No has de creer en mí.
Natalia
(Palimpsesto)
–Heero, me haces mucho daño.
Esas fueron tus últimas palabras antes de marcharte y entonces yo no me sentí con valor (extraña reacción si consideras que fui alguna vez el "soldado perfecto") para ir tras de ti y retenerte en un abrazo eterno. Sé, con seguridad, que eso debe causarte mucho sufrimiento, pero algún día tú comprenderás mis poderosas razones para permanecer cruzado de brazos frente a tu inminente partida. Cómo puedo ir a buscarte ahora, cuando estoy demasiado consciente de tu dolor. Esa última vez que nos miramos a los ojos, tu voz sonó tan llena de dolor y sufrimiento que comprendí de inmediato que mi presencia sólo te causaría abatimiento. Y cuando, en definitiva, Duo, cerraste la puerta tras de ti y comprendí que no regresarías, sentí violentos deseos de gritar, de llorar, de golpear algo o a alguien, de alguna manera drenar la cantidad abrumadora de emociones que me inundó en ese fugaz instante y que se plasmó en mi mente para siempre. Pero no pude… me sentía tan culpable… y hasta ahora me siento culpable y sé que lo soy… y que merezco este dolor insufrible y quemante, esta congoja honda y amarga, este latir apretado y angustioso del corazón. Sí, porque aún no puedo despojarme de este dolor que me roe el alma y que cada día da constancia de tu ausencia y de mis actos soberbios e inútiles. No hay manera de desahogarme… no puedo golpear a nadie, a nada… no puedo derramar lágrimas y drenar con ellas la sangre que mana incansable de mi herida.
Y tengo plena certeza de que mi dolor no se compara con el tuyo. ¿Cuánto te lastimé, Duo? No fui, en lo absoluto, indiferente a los cambios que se suscitaron en ti. Día tras día conocí de tus tristezas y melancolías, y yo… fui cobarde… tenía miedo de sentir y nada hice para sanar las heridas que mi aparente apatía abrió en ti. Día tras día noté tus ojos violetas agotados, lánguidos, como cansados de vivir la vida que llevabas… días tras día fui consciente de tu sonrisa ajada, lejana, y tras ese falso velo de alegría, acechando el dolor, aquel dolor que ensombreció tu rostro risueño y que yo, amándote, ocasioné.
No puedo ir a buscarte… porque necesito primero de tu perdón. Y sólo cuando tú vuelvas y, encarándome con tus grandes ojos violetas brillantes y sonrientes, me digas que perdonas mis silencios, mis defectos, mis miedos, mi falsa indolencia… yo podré por fin sentirme en paz.
Por favor, Duo, vuelve, porque aquella vez, que recuerdo cada minuto de mi vida, yo fui sincero.
Y te esperaré todo lo que me resta de vida y lo que me quede de la otra… porque jamás podré olvidar tus sonrisa y tus ojos y decirte a ti, Duo, adiós.
--------------------
La lluvia ha dejado de caer y es hora de partir. Desde la mesa del frente, solo, un joven atractivo me hace guiños y con gestos elegantes me invita a acompañarlo. Me incorporo cansinamente y acercándome a él le explico cortésmente que no puedo, que espero a alguien, que tal vez mañana, pero hoy día no. Y salgo hacia las calles anegadas y contemplo, extasiado, el cielo azul y limpio y a un tímido sol apareciendo entre las nubes disipadas.
Que espero a alguien… eso le dije a aquel joven. Y tú, Heero, debes ignorarlo. Qué ironía de la vida, ¿verdad? Amarte tanto y no poder arrancar tu recuerdo opresor de mi corazón.
Te quiero tanto, Heero, tanto, que sin ti hasta respirar me cuesta. Aún lloro, es que a veces es tan fácil que las lágrimas caigan sin poder controlarlas y tan grande y profunda la herida… y tú, Heero, nunca, salvo las noches de sexo, reflejaste un atisbo de sentimiento. Somos demasiado diferentes… No debo culparte de nada… ¿qué culpa tienes tú de que yo te amase tanto? Simplemente, yo, testarudo y obcecado, no quise convencerme de lo evidente. El destino es inexorable y yo añoré torcerle la mano.
