Capitulo 3... Si les gusta disfrútenlo y sino alégrense porque nada mas queda
uno.
Verweile Doch. Chapter 3. Demon's call
No importaba lo feliz que era, lo mucho que Eliza lo quería o siquiera lo bien que su vida profesional lo estuviera tratando. Fausto no perdía ese perfil melancólico, aunque a veces se desvanecía levemente al estar con Eliza. Algo le molestaba, sabía que algo andaba mal con el.
Llego del trabajo a la hora de siempre, aunque cada vez trabajaba menos ya que los planes para terminar su clínica estaban casi terminados. El hecho de haber curado una enfermedad crónica y su increíble desempeño en el hospital ya lo había hecho el modesto portador de ciertos milagros médicos. Siempre estuvo en desacuerdo con la política de los hospitales, Fausto no apreciaba el dinero como ellos lo hacían y ellos no apreciaban a los pacientes como Fausto. Tras un pequeño trabajo para la policía forense Fausto pudo dedicarse de lleno a la construcción de la clínica, mientras Eliza, para no aburrirse en la casa, comenzaba a trabajar de enfermera en el mismo hospital que el.
Se sentó en el primer sillón que encontró, solo para encontrar una nota sobre la mesa de café de Eliza. Nuevamente tomaría el turno de la noche para dar una mano en el hospital. El pensó que la mayor ventaja de cuando terminaran la clínica sería que podría estar con Eliza, aún si ella tomará horas extra.
Quedó allí, inmóvil, deseando que el tiempo se detuviera para el. Su felicidad era completa, mas allá de todos su miedos. Pero era imposible, el tiempo seguiría corriendo y ese estado tarde o temprano cambiaría, tarde o temprano, como era lo mas normal, el y Eliza tendrían sus problemas, las cosas se complicarían, pero el confiaba en que podría solucionarlo. Como había podido hasta el momento.
Faltaban aproximadamente dos horas para que Eliza volviera, así que como de costumbre Fausto empezó a deambular por la casa. Era demasiado grande aun para ellos dos, los pasos de Fausto hacían eco contra las paredes.
-"Eliza?"-Estaba seguro de haber sentido la presencia de alguien en la casa- "El trabajo me debe estar volviendo loco".
Aunque... es poco probable que el trabajo haya causado una corriente de aire helado que le estremeció hasta el último hueso.
-"que demonios"-las ventanas estaban cerradas, y hasta hace unos minutos el calor de primavera le había impedido abrirlas. Volvió a su cuarto, si no podía hacer nada mas, lo mejor sería dormir hasta que Eliza los despertara.
-"Y... estas muy seguro que Eliza te despertará?"-Una voz fría y suave lo había dejado petrificado en el medio de la habitación. Su rostro tenía un perfil de locura, aunque siempre había permanecido muy tranquilo, en ese momento, en ese día, algo que llevaba por dentro, muy dentro de su alma, había despertado fugazmente. No pudo responder.
Solo se detuvo a contemplar la habitación, instintivamente, en busca de una explicación, para solo encontrar sobre la cama un pequeño bulto marrón. Se acercó, el libro que la había dado su madre.
-"Pues, creo que ya estoy lo suficientemente loco como para leer esto"- Estaba por arrojarlo, pero algo hizo que se detenga. Abrió unas páginas... No era papel de impresión como la primera vez que lo había sostenido. En un papel gastado se extendía una letra, seguramente de pluma.
-"Pero... no era así. Era solamente un libro, común y corriente."-Se recostó sobre la cama y comenzó a leer algunas páginas. Era un diario, tenía apuntes sin mucha importancia, desordenados y con poco sentido. Parecían notas de medicina, pero seguramente era inservible si realmente había sido de Fausto I. En las últimas páginas, parecía que el viejo Fausto mostraba algo de la poca sanidad que todavía conservaba. Hasta que algo hizo que la sangre de fausto se helara.
