Gracias siempre a Li por ayudar en cada capítulo y por las hermosas imágenes que nos regala.😘


Capítulo beteado por Yani y Flor. Infinitas gracias por su ayuda, chicas.


Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Capítulo 1

Bella

Ansiosa por su opinión, miré con ilusión el cruasán emplatado elegantemente.

—Esto no me gusta —se quejó Ariel a la vez que arrastró el plato lejos de ella—. Tiene muchas calorías.

Mi sonrisa se desvaneció logrando que mis labios quedaran en una apretada línea recta.

No podía dar crédito a que mis deliciosos cruasanes fueran despreciados, no cuando su padre los amaba. Y todo aquel que los probaba también.

Después de un hondo suspiro, relajé los hombros intentando mantener la serenidad.

Estaba recién casada.

Apenas una semana, llegamos anoche después de pasar una breve estadía en Boca Ratón, Florida. Sí, ahí pasamos nuestra luna de miel, bajo los intensos rayos del sol y perezosamente tumbados sobre la arena blanca o mejor dicho en la cama de la habitación de donde casi no salimos. Entonces, al volver, justo en la puerta estaba la hija de Edward, esperándonos, ella fue certera diciendo que venía a vivir con nosotros porque entraría a octavo grado en una escuela cercana.

El rostro de Edward fue de emoción desmedida. Tenía conocimiento que desde su divorcio con Chelsea, ella se había quedado con la niña y él solo podía verla cada quince días, los cual muchas veces no lograba concretarse por culpa de su ex.

Sabía que él estaba extasiado por tener a su hija en casa. La chica, con trece años, era una señorita hermosa de rasgos sutiles, con una cabellera abundante, larga y rubia.

Sus profundos ojos azules estaban en mí, observando mi rostro.

—¿Quieres que te prepare otra cosa?

Ella rodó los ojos mientras fruncía los labios.

Resoplé. Lo hice fuertemente y sin importarme que ella se diera cuenta. ¿Qué le pasaba? Desde que la conocí hacía dos años había sido por demás amable con ella, muchas veces tolerante en hacer conversación para poder romper el hielo y ¿qué recibía? Solo miradas de desprecio y muecas.

—¿Por qué te casaste con mi papá? —preguntó con hostilidad impregnada en su voz—. Mi abuela Esme dice que nadie con veintiún años se casaría con un hombre de treinta y cinco, a menos que… sea porque quiere una vida fácil.

Golpeé fuertemente las palmas sobre la encimera de granito. Esa niña había cruzado los límites conmigo.

—Ariel, deberías conocerme antes de dar una opinión dicha por tu abuela.

Por todo lo sagrado. Sabía que como adulta era quien debía moderar su conducta, sobre todo la lengua, así que antes de espetar contra mi suegra debía callar.

Bien dicen que eres esclava de lo que dices y dueño de lo que callas.

—Le creo a mi abuela, ella no tiene por qué mentir —refutó enfurruñada.

—¡Buenos días, nena!

Solté un gritito de sorpresa cuando mi esposo me sorprendió poniéndome a su altura y dando vueltas conmigo en sus brazos.

Reí. Lo hice sintiéndome feliz y aferrándome a sus hombros.

Edward lentamente me dejó sobre mis pies dejando una gran palmada en mi trasero.

—Oye… —Le di una mirada reprobatoria para que recordara que estaba su hija viéndonos.

Él se aclaró la garganta y le sonrió.

—Hola, Ariel. —Le tocó la nariz con su índice—. ¿Por qué no desayunas?

—Te estaba esperando, papi.

La miré. Ella se portaba como si no pasara nada, palmeó la silla a su lado y su papá la acompañó encantado.

Los vi comer con entusiasmo los cruasanes de jamón y queso. Ambos pidieron doble ración y su jugo de naranja.

Por supuesto que los acompañé disfrutando sus charlas sin sentido. Era fácil seguirle la conversación a la chica, sobre todo encariñarse de ella mientras no estuviera en su modo berrinchuda.

—Nena, amo estos cruasanes —admitió mi esposo chupando sus dedos.

—Lo sé —reí porque ya sabía.

Después del desayuno decidimos limpiar la cocina. Para nada me sorprendió que Edward empezara a lavar los trastes entretanto yo acomodaba cada vaso en su lugar.

—¿Qué planes hay para hoy? —indagó Ariel, seguía sentada frente a la barra del desayunador sin mover una mano para ayudarnos.

