Capitulo.2
Doctor Faust
¿Cuanto tiempo había pasado? Ya no podía recordarlo. Aunque solo unos años antes ese era el motivo de su existencia, en ese día, fausto estaba alcanzando su primera meta, una entre muchas para salvar a la mujer que amaba. Finalmente ese día se convertiría en doctor. Nadie dudó nunca el que el fuera un niño prodigio, y muchos menos por el hecho de que terminó la escuela secundaria a los 15 años. Cuatro primaveras mas tardes el se encontraba allí, parado frente a toda un universidad, recibiendo su título. Contempló por un minuto los repetidos flashes de las cámaras de fotos de los padres de sus compañeros. Dos o tres madres llorando, algún que otro silbido y cortos cánticos cada vez que subía alguno a buscar su diploma. Fausto fue uno más del montón, aunque fue reconocido por ser "el alumno más destacable del año". Fausto ya no vivía con sus padres, se había mudado a las afueras de Berlín. Ganaba muy bien, tanto que le propuso a Eliza y a su madre que se mudaran con él para que pudiera seguir realizando sus tratamientos con Eliza. Había avanzado bastante para conseguir la cura de la enfermedad, había detectado a ese gen recesivo que causaba tal enfermedad. Nos e explicaba como tales asuntos eran de tal sencillez para el, como si sus conocimientos sobre la medicina fueran innatos... casi inhumanos. No sabía como detener completamente ese gen, pero ya no avanzaba como solía hacerlo, creía estar muy cerca de lograrlo. -Mmh... Creo que hubieras disfrutado mas pasar el resto del día con tus compañeros que aquí encerrado. -Por supuesto que no, prefiero estar contigo-Dijo con una sonrisa mientras dejaba que Eliza le acariciara el rostro con su mano. -Sabes que no es así, eres muy malo para mentir.
-¿Tu madre?-Dijo Fausto cambiando el tema al notar el silencio que había en la casa. Eliza frunció un poco el entrecejo.
-Esta... devuelta en el hospital...
-Ya veo.-La madre de Eliza ya era de edad mayor y sufría varias descompensaciones semanales. Los doctores decían que era normal que la gente de esa edad enfermara rápidamente, y que no le debía quedar mucho de vida.
-Fausto... ¿Por qué no dejas de preocuparte por mí durante un tiempo... y tratas de salvar a mí madre?-Preguntó Eliza por lo bajo, casi como si sintiera vergüenza de su pregunta.
"Porque ella no lo quería". Varias veces antes fausto le había propuesta a la madre de ella que lo dejara investigar una manera de alargarle la vida, aunque ella siempre se había rehusado. Decía que ella sabía que su tiempo en esta tierra era corto, que le pedía como único favor que la ayudará a Eliza. Sin duda era una mujer extraña, mas de una vez Fausto la había encontrado hablando sola. En una ocasión ella supo que Fausto accidentalmente había mojado a su gato, siendo que ella estaba en el piso superior y siquiera había escuchado o visto al animal. Si la dueña es rara, el gato también. No se acercaba a las personas, permanecía todo el tiempo en la casa y se quedaba largas horas observando la nada, eventualmente cambiando la expresión. Solo su dueña y Fausto podían tocarlo, fausto nunca supo porque el gato dejaba que el se le acercase, el, a quien había conocido hace solo unos meses y Eliza, a quien había conocido toda su vida, era objeto de temor como el resto de las personas.
-"Es que los gatos son muy sensibles... y este gato en particular, es muy perceptivo." Decía ella cada vez que alguien le preguntaba sobre la conducta del animal. -No puedo hacerlo, lo lamento. Yo puedo sanar tu cuerpo que todavía es joven, al cual no le llegó su hora, pero tienes que entender que su tiempo ya esta terminando. Nadie es eterno, nadie puede escaparle a la muerte.- Dijo el, arrastrando las palabras. Eliza miraba hacia el suelo, como si ella también conociera esa realidad, pero solo no quería aceptarla. En toda su vida, la muerte la había estado acechando, pero no imaginaba que no sería su muerte la que llegara primero. Y ahora su madre, cuya vida había sido tan desdichada, estaba muriendo frente a sus ojos y ella no podía hacer nada al respecto.