Y cuando me fui… tú te quedaste allí… Tu silencio y tu impasibilidad fueron suficientes. Es cierto, no te creí, pero tú tampoco insististe, y no has venido a buscarme. No me amabas y nunca lo harás. No se puede obligar a nadie a querer.
Hoy dije que no a ese chico, pero mañana diré que sí, qué sentido tiene seguir soñando lo imposible. Mañana ya no habrá recuerdos, ya no habrá amor para ti, Heero. Y no habrá dolor para mí más.
Pero, a pesar de todo, yo espero que no llegue nunca el mañana.
--------------------
"Ya he olvidado… no hay recuerdos, no hay dolor, no hay alegrías…", pensaba Duo, sentado en un banco del parque, bajo el cielo gris del invierno, Duo vio pasar frente a él a un muchacho alto y delgado, con el cabello castaño oscuro y desordenado. Cerró los ojos con violencia, y su cuerpo tembló incontrolablemente, un nudo le atoró la garganta y el aire encontró dificultoso el camino hacia sus pulmones y las palmas de las manos se tornaron sudorosas. Un torrente de sensaciones le embargaron con violencia: miedo, dolor, oculta esperanza, un anhelo apremiante. "Dios, que no me vea… He marchado lejos de aquel lugar colmado de reminiscencias… que ya lo he olvidado", rogó mentalmente Duo con su raciocinio extraviado por su nerviosismo.
–Duo.
Y Duo huyó, sin pensar, sin mirar atrás, sin comprobar si la voz que había oído, aparentemente serena y fría, pertenecía a aquél a quien tanto había amado y que ya había olvidado. Corrió entre el gentío y, agitado y transpirado, llegó hasta la playa solitaria y helada y cayó de rodillas en la arena húmeda y se quedó quieto, observando el mar calmo y azul y abismante. Una sensación indescriptible le subió por el cuerpo y la sangre le hirvió. ¿Es que nunca podría olvidar? Lo amaba, como siempre, como la primera vez que lo amó. Lo seguiría hasta el fin del mundo, después de todo, se habían encontrado y Heero le había llamado… tal vez aún había una ilusión. Se incorporó resuelto y con un torbellino de sentimientos encontrados bulléndole por dentro.
–Heero–musitó, derrotado.
Y ante sus ojos asombrados el chico de penetrantes ojos azules surgió de atrás del roquerío y fijó en él su intensa y escrutadora mirada. Anonadado, Duo se acercó a él y abrió la boca para decir algo… no sabía qué… pero sentía que debía hacerlo, sin embargo, antes de que las palabras brotaran de sus labios Heero habló:
–¿Crees que puedes darme una segunda oportunidad?–le preguntó, con voz queda, levemente temblorosa, desprovista por completo de cualquier resto de rudeza, desviando sus penetrantes ojos azules.
Y a Duo el corazón se le contrajo y sus ojos secos de tanto llorar hacía tiempo, volvieron a humedecerse con ese ya tan conocido escozor.
---------------------
Los postreros rayos del sol dificultosamente atravesaban las espesas nubes que bañaban el cielo plomizo y una brisa tibia sacudía levemente lo que hallaba a su encuentro. A veces, una gaviota lanzaba su graznido mientras aleteaba incansable cruzando la bóveda infinita del cielo.
–Diré adiós…–habló con voz apenas audible, de espaldas a su compañero.
–¿A qué, Heero?–preguntó con voz inquieta Duo.
–Al pasado… que me atormenta–repuso el chico de ojos azules después de una larga pausa. Lucía cansado y su mirada vagaba perdida en el horizonte borroso.