"Si puedes leer esto, es porque tu realmente eres el heredero de este poder. El conocimiento es poder, y el poder lleva la corrupción. Los patéticos seres humanos, como tu y como yo, se han olvidado que para conseguir el poder primero deben dominar el conocimiento. Tal como lo hice yo. Una vez que esto se logra, no hay límites. Ni siquiera la muerte. Ya que si para todo hay una respuesta, el "como" de todas las cosas también tiene que existir. Para conseguir esta información, este poder, no tuve problemas en vender mi alma. Si yo fuera a vivir por siempre entonces no necesitaría una que me respalde. El concepto de información es tan limitado y vulgar que siento vergüenza de solo ponerlo por escrito en estas páginas. Aun así yo no pude vencer a la muerte, mi alma era más débil ante las emociones, algo que no veo reflejado en ti. No importa cuanto lo ocultes, cuanto lo niegues, esa tristeza que te persigue desde tu nacimiento te seguirá atormentando. Aunque tal vez, esto se revierta... cuando esa estrella cruce el cielo nuevamente, después de 500 años."
Arrojó el libro, con un gesto de desprecio.
-"Viejo loco, sabías que todos nos llamaríamos Fausto... Mi madre y sus estúpidas tradiciones"-
Se recostó nuevamente, queriendo olvidar aquellas palabras. En verdad, el no pensaba en que sería completamente feliz alguna vez. Pero mientras Eliza lo fuera, eso realmente no importaba demasiado. La semana transcurrió como siempre, aunque Fausto permanecía mas gótico de lo normal, contemplando el cielo por largas horas, sentado en la penumbra de la sala hasta altas horas de la noche. Algo lo inquietaba. Que relación podría tener fausto I con el Fausto de Goethe? Serían la misma persona? Realmente era posible para un humano el poder transgredir aquellas leyes universales, desafiando a su propia naturaleza, tan limitada, pero aún así, tan compleja?.
-"Encontre esto debajo de la cama... No debería haberlo tocado sin tu consentimiento, pero creo que me debes una explicación"-Fausto suspiró y calló por unos momentos. -"No hay nada realmente que decir."
-"Vamos, yo también leí lo que dice. No me subestimes, se que realmente crees en lo que dice este Fausto".-Eliza lo miró desafiante, aunque miraba el perfil de Fausto en busca de una señal de alivio. Deseando que el negara esta afirmación.
-"Ya no se en que creer. No es que realmente me importen las teorías de un alquimista loco. Es solo que... desearía que todo permaneciera de esta manera. Ya que, ahora somos felices..."
-"Te preocupas por el "después", eh?"
-"Si."-respondió arrastrando las palabras. Eliza sonrió levemente y dejo de buscar su mirada, se apoyó sobre la ventana. Ahora era fausto el que la miraba con algo de intriga.
-"Pues, lo normal es que las cosas cambien. Nada puede durar eternamente, no? Siquiera nosotros."
-"No quiero pensar en eso"-Dijo, apartando nuevamente la mirada de ella.
-"Pues es así. Cuando era niña pensaba que moriría, estaba segura de eso, pero llegaste tu y lo cambiaste! No le tengo miedo a la muerte, se que algún día llegará. Algún día esta felicidad se quebrara, y algún día aquella tristeza también lo hará. Te preocupas tanto por perder lo que tienes... Siendo que lo único que haces es desperdiciar el tiempo que nos queda para aprovecharlo."
-"Eliza..."
-"no se a donde nos llevará el destino, pero siempre podremos cambiarlo. Solo quiero que me prometas algo..."
-"¿Qué?"-Dijo mientras Eliza tomaba sus manos entre las de ella.
-"Que nunca te resignarás"
El sonrió nuevamente, como hace mucho no lo hacía. Simplemente afirmo con la cabeza, mientras Eliza lo abrazaba.
