-o-

Capítulo 3
La decisión de Hermione

Nugg limpiaba afanosamente la chimenea de la sala común de Gryffindor. Retiró las cenizas, las acomodó en bolsas y limpió la chimenea una vez más. Luego giró y observó, manos en las pequeñas caderas, la habitación. Asintió. Ese había sido el trabajo de un buen elfo doméstico.

El cuadro de la Dama Gorda se abrió.

El cuadro se cerró.

Nugg mantuvo los ojos en aquel punto, preguntándose si había comido algo que le hiciese ver visiones. Se encogió de hombros y comenzó a cargar las bolsas de cenizas.

Creyó escuchar el leve fru-frú de una capa. Por un momento su puntiaguda nariz olisqueó el aire. Nugg hubiera jurado que olía a fragancia de menta.

A partir de ese momento, Nugg decidió trabajar el doble de rápido y salir de la torre tan pronto como sus delgadas piernas se lo permitiesen.

-o-

Harry Potter despertó de su mala noche.

Le dolía la cabeza. Las clases de Oclumancia que le proporcionaba Snape comenzaban a funcionar, pero para el Oclumante novato aquello significaba dormir con la cabeza como si fuera una roca de granito.

Fue gracioso, pensaba Harry, cómo había cambiado la actitud del Ministerio de la Magia para con él. Luego de comprobar el regreso de Voldemort, Cornelius Fudge, actual Ministro de la Magia, despertó de su pequeño mundo de fantasía y aterrizó con brusquedad en la dura Realidad. Ahora no cabía duda de que Harry era muy importante, debido a que él debía ser quizá la única posibilidad que el mundo tenía de librarse de Lord Voldemort.

Así que, de una buena vez, se dispuso a ayudar.

Lo primero a hacer, según explicara el profesor Dumbledore, era asegurarse de que Harry no volvía a dejar su mente abierta a Voldemort. A pesar de todo, ellos todavía estaban conectados por el hechizo que no consiguió matar al Niño que Vivió. Dumbledore exigió que Harry volviese a las clases de Oclumancia, y el muchacho no puso objeción alguna. Ya había perdido mucho por no hacer caso.

No pudo evitar pensar en Sirius.

Se contuvo de golpearse a sí mismo. No era el mejor recuerdo para empezar una mañana carente de pensamientos. Prefirió recordar, con cierto agrado, la sorpresa que se llevaran los Dursleys tan pronto como Harry hubiese retornado de la escuela. Tío Vernon se había asustado mucho con el grupo de amigos de Harry, pero su susto e indignación llegaron a un pico de altísima tensión cuando la primera lechuza llegó a Privet Drive, dos días después.

Aparentemente, Harry estaba autorizado a usar su varita bajo órdenes del Ministerio y en consideración al peligro que pudiese correr.

Y si acaso eso había sido malo, recibir clases particulares de Oclumancia durante el verano fue un martirio tanto para Harry como para los Dursleys como para el mismísimo Severus Snape.

Snape no tenía el más mínimo deseo de visitar una casa de muggles tres veces por semana para asegurarse de que Harry cerraba su mente, pero Dumbledore había sido claro de que Voldemort no debía apoderarse de sus pensamientos de nuevo. Tío Vernon y el resto de la familia casi tuvo un colapso nervioso al enterarse que un mago iba a visitar la casa tres veces por semana. Harry, por su parte, seguía odiando Oclumancia; pero ahora se debía a que, de haberse tomado eso en serio antes, ahora Sirius estaría vivo.

Harry guardó silencio por un par de segundos. Luego se golpeó la mejilla derecha.

No debía pensar en él. No importaba lo que pasara, no debía pensar en Sirius.

Prefirió recordar cosas más alegres. Por ejemplo, la cara de los Dursleys todos los Lunes, Miércoles y Viernes antes de las cinco, cuando Snape se aparecía en la salita del comedor.

Habiendo despertado por completo, y ya casi listo para enfrentar un nuevo día, Harry salió de la cama y comenzó a vestirse. Sólo entonces escuchó el atronador ronquido que venía de algún lugar de la habitación. Harry no recordaba haber oído a Neville roncar sí, jamás.

