace bien. Sé que tienes problemas, pero no vas a solucionarlos comiendo y comiendo...

- ¿Y tú qué sabes de mis problemas? Tú eres feliz, vas a casarte en menos de dos semanas con la muchacha a la que quieres, tienes una carrera...

- Estoy contento por ello, pero no puedo evitar preocuparme por mis amigos; y tú eres mi amigo, Horo. No puedo verte tan preocupado e ignorarte, y menos cuando me dices todo eso con una amargura que jamás había escuchado en tu voz. ¿Dónde está el Horo animoso de siempre?

- Está sepultado en problemas - contestó el ainu, levantándose de la mesa y dejando a Yoh mirándolo preocupado.

Al salir tropezó con Anna y se disculpó, enfilando hacia la cocina. Ya esto se estaba haciendo un hábito también.

- ¿Qué pasó? - preguntó la itako, ya preparada para salir, con la bolsa al hombro - ¿Qué te dijo?

- Pues nada. No suelta prenda, pero es evidente que está pasando un mal rato dividido entre Suisei y Horo. Si esto sigue así se va a enfermar...

- Ni lo digas...

- ¿Len va a pasar por ti?

- Sí, me llamó temprano. Y tengo que advertirte algo: también llamó tu abuelo. Tu abuela ha planificado una reunión "familiar" esta noche en su casa... bueno, de la familia Asakura, porque mis padres no han dicho todavía cuándo vendrán. Según me ha dicho estarán tus padres y la familia más cercana, primos, amigos, etc.

Yoh notó que Anna, aunque siempre estaba más bien inexpresiva o aburrida, esta vez en su rostro expresaba a las claras su incomodidad con todo el asunto.

- ¿Qué sucede, Anna?

- Que no me gusta - explicó llanamente la rubia -. Tu abuela dice que es para presentarme al resto de la familia y anunciar formalmente la fecha de la boda, pero a mí no me gusta el asunto. Me voy a sentir como una yegua exhibida en una feria, con todo ese montón de gente mirándome...

- ¿Qué tiene de malo que te miren? No creo que debas molestarte por eso. Eres muy agradable de mirar, y yo voy a estar muy orgulloso de que todos me envidien - bromeó Yoh, levantándose de la mesa para acariciar la mejilla de su prometida en un gesto cariñoso.

Anna meneó la cabeza, ponderando la idea con disgusto.

- Al contrario de lo que puedas pensar, Yoh, no me gusta ser el centro de atención; te lo aseguro.

- Vamos, no te preocupes tanto. Todo saldrá bien - la abrazó, y ella no opuso resistencia. Se limitó a esconder el rostro en el cuello del shaman de cabellos castaños, sintiendo el calor tranquilizador de su cuerpo -. Lo que me incomoda es que no vayan a estar tus padres, tal parece que voy a conocerlos el día de la boda...

- ¿Tienes muchas ganas de conocerlos? - preguntó la rubia, poniéndose un poco rígida en los brazos de su prometido.

- La verdad es que sí. Quisiera saber qué tipo de gente es capaz de mandar a su hija de cinco años a entrenar y no verla en años, y luego comprometerla con alguien y mandarla a vivir con ese alguien sin saber qué clase de persona es - el tono de Yoh era duro.

- Ellos sabían de mí y de ti por tus abuelos...

- No es lo mismo. Yo jamás haría eso con un hijo nuestro, Anna, y creo que tú, que lo has vivido, tampoco lo harías.

De pronto, Yoh levantó la cabeza al percibir un sonido fuera de la casa.

- Creo que Len ya llegó. Vamos afuera, y anímate - le dio un rápido beso en los labios y salió al pasillo, aún abrazándola.

Iban a salir al porche, cuando Anna se detuvo en seco.

- ¿Qué pasa?

- Espera un momento... Len ya llegó, y Horohoro está afuera.

Ambos se quedaron inmóviles, sin dar un paso más para salir al porche.

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De regreso de la cocina, Horo había salido al porche a holgazanear un poco. Claro que se le olvidó que Len había retomado la costumbre de pasar buscando a Anna para llevarla al instituto, y cuando el joven chino frenó justo frente al portal no acertó a hacer otra cosa que quedarse donde estaba, recostado en el barandal.

Entrar sería huir. No saludarlo sería cobardía. Ignorarlo sería ponerse en evidencia.

Así que se quedó allí. Len bajó del auto y se quedó de pie, justo frente a él, a escaso metro y medio de distancia. Horo bajó la mirada al suelo para dedicarse a la fascinante tarea de contar los centímetros del espacio que había entre ambos, todo con tal de no mirarle a los ojos.

