Domingo 11 de Julio de 2004

Alone

Advertencias: Shaman King caps 1-64, yaoi, lemon [Hao x Ren]

Comentarios: No me termino de creer que estoy siguiendo este fic, sobretodo después de tanto tiempo, pero heme aqu

Agradecimientos: A los lectores, claramente, y a los amigos que me han apoyado desde que escribí el primer capítulo de este fic. Agradecimientos especiales a la señorita Beta Reader, Nina.

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¿Qué diablos estoy haciendo? ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estoy haciendo?

¿Qué es todo esto? ¿Cómo es posible que yo esté aquí… disfrutando todo esto, sabiendo que Anna está irreconocible y que mis amigos están muriendo uno a uno? ¿Cómo puedo ser tan…?

- ¿Egoísta? – Hao lo miró, una expresión entre la extrañeza y la incomprensión en su rostro - ¿Qué tiene de malo?

Ren, a su lado, su piel pálida descubierta, le dio la espalda a Hao.

- No entiendes. Olvídalo.

- No; Olvídalo tú, Ren. Ellos son parte de tu pasado. No les debes nada, son seres inservibles.

- Cállate.- Ren se sentía muerto, roto, sin más ganas de pelear, la mirada perdida.

- ¿Cómo puedes preocuparte tanto por ellos?

- No lo entenderías.- Jamás… jamás lo entenderías. Monstruo.

Amigos, lo siento tanto, tanto. Siento no haber escapado con ustedes y no poder estar ahora espalda con espalda, peleando como debería ser. Siento haber dejado morir a Yoh y con ello haber acarreado este final tan odioso. Siento ser tan  débil. Siento…

Ren enterró la cara en sus manos, de repente horrorizado.

- Ren.- Hao se acercó, el ceño fruncido, pero el otro muchacho lo ignoró. Pasó unos segundos sin moverse, estudiando al que tenía la única voluntad que todavía no lograba quebrantar. La única voluntad que ya no quería forzar, a decir verdad, porque Ren tenía que ser suyo, pero de un modo especial, o no tendría importancia.

De un modo especial…

Hao sonrió de pronto, acerándose a Ren por detrás, sigilosamente, hasta quedar prácticamente pegado a la espalda de éste, con las manos en sus hombros, y su cara al nivel de la nuca del pelinegro. Ren sintió de pronto una respiración cálida y relajante tras él, y luego un toque húmedo y áspero donde estuvo ésta. Sin quererlo, dejó escapar un gemido.

Sintió entonces un par de brazos morenos abrazarlo desde atrás, y unas manos puestas en su pecho, explorando. Y por detrás, la lengua de Hao seguía moviéndose con delirante suavidad, pasando de la nuca a una de las orejas.

- Escucha bien, mi querido Ren: Nadie, nadie va a tocarte mientras estés conmigo. Nunca.- susurró el Shaman king.

Ren no atinaba a moverse, a hablar. Ni siquiera conseguía pensar. Los toques de Hao se sentían bien, y por alguna razón lo llenaban de un sentimiento de paz. Paz, y también placer.

Más audaz que antes, Hao empujó a Ren, haciéndolo caer de bruces bajo él, y se sentó sobre su zona lumbar, masajeando su espalda tensa con manos ágiles. Había en sus gestos un deseo de proteger, de acoger con ternura a una pequeña bestia herida y curarla. Ren se dejó llevar, su respiración comenzando a acelerarse a medida que el contacto entre ambos cuerpos de prolongaba.

Hao empezó a besar los hombros de su protegido, primero con calma y luego con más rudeza, pero sin llegar a ser agresivo. A medida que avanzaba a través de los omóplatos de Ren, comenzó a girar el cuerpo de éste, dejándolo recostado de frente.

Se dio un segundo para mirar los ojos de Ren, y encontró una pregunta sin respuesta en la mirada ambarina. Había un dolor demasiado profundo encerrado en esos ojos que antes eran hostiles. Sostuvo la mirada un tiempo, bajando su cara lentamente para acortar la distancia, hasta que vio a Ren cerrar los ojos. Sin dejarse dudar, acercó sus labios a los del joven chino en un beso profundo y reconfortante, que empezó con un roce y terminó con Hao poseyendo la boca de su amante, con la confianza de un depredador que sabe vencida a su presa.