Se sorprendió mucho al descubrir que quien roncaba era Ron.

Y se sorprendió mucho más al notar que apestaba a perfume de flores. Y menta.

-o-

-No pasa nada, de verdad -bostezó Ron durante el desayuno-. Dormí mal, eso es todo.

Harry no estaba seguro de creer en aquello. Tantas horas de entrenamiento con Moody (la Orden del Fénix se pasó el verano visitando a Harry para pequeñas clases particulares, lo cual dejó a los Dursleys con constantes ataques cardíacos) habían hecho de él una persona más desconfiada. Había algo que Ron le ocultaba, y daría la mitad del oro de su bóveda en Gringotts para averiguarlo.

Más fragancia de menta arribó a su nariz, pero no venía de Ron. Harry giró en su asiento y vio que Hermione se sentaba a su lado. Estaba exhausta y se mostraba malhumorada.

-Buenos días -dijo, y bostezó con fuerza. Ron imitó el bostezo y Harry tuvo la pizca de sospecha de que algo muy extraño estaba pasando.

-¿Están ustedes bien? -preguntó al fin. Ron se atragantó con su jugo de calabaza.

-¡Claro que estoy bien! -dijo-. ¿Por qué? ¿Me veo raro? ¿Tengo algo en la cara? Estoy bien, y Hermione también.

Harry parpadeó. ¿Cómo sabía Ron si Hermione estaba bien o no? Harry le dirigió una mirada a la muchacha y no le ayudó demasiado verla dormida sobre su plato del desayuno. Volvió sus ojos hacia Ron, dubitativo.

-¿Qué?

-Nada -murmuró Harry.

Él no había sido el único en notar los comportamientos extraños de Ron y Hermione. Neville preguntó por el intenso olor a menta que parecía provenir de ellos, y ellos se excusaron diciendo que habían practicado hechizos para refrescar el ambiente. Lavender y Parvati, algo así como el Frente de Acumulación de Chismes de Gryffindor, inquirieron a Hermione para que les pasara ese hechizo, pero ella se negó. Incluso Ginny se dio cuenta de que algo estaba pasando.

Y no sólo por Hermione. Ginny, que había conseguido el puesto de cazadora en el equipo de Quidditch de Gryffindor, aseguró que su hermano Ron casi no se molestó por atajar las Quaffles que volaban hacia sus aros durante los entrenamientos de aquella tarde.

Lo que más desconcertaba a todo el mundo, sin embargo, era la forma en que el fantasma de Myrtle la Llorona se paseaba por el castillo.

Cantaba.

-Maldita Myrtle -murmuró Hermione dos noches más tarde, mientras patrullaba el corredor del quinto piso junto a Ron-. Si no fuera por ella... pues...

-Ya, no te mortifiques -Ron la consoló, aunque él también había expresado sus opiniones hacia ella.

-Fue mi culpa -agregó-, olvidé que ella suele espiar a los Prefectos. Harry me lo contó... pero eso había sido hace mucho. Y como yo casi nunca entraba a los baños, pues...

-Sí, te entiendo -suspiró ella-. Bueno, míralo por el lado bueno: pudo haber sido Peeves.

Ron meditó aquello y trató de imaginarse qué hubiera pasado si Peeves los descubría haciendo lo que estaban haciendo.

Se estremeció.

-Buen punto.

Pasaron junto a la puerta del baño de los Prefectos y no pudieron evitar lanzar una mirada a la misma.

Pensar que casi ocurre algo, allí adentro, pensaron al unísono. Si no fuera por Myrtle... No, el baño ya no es seguro.

Ambos siguieron caminando, pero sin ver por dónde iban. Aquel pensamiento les hizo meditar en algo.

¿Ya no es seguro? ¿Qué, quieres intentarlo de nuevo?, se preguntaron, y, para sus individuales sorpresas, se encontraron asintiendo mutuamente. Bueno, entonces a ver si buscas un mejor lugar, porque ya te puedes ir olvidando del baño de los Prefectos.