Finalmente, la clínica había sido inaugurada. Fausto estaba hasta las manos de trabajo, pero nada lo hacía más feliz que poder ayudar a toda esa gente. Eliza era muy hábil con los niños, talvez el haber sido pediatra habría sido su vocación ideal. Fausto pensó que
Eliza sería una gran madre algún día. Una llamada de emergencia, un accidente de transito y una operación de urgencia hicieron que Fausto saliera prácticamente corriendo de la clínica hacia el hospital. Eliza le dijo que fuera, que esa mujer necesitaba de su habilidad en ese momento. Fausto lo hubiera hecho de cualquier modo, peor realmente le impresiono la manera en que Eliza le indicaba el que fuera a cumplir con su deber. Salió tan pronto como pudo, bajo la lluvia. Pero eso no fue suficiente, al llegar la mujer ya había muerto de una hemorragia interna. El esposo estaba destrozado, el había salido ileso. Fausto lo contempló, a aquella patética figura que se encogía entre gemidos y sollozos al recibir la noticia. Le dio su mas sentido pésame aunque sabía que eso no ayudaría en nada. Si solo hubiera llegado antes, tal vez... pero no habría nada que pudiera hacer. Se sentía realmente mal por aquel hombre, no dejaba de pensar en eso mientras manejaba de regreso a la clínica par recoger a Eliza. Le extraño el hecho de que ella no lo estuviera esperando en la puerta. Estacionó el auto y comenzó a caminar, hasta que noto que e la entrada había manchas. Sangre? Se apresuró a ver que era eso. El perro de Eliza, Frankie. Le había disparado, por la posición del cuerpo del animal, parecía que había estaba atacando a su asesino en el momento del disparo. La sangre estaba algo coagulada. Pero, si eso había sucedido ya hace un tiempo... porque Eliza no habría llamado a la policía?
Un agujero. No mucho mas grande que la tapa de una botella o una moneda. Perfectamente marcado. Tal vez medio centímetro de radio, con una profundidad de 5cm. Si, ese agujero de bala. Esa bala que había acabado con toda una vida de esfuerzos, esa pequeña herida, que había terminado en ese preciso momento con dos vidas. La de Eliza, y la de fausto.
Un funeral sencillo, en el mismo cementerio donde unos años atrás, Fausto estaba consolando a Eliza por la muerte de su madre. Demasiado conmocionado, fausto no sabía por donde empezar. Podría acabar con su vida y unirse a Eliza en el mas allá. Que mas allá? No creía en esas cosas, Eliza había desaparecido del plano de la existencia.
-"... esa tristeza que te persigue desde tu nacimiento te seguirá atormentando."-la frase se repetía una y otra y otra vez. En ese juego de pasiones Eliza solo era un títere celestial, en esa obra de teatro creada nada mas para demostrarle al universo la ingenuidad de un hombre que creyó poder ser feliz.
Abandonó su trabajo en el hospital y en la clínica. La humanidad le había arrebatado a Eliza. El no haría nada por ellos.
No podía recuperar a Eliza. Su conocimiento era limitado, no podía revivir a los muertos, sin importar lo mucho que tratará. Ese conocimiento no existía.
-"...cuando esa estrella cruce el cielo nuevamente, después de 500 años."-
Esa estrella. De que estrella hablaría? Dicen que las personas creen en
los milagros solo cuando están desesperadamente necesitando uno. No
perdería nada.
Volvió a su ciudad natal, en busca de más información sobre aquella estrella. Recogió todos los libros que encontró en la casa de su ya difunta madre y regresó lo antes posible.
-"En blanco"-Todos los libros se encontraban en blanco, mas allá de aquellas runas en su lomo.-"Por supuesto!! Como podría yo siquiera creer que... ha... hahahahaahahaha!"-entre la locura y la desesperación, su risa invadió la habitación. Una risa realmente diabólica y trastornada. Llena de demencia, solo interrumpida ante el asombro de que ante tal acontecimiento grotesco, ahora las páginas de los libros estaban plagadas de palabras.
Sin nada más que agregar, comenzó a leer los libros en busca de la estrella. Solo uno mencionaba algo sobre un astro fugaz.
"...El ciclo de la tierra entrará en caos. Cada 500 inviernos ese orden se romperá y todo lo que esta en este mundo será devorado por la llamas y la misma locura del ser humano. Entre aquellos, quienes establecen un vínculo entre ambos mundos, uno solo quedará de pie. Aquel el cual conocerá al único dios existente, a aquella presencia infinita que todo lo puede. Nada se le oculta a aquel que sea llamado el rey entre estos individuos. Aquella estrella marca el comienzo de esa nueva era. Aquella estrella marcará el nacimiento de esa entidad, del ser que unirá este mundo con el mas allá, el rey de los susodichos Shamanes."