-Por cierto, te llegó un paquete... de tu madre-Dijo ella, mientras le entregaba una pequeña caja forrada en papel. Fausto abrió un poco más los ojos, ante el asombro de recibir noticias de su madre. Contempló la pequeña entrega mientras caminaba hacia el living y se sentaba en el sillón más cercano.
-Espero que no te moleste ir a comer afuera-Dijo Eliza aprovechando el asombro de fausto para no ser regañada por este-es que con todo lo que sucedió no tuve tiempo para preparar la cena.
-No, no, ve... a cambiarte que luego saldremos.-Dijo sin darle mucha atención a Eliza y se dispuso a abrir el paquete. Un libro, de tapas gastadas y hojas amarillas por el paso del tiempo.-Mmh? ¿Fausto de Goethe? ¿Desde cuando mi madre hace bromas de mal gusto?-siguió inspeccionando el libro hasta encontrarse con una pequeña nota. El papel era blanco por lo cual no debió haber sido escrita hace mucho tiempo.
"Léelo, puede que en algún momento te resulte útil."
-¿Qué tan útil puede resultarme un libro sobre un alquimista que vendió su alma al diablo? ¿Solo porque tiene el mismo nombre que yo? Ja... ya le he dicho varias veces a mi madre que no me moleste con esta clase de cosas. Como es que alguien puede realmente encontrar fascinante un libro sobre algo tan fantasioso...
Fausto era muy escéptico, no creía en Dios ni en la vida después de la muerte. No había ido al funeral de su padre. "Si no es nada mas que un cuerpo... ¿para que quieren que vaya?", desde pequeño tenía una actitud muy madura hacia la muerte. Simplemente la aceptaba, no se lamentaba demasiado ante las perdidas, tal vez porque solo lo veía como un cuerpo que entraba en permanente desuso, que los humanos no eran nada mas que un cuerpo.
Entre sus estudios particulares sobre la enfermedad de Eliza y su trabajo en el hospital Fausto casi no tenía tiempo para estar en casa. Varias veces la había propuesta a Eliza de renunciar, pero ella se negaba rotundamente. Decía que ese tiempo fuera de casa le haría bien y que a ella le gustaba verlo llegar cansado de estar todo l día en el hospital, que así disfrutarían mas el tiempo juntos. Fausto tampoco se negaba a la propuesta ya que realmente le gustaba trabajar en el hospital, no había nada que lo hiciera sentir tan feliz como estar con Eliza que el salvarle la vida a las personas. No era pediatra, pero solía atender niños ya que a ellos les gustaba mucho el ser atendido por fausto. -"oye... a que no sabes que tengo para ti..." -"Honestamente?" no, no lo se. -"Los últimos resultados de tu novia"-Dijo uno de sus compañeros mientras abanicaba un sobre marrón en su mano. -¿Y porqué estas tan feliz?-Pregunto Fausto desconcertado. -No lo adivinas?-Respondió acentuando mas aun su sonrisa. -No... no puede ser...-Fausto prácticamente le arrebató las papeles al médico de la mano. Casi rompe el sobre de la emoción. -Aún no se como lo hiciste amigo, aún no me lo explico. -Yo tampoco.-Fausto no puso evitar derramar algunas lagrimas de felicidad. Salió temprano ese día del trabajo y regreso a su casa. Al abrir la puerta noto que el gato lo estaba esperando. Lo acarició en la cabeza y subió las escaleras. Estaba por llamar a Eliza cuando la oyó sollozando en el cuarto de su madre. Tenía el teléfono sobre la falda y unas lágrimas le corrían por el rostro. -Eliza.. Que?- -mi madre... ella...-No puedo terminar de decir la frase. Corrió hacia los brazos de Fausto y permaneció allí durante unos minutos. Parecían eternos. -Lo lamento mucho.