Y entonces, la presa despertó de su sopor, y Hao sintió a Ren responderle, un fuego de repente encendido en él. Por primera vez, el Shaman King cedió ante la creciente fuerza de Ren, diversión ocupando el puesto del sentimentalismo. Ren, sin romper el beso, invirtió la posición para quedar sobre Hao, actuando con hambre, con furia contenida. Rápida y apasionadamente, dejó la boca de Hao y continuó besando su cuello, torso, abdomen y vientre, apartando el largo cabello que se interponía, sin dejar espacios intactos.

Hao, complacido, se echó atrás y arqueó la espalda cuando Ren alcanzó un cierto nivel. Pasó sus manos sobre la espalda de éste, acariciándolo más bruscamente que antes. Ren seguía en lo suyo, sin detenerse a reflexionar lo que fuera, cuando Hao lo tomó por los brazos y lo jaló hacia sí, dejándolo a su mismo nivel antes de dejar que sus manos tocaran otras zonas más sensibles. Ren jadeó, sintiendo un hormigueo más que agradable y un delicioso calor yendo de sus caderas a su pecho, y luego hasta su cabeza, embriagándolo. Hao aprovechó el momento de debilidad para besarlo de nuevo, con más ardor que nunca antes.

Ren empezó a sentirse drogado; el panorama iba y venía, y lo único a lo que lograba aferrarse era a ese pequeño hombre moreno. Eran sólo Hao y él, que era incapaz de recordar otra su vida o familia. Sólo podía sentir, sólo podía estar en éxtasis, rogando por que esas maravillosas sensaciones no acabaran, y sabiendo que Hao, gracias a su don de la empatía, oía sus súplicas.

Había amanecido cuando Ren despertó, aún desnudo y al lado de Hao dormido con sonrisa satisfecha y felina. Al tratar de ponerse de pie, sintió un mareo, y estuvo a punto de caer de no ser porque alcanzó a sostenerse del muro. Tomó sus pantalones, única prenda suya que pudo encontrar en medio de la confusión, se los puso y salió procurando no hacer ruido.

El oír al muchacho salir, un Hao totalmente consciente abrió los ojos, su sonrisa ensanchándose, y estiró los músculos antes de volver a caer sobre el lecho, una extraña sensación en su estómago. Algo más allá de la satisfacción.

Mío.

Ren recorrió los pasillos de memoria, sin preocuparse por ser visto u oído. Tenía que llegar a su habitación, tenía que ver a Anna, tenía que huir de todo eso…

No es posible, no es posible, no es posible… Nada de esto es real; es un mal sueño, un mal sueño. Despertaré y ya no estaré solo.

- Anna ¿Estás…?- Ren tanteó la habitación a oscuras, buscando el rincón donde la rubia solía pasar sus días. Encontró a esa muchacha que parecía hacerse cada vez más pequeña, esta vez sentada al lado del colchón. Tarareaba, medio dormida aún. Ren se acercó, sintiendo un dolor nuevo y vergonzoso entre las piernas cuando trató de sentarse. Maldijo, y trató de ignorarlo. Poco a poco, se acercó a Anna, y la abrazó, como era su costumbre, aunque empezaba a dudar que sirviera de algo.

- Soy yo, Anna. Soy Ren – se balanceó suavemente, con Anna en brazos.-. Todo va a estar bien. Saldremos de aquí, juntos, y volveremos con los otros. Te lo juro por mi honor. Derrotaremos a Hao como… como Yoh debió hacerlo.

Ren sintió la desesperanza filtrarse en su voz, y trató de disimular.

- Saldremos de aquí…- repitió, concentrado.

No había señal de Hao o sus seguidores, y Ren recordó que ése era un día especial; el aniversario de la Revolución del Shaman King. Todos habrían salido a celebrar. Ren casi sonrió, y apretó la mano de Anna más fuertemente mientras la guiaba por pasadizos que el mismo Hao le había enseñado. Saldrían de una vez. Él ya no podía soportarlo más, y seguir en esa abominable fortaleza terminaría de matar a Anna, estaba seguro. Corrió con todas sus fuerzas, cargando a la débil y enflaquecida muchacha por momentos, pero sin detenerse. Cuando llegaron a la salida, en la cima de una montaña muy alta, el sol de la tarde los bañaba amablemente, haciéndolos concientes de su nueva libertad. A Anna le tomó un tiempo adaptar sus ojos a ese brillo que ya no recordaba, y sentir el viento y el olor de la tierra pareció devolverle algo de vida.