Verweile Doch. Chapter 3. Demon's call
No importaba lo feliz que era, lo mucho que Eliza lo quería o siquiera lo bien que su vida profesional lo estuviera tratando. Fausto no perdía ese perfil melancólico, aunque a veces se desvanecía levemente al estar con Eliza. Algo le molestaba, sabía que algo andaba mal con el.
Llego del trabajo a la hora de siempre, aunque cada vez trabajaba menos ya que los planes para terminar su clínica estaban casi terminados. El hecho de haber curado una enfermedad crónica y su increíble desempeño en el hospital ya lo había hecho el modesto portador de ciertos milagros médicos. Siempre estuvo en desacuerdo con la política de los hospitales, Fausto no apreciaba el dinero como ellos lo hacían y ellos no apreciaban a los pacientes como Fausto. Tras un pequeño trabajo para la policía forense Fausto pudo dedicarse de lleno a la construcción de la clínica, mientras Eliza, para no aburrirse en la casa, comenzaba a trabajar de enfermera en el mismo hospital que el.
Se sentó en el primer sillón que encontró, solo para encontrar una nota sobre la mesa de café de Eliza. Nuevamente tomaría el turno de la noche para dar una mano en el hospital. El pensó que la mayor ventaja de cuando terminaran la clínica sería que podría estar con Eliza, aún si ella tomará horas extra.
Quedó allí, inmóvil, deseando que el tiempo se detuviera para el. Su felicidad era completa, mas allá de todos su miedos. Pero era imposible, el tiempo seguiría corriendo y ese estado tarde o temprano cambiaría, tarde o temprano, como era lo mas normal, el y Eliza tendrían sus problemas, las cosas se complicarían, pero el confiaba en que podría solucionarlo. Como había podido hasta el momento.
Faltaban aproximadamente dos horas para que Eliza volviera, así que como de costumbre Fausto empezó a deambular por la casa. Era demasiado grande aun para ellos dos, los pasos de Fausto hacían eco contra las paredes.
-"Eliza?"-Estaba seguro de haber sentido la presencia de alguien en la casa- "El trabajo me debe estar volviendo loco".
Aunque... es poco probable que el trabajo haya causado una corriente de aire helado que le estremeció hasta el último hueso.
-"que demonios"-las ventanas estaban cerradas, y hasta hace unos minutos el calor de primavera le había impedido abrirlas. Volvió a su cuarto, si no podía hacer nada mas, lo mejor sería dormir hasta que Eliza los despertara.
-"Y... estas muy seguro que Eliza te despertará?"-Una voz fría y suave lo había dejado petrificado en el medio de la habitación. Su rostro tenía un perfil de locura, aunque siempre había permanecido muy tranquilo, en ese momento, en ese día, algo que llevaba por dentro, muy dentro de su alma, había despertado fugazmente. No pudo responder.
Solo se detuvo a contemplar la habitación, instintivamente, en busca de una explicación, para solo encontrar sobre la cama un pequeño bulto marrón. Se acercó, el libro que la había dado su madre.
-"Pues, creo que ya estoy lo suficientemente loco como para leer esto"- Estaba por arrojarlo, pero algo hizo que se detenga. Abrió unas páginas... No era papel de impresión como la primera vez que lo había sostenido. En un papel gastado se extendía una letra, seguramente de pluma.
-"Pero... no era así. Era solamente un libro, común y corriente."-Se recostó sobre la cama y comenzó a leer algunas páginas. Era un diario, tenía apuntes sin mucha importancia, desordenados y con poco sentido. Parecían notas de medicina, pero seguramente era inservible si realmente había sido de Fausto I. En las últimas páginas, parecía que el viejo Fausto mostraba algo de la poca sanidad que todavía conservaba. Hasta que algo hizo que la sangre de fausto se helara.
