Domingo 2 de Noviembre de 2003
Alone
Advertencias: Shaman King caps 1-64, yaoi [Hao x Ren].
Comentarios: Oops por el retraso. Lo peor es que ya tenía el capítulo casi completo. Lo siento. Lo que es la falta de inspiración y el exceso de proyectos, ¿verdad? Pero bueno, no me quejo.
Agradecimientos: A todos los autores de fanarts inspiradores y, claro, a los lectores. smuak Mención honorífica a Nina por los ánimos y las ideas.
-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-
Ren despertó con la espalda terriblemente adolorida, tras observarse solo en la habitación, y le tomó varios minutos conseguir ponerse en pie. Sentía su columna vertebral hecha polvo, y no se reprimió a la hora de maldecir para aliviar el estrés. Agradeció el amplio conocimiento sobre su cuerpo que las batallas le habían dado, y consiguió relajar sus endurecidos músculos con un par de toques estratégicos.
Una vez tranquilo, se preguntó lo obvio; ¿dónde estaba Anna? Asomó con cuidado la cabeza al pasillo, verificando que nadie estuviera cerca. Cierto era que desde que Hao lo había denominado como pertenencia suya, nadie se le acercaba más de lo necesario, pero siempre le era amarga la visión de cualquiera de los seguidores del Rey Shaman. Sonrió con satisfacción al comprobar el pasillo desierto, y avanzó a través de éste con su característico paso de astuto guerrero, moviéndose de forma suave y felina, a poca distancia de la pared.
La fortaleza de Hao era un laberinto de los que causaban admiración; Grande, oscuro y tenebroso, con corredores y pasajes que serpenteaban hasta el interior de la montaña, cámaras escondidas y salas grandes, techos tan altos en algunas que hasta la respiración más tranquila se volvía un poderoso eco. A Hao le encantaba todo eso, y a Ren le parecía que era porque el retorcido e intrincado conjunto de túneles era una copia exacta de la personalidad del dueño.
Se escabulló por los lugares menos frecuentados, maliciosamente situados para espiar desde ellos la mayoría de las salas y pasajes. La fortaleza estaba inusualmente quieta y silenciosa, a excepción del salón principal, que era usado como sitio de reunión, y que se encontraba casi siempre habitado por más de uno de los servidores de Hao. En esta ocasión eran Kanna, Matti y Marion las que hablaban tranquilamente en un rincón. Ninguna pareció notar la presencia de Ren, y el imposiblemente agudo y fuerte tono de voz de Matti le reveló a éste el sujeto de la conversación.
- Ya se tardaron mucho, ¿no les parece? – Dijo Matti, soltando un bufido molesto.
- El señor Hao pasa mucho tiempo con esa niña. A Marion no le gusta ella, es tonta. – Repuso la rubia, abrazándose a la muñeca que llevaba.
- No podemos oponernos a los deseos del señor Hao, callen de una vez. – Las detuvo Kanna, cruzándose de brazos en una señal de que a ella tampoco le gustaba la situación.
- Pero Marion cree que esa chica debió morirse.
- Obviamente así debió ser, Marion, pero el señor Hao pensó que debía ser conservada…
- Y vamos a respetar sus decisiones; el señor Hao jamás se ha equivocado en nada. – Matti y Marion asintieron con pesadez a las palabras de su líder, y permanecieron calladas por algunos segundos.
- Marion no quiere que el señor Hao prefiera a la sacerdotisa antes que a ella…
- Aún si es así no vamos a hacer nada, si no nos lo pide él.
Ren vio asentir a las dos más jóvenes, y se apresuró hacia donde sabía que Anna estaría, si lo que las otras tres habían dicho era correcto. Sentía su corazón al borde de una explosión, mientras avanzaba a pasos veloces y casi torpes. En lo más profundo de la fortaleza se encontraba una de las dos habitaciones privadas a las que nadie entraba sin la expresa autorización de Hao; los aposentos del Shaman King. Vigilando la puerta de ésta se hallaba Opacho, que era quizás el más ferviente seguidor de Hao, y a quién éste mantenía en gran estima. No tardó en vislumbrar a Ren, y le hizo una pequeña reverencia como saludo, su tranquilidad contrastando con la agitación de él.
- El señor Hao casi ha terminado. Saldrá en un momento. – Dijo con naturalidad.