-Fausto también estaba afligido ante la noticia. Trato de no demostrarlo. -Eliza... ya se que puede que no sea el momento apropiado pero debo decirte algo. Puede que no te alegre en este momento, pero se que a tu madre le gustaría mucho saberlo.-Eliza no contestó ni se separó de el, solo levantó un poco la cabeza hasta encontrarse con sus ojos.-Tengo los análisis de tu último examen. Ya no tienes nada, no morirás. Por lo menos, piensa que cumplimos con la promesa que le hice a tu madre. Los sollozos de Eliza se incrementaron ante tal noticia. Su madre había muerto sin saber esa noticia tan importante. No hubo funeral. Ella fue enterrada directamente, tras las palabras del párroco de la iglesia. Fausto y Eliza estuvieron presentes en todo momento. El le dio unos minutos para que llorara tranquila y luego se despidiera de su madre. Ya había comenzado a anochecer cuando entraron al umbral de la casa. -Si quieres ir a dormir directamente no te preocupes por mí. Me tomaré el día libre si así lo deseas. -Por supuesto que no. Mi madre no aprobaría el que cambiáramos nuestras rutinas solo por el que ella haya muerto. Tenía razón cuando me decía que nuestro tiempo s muy cortó. -Por supuesto que lo es.-Dijo Fausto con un tono muy serio, Eliza se sorprendió ante tal afirmación.-Por eso, por el tiempo que me queda, lo quiero pasar contigo-dijo mientras sacaba de su abrigo una pequeña caja azul. Eliza la abrió con dedos temblorosos.-Se que no es el momento de preguntártelo, pero ya no puedo esperar mas, Eliza... ¿me harías el honor de ser mi esposa?. Ella no le respondió, su rostro se lleno de una inmensa felicidad y prácticamente se arrojo hacía los labios de fausto. Era un sentimiento agridulce, ya no sabían si reír o llorar.
¿Cuanto tiempo había pasado? Ya no podía recordarlo. Aunque solo unos años antes ese era el motivo de su existencia, en ese día, fausto estaba alcanzando su primera meta, una entre muchas para salvar a la mujer que amaba. Finalmente ese día se convertiría en doctor. Nadie dudó nunca el que el fuera un niño prodigio, y muchos menos por el hecho de que terminó la escuela secundaria a los 15 años. Cuatro primaveras mas tardes el se encontraba allí, parado frente a toda un universidad, recibiendo su título. Contempló por un minuto los repetidos flashes de las cámaras de fotos de los padres de sus compañeros. Dos o tres madres llorando, algún que otro silbido y cortos cánticos cada vez que subía alguno a buscar su diploma. Fausto fue uno más del montón, aunque fue reconocido por ser "el alumno más destacable del año". Fausto ya no vivía con sus padres, se había mudado a las afueras de Berlín. Ganaba muy bien, tanto que le propuso a Eliza y a su madre que se mudaran con él para que pudiera seguir realizando sus tratamientos con Eliza. Había avanzado bastante para conseguir la cura de la enfermedad, había detectado a ese gen recesivo que causaba tal enfermedad. Nos e explicaba como tales asuntos eran de tal sencillez para el, como si sus conocimientos sobre la medicina fueran innatos... casi inhumanos. No sabía como detener completamente ese gen, pero ya no avanzaba como solía hacerlo, creía estar muy cerca de lograrlo. -Mmh... Creo que hubieras disfrutado mas pasar el resto del día con tus compañeros que aquí encerrado. -Por supuesto que no, prefiero estar contigo-Dijo con una sonrisa mientras dejaba que Eliza le acariciara el rostro con su mano. -Sabes que no es así, eres muy malo para mentir.
-¿Tu madre?-Dijo Fausto cambiando el tema al notar el silencio que había en la casa. Eliza frunció un poco el entrecejo.
-Esta... devuelta en el hospital...