-Lo sé -dijeron Ron y Hermione al mismo tiempo.

Se detuvieron. Se miraron. Se entendieron.

-o-

Conque así estaba la cosa. Así que los dos pensaban de manera similar. Ron y Hermione podían tener sus grandes diferencias ideológicas, pero en ciertos temas específicos sus pensamientos encontraba puntos de unión. Y ahora acababan de descubrir que esos puntos de unión eran, en cierta forma, prohibidos y castigables.

Tuvo lugar un nuevo debate entre amantes. Hablaron mientras patrullaban el castillo, manteniendo la voz cautelosamente baja para evitar ser escuchados. Hogwarts tenía miles de oídos, no sólo en las pinturas de las paredes, sino en los fantasmas, los profesores, los alumnos y, por supuesto, los demás Prefectos.

-Mira por dónde vas, Weasley -susurró una voz que arrastraba las sílabas.

-No molestes, Malfoy -dijo Ron de manera automática.

Draco Malfoy pasó junto a ellos. Su expresión irradiaba odio contenido tras cinco años de ver a Harry salirse con la suya. Y ahora tenía dos nuevos motivos para estar furioso: un pobretón con privilegios de Prefecto y una hija de muggles con los mismos beneficios.

Los odiaba. Odiaba a Harry. Lo odiaba por haber puesto en una difícil situación a su padre. Lucius Malfoy había sido encontrado junto a otros mortífagos en el Ministerio, amarrados por los miembros de la Orden del Fénix. Odiaba a Harry por haber enviado a su padre a Azkaban, muy a pesar de que ahora estuviese en libertad. Era fácil escapar de Azkaban, ahora que los Dementores no tomaban consideración de los miembros de Voldemort.

Pero estaba prófugo, aunque todos pensaban que su hijo sabía exactamente dónde se escondía. Todos estaban en lo cierto. Draco lo sabía, y odiaba a Harry por haberle hecho eso a su familia. Estaba dispuesto a todo con tal de que pague su osadía.

También odiaba a Ron. No podía creer que fuese prefecto. No podía entender cómo podían nombrar con un cargo así a un tonto de capirote que en su vida había visto dos monedas de un Galleon juntas. Lo odiaba a él y a toda su familia, y realmente deseaba hacerle daño de alguna forma. Al fin y al cabo, él había ayudado a Harry a encerrar a su padre. Estaba dispuesto a todo con tal de que pague su osadía.

Y luego estaba... ella.

Draco odiaba que los pobretones tuviesen insignias de Prefecto, pero de ahí que una sangresucia tenga eso...

Aquello no era odio. Siempre había pensado que todo su odio iba generosamente dirigido a Harry James Potter. Y, sin embargo, cada vez que la veía a ella caminar por ahí, luciendo esa insignia manchada de sangre no mágica... No, aquello no era odio. El odio era muy poco para eso. Aquello que sentía al verla pasar era una aberración y desprecio tan grande, tan intenso, tan potente que su mano apretaba la varita hasta hacerla sacar chispas de colores.

Hermione Granger, Prefecta de Hogwarts. El fin del Mundo, en la mente de Malfoy. Y ella también había ayudado a Harry a encerrar a su padre.

Un pensamiento se concentró en aquella mente llena de rencor; en aquella sangre pura en magia. Un deseo impulsado por aquello que era más que odio. Malfoy comprendió que estaba dispuesto a todo para hacerle pagar su horrible osadía. Y llegó incluso a asustarse un poco al descubrir que, cuando decía todo, quería decir TODO.

-No están en su jurisdicción -murmuró él-. Han bajado hasta las mazmorras, y aquí vigilan los Prefectos de Slytherin. Vuelvan arriba, o les descontaré puntos. No que me moleste, claro.

Ron bufó, pero obedeció. Draco los observó marcharse, pero sus ojos se quedaron en la figura de Hermione.

Estaba dispuesto a absolutamente TODO para que esa horrible sangresucia pague por su descaro.