Ren miró fijamente el horizonte, con decisión. Sabía que Horo Horo se había encontrado algunos kilómetros al sur de ese lugar unos tres días antes, pero no tenía más pistas, así que decidió correr el riesgo. Lo encontraría, costara lo que costara…

Anduvieron sin darse descanso, Anna empezando a recuperar fuerzas entre más tiempo pasaba en el exterior, igual que Ren recobraba sus viejos ánimos. Cuando la noche cayó, no eran más que dos puntos minúsculos en medio de un extenso desierto; Delgados, algo pálidos, con mal aspecto… pero vivos. Vivos de nuevo, al fin. La luna era como una nueva energía que se filtraba por su piel y alcanzaba sus venas, abrazando sus corazones con el mayor de los cuidados. Era una energía etérea, nostálgica, pero llena de una magia que ni siquiera el sol tenía.

Tardaron dos días en salir del desierto, temporada que pasaron sin comer, sobreviviendo del poder espiritual que aún tenían.

Hao ya sabría de su fuga, pero no los había mandado buscar, o bien, no los habían encontrado. Sus presencias, espíritus y cuerpos estaban en un nivel tan bajo, que pasarían desapercibidos, como dos plantas o animales más. Y ésa era una ventaja, porque ellos sí podían sentir a Hao y los suyos. Había esperanzas.

Horo Horo, siendo un shamán dedicado a la tierra y a las plantas, dejaba pequeños rastros de sí mismo en éstas. Rastros que Anna podía sentir.

Ren se sintió más feliz de lo que había estado en muchos años cuando Anna le confirmó que Horo Horo estaba vivo aún, y en un lugar muy cercano a aquél en el que ellos estaban. Era cosa de buscarlo un poco más.

Pero un pensamiento amargo asaltó sin aviso la mente de Ren, poniéndolo lívido.

Y si… ¿Y si no quiere vernos más? Nosotros lo abandonamos. No; Yo lo abandoné. Yo lo dejé a su suerte, peleando solo cuando pude haber escapado para apoyarlo. Yo rechacé su ayuda cuando vino a buscarme, por orgullo, por mi desgraciado orgullo. No tengo cara para pedirle ahora que nos acoja de nuevo. No, mejor… Tal vez deberíamos volver… Volver con Hao. Tal vez ése ya es nuestro lugar.

Una llovizna helada cayó sobre ellos. Ren levantó la vista; no había nubes en el cielo. De nuevo, los cubrió un rocío de lo que Ren comprobó pedazos de hielo. Hielo.

Como una explosión, una emoción muy fuerte, poderosa, embargó al muchacho pelinegro. ¡Hielo! En un segundo, ya estaba corriendo hacia el origen de aquel maravilloso hielo. Al poco tiempo de carrera, detrás de una roca enorme, una serie de estalagmitas translúcidas, mortalmente afiladas, empezó a salir del suelo, directo hacia Ren. Éste apenas tuvo una fracción de segundo para saltar y quitarse de la trayectoria del ataque, poniéndose a salvo sobre la roca. Volteó hacia el lugar de donde lo había visto salir, y se encontró con un muchacho no muy alto, robusto y de aspecto rudo, con cabellera curiosamente azulada. Se quedó atónito, sin lograr moverse por la impresión. No había dudas, ¡era él! ¡Horo Horo! Su viejo compañero y su mejor amigo…

Y entonces, éste lo vio. Ren estuvo a punto de reír, deduciendo que él mismo había puesto la cara ridículamente incrédula que ahora ponía Horo, aunque éste señalaba hacia la roca con histeria, gesticulando sin resultados.

- ¡Hermano, quítate de ahí! – una voz femenina rompió el encanto del reencuentro, y Horo Horo escapó por milímetros de un ataque lanzado por otro shamán. Se puso en posición de ataque de nuevo, decidido a vencer a aquél con el que llevaba media hora peleando. Ren contempló la escena desde donde estaba, notando lo hábil que se había vuelto su amigo, y cómo su poder espiritual había aumentado. A Horo Horo no le tomó sino dos ataques más reducir a una estatua helada a su atacante, y cayó pesadamente en el suelo cuando hubo terminado. Un instante después, una muchacha de acuosa cabellera larga se lanzó sobre éste, abrazándolo efusivamente, sin dejarlo respirar. Ren no pudo sino reír al ver a Horo Horo ser asaltado por su hermana Pilika, tan orgullosa de él como siempre.