Segundos después, la puerta se abrió para dar paso a una visiblemente perturbada Anna, que avanzaba con pasos inseguros y los ojos aún más ensombrecidos que de costumbre. Tras ella hizo su aparición Hao, su pecho apenas cubierto por una capa color crema echada al descuido sobre sus hombros. Sonrió con la falsa inocencia de un niño que trata de evitar un castigo al distinguir a Ren que, a toda evidencia, ya había relacionado los hechos. Opacho guió a Anna en dirección a su propia habitación, y ésta se dejó conducir en silencio, manteniendo la vista fija en el camino, bajo la mirada escandalizada de Ren. El pelinegro trató de seguirla, aterrado con la situación, pero fue firmemente detenido por una mano suave en su espalda.
- Quédate aquí. – Dijo Hao, acercándose a él.
- Vete al diablo, Hao. ¡Eres un demonio! ¡no deberías existir! ¡Estás enfermo! – Exclamó Ren, con rabia, listo para atacar como un gato al que han pisado la cola. ¿Cómo pudo Hao atreverse…?
- Ren…
- ¡Eres un maldito bastardo! ¡¿Cómo eres capaz de hacer todo eso?! ¡Estás loco! ¡Maldito seas!
Hao; Tan despiadado, tan inmisericordio, tan loco.
Hao; Odio, odio, odio…
- ¿Por qué no lo entiendes, Ren? Todo lo que hago es para bien, deberías saberlo. Yo soy quien tiene la razón. Todo lo que hago no es sino lo correcto…
- ¡Claro que no! Estás equivocado. Las personas no merecen sufrir así… ¡Con un demonio, no eres un dios! ¡Detente por un momento y date cuenta de todo el dolor que causas!
- Hablas igual que Yoh – Repuso Hao, con una expresión de asco.-. Tú no lo entiendes, Ren. Yo soy el destino, y el dueño de esta tierra. Todo esto estaba previsto para suceder. Yo soy un ser supremo. Ren, deja de ser tan terco y ve por una vez lo que realmente está pasando.
- Lo único que veo es a ti, y no eres más que un ser despreciable, desgraciado y patético.- Dijo Ren, escupiendo las palabras.
- Pues lo siento por ti, Ren – De nuevo, lástima en los ojos de Hao.-. Lamento que no entiendas lo que sucede a tu alrededor, pero no voy a detenerme. Ni siquiera por ti.
Ren se dio una rápida media vuelta y salió de ahí a grandes zancadas, sintiendo su sangre bullir. Alcanzó a Anna en su habitación. La chica estaba sobre su cama –que era más bien una colchoneta-, de espaldas a él. Y dormida. Con el mismo sigilo que usaría en un templo, Ren se acercó a ella, y se sentó a su lado con una mirada triste. Pensó en lo que habría sido de ambos si sólo Yoh siguiera vivo. Se pregunto dónde estarían sus amigos, a los que extrañaba tanto… Sintió que su corazón se sofocaba al recordar los días en los que la mayor catástrofe podía ser pelearse con Horo Horo, y algo en él se rompía con la idea de su hermana. Su querida hermana…
Su vida había cambiado más de lo soportable en muy poco tiempo, y se sentía internamente deshecho. Aborrecía ese espantoso final para todo; la distancia abismal que se había extendido entre él y todo lo que solía amar, y el sufrimiento que estaba consumiendo a la única persona que aún permanecía con él. Pero sobretodo, detestaba a Hao. Costaba creer que alguien pudiera albergar tanta maldad, salvajismo y crueldad… todo oculto bajo una sonrisa suave y clara, una voz sedosa, y unos vivaces ojos achocolatados.
Sin darse cuenta, y dejándose llevar por la pesadumbre que esos recuerdos le causaban, Ren se encontró acostado al lado de Anna, sintiendo su cuerpo frío. Dejándose manejar por sus instintos, se acercó a su amiga en busca de algo de calidez.
No fue sino hasta varias horas después que despertó, considerablemente más tranquilo y repuesto del desgaste que le provocaba dejar salir sus emociones sin control. Al hacer el primer movimiento con intención de levantarse se encontró con un peso extra aferrándolo; de frente a él, una aún exhausta Anna se abrazaba con fuerza a su cintura, el rostro hundido entre la masa de cabello rubio. Ren casi se apenó de haberse movido, y se mantuvo tan quieto como le fue posible para no despertarla. Hasta respirar parecía impensable.