-o-

Había pasado dos semanas desde que Myrtle interrumpió en el baño de los Prefectos. Ron y Hermione ya habían conseguido dormir bien. No le resultaba fácil a Ron acostarse sin pensar en Hermione en bikini... o sin él. Agradeció no ser él quien debiera vaciar su mente antes de ir a dormir, aunque a veces hubiera preferido que así haya sido.

Hermione tuvo problemas similares. Estaba acostumbrada a acostarse con a cabeza llena de pensamientos, pero ninguno hasta entonces había ocupado todos sus sueños. Pensaba en Ron. Pensaba en los besos perdidos. Pensaba, y se amargaba, con la falta de privacidad en Hogwarts. Si tan sólo pudieran admitirlo... Pero no estaban seguros de que Harry lo tomase bien. Querían esperar el mejor momento.

-¡Legeremens! -gritó Harry, pero el hechizo no funcionó. Dumbledore le estaba enseñando a entrar en la mente de otros, pero no para fines malos. Esperaba que Harry pudiese valerse de ese poder para averiguar las verdaderas intenciones de quien quiera que se ponga frente a él.

Actualmente frente a él estaba Neville.

-¿Viste algo? -preguntó él, esperanzado.

-Nada -Harry bajó la varita-. No es un encantamiento sencillo.

Era, de hecho, uno de los más difíciles del libro. No tanto entrar a una mente ajena; eso se podía hacer; pero de ahí a entrar sin que la mente ajena propiamente dicha tuviese noción alguna del hecho era otra cosa.

-Se supone que tienes que vaciar tu mente, como con la Oclumancia -explicó Hermione, siempre dispuesta a ayudar-. Deja espacio en tu mente para los pensamientos que vas a ver.

Harry frunció el entrecejo, pero le dio la razón. Se había jurado prestar más atención a lo que decían sus amigos. Si lo hubiera hecho la última vez...

Volvió a golpearse la mejilla derecha.

-Deja de hacer eso, por favor -pidió Hermione.

Harry suspiró. Respiró profundamente... y apuntó a Neville.

-¡Legeremens!

Silencio. Neville habló.

-¿Y?

-Nada...

-Oh.

Ron entró a la sala común y se sentó pesadamente en el sillón, junto a Hermione.

-Tenemos que patrullar esta noche -dijo-. Rondas separadas. Tú vas del segundo piso al cuarto. Yo voy del quinto al séptimo. ¿Cómo va la Legeremancia?

-Mal -masculló Harry. Apuntó su varita a Neville-. ¡Legeremens!

Neville le sonrió, expectante.

-Nada... Bah -dijo Harry.

-Así que rondas separadas. Bueno, eso está bien -dijo Hermione, pero se la notaba desilusionada. Bostezó y se desperezó-. En ese caso, voy a dormir un poco. Debo estar despierta para la ronda.

-Sí, yo también -susurró Ron.

-¡Legeremens! -gritó Harry, apuntando su varita a Crookshanks.

-No desesperes, Harry. Ya lo dominarás.

Harry la ignoró y gritó "¡Legeremens!" a una mosca que pasaba. De repente tuvo deseos de comer azúcar. Bien, ya era un avance.

Más tarde, aquella noche, Ron patrullaba los pisos que le correspondían. Le gustaba sacarle puntos a otras casas, pero no lo hacía si no se habían roto las reglas. Hermione le había enseñado suficiente acerca del quebrantamiento de normas. Claro, a veces costaba un poquito controlarse con los de Slytherin... pero bueno.

Su ronda iba normal. Nada extraño en el quinto piso... todo tranquilo en el sexto... nada inusual en el séptimo.

Comenzó a aburrirse. Cuando iba con Hermione podía charlar y discutir. Sobre todo, podían besarse siempre que estuviese la oportunidad. Se dio cuenta de que cada vez extrañaba más esos lindos y suaves labios.

Suspiró. Estuvo de acuerdo de que aquella noche no podría dormir bien.