–No… Heero, no olvides… nunca olvides–pidió con vehemencia Duo, rodeando con sus largos brazos el cuerpo delgado de su amigo y apoyando su cabeza sobre su hombro izquierdo–. Somos lo que somos por lo que fuimos en el pasado que deseas olvidar. Para no volver a cometer los mismos errores debemos tener en cuenta los años anteriores. Para seguir viviendo con honor debemos tener en cuenta nuestros aciertos realizados ya. Y a mí, Heero, a mí–continuó con mayor énfasis y devoción–no me olvides, por favor, porque yo ya no volveré a irme, a pesar de que me humilles… y eso sólo yo no podré perdonármelo. Aunque no me hubieras pedido una segunda oportunidad, yo, al verte ahora, me hubiese ido tras de ti. Sí, huí de ti en un primer momento, tal vez fue miedo, pero luego te hubiera ido a buscar hasta encontrarte y te hubiese seguido hasta que tú me dijeras que me marchara, que no me querías más a tu lado. ¡Qué me importa el dolor!–exclamó con ímpetu–… qué me importa si ya he comprendido que la pasión es dolor. Este amor que me desborda y me hace humano… este amor que me duele y que me embarga de felicidad. Me he vuelto débil, pero no me molesta, ¿sabes? Ya no hay oportunidad para mí… ya he sucumbido irremediablemente a este querer, pero te amo, Heero y ya no quiero, no puedo olvidarlo.
Heero de desprendió suave mente de los brazos de Duo y giró sobre sus talones para enfrentar el rostro exaltado del chico de profundos y bellos ojos violetas.
–¿Cómo puedes quererme?–inquirió en un murmullo ahogado por los embates del mar.
Un relámpago rasgó el cielo efímeramente y lo tiñó con su fulgor opalino; luego un trueno resonó fuerte.
–Parece que va a llover–musitó con voz impasible Duo, al parecer sin haber oído a Heero.
–¿Cómo puedes quererme, Duo?–reiteró el joven de gélidos ojos.
–Ya te lo dije una vez, ¿recuerdas? Ya hace mucho…–contestó nostálgicamente–. Simplemente, te amo. Tu mirar, aunque sea ausente, tus silencios, aunque me lastimen, tu ardor…–y con honda ternura, reflejada tanto en su voz como en su sincero mirar, añadió–, tu buena disposición para ayudar, aunque intentes ocultarlo, tus buenos sentimientos… Y sé que algún día tú comprenderás qué es el amor, puesto que ya has aprendido a desear la compañía en vez de la soledad. No sé si me ames, después de todo ha sido un encuentro fortuito lo que nos ha reunido… pero estás aquí… y yo… y yo…
Heero se mantuvo en silencio, incapaz de expresarle en ese momento crucial el amor que le profesaba, pero una dicha infinita le inundó el alma de placer y ferviente gratitud.
–Pero no vuelvas a irte de nuevo, porque yo jamás me iré ya más de tu lado y no podré perdonarme a mí mismo mi debilidad. Si te vas, Heero, me dolerá en el alma haber confiado una vez más en ti y no seré feliz.
–¿Por qué dices que me he ido, Duo? Si bien recuerdo, tú te fuiste la última vez–musitó, extrañado, Heero.
–Tú siempre estabas ausente, eras apático, tu mirada extraviada en algún confín de tu memoria, pero ciertamente muy lejos de mí.
Y de nuevo el silencio los cubrió y sólo se escuchó el aleteo de las gaviotas y las olas del mar golpear contra la arena en el cadencioso vaivén eterno de sus aguas.
–Te equivocas–el aludido le dedicó una mirada inquisitiva y desconcertada–. Sé qué es el amor. ¿No lo sabes, Duo?–y agregó con voz serena y pasiva–. Tú eres amor.
Y los ojos violetas y diáfanos de Duo se llenaron de lágrimas calientes y se sonrojó al notar sobre él la elocuente mirada de Heero, reemplazando con su intensidad las palabras, que en ese momento le faltaban.