—Tengo que ir por Matthew —dije sonriendo al saber que después de una semana vería de nuevo a mi hijo.

—¿Qué haremos nosotros, papi? —Ella claramente había ignorado mi comentario.

—Iremos por Matt. —Él apoyó lo dicho por mí haciéndome sentir respetada. Le sonreí—. Prepárate, Ariel, porque irás con nosotros.

La chica abrió la boca a punto de protestar, pero no lo hizo. Solo se incorporó con rapidez de la silla y caminó hacia las escaleras, seguramente a su habitación.

A Edward no le pasó desapercibida su actitud, lo supe porque la siguió con la mirada mientras mantenía el ceño fruncido.

Soltó una exhalación ruidosa cuando nos quedamos solos.

No dudé en acercarme cuando se sentó en la silla alta, me puse entre sus piernas y envolví su cuello con mis brazos. Era mi posición favorita.

Sonreí cuando sus manos traviesas frotaron mis nalgas.

—¿Qué ocurre? —pregunté deslizando mi nariz contra la suya.

Lo amaba tanto que no me gustaba ver su rostro mortificado. Jugué un poco con él y mordí su labio inferior mientras él siseaba y daba ligeras palmadas a mi trasero, tenía entendido que mi redondo trasero era su lugar favorito.

—Amo a mi hija —aseveró—, pero nadie me quita de la cabeza que la idea de vivir conmigo no nació de ella, sino de Chelsea.

No pude evitar sentir un pinchazo de celos. Su ex esposa era hermosa de pies a cabeza, dueña de una personalidad arrolladora.

¡Ja!

Yo tampoco estoy tan mal, soy bonita. Digamos que no poseo una belleza espectacular, no tampoco, pero de algún modo lograba colarme en la clasificación de belleza regular. ¡Claro que sí!

Más animada, jugueteé con los botones de la camisa de cuadros y él suspiró suavemente relajado.

Era más que obvio que la ex de Edward quería molestar y usaba a la hija. Se notaba que era de esas mujeres que no son felices ellas y no quieren que nadie más lo sea.

¡Por Dios, Bella! Ya hablas como Renée.

Sonreí de nuevo y miré fijamente los ojos verdes de Edward.

—¿Piensas hablar con Chelsea? —pregunté rogando que dijera que no.

—Debería —musitó—. Estuvo mal que dejara a la niña sola en la puerta de la casa sabiendo que no había nadie, pudo pasarle algo, ¿qué tal si no llegamos, Bella?

—Comprendo.

—Fue muy inconsciente de su parte —refutó—. Aún así no quiero hablar con ella, no ahora que estoy tan feliz, preciosa.

Se incorporó sin quitar sus manos de mi trasero y yo envolví mis piernas en sus caderas, riendo.

—¿A dónde vamos? —inquirí sobre sus labios.

—A la cama. Disfrutaremos en grande este domingo.

—Esa idea me gusta. —Quería agregar que me fascinaba y me volvía loca.

Oh, los placeres de estar recién casados.

.

Apenas quedamos desnudos volvimos a fundirnos entre besos y abrazos, tocando nuestra piel con absoluto deseo desmedido. Clavé mis uñas en sus hombros para oírlo sisear y verlo fuera de sí.

Edward no dudó en reaccionar, caminando a trompicones y sin despegar nuestras bocas pudimos llegar a la cama. Me acostó suavemente sobre el mullido colchón antes de reanudar nuestras caricias.

Jadeé. Lo hice cuando entró de golpe y sin reservas, empezando a embestir.

Acaricié su barba de días sin afeitar y me deleité con sus gemidos de placer mientras nuestros cuerpos se movían en sincronía.

—Más… —rogué porque me llevara al clímax, necesitaba mi liberación.

Mi esposo lo comprendió al llevar sus dedos a mi clítoris y frotarlo sin descanso haciéndome gritar.

—Nena —gruñó cubriendo mi boca con su mano—, no grites tan fuerte, amor.

Asentí recordando que su hija estaba en la habitación continua. Él soltó un jadeo antes de estrellar su boca con la mía dispuesto a acallar mis gritos mientras sus caderas seguían arremetiendo contra mí.

Nos corrimos, ambos terminamos al mismo tiempo con nuestros cuerpos lánguidos y sudados, él cayó sobre mí.

Besé su hombro suavemente y lo apreté a mi cuerpo.