Lo que necesitamos, pensó, es un lugar privado. Pero privado de verdad. Necesitamos un lugar donde nadie nos encuentre. ¿La casa de los gritos? No estaría mal... Sólo hay que evitar que el Sauce Boxeador nos arranque la cabeza de un golpe. Además, tal vez Harry se preocupe por nosotros, saque su mapa y descubra que ya no estamos en Hogwarts.

No, la casa de los gritos está descartada.

Comenzó a dar vueltas en uno de los corredores del séptimo piso. Ya no vigilaba; ahora pensaba con fuerza. Sabía que podía encontrar una solución al problema.

Piensa, se dijo, piensa con cuidado: lo que Hermione y yo necesitamos es un lugar privado. Un lugar donde podamos estar a solas y no ser molestados por nadie, ni siquiera por fantasmas metiches.

Hubo un sutil cambio en el flanco izquierdo de su campo de visión.

Cuando Ron miró en esa dirección, se sorprendió de encontrar una puerta donde antes había estado la pared.

Pero se sorprendió más al ver lo que había al otro lado de la puerta.

Retrocedió un par de pasos y observó el pasillo en el que se encontraba. Sonrió.

-Por supuesto... Qué tonto soy...

-o-

Hermione escuchó con cuidado los susurros de Ron, aquella noche, en la sala común.

-¿La sala Multipropósitos? -susurró a su vez, incapaz de creerse tan tonta como para no haber recordado aquel maravillosos descubrimiento.

Por supuesto, era el mejor lugar. Era el único lugar. Era la sala Multipropósitos que se escondía en el séptimo piso del castillo, esperando a que alguien con una gran necesidad pase frente a ella para materializarse en aquello que tanto necesitaba el visitante. Ya habían oído testimonio de que la sala se había transformado en un baño lleno de orinales, un armario para esconderse y una pequeña clínica para elfinas domésticas excedidas de copas, y Hermione había visto con sus propios ojos la apabullante sala de entrenamiento obtenida para las sesiones del ED. Claro, ahora que Umbridge no era más que un mal recuerdo, Dumbledore había visto la idea del ED muy atractiva y había cedido un gran salón de clases para las prácticas del grupo, el cuál ahora llegaba a los treinta miembros.

Eso quería decir que la sala Multipropósitos estaba disponible. Disponible para lo que sea que Hermione y Ron quisieran hacer.

Su mente se paró en seco. ¿Qué quieres decir "lo que sea que queramos hacer"?

Sabes bien a qué me refiero, chica pícara. Ji, ji, ji...

Hermione había decidido, varias noches atrás, que aquella segunda vocecita en su cabeza le iba a traer muchos problemas. Quizá porque siempre decía la verdad.

-Podríamos... ir allí... durante la siguiente ronda -susurró Ron mientras hacían como que veían a Harry practicar Legeremancia con Ginny-. O cualquier noche que queramos.

Su voz sonó con expectativa, la misma que se encuentra en las personas que toman un rifle y miran a la multitud de tranquilos peatones mientras piensan con una sonrisa demente: "No tengo nada que perder".

Hermione se asustó un poco al descubrir que ella pensaba igual. Todo este asunto de las hormonas desbocadas resultaba peor que los exámenes finales, porque con los exámenes finales bastaba estudiar de los libros y hacer un poco de práctica.

Con el asunto del amor, parecía ser que los libros no eran muy necesarios.

-¡Legeremens! -gritó Harry-. ¿Estás pensando en un duendecito verde?

-No, estaba pensando en Myrtle la Llorona.

-Bah... -Harry cerró los ojos y procuró variar su mente.

-¿No han notado que Myrtle está muy rara? -preguntó Ginny a Ron y Hermione, de forma súbita-. Es como si supiese algún secreto que no quiere contar. ¿Qué les pasa?

Ron y Hermione se habian sonrojado al unísono. Harry, Ginny, y un par de Gryffindors que se habían quedado en la sala común para curiosear lo que hacía Harry miraron a los adolescentes en el sofá.

-Hace calor -mintió Ron.

-Yo tengo sueño -se excusó Hermione.