-Ya veo.-La madre de Eliza ya era de edad mayor y sufría varias descompensaciones semanales. Los doctores decían que era normal que la gente de esa edad enfermara rápidamente, y que no le debía quedar mucho de vida.
-Fausto... ¿Por qué no dejas de preocuparte por mí durante un tiempo... y tratas de salvar a mí madre?-Preguntó Eliza por lo bajo, casi como si sintiera vergüenza de su pregunta.
"Porque ella no lo quería". Varias veces antes fausto le había propuesta a la madre de ella que lo dejara investigar una manera de alargarle la vida, aunque ella siempre se había rehusado. Decía que ella sabía que su tiempo en esta tierra era corto, que le pedía como único favor que la ayudará a Eliza. Sin duda era una mujer extraña, mas de una vez Fausto la había encontrado hablando sola. En una ocasión ella supo que Fausto accidentalmente había mojado a su gato, siendo que ella estaba en el piso superior y siquiera había escuchado o visto al animal. Si la dueña es rara, el gato también. No se acercaba a las personas, permanecía todo el tiempo en la casa y se quedaba largas horas observando la nada, eventualmente cambiando la expresión. Solo su dueña y Fausto podían tocarlo, fausto nunca supo porque el gato dejaba que el se le acercase, el, a quien había conocido hace solo unos meses y Eliza, a quien había conocido toda su vida, era objeto de temor como el resto de las personas.
-"Es que los gatos son muy sensibles... y este gato en particular, es muy perceptivo." Decía ella cada vez que alguien le preguntaba sobre la conducta del animal. -No puedo hacerlo, lo lamento. Yo puedo sanar tu cuerpo que todavía es joven, al cual no le llegó su hora, pero tienes que entender que su tiempo ya esta terminando. Nadie es eterno, nadie puede escaparle a la muerte.- Dijo el, arrastrando las palabras. Eliza miraba hacia el suelo, como si ella también conociera esa realidad, pero solo no quería aceptarla. En toda su vida, la muerte la había estado acechando, pero no imaginaba que no sería su muerte la que llegara primero. Y ahora su madre, cuya vida había sido tan desdichada, estaba muriendo frente a sus ojos y ella no podía hacer nada al respecto.
-Por cierto, te llegó un paquete... de tu madre-Dijo ella, mientras le entregaba una pequeña caja forrada en papel. Fausto abrió un poco más los ojos, ante el asombro de recibir noticias de su madre. Contempló la pequeña entrega mientras caminaba hacia el living y se sentaba en el sillón más cercano.
-Espero que no te moleste ir a comer afuera-Dijo Eliza aprovechando el asombro de fausto para no ser regañada por este-es que con todo lo que sucedió no tuve tiempo para preparar la cena.
-No, no, ve... a cambiarte que luego saldremos.-Dijo sin darle mucha atención a Eliza y se dispuso a abrir el paquete. Un libro, de tapas gastadas y hojas amarillas por el paso del tiempo.-Mmh? ¿Fausto de Goethe? ¿Desde cuando mi madre hace bromas de mal gusto?-siguió inspeccionando el libro hasta encontrarse con una pequeña nota. El papel era blanco por lo cual no debió haber sido escrita hace mucho tiempo.
"Léelo, puede que en algún momento te resulte útil."
-¿Qué tan útil puede resultarme un libro sobre un alquimista que vendió su alma al diablo? ¿Solo porque tiene el mismo nombre que yo? Ja... ya le he dicho varias veces a mi madre que no me moleste con esta clase de cosas. Como es que alguien puede realmente encontrar fascinante un libro sobre algo tan fantasioso...
Fausto era muy escéptico, no creía en Dios ni en la vida después de la muerte. No había ido al funeral de su padre. "Si no es nada mas que un cuerpo... ¿para que quieren que vaya?", desde pequeño tenía una actitud muy madura hacia la muerte. Simplemente la aceptaba, no se lamentaba demasiado ante las perdidas, tal vez porque solo lo veía como un cuerpo que entraba en permanente desuso, que los humanos no eran nada mas que un cuerpo.
