Sábado 23 de Agosto de 2003
Alone
Advertencias: Shaman King caps 1-64, yaoi [Hao x Ren].
Comentarios: El final de la serie me dejó tan insatisfecha que he decidido hacer uno alternativo para mi propio deleite. Es bastante distinto al original, y muy personalizado, pero ojalá lo disfruten .
Agradecimientos: A todos los descontentos con el final de la serie, y a los partidarios del Hao/Ren x)
-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-
Cuatro años hacían desde que el Torneo de Shamanes había terminado, y Ren no podía aún acostumbrarse al resultado. Una que otra noche tenía por sueño la pelea de Yoh y Hao. Resultaba increíble pensar que eran gemelos al verlos enfrentarse así, pero todo parecía más real cuando se veía en ambos la misma determinación a ganar. Rn, junto con sus amigos, se había quedado inmóvil, viendo la batalla desarrollarse frente a sí y sin poder creer lo que pasaba. Había confiado en Yoh tanto como en cualquier pelea anterior, pero en su corazón había azotado una duda. ¿No tenía Hao 1, 250,000 puntos de poder espiritual?
Sí, los tenía. Y con ellos había derrumbado y herido a Yoh, asestado potentes golpes que habían ido desgastando a su hermano hasta dejarlo peleando no contra él, sino contra la muerte. Ren, Anna y los demás no habían podido hacer más que quedarse viendo aquél doloroso espectáculo, todos sus ataques siendo inútiles ante el mayor candidato al puesto de Shaman King. Porque lo era; Hao era el indiscutible ganador de toda batalla, el que había esperado mil años y se oponía con el alma a dejar pasar más. Era el que había retado a los mismísimos Grandes Espíritus a detenerlo y había pasado sobre ellos.
Y había pasado lo que se esperaba y nadie quería aceptar; Hao había ganado, se había adueñado de los Grandes Espíritus y había aplastado con un dedo a los que se le ponían enfrente. Fue Manta el primero en reaccionar, chillándoles a todos que actuaran rápido. Se habían dividido, y cada cual se había dirigido a una distinta región a formar ejércitos que detuvieran a Hao. Mas Ren y Anna, los shamanes más cercanos a Yoh, no habían podido cumplir con su papel en esa resistencia; Hao los había capturado a ambos, y desde entonces no los había soltado.
Al enterarse, no tardaron en llegar Horo Horo y Lyserg con el fin de rescatarlos, pero habían sido recibidos con la misma rudeza que se destinaba a los demás rebeldes. Habían tenido que huir, siendo el chico de pelo azul el más resuelto a rescatar a su mejor amigo, Ren, y a sacarlo de ahí. Pero el Rey Shaman había aparecido, tentando al muchacho chino por su punto más débil; su orgullo de guerrero. Se había enfrentado a él, derrotándolo sin disimular la facilidad con la que lo hacía, y aun bajo los gritos desesperados de Horo Horo, Ren se había negado a partir, terco y herido.
Desde ese momento no se habían vuelto a ver. Ren sabía, por las charlas de los servidores de Hao, que su amigo seguía vivo y tan fiero como siempre. Sabía también que el resto de sus compañeros iba cayendo, uno por uno, siendo Manta el primero en desaparecer del mapa. Pero los conocía bien, y sabían que tanto por el futuro como por la memoria del enanito y de su ex-líder seguirían dando hasta lo último que tuvieran para vencer al Asakura triunfante. Y sabía también que no lo iban a lograr, por más que trataran. Al principio, también él mismo había intentado hacerlo, pero estaba solo en la fortaleza que Hao había construido en el interior de las montañas que alguna vez habían rodeado la aldea de los shamanes; Anna, que había sido capturada con él y con quien había querido aliarse, estaba hecha una sombra. La chica había cometido el error de poner a girar todas sus acciones en torno a Yoh, y de hacer depender su fuerza de la de éste. Cuando él fue derrotado, ella había caído con él, y desde aquél día se la veía callada y sombría, moviéndose sin gracia alguna y más por inercia que por deseo. Ren ni siquiera había tratado de devolverle esa chispa que antes la volvía fuerte y poderosa, pues él mismo se sentía apagado.
La vida para ambos era distinta desde que estaban ahí. Demasiado distinta. Las primeras semanas habían sido mantenidos como simples prisioneros, en celdas pequeñas y oscuras que a Ren no hacían más que recordarle las de su propio palacio, en las que alguna vez su padre lo había encerrado. Ocasionalmente recibían visitas de Hao –que les preguntaba, con su voz burlona, si le seguirían como habían hecho con su hermano -, pero eran mantenidos bajo la custodia de Marion. A los seis meses se les había permitido salir de vez en cuando, y poco después eran libres de vagar por la fortaleza, y Ren había comprobado con incredulidad cómo sus deseos de escapar habían desaparecido. En el primer aniversario de la muerte de Yoh, Hao lo había mandado llamar, y le había pedido que lo acompañara a ver "los resultados de la revolución", a lo que Ren no opuso mayor resistencia. Habían partido los dos, montados en el Espíritu de fuego, y habían sobrevolado grandes terrenos que el chico chino casi no pudo reconocer. Los pueblos se encontraban en su mayoría quemados, o destruidos, y de éstos se elevaba una humareda negra que hacía desaparecer todo rastro de celeste.