-Y mañana hay clases.

-Deberíamos ir a dormir.

-Sí, a dormir.

-Buenas noches.

-Adiós.

Ron y Hermione se pusieron de pie, bostezaron de forma extraña y caminaron hasta las escaleras.

-Bueno, adiós -susurró Harry.

Mientras subía los primeros escalones, Ron escuchó que Harry volvía a practicar con Ginny. Se le escuchó gritar "¡Legeremens!" y a Ginny replicar "Así no va a funcionar".

Ron se rascó la cabeza y subió al dormitorio.

-o-

Fue planeado con extrema delicadeza. Hermione llegó a sentirse como una mente criminal que analizaba el sistema de seguridad del banco más eficiente del mundo, sólo que no se trataba de un banco y ella no buscaba robar la bóveda principal.

Lo que Ron y Hermione querían era tiempo para ellos.

Había un problema. Un gran problema. El peor problema que dos personas que se aman suelen tener en algún momento de su relación: un problema moral.

Sólo podía compararse con un buen bostezo. Bostezar hace que uno se sienta a gusto. Siempre cae bien un buen bostezo, que parece relajar gran parte del cuerpo. Pero hete aquí que, si el bostezo es interrumpido por algún elemento secundario, uno queda con esa horrible sensación de no poder bostezar.

Hermione sintió algo parecido desde el incidente con Myrtle. La muchacha fantasma les había interrumpido en su pequeña demostración de amor. Ahora Hermione sentía, con cierto vehemente temor, que quería dale mucho más que besos a Ronald Weasley.

Hermione sacó el tema levemente durante la siguiente ronda en conjunto, y el debate que llevó aquel comentario fue mucho más grande que los demás. Tan grande que, incluso, debieron extenderlo durante dos días consecutivos, hablando de eso en cada momento de privacidad. El problema no era sólo que Hermione quería intentar algo más en su siguiente escapada amorosa, ni que Ron había creído que ese "algo más" sería "mucho más".

El verdadero problema era que Hermione, a un nivel tan profundo de su mente que haría envidiar a los submarinos que encontraron el Titanic, deseaba que aquello resultase "mucho pero mucho más".

Y ya empezaba a notarse en el exterior. Hermione, que nunca había mostrado signos de estar fuera de su equilibrio mental (excepto los días anteriores a cualquier examen) comenzó a mostrar signos preocupantes que llamaron la atención de algunos, especialmente de Ron. Para empezar, sus hechizos con la varita se desviaban ligeramente, a causa de que las manos de Hermione temblaban con gentileza. Tartamudeaba un poco al hablar, especialmente a la hora de responder preguntas en las clases. Y, por algún motivo que nadie quería saber en profundidad, se acaloraba con muchísima frecuencia.

Ron era otro cantar, pensaba ella. Ron libera su presión mediante insultos a los de Slytherin, patadas a algunas cosas pequeñas y, por supuesto, el Quidditch. Sí, el Quidditch le permite liberarse de muchas de sus presiones, por eso él no ha cambiado.

Hermione se estremeció. De hecho, era el Quidditch lo que mantenía a Ron tan agudo como un alfiler. Aquella práctica deportiva le consumía toda la adrenalina que sus visiones románticas con la mujer que amaba le producían cada noche. Lo que es más, incluso empezaba a jugar mejor, ahora que conseguía dormir.

Hermione no hacía prácticas deportivas. Hermione no insultaba a diestra y siniestra. Todo lo que hacía Hermione era leer, escribir y estudiar. Y eso le aterraba. No tenía ninguna válvula de escape para todo lo que se estaba acumulando en su interior, y tenía plena conciencia de que no habría forma de cerrar el flujo una vez que éste se abra. Si no encontraba una manera de liberar algo de todo aquello, su siguiente escapada con Ron en la habitación Multipropósitos sería... sería...

Ni siquiera quieres pensar en eso, chica pícara. Ji, ji, ji. No te culpo. Fuiste tan simpática y educada por tanto tiempo, pero ahora has dado una pequeñita mordida a la fruta prohibida... y ahora le quieres dar todo un mordisco.