–Tu entrega, Duo, ha abierto puertas de mi corazón antes cerradas e inaccesibles. El amor está hecho de momentos y yo… atesoro cada segundo que disfruté a tu lado… aquéllos jamás podré olvidarlos–y le cogió las dos manos con cariño–. A tu lado yo experimenté diversas sensaciones: una grata calidez disipó con efectividad mi frialdad penosa. Tu dulzura y tu paciencia eternas me invadieron de una anhelada tranquilidad, pero has vulnerado mi corazón, Duo y ahora me resulta imposible contener el manantial que escapa de la grieta que ha roto la fortaleza que alguna vez construí para no sufrir, para no sentir–y con voz sincera y conmovida agregó: –. Ahora no quiero… no quiero dejar de sentir, Duo.
Y Heero lo estrechó, por propia voluntad, contra su regazo, acariciándole el cabello castaño y la espalda afectuosamente. Un calor abrasante les penetró por los poros de la piel a ambos. Y, al separarse después de un momento largo, el tenue resplandor plateado de la luna, que surgió de entre las nubes, iluminó el rostro conmovido de Duo. Las lágrimas manaron abundantes de sus ojos claros y resbalaron por las mejillas azoradas del muchacho de cabello trenzado y Heero, profundamente enternecido y embebido del rostro dulce, bello, vívido de su amante, besó cada lágrima y luego unió sus bocas en un beso cálido, suave, breve y tímidamente pasional. La visión desdibujada de Duo, debido al llanto callado, contempló, sorprendida, que los ojos serenos y húmedos y azules de su compañero derramaban sus propias lágrimas y éstas surcaban sus mejillas sonrosadas, pero entonces él dudó si Heero realmente lloraba o era la lluvia que los mojaba y que en ese preciso momento se desencadenaba violentamente.
Nunca te avergüences de derramar lágrimas sinceras.
(H. Jackson Brown)
Fin
Nota de la autora: Deseo que te haya gustado este último capítulo y te agradezco que hayas llegado hasta el fin. Me ha costado mucho decidirme por el final, pero estos chicos merecen ser felices y, por esta vez, preferí dejarlos juntos y, además, a mi parecer, conforman una buena pareja. ¿Qué pasó al final? Yo creo que t ya lo sabes. Tal vez lo halles demasiado sentimental o muy fuera de los personajes, pero yo, en mi opinión, no creo que Heero sea tan duro e insensible… y el amor es un buen remedio para sanar debilidades.
Creo, personalmente, que el final está muy sencillo, tal vez muy predecible o muy forzado, pero yo soy principiante en esto y espero que seas comprensiva. Con el tiempo aprenderé y los fics serán mejores, espero.
Y deseo disculparme por mi retraso en este último capítulo, que lo tenía preparado desde hace casi dos semanas, pero realmente surgieron unos imprevistos que no estuvo a mi alcance solucionarlos.
Antes de despedirme, quiero recomendarte que veas la película iraní "El Color del Paraíso", pues es muy bella.
Y, por supuesto, muchas gracias a:
Loreto W: A pesar de lo que dices, te agradezco nuevamente tus palabras, porque escribir es lo que me apasiona y, que me encuentras buenas para esto, me llena de orgullo.
Ojalá te haya gustado el final… y que no te parezca muy forzado a la felicidad. Creo que cuando hay sentimientos no es imposible una feliz reconciliación.
Ojalá tu paciencia haya valido la pena.
Oriko Asakura: Espero que este último capítulo no te haya parecido muy irreal y que lo hayas disfrutado y… te hayas reconciliado con Heero, ¿no?
Te agradezco que opines que soy buena para describir los sentimientos de los personajes… eso es lo que a mí me gusta… más que crear una trama complicada me interesa relatar con sus pormenores los sentimientos de las personas.
Ojalá tu espera no haya sido en vano.