"Si puedes leer esto, es porque tu realmente eres el heredero de este poder. El conocimiento es poder, y el poder lleva la corrupción. Los patéticos seres humanos, como tu y como yo, se han olvidado que para conseguir el poder primero deben dominar el conocimiento. Tal como lo hice yo. Una vez que esto se logra, no hay límites. Ni siquiera la muerte. Ya que si para todo hay una respuesta, el "como" de todas las cosas también tiene que existir. Para conseguir esta información, este poder, no tuve problemas en vender mi alma. Si yo fuera a vivir por siempre entonces no necesitaría una que me respalde. El concepto de información es tan limitado y vulgar que siento vergüenza de solo ponerlo por escrito en estas páginas. Aun así yo no pude vencer a la muerte, mi alma era más débil ante las emociones, algo que no veo reflejado en ti. No importa cuanto lo ocultes, cuanto lo niegues, esa tristeza que te persigue desde tu nacimiento te seguirá atormentando. Aunque tal vez, esto se revierta... cuando esa estrella cruce el cielo nuevamente, después de 500 años."
Arrojó el libro, con un gesto de desprecio.
-"Viejo loco, sabías que todos nos llamaríamos Fausto... Mi madre y sus estúpidas tradiciones"-
Se recostó nuevamente, queriendo olvidar aquellas palabras. En verdad, el no pensaba en que sería completamente feliz alguna vez. Pero mientras Eliza lo fuera, eso realmente no importaba demasiado. La semana transcurrió como siempre, aunque Fausto permanecía mas gótico de lo normal, contemplando el cielo por largas horas, sentado en la penumbra de la sala hasta altas horas de la noche. Algo lo inquietaba. Que relación podría tener fausto I con el Fausto de Goethe? Serían la misma persona? Realmente era posible para un humano el poder transgredir aquellas leyes universales, desafiando a su propia naturaleza, tan limitada, pero aún así, tan compleja?.
-"Encontre esto debajo de la cama... No debería haberlo tocado sin tu consentimiento, pero creo que me debes una explicación"-Fausto suspiró y calló por unos momentos. -"No hay nada realmente que decir."
-"Vamos, yo también leí lo que dice. No me subestimes, se que realmente crees en lo que dice este Fausto".-Eliza lo miró desafiante, aunque miraba el perfil de Fausto en busca de una señal de alivio. Deseando que el negara esta afirmación.
-"Ya no se en que creer. No es que realmente me importen las teorías de un alquimista loco. Es solo que... desearía que todo permaneciera de esta manera. Ya que, ahora somos felices..."
-"Te preocupas por el "después", eh?"
-"Si."-respondió arrastrando las palabras. Eliza sonrió levemente y dejo de buscar su mirada, se apoyó sobre la ventana. Ahora era fausto el que la miraba con algo de intriga.
-"Pues, lo normal es que las cosas cambien. Nada puede durar eternamente, no? Siquiera nosotros."
-"No quiero pensar en eso"-Dijo, apartando nuevamente la mirada de ella.
-"Pues es así. Cuando era niña pensaba que moriría, estaba segura de eso, pero llegaste tu y lo cambiaste! No le tengo miedo a la muerte, se que algún día llegará. Algún día esta felicidad se quebrara, y algún día aquella tristeza también lo hará. Te preocupas tanto por perder lo que tienes... Siendo que lo único que haces es desperdiciar el tiempo que nos queda para aprovecharlo."
-"Eliza..."
-"no se a donde nos llevará el destino, pero siempre podremos cambiarlo. Solo quiero que me prometas algo..."
-"¿Qué?"-Dijo mientras Eliza tomaba sus manos entre las de ella.
-"Que nunca te resignarás"
El sonrió nuevamente, como hace mucho no lo hacía. Simplemente afirmo con la cabeza, mientras Eliza lo abrazaba.