- Es apenas el inicio. – Había dicho Hao con tanta calma como si aquello fuera normal. Ren sintió sus venas arder al pasar sobre las tierras de las que provenía, comprobándolas tan derrotadas como las anteriores. Tras el paseo, Ren volvió con mareos y náuseas, asqueado de tanta destrucción como jamás pensó que podría estar. A partir de ese día, cada año (en la misma fecha), acompañaba a Hao a ver los avances de su gran sueño. A regañadientes tuvo que admitir que la tierra renacía y embellecía con el tiempo y la dedicación del Rey Shaman, que miraba con gran satisfacción su planeta.
Era la cuarta vez que lo acompañaba en el viaje y, como el resto de las veces, se sentía perdido con tantos metros entre el suelo y él. Desde que todo eso había comenzado, no volaba sino cuando hacía esos recorridos, y ya no se sentía acostumbrado a recorrer las nubes como cuando lo hacía regularmente, sobre Bason. Miró a Hao de reojo; el aparentemente joven shaman (porque seguía siendo un hombre con mil años) estaba firmemente de pie, perfectamente calmado. Y sonreía. Ren no podía creer que alguien así, que había destruido y matado sin dudar ni un instante, y que le había arrebatado todo cuanto quería (su espíritu, su mejor amigo, su querida hermana) pudiera tener una risa tan fresca, ligera, juvenil. En el tiempo que había transcurrido, Hao no había cambiado, salvo quizás una cierta serenidad y madurez que eran sin duda producto del hecho de que era inderrocable.
Ren aún lo odiaba, claro, aunque el sentimiento se hallaba congelado. Era cierto que Hao le había causado las mayores desgracias, pero le era difícil seguir detestándolo con la misma fuerza de antes. Siendo intenso y obsesivo como era, Ren se desgastaba con rapidez, y lo sabía perfectamente. En palabras del propio Hao; era tan pasional que iba a terminar destruyéndose solo. Pero había algo más ahí. En sólo cuatro años, Hao había conocido y dominado más de Ren que él mismo, y éste no podía evitar sentirse humillado por eso. Cierto era que el Rey Shaman se había abierto paso a su mente con la disimulada violencia que lo caracterizaba, quebrando orgullo y barreras que se oponían a sus deseos, pero Ren aún se mantenía de pie, irónicamente impulsado por la obstinación que le había causado tantos problemas antes. Si algo le quedaba que hubiera sobrevivido a los asaltos de Hao, era esa terquedad tan suya. Y eso nadie iba a quitárselo…
Sintió sus piernas flaquear, aturdido por la altura y la falta de oxígeno que no se encuentra en tierra firme, y no pudo evitar tambalearse peligrosamente. Se imaginó lo que sería caer, ser rozado por el aire y las nubes, y finalmente encontrarse con la tierra, que lo destrozaría más rápida y piadosamente que cualquiera. Pero toda idea descabellada y extrañamente relajante desapareció de su cabeza cuando sintió (y vio) el brazo de Hao pasarle por la cintura y sujetarle con la misma seguridad con la que él se mantenía. Volteó a verlo, atónito, y se encontró con la tranquila sonrisa del Shaman King. Reconoció entonces que aquél no era un gesto de desinteresada protección y nobleza, sino de posesión, y recordó las palabras que Hao, años atrás, le había dicho.
"Eventualmente, te haré mío."
Así que, finalmente, sí había decidido conservarlo. Y como con todo lo que le gustaba, lo había vuelto una pertenencia suya sin preguntar. Maldito fuera.
- Te odio. – Musitó Ren, bajando la cabeza y cerrando los puños, sintiéndose vivo de repente.
- No es verdad. – Respondió Hao, ampliando su sonrisa. Ren hizo ademán de decir algo, pero nada se oyó.
- Sí lo es… - Dijo al fin, enderezando la espalda de golpe, y soltándose por acto reflejo del soporte que le proporcionaba el brazo de Hao. Éste no dijo nada, sino que lo miró con algo que parecía compasión. Ese gesto encendió algo en el interior de Ren, que dio un salto atrás, poniéndose a la defensiva.
Se habían detenido a orillas de un lago, en algún lugar donde el frío chocaba con ellos como latigazos. El grandioso Espíritu del Fuego se desvaneció a una señal de Hao, que se acercó al tenso Ren con pasos tranquilos.
- ¡Déjame en paz de una vez! – Gritó éste, un repentino dejo de desesperación haciendo vacilar la fuerza de sus palabras. Hao se detuvo, sin inmutarse.- ¿Es que no te basta con todo lo que tienes?