-¡Callate!

-¿¿Yo qué dije?? -Ron se hizo a un lado.

Hermione regresó a la Realidad y recordó que estaba patrullando el sexto piso junto a Ron. Debatían sobre la famosa escapada cuando su mente se puso a vagar sin rumbo. Mejor dicho (y para peor), con un rumbo plenamente definido.

No quería decirlo. No, no quería decirlo. No era correcto. No era permitido. Eran jóvenes, todavía no debían hacerlo. Sí, quería decirlo, pero no podía hacerlo. Quería sugerirle cosas de las que nunca se hubiera creído capaz, y cada vez le costaba más contenerlas para sí misma. Si no hacía algo pronto, estallaría.

-Lo siento, Ron...

-Has estado muy rara últimamente. ¿Estás segura de que te encuentras bien?

-Sí -mintió ella.

Caminaron por un momento, hasta que Ron decidió hablar.

-No debemos hacerlo, si no quieres.

Hermione lo miró de reojo. Ron continuó.

-Lo de la sala Multipropósitos, quiero decir. Tal vez sea un error intentarlo. No creo que te haga bien.

Se estaba preocupando por ella. No, no puedo decirle. No puedo hacerlo. Somos muy jóvenes, no es el momento.

-Sólo quiero lo mejor para ti -dijo Ron en voz baja-. La verdad, me preocupas mucho. Quisiera saber qué tienes. Realmente quisiera ayudarte.

Oh, no, no me hagas esto, Ron... No digas eso... No lo hagas más sencillo para esa otra voz en mi cabeza. ¡Callate! Sí, hablo de ti, maldita pervertida. ¡Sal de mi cabeza!

No, gracias, aquí estoy bien. ¿Ya viste que guapo se ve hoy?

¡No puedo creer que esto me esté pasando!

Yo sí, ji, ji, ji...

-Hermione... -comenzó Ron, y se detuvo. Hermione le imitó y se volvió hacia él. Su amor tenía la vista fija en sus zapatos-. Mira... No quiero que te pase nada malo. No has sido la misma desde... aquella vez. Se que es por mi culpa.

¡Nooo! ¡Ron, cállate! ¡No sigas! ¡Me estás matando!

-Así que... decidí cortar por lo sano -levantó la vista-. Tal vez debamos olvidar lo nuestro.

El silencio que siguió a la declaración fue tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Ni siquiera las voces en la cabeza de Hermione interrumpieron la calma. Hermione trató de razonar aquello, pero falló.

-¿Qué? -susurró.

-Es por tu bien -dijo Ron, volviendo a bajar la vista-. Creo que estás muy exaltada, y lo más probable es que sea mi culpa. Quiero decir, no debería ser tu culpa, tú siempre haces las cosas bien y... y todo eso. Hermione, quiero que te recuperes, que vuelvas a ser la de antes, y si eso significa...

Hizo una pausa. Hermione vio el gesto de dolor.

-... y si eso significa... dejar de amarnos, pues... Hermione, entonces lo intentaré.

Lo hace por ti, dijo una voz en la cabeza de la chica. Hermione no supo cuál de las dos. Lo hace por ti, niña. Deja de amarte sólo por ti. Cree que él es el culpable. Cree que él carga con el problema. Y ahora deja de amarte porque tú no sabes lo que quieres. O mejor dicho, no quieres admitir que lo que quieres va en contra de todo lo que crees y respetas.

Pero, ¿qué vale más: aquello que respetas, o aquello que amas?

Hermione escuchó a su voz interna hablarle con calma y suavidad. Le tembló el labio inferior y sus ojos se llenaron de lágrimas. Al diablo con las reglas, pensó.

-¡Ufff! ¡Her... mio... nnne!

Ron trató de sobrevivir al abrazo. Hermione se arrojó a él y sus brazos tomaron el agarre y la fuerza de una pala mecánica, atrapando a Ron como una perla en las fauces del ostión. La niña comenzó a llorar.