Hacia la hora de la cena, Matti hizo su aparición para pedirles a ambos que bajaran a cenar, y poco le faltó al muchacho chino para ladrarle que se largara, viendo a Anna abrir los ojos al contacto con la voz chillona de la recién llegada, que procuraba no reír con aquella visión. Tras asegurarle a Matti que bajarían a reunirse con los otros, Ren ayudó a su amiga a incorporarse, y se las ingenió para animarla en, al menos, un mínimo grado. En el recoveco más cercano a la parte exterior de la montaña estaba otro de los salones que ambos visitaban más comúnmente; el de la cena. De hecho, era la única estancia en contacto con la luz exterior, pues poseía en dos de sus muros largas aperturas en forma de ventanales, donde el vidrio era reemplazado por una barrera de energía creada por el mismo Hao. Era ya costumbre que al anochecer se reunieran todos los habitantes de la fortaleza para cenar en torno a una gran mesa que se extendía a todo lo largo del lugar.
En la cabecera, que era iluminada por los rayos dorados del atardecer, tomaba asiento Hao. Solía extender sus brazos, con aires de grandeza, sobre aquellos de su silla, que tenía más la forma de un trono. A su izquierda y derecha, respectivamente, se situaban Opacho y Ren, Anna al lado de éste último. Los demás lugares no estaban asignados y, por lo general, había competencia por sentarse lo más próximo al gran Hao, cosa que él veía con gran diversión. Las miradas de envidia, claro, no faltaban para los tres privilegiados que podían estar junto a él. En esa ocasión, particularmente, el veneno en los ojos de los asistentes era enorme a comparación de días anteriores, pero estaba concentrado en Anna y Ren. Mientras que la chica lo ignoraba –o bien, lo pasaba por alto- Ren no podía evitar sentirse muy incómodo con tantos ojos asesinos sobre él, y su irritabilidad estuvo a poco de hacerle marcharse de un brinco.
Era en esas ocasiones que Hao se tomaba la libertad de dirigirles palabras más casuales a sus seguidores, que no dejaban se tratarlo con el respeto de un mendigo a un emperador. Él, por su parte, se veía tanto más que libre que de costumbre, riendo con tranquilidad y gran sobriedad ante los chistes y bromas que se gastaba con los demás. El joven gobernante adoraba la compañía de esas personas que confiaban en él tan ciegamente y que hacían fila para sacrificarse en su honor. No ocultaba lo mucho que le entretenía tener a tres mujeres mirándolo como si fuera un dios – después de todo, lo era, ¿no? – y se convertía en un fresco y seductor caballero junto a ellas, desplegando sus encantos cual mantel sobre la mesa. Una que otra vez, sus atenciones no se limitaban a ellas, sino que pasaban también a algunos de los otros miembros de la mesa. Los hombres, en su mayoría más viejos que él, mostraban igual interés que las mujeres en intercambiar palabras con él, y muchas veces nacían largas charlas sobre los planes de Hao, o críticas de horas hacia los muchos errores que los humanos habían cometido. Varías veces Ren se había ido a dormir, fatigado hasta el límite, mientras Hao hablaba, con ojos brillantes, sobre los defectos de los seres humanos. ¡Parecía tan vivo cuando hablaba de esos temas que le gustaban!
Ren no se reprochó una mirada inquisidora a su "dueño". ¿Tenía que ser tan brillante, tan misterioso, tan fascinante… tan hermoso?
- ¿Por qué tan callado, Ren?
¿… Y tan instintivo y descarado?
- No te importa. - ¿Por qué siempre sonreía as?
- Deberías unirte a la conversación; seguro que tienes mucho que aportar.
- Vete al diablo. – De nuevo, Hao sonrió, y Ren entendió el por qué al sentir una mano jugueteando en su rodilla, bajo la mesa. Enrojeció de enojo y sorpresa, y miró, escandalizado, al rostro divertido de Hao.
- ¿¡Pero qué demonios…!? – le siseó por lo bajo, haciéndolo soltar una risita.
- No hagas tanto ruido, Ren, si no quieres que todos te oigan. – Hao rió, señalando con un movimiento de cabeza a los incrédulos espectadores. Como siempre que Hao lo provocaba, Ren no pudo sino olvidarse de todo lo que no fuera aquel malicioso muchacho.