Hao balanceó la cabeza con gracia, haciendo imposible distinguir si lo hacía para negar o para apartarse el cabello de la cara. Estando así, su parecido con Yoh era más que extraordinario, y eso no pasó desapercibido para Ren, que por un momento se sintió años atrás en el tiempo.
- Sabes que no, Ren. – Contestó Hao, encogiéndose de hombros y haciéndolo volver al presente.
- ¡Eres un monstruo! – Repuso Ren, encolerizado. Hao ladeó la cabeza.
- ¿Tú crees? – Preguntó, aparentemente curioso. Ren bufó.
- ¡Claro que sí! ¿No ves todo lo que has provocado?
- Lo único que veo, Ren, es un mundo que se recupera, y que será tan hermoso y magnífico como lo era antes de que todos esos humanos lo arruinaran. Yo lo salvé de la destrucción acabando con esas espantosas criaturas, ¿no te das cuenta?
- ¡No! ¡Claro que no! Eres un maldito asesino y nada más.
- Tú pensabas como yo, ¿no lo recuerdas?
Ren se quedó repentinamente callado, apretando los dientes casi con histeria.
- Estaba mal, estaba mal, y fue gracias a Yoh que vi las cosas como eran. – Repuso, con una sonrisa de triunfo.
- ¿Yoh…? – Hao pareció confundido por un instante, y parpadeó un par de veces.- Lo que hizo Yoh fue mostrarte de una utopía. Todo lo que él decía era vano e irreal, sin sentido alguno. No iba a llegar a ningún lado con esas ideas, y jamás iba a conseguir ser el Shaman King. Yoh era un idiota.
- No es cierto. – Dijo Ren, sintiendo que ganaba terreno sobre la discusión.
- Tú sabes mejor que nadie que tengo razón, Ren. – Respondió Hao, aterciopelando su voz y volviéndola un relajante susurro. Un escalofrío recorrió la espalda de su acompañante.
- Estás mintiendo… - Dijo éste con suavidad que delataba duda, evitando los ojos chocolate que estaban tan incómodamente fijos en él.
- Sí lo es, Ren… - Por primera vez en la plática, Hao se acercó a él hasta quedar a un metro de distancia, disminuyendo sensiblemente el frío que los rodeaba. Se agachó a fin de anular la diferencia de estaturas y sonrió a Ren, sus rostros a una mínima distancia. Éste, aturdido, se limitó a desviar la mirada.
- Hay que volver ya.- Dijo Hao en una de sus habituales órdenes disfrazadas de favor, apartándose de él y retomando el camino con toda naturalidad. Se montó sobre el Espíritu de Fuego, e indicó con un gesto a Ren que hiciera lo mismo. Éste obedeció de forma automática, con desgane, y volvieron a la fortaleza en absoluto silencio. Llegaron a su destino cuando el sol se alistaba a caer, y mientras Hao era abordado por Matti y Marion, Ren se precipitó hacia la habitación de Anna, a quien encontró sentada junto a la pared, con la mirada perdida.
- Anna… - Dijo a un volumen de voz que, pese de su debilidad, denotaba la agitación de su cuerpo. La chica giró casi imperceptiblemente la cabeza para demostrarle que lo escuchaba. Hasta ese momento, los únicos que la habían hecho reaccionar eran Hao y Ren, uno por su parecido con Yoh, y el otro por su conexión con ella.
- Anna… - Repitió Ren, dándose cuenta que no tenía nada específico que decirle. Se concentró en mirarla; tenía el cabello considerablemente más largo que antes, pero igualmente descuidado, y le caía como hilos sin vida hasta la cintura. Estaba palidísima, pues desde hacía cuatro años que su piel no tenía contacto con la luz del sol, y las marcas de su mal dormir destacaban bajo sus ojos. Era triste, casi desgarrante, verla así después de haberla conocido cuando era imponente, mandona y enérgica. A veces Ren sólo deseaba verla quejarse de lo costoso que era recibir visitas y recordarle a todo el mundo que algún día sería la esposa de Yoh. Incluso prefería discutir con ella y recibir sus mortales golpes a verla así de deshecha. Quería verla bien pues, a pesar de todo, era su amiga. Era la única que seguía a su lado tras todo lo ocurrido. Le vio volver su cabeza a su posición inicial en un gesto mecánico y sintió un nudo forjarse en su garganta.
- ¿Estás bien? – Preguntó, con un tacto y suavidad que hasta entonces sólo había reservado a su hermana, agachándose y poniendo una mano sobre el hombro de Anna.
Ella meneó en la cabeza en un sencillo "no".
- ¿Necesitas algo? – Otra negativa por respuesta. Ren hizo una mueca, su incapacidad de mantener una charla aflorando. Soltó un suspiro cansado y se dejó caer pesadamente al lado de Anna, cruzándose de brazos. Ambos no eran más que dos siluetas apenas iluminadas por las antorchas del pasillo exterior (que, además de dar luz y calor, recordaban la inacabable fuerza de Hao). La compañía del otro hacía para cada uno más confortable aquél momento y ninguno se movió de ahí hasta el amanecer.