- Hola, Hotohoto - Len seguía la tradición entre ellos, apegándose a la mala pronunciación del nombre del shaman del norte, para molestarle como siempre lo hacía -. ¿Cómo amaneciste hoy?

- Hola. Bien - contestó el ainu, hoscamente y sin mirarlo.

- Pues no te ves muy feliz para alguien que está comprometido con una bella mujer... - dejó caer el joven, con voz neutra, sin un asomo de ironía.

- Eso no es problema tuyo.

- Pues no, tienes razón. Pero creí que éramos amigos. Rivales siempre, pero más que todo amigos.

- Quizás tienes razón - admitió el peliazul a regañadientes -, pero no por eso vas a conseguir que me ponga a contarte todos mis problemas.

- No es necesario. Además, entre nosotros no existe esa costumbre.

- Tú lo has dicho. - sin poder aguantar más, Horohoro levantó la mirada y volvió a tropezar con la intensidad de los ojos amarillentos.

El tiempo pareció extenderse por una eternidad mientras ambos se miraban, y al mismo tiempo la distancia entre ellos disminuía poco a poco, paso a pasito, pasos cortitos; como si una fuerza magnética, irresistible, se empeñara en juntarles.

Horo no supo quién inició el movimiento... sólo supo que en un instante estaba a metro y medio del joven chino, y al siguiente sentía el calor de sus labios en los suyos propios.

Era increíble. Si había sentido como si el roce de Len lo quemara la noche anterior, cuando lo había tocado "accidentalmente" con el brazo, la sensación ahora estaba multiplicada por mil.

La calidez de su aliento, la suave humedad que podía sentir en sus labios entreabiertos, la cercanía enervante de su cuerpo... todos esos elementos conspiraban para que el ainu se sintiera indefenso, como navegando en un mar desconocido que a la vez era tan placentero que le daba miedo.

Len, por su parte, estaba experimentando exactamente lo mismo, pero con una intensidad aún mayor: a Horo lo detenían las dudas que nublaban su mente y le impedían sentir al cien por ciento, pero él no tenía ninguna duda, nada le impedía disfrutar de la gloria del momento.

... aunque no se atrevía a profundizar el beso por temor a sorprenderlo y que se alejara.

Se separaron tan lentamente como se habían acercado. Horo estaba confundido al máximo, estremecido por el beso y preocupado por la enormidad de lo que acababa de pasar.

¡Acababa de besar a Len!

Porque no cabía la posibilidad de engañarse: había sido algo mutuo, algo intenso.

Len retrocedió, observando cómo el rostro del ainu expresaba su tormenta interna. Musitó un "nos vemos después" y abordó el auto de nuevo, dando un bocinazo para llamar la atención de Anna.

Ésta salió con sospechosa rapidez y le dirigió una mirada de interrogación al ainu antes de despedirse de él y subir al auto. Cuando el auto arrancó, Horo se quedó allí, parado, oscilando entre la duda y el asombro.

¿Qué iba a hacer ahora?

Próximo capítulo: Una serpiente en el paraíso

N.A.: Miren pues, ahora resulta que la Suisei es sincera (bueno, todo lo sincera que puede ser alguien como ella xD)... ¿será cierto? ¿Ustedes qué creen? Bueno, como este capítulo ha estado centrado en el rollo Horo/Len, el próximo tendrá Yoh/Anna y alguna cosita nueva xDDD. Por cierto, este cap casi no sale hoy, porque he tenido demasiado trabajo y demasiados problemas; pero lo logré por los pelos. ¡Nos vemos!

La semana pasada ff.net tuvo muchos problemas, entre ellos que las reviews se contabilizaban pero no aparecían al tratar de leerlas; sin embargo, yo tengo activada la opción para que me lleguen al correo, y por lo visto llegaron todas y pude leerlas ^^. Gracias a Rally, a Anna-chan (Natalia), Niky-chan, Kathy (en cuanto tenga tiempo te prometo que la leo ^^), Bonis (lo de Jun y Li lo he pensado, pero con tanto trabajo no he tenido tiempo de desarrollar nada), Sakura_Himura, Kamesita (thanks a lot! ^^), Anna Asakura, Anna Diethel Asakura (estás en la cola para prestarte a Suis pa que la mates, Rally está adelante de ti xD), Kiyu, Rosalynn (Choco ya viene xD), Hidrazaina (sólo Dios sabe lo que va a pasar, porque ni yo lo sé xD), Cali-chan, Coppelia (sí, soy la webmistress de El Altar de Zeros, y la versión 5 me está dando quebraderos de cabeza pq no sé dónde ponerla), Suisei (gracias, mana; bueno, una amiga me ha ofrecido cupo en su server, vamos a ver qué pasa),Amber y Genji.

¡Pégale con el martillo! xDDDD