-¡Fue mi culpa! -dijo-. ¡Fue mi culpa, Ron! ¡No eres tú! ¡Por supuesto que no eres tú! ¡Fui yo y todos mis malditos impulsos y sentimientos contenidos! ¡Fui yo!

-Está bien... cálmate... Y suéltame... Por favor...

Hermione aflojó el abrazo, pero no lo soltó. Lloró sobre su hombro durante un largo rato en el cual Ron observaba en todas direcciones, intentando evitar ser visto. Cuando al fin se hubo calmado, Hermione dio un paso atrás.

-Ron... Ya no lo puedo soportar. Quiero que me escuches, porque ya no quiero ocultarlo -dijo ella en un tono mas bien acuoso-. Quiero demostrarte cuánto te amo, y quiero hacerlo de la manera más intensa. Ron... yo... yo... -se mordió el labio inferior. Más lágrimas aparecieron en sus ojos. Las palabras quedaron atascadas en su garganta, pero ya no las quería allí. Las quería afuera, en el aire, dentro de los oídos de su amado. Ya no le importaba nada-. Quiero pasar una velada en privado contigo.

Vaya, hasta que por fin lo admites, dijo su voz pícara. Aunque yo hubiera usado otras palabras.

Ron quedó con los ojos abiertos y la quijada levemente caída. Habían aparecido tantos pensamientos en su cabeza que ahora todas las rutas estaban congestionadas. Cuando habló, intentó ser lo más calmo posible.

-H-H-Herm-m-mione... S-Som-m-m-mos m-m-muy j-j-óve-ve-venes... -tartamudeó, demostrando una impecable derrota.

-¡Lo sé! Pero... ¡Ya no puedo seguir así, y no quiero arrastrarte a nada que no quieras!

Él la abrazó con fuerza. Supuso con acierto que eso le daría unos segundos extras para pensar. Soltó el abrazo y la miró directo a los ojos.

-Hermione, sabes cómo funciona mi mente. Bueno, algo así. Eh... Mira, no niego que ya había fantaseado con todo eso y... eh... bueno, claro, las visiones son una cosa, pero no creo que debamos... debamos...

Ella tomó sus manos. Se miraron a los ojos. La voz que Hermione usó a continuación fue mucho más calma y libre de peso. Y honesta. Muy honesta.

-No es necesario que... lleguemos a hacerlo todo -ambos se sonrojaron-. Creo que puedo... que podemos... permitir llegar a... algo. Pero no a todo. No sé si me entiendes.

-Llegar a algo, pero no a todo -repitió Ron, más para sí mismo-. Sí... a decir verdad, lo entiendo perfectamente.

Mantuvieron la mirada firme en los ojos de la persona adelante. Sus manos se estrecharon unas con las otras.

-Tenemos mucho que planear -susurró él.

-Muchísimo -asintió ella.

Se besaron. Fue uno de esos besos que suelen tener música de fondo. Violines. Duró más de un minuto, pero para ellos fueron apenas segundos. Continuaron su ronda tomados de la mano, comenzando a planear el mayor quebrantamiento de reglas que una feliz pareja pudiera haber pensado hacer en el castillo de Hogwarts. Estaban dispuestos a todo por amor.

Habían pasado dos segundos desde que Ron y Hermione doblaron en la esquina del corredor. Una tercer persona se asomó por el otro lado y apuntó sus ojos al final del pasillo.

Meditó un momento en todo lo que acababa de escuchar. No sabía bien si debía reír a carcajadas o carbonizarse en odio. Optó por la imparcialidad.

Sus dedos jugueteaban con su varita. Sus ojos no se apartaban de aquella esquina al final del pasillo. Su mente comenzaba a hacer planes por cuenta propia, y se sentía orgulloso de todas aquellas maquiavélicas ideas.

Ciertamente, Draco Malfoy estaba dispuesto a todo, absolutamente a TODO, para vengarse de aquellos que humillaron a su apellido. Estaba decidido a hacerles pagar cara, muy cara, extremadamente cara quella horrible, sucia osadía.

-o-

(Continuará...)