Entre sus estudios particulares sobre la enfermedad de Eliza y su trabajo en el hospital Fausto casi no tenía tiempo para estar en casa. Varias veces la había propuesta a Eliza de renunciar, pero ella se negaba rotundamente. Decía que ese tiempo fuera de casa le haría bien y que a ella le gustaba verlo llegar cansado de estar todo l día en el hospital, que así disfrutarían mas el tiempo juntos. Fausto tampoco se negaba a la propuesta ya que realmente le gustaba trabajar en el hospital, no había nada que lo hiciera sentir tan feliz como estar con Eliza que el salvarle la vida a las personas. No era pediatra, pero solía atender niños ya que a ellos les gustaba mucho el ser atendido por fausto. -"oye... a que no sabes que tengo para ti..." -"Honestamente?" no, no lo se. -"Los últimos resultados de tu novia"-Dijo uno de sus compañeros mientras abanicaba un sobre marrón en su mano. -¿Y porqué estas tan feliz?-Pregunto Fausto desconcertado. -No lo adivinas?-Respondió acentuando mas aun su sonrisa. -No... no puede ser...-Fausto prácticamente le arrebató las papeles al médico de la mano. Casi rompe el sobre de la emoción. -Aún no se como lo hiciste amigo, aún no me lo explico. -Yo tampoco.-Fausto no puso evitar derramar algunas lagrimas de felicidad. Salió temprano ese día del trabajo y regreso a su casa. Al abrir la puerta noto que el gato lo estaba esperando. Lo acarició en la cabeza y subió las escaleras. Estaba por llamar a Eliza cuando la oyó sollozando en el cuarto de su madre. Tenía el teléfono sobre la falda y unas lágrimas le corrían por el rostro. -Eliza.. Que?- -mi madre... ella...-No puedo terminar de decir la frase. Corrió hacia los brazos de Fausto y permaneció allí durante unos minutos. Parecían eternos. -Lo lamento mucho.-Fausto también estaba afligido ante la noticia. Trato de no demostrarlo. -Eliza... ya se que puede que no sea el momento apropiado pero debo decirte algo. Puede que no te alegre en este momento, pero se que a tu madre le gustaría mucho saberlo.-Eliza no contestó ni se separó de el, solo levantó un poco la cabeza hasta encontrarse con sus ojos.-Tengo los análisis de tu último examen. Ya no tienes nada, no morirás. Por lo menos, piensa que cumplimos con la promesa que le hice a tu madre. Los sollozos de Eliza se incrementaron ante tal noticia. Su madre había muerto sin saber esa noticia tan importante. No hubo funeral. Ella fue enterrada directamente, tras las palabras del párroco de la iglesia. Fausto y Eliza estuvieron presentes en todo momento. El le dio unos minutos para que llorara tranquila y luego se despidiera de su madre. Ya había comenzado a anochecer cuando entraron al umbral de la casa. -Si quieres ir a dormir directamente no te preocupes por mí. Me tomaré el día libre si así lo deseas. -Por supuesto que no. Mi madre no aprobaría el que cambiáramos nuestras rutinas solo por el que ella haya muerto. Tenía razón cuando me decía que nuestro tiempo s muy cortó. -Por supuesto que lo es.-Dijo Fausto con un tono muy serio, Eliza se sorprendió ante tal afirmación.-Por eso, por el tiempo que me queda, lo quiero pasar contigo-dijo mientras sacaba de su abrigo una pequeña caja azul. Eliza la abrió con dedos temblorosos.-Se que no es el momento de preguntártelo, pero ya no puedo esperar mas, Eliza... ¿me harías el honor de ser mi esposa?. Ella no le respondió, su rostro se lleno de una inmensa felicidad y prácticamente se arrojo hacía los labios de fausto. Era un sentimiento agridulce, ya no sabían si reír o llorar.