Lo amaba. Con todo mi cuerpo y mi ser.

—Te amo —susurré sintiéndome tan dichosa.

—Te amo más.

Intentó levantarse, pero yo se lo impedí aferrándome a su cuello.

—No —negué rápidamente—, me gusta sentir tu cuerpo encima de mí.

—Estoy pesado, nena.

—No importa, quédate.

Besó la punta de mi nariz.

—Me encantaría quedarme todo el día dentro tuyo —rio—, pero debemos ir por Matthew.

.

—¡Sorpresa! —exclamé cuando mamá abrió la puerta del apartamento.

—Mi niña… —susurró en mi oreja—, quiero decirte algo.

Me arropó en sus brazos y besó mis mejillas con mucho entusiasmo. Después hizo lo mismo con Edward y Ariel al dejarnos pasar.

—¡Mami!

Un pequeño terremoto de pelo castaño corrió hacia mí, lo sujeté en mis brazos antes de que cayera y lo cargué conmigo dejando un reguero de besos en su rostro.

—Mi amor, te extrañé tanto —murmuré sin dejar de besar sus mejillas.

Matthew había envuelto sus piernas en mí como un ancla. Dispuesto a no soltarme.

Sus ojitos marrones me miraron temerosos antes de volver a abrazarme con la fuerza de sus brazos. Lo apreté a mí para deshacer su miedo. Comprendía que guardaba cierto recelo a que me fuera de nuevo, a separarnos. Porque desde su nacimiento era la primera vez que nos dejábamos de ver por una larga semana.

—¿Cómo te portaste? —pregunté—. ¿Estás listo para ir a casa?

Mi niño se alejó un poco viendo con atención mi rostro.

—Soy un chico grande y obedecí a la abuela Renée de dormir temprano. —Su voz era dulce y clara—. Esta es nuestra casa, mami, ¿a dónde iremos?

—¿Recuerdas la fiesta? ¿Mi vestido blanco y esponjoso donde dijiste que parecía una princesa? —Él asintió—. Ese día me casé, te expliqué muchas veces —le recordé—. Bueno, es tiempo de vivir con mi esposo, con Edward y Ariel. —Los señalé.

Ariel puso los ojos en blanco y Edward nos regaló una hermosa sonrisa torcida.

—¿Con el señor E? —murmuró sin dejar de verlo.

—Sí, Matt. Viviremos todos juntos porque somos una familia.

Edward se acercó y chocó su puño con el de mi hijo. Quería infundir confianza en él y romper la neblina de tensión que se había creado en la estancia.

Tuve una vida complicada desde la gestación de mi hijo. Su padre nunca quiso responsabilidad alguna y no hubo más opción que respetar sus deseos.

Matthew tenía solo seis años. En todo su tiempo de vida había sido criado por mamá y por mí. Ambas nos compaginamos para lograr cuidarlo sin necesidad de terceros. Éramos solo tres. Siempre juntos y unidos como muéganos.

Ahora era tiempo de emprender otra ruta. Una donde mi esposo y Ariel estaban incluidos, ¿qué podía ser tan difícil?

Mi hijo se acurrucó sobre mí, negando con la cabeza que estaba apoyaba en mi hombro.

—La señora Esme dijo… —murmuró Matt solo para que yo escuchara— que el señor E nunca sería mi papá, ¿es verdad, mami?

La sangre hirvió dentro de mí mientras mi corazón parecía volverse débil y frágil. Lo abracé con más fuerza a mi pecho.

Durante dos años había sufrido palabras hirientes y humillaciones de parte de Esme Cullen sin hacer mayor problema para no generar conflictos con Edward, pero esto había rebasado mi paciencia.

Con mi hijo no, Esme, con él no te lo permitiré.

Esa señora me oirá.


Aquí estoy de nuevo con otra aventura más, soportando mis nervios e ilusiones por hacerlas partícipes. Estaré encantada si deciden darle una oportunidad y tomar conmigo este viaje. ¿Qué les puedo decir? Es una historia más real con pinceladas de ficción. Ustedes se darán cuenta de lo que hablo.

¿Me acompañan?

*Estaré actualizando cada viernes. Si gustan conocer a los hijos de Bella y Edward, únanse a mi grupo de Facebook: Link en el perfil.

Flor, Yani, gracias por darse el tiempo en corregir mi gramática y ortografía, espero no ser tan mal.

Gracias totales por leer 💍