Los siguientes minutos transcurrieron en relativa tranquilidad, y aun después de la cena no hubo ninguna cosa fuera de lo normal. Al terminar, Ren y Anna se habían retirado juntos, y él se había asegurado de dejarla tan cómoda como pudiera en su habitación, donde incluso le ayudó para colocarse la ropa de dormir. Cuando se alistaba para ir a su propio dormitorio, apareció Opacho en el umbral de la puerta. Mucho más prudente y respetuoso que Matti, pidió al joven que lo acompañase a los aposentos de su amo, donde éste lo había mandado llamar. Ren accedió, no sin dudar, y fue conducido hasta una de los rincones jamás vistos por la mayoría de los habitantes del castillo. El lugar era, en efecto, tan especial como su exclusividad lo sugería; Si bien Hao era bastante sobrio en sus decoraciones, no se limitaba en cuanto a buen gusto, y tenía varios raros y bellos artilugios y accesorios que impresionaban incluso a un miembro de la dinastía Tao. Apoyado en uno de los muros, el dueño; esplendoroso en un simple atavío típico de su lugar de nacimiento, diversas piezas de sencilla joyería color hueso balanceándose en sus brazos y cuello, y el cabello castaño suelto sobre los hombros como agua.
Ren entró con toda la tranquilidad posible, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda al oír la puerta cerrarse tras de sí. Hao jugueteaba con unas cuantas llamas de vibrante rojo, haciéndolas bailotear a su gusto sobre su mano.
- ¿Qué quieres ahora? – Preguntó Ren, despejado de toda timidez, cuando ya la espera se hacía larga. Hao tan sólo giró un poco la cabeza para verlo de reojo, pero no cambió ni sus gestos ni su expresión.
- ¿Molesto de nuevo, Ren? Tanto ardor va a acabar por matarte…
- Mira quién habla.
- Yo puedo controlar el fuego pero – Dijo Hao, haciendo las flamas volverse una, con un sencillo movimiento de mano.-, ¿qué tal tú?
- ¿Desde cuándo te importan los demás?
- No lo hacen.
- ¿Entonces, qué?
- Tú sí me importas- Otra vez, esa sonrisa posesiva y casi burlona. Pero antes de que hubiera oportunidad de replicar, se esfumó, sustituida por una expresión conmovida.-. No te quiero ver consumido por fuego… si éste no proviene de mí.
- ¿Qué? – Ren parpadeó, desconcertado y desarmado.
- No te quiero ver sufrir, si no causo yo ese dolor – Hao se acercó, serio como pocas veces, hasta estar a escasa distancia de su interlocutor. Entrecerró los ojos, evaluándolo como un felino a su presa; con una mezcla de cariño e indiferencia en sus ojos.-. No te salvé por que sí, Ren.
- Tú no me salvaste de nada…- Susurró Ren, con voz áspera y perdida, desviando la mirada entre más se aproximaba Hao. Sintió sus palabras temblarle en la cabeza, envueltas en recuerdos de una época que se veía tan lejana… Voces alegres y gritos confiados, la imagen de armas enterradas en arena. Todo parecía moverse al compás de una música marcada por cada gesto de Hao, que lo cubría con su cuerpo de la luz de las antorchas.
Ren se sintió vacilar.
Confusión invadiendo su cabeza.
Recuerdos taladrándole el alma.
Contradicciones atando sus brazos como cadenas.
Dolor indescriptible recorriéndole las venas.
Y manos en sus hombros. Hábiles dedos acariciando su piel casi con ternura, casi con amor. Había calidez impregnando cada movimiento, anestesiando cada fibra de su cuerpo y mente. Sin evitarlo, Ren se dejó caer sobre el refugio que ofrecía el pecho de Hao, agachando la cabeza sin más, inhalando el intoxicante y adormecedor aroma tras la cortina de cabello color madera. Nada como eso…
Hasta que sintió sus músculos reaccionar y su razón volver a emitir señales. Trató de echarse atrás y poner el espacio que necesitaba para pensar de nuevo, pero sintió dos firmes manos en su espalda, asiéndolo con la misma determinación que habían tenido en aquel viaje sobre el Espíritu de Fuego. Toda resistencia era inútil… y quizás no del todo voluntaria. Ren hizo lo único que quedaba; elevó el rostro, intentando encontrar sus ojos con los de Hao en busca de alguna respuesta, y se estremeció al encontrarla.
Cuando Hao se acercó a él para culminar con lo que acababa de empezar, Ren supo que jamás iba a dejarlo ir. Y, por un segundo, no le importó.