Finalmente, la clínica había sido inaugurada. Fausto estaba hasta las manos de trabajo, pero nada lo hacía más feliz que poder ayudar a toda esa gente. Eliza era muy hábil con los niños, talvez el haber sido pediatra habría sido su vocación ideal. Fausto pensó que
Eliza sería una gran madre algún día. Una llamada de emergencia, un accidente de transito y una operación de urgencia hicieron que Fausto saliera prácticamente corriendo de la clínica hacia el hospital. Eliza le dijo que fuera, que esa mujer necesitaba de su habilidad en ese momento. Fausto lo hubiera hecho de cualquier modo, peor realmente le impresiono la manera en que Eliza le indicaba el que fuera a cumplir con su deber. Salió tan pronto como pudo, bajo la lluvia. Pero eso no fue suficiente, al llegar la mujer ya había muerto de una hemorragia interna. El esposo estaba destrozado, el había salido ileso. Fausto lo contempló, a aquella patética figura que se encogía entre gemidos y sollozos al recibir la noticia. Le dio su mas sentido pésame aunque sabía que eso no ayudaría en nada. Si solo hubiera llegado antes, tal vez... pero no habría nada que pudiera hacer. Se sentía realmente mal por aquel hombre, no dejaba de pensar en eso mientras manejaba de regreso a la clínica par recoger a Eliza. Le extraño el hecho de que ella no lo estuviera esperando en la puerta. Estacionó el auto y comenzó a caminar, hasta que noto que e la entrada había manchas. Sangre? Se apresuró a ver que era eso. El perro de Eliza, Frankie. Le había disparado, por la posición del cuerpo del animal, parecía que había estaba atacando a su asesino en el momento del disparo. La sangre estaba algo coagulada. Pero, si eso había sucedido ya hace un tiempo... porque Eliza no habría llamado a la policía?
Un agujero. No mucho mas grande que la tapa de una botella o una moneda. Perfectamente marcado. Tal vez medio centímetro de radio, con una profundidad de 5cm. Si, ese agujero de bala. Esa bala que había acabado con toda una vida de esfuerzos, esa pequeña herida, que había terminado en ese preciso momento con dos vidas. La de Eliza, y la de fausto.
Un funeral sencillo, en el mismo cementerio donde unos años atrás, Fausto estaba consolando a Eliza por la muerte de su madre. Demasiado conmocionado, fausto no sabía por donde empezar. Podría acabar con su vida y unirse a Eliza en el mas allá. Que mas allá? No creía en esas cosas, Eliza había desaparecido del plano de la existencia.
-"... esa tristeza que te persigue desde tu nacimiento te seguirá atormentando."-la frase se repetía una y otra y otra vez. En ese juego de pasiones Eliza solo era un títere celestial, en esa obra de teatro creada nada mas para demostrarle al universo la ingenuidad de un hombre que creyó poder ser feliz.
Abandonó su trabajo en el hospital y en la clínica. La humanidad le había arrebatado a Eliza. El no haría nada por ellos.
No podía recuperar a Eliza. Su conocimiento era limitado, no podía revivir a los muertos, sin importar lo mucho que tratará. Ese conocimiento no existía.
-"...cuando esa estrella cruce el cielo nuevamente, después de 500 años."-
Esa estrella. De que estrella hablaría? Dicen que las personas creen en
los milagros solo cuando están desesperadamente necesitando uno. No
perdería nada.
Volvió a su ciudad natal, en busca de más información sobre aquella estrella. Recogió todos los libros que encontró en la casa de su ya difunta madre y regresó lo antes posible.
-"En blanco"-Todos los libros se encontraban en blanco, mas allá de aquellas runas en su lomo.-"Por supuesto!! Como podría yo siquiera creer que... ha... hahahahaahahaha!"-entre la locura y la desesperación, su risa invadió la habitación. Una risa realmente diabólica y trastornada. Llena de demencia, solo interrumpida ante el asombro de que ante tal acontecimiento grotesco, ahora las páginas de los libros estaban plagadas de palabras.
Sin nada más que agregar, comenzó a leer los libros en busca de la estrella. Solo uno mencionaba algo sobre un astro fugaz.
"...El ciclo de la tierra entrará en caos. Cada 500 inviernos ese orden se romperá y todo lo que esta en este mundo será devorado por la llamas y la misma locura del ser humano. Entre aquellos, quienes establecen un vínculo entre ambos mundos, uno solo quedará de pie. Aquel el cual conocerá al único dios existente, a aquella presencia infinita que todo lo puede. Nada se le oculta a aquel que sea llamado el rey entre estos individuos. Aquella estrella marca el comienzo de esa nueva era. Aquella estrella marcará el nacimiento de esa entidad, del ser que unirá este mundo con el mas allá, el rey de los susodichos Shamanes."