Cuando Pilika desvió los ojos de su hermano, los dejó fijos en Ren. Empezó a balbucear, sin entender, soltando a Horo Horo.

- Hermano, ¿él no es…?

- Claro que es – Horo Horo sonrió, aunque sus cejas permanecían fruncidas.-. Ren Tao, el viejo Ren Tao. Amigo, te creímos muerto.

- ¿En serio? – Ren consiguió esbozar una sonrisa, sintiéndose ligero.

- No, la verdad es que no. Sabía que no te dejarías vencer por ese demonio de Hao.

Una expresión amarga se dejó ver en el rostro de Ren. Hao

- ¿Piensas quedarte ahí toda la noche, Ren?

- No.

Con un ágil salto felino, Ren bajó de la roca y quedó a escasos metros de los dos hermanos. Nadie se movió por largo rato.

- ¿No has venido con Anna? – Pilika se decidió a romper el silencio, al fin. Y Ren cayó en cuenta de que en su conmoción por ver a Horo Horo había corrido sin mirar atrás.

- Sí, ella…

- Aquí estoy. – una voz frágil, medio ronca, los alcanzó. Anna se mantenía en pie con cierta dificultad, su rostro oculto por su cabello. Pilika se acercó a ella, ayudándola a caminar. Horo Horo pareció pensativo.

- Acompáñala a dormir, Pilika, por favor. Que coma algo y duerma lo más que se pueda. Mañana nos vamos de aquí.

Pilika asintió, preocupada.

- ¿Nos vamos? – preguntó Ren, mirando fijamente a su amigo.

- No podemos dejar que Hao los vuelva a encontrar.- un odio irreprimible hizo brillar los ojos de Horo Horo. Un odio amargo, total, más ardiente que la sangre y exigiendo venganza. Ren parpadeó de incomprensión. ¿Qué había pasado para que el alegre, simplón y optimista Horo Horo se viera… así?

- ¿Tú estás bien? – el peliazul se giró hacia Ren, de repente inquieto.

- Sí, estoy perfectamente.

Horo Horo sonrió, y unos momentos de silencio y quietud terminaron con un repentino salto y abrazo.

- Maldición, Ren, empezaba a creer que no iba a volverte a ver. No tienes idea lo duro que se ha puesto todo.- no había rencor en su voz. Había preocupación sincera.

- Lo siento. Quería volver antes, pero…

- No te preocupes. Están aquí, ¡Anna y tú!

- S

- Tenemos… algo parecido a un pequeño campamento. Lyserg y Jeanne no deben tardar en alcanzarnos. Quedamos en vernos con ellos al otro lado de las montañas. ¡Oh! No te preocupes, no es un camino largo, aunque está pesado. Faust y Silver están muy lejos, pero deberán llegar pronto.

- ¿Y los demás?

El rostro de Horo Horo ensombreció.

- Quedamos sólo nosotros.

Diablos…

- Bueno, pero… Ten en cuenta que Tamao también viaja con nosotros – Horo Horo trató de reír.-. No sabes lo fuerte que es. Lyserg también es muy poderoso. Me las jugaría a que le gana a Jeanne.

Silencio.

- Ven, hay un riachuelo cerca. Estás hecho un desastre. – Horo Horo lo guió algunos metros, hasta le serpentina de agua que había mencionado. Fue viéndola que Ren se dio cuenta de que estaba muriéndose de sed. Se agachó para beber, petrificándose al ver su rostro en el agua. Entonces notó que llevaba años sin ver su propio reflejo. No era algo apasionante; un muchacho de diecisiete años, cuerpo delgado y fibroso, con el torso empalidecido desnudo y el cabello negro llegándole a los hombros. El extraño "pico" que solía tener en la cabeza prácticamente había desaparecido. Incluso los ojos dorados parecían distintos.

- Oooooooh, sí, eres hermoso. ¡Pft!- se burló Horo Horo, animado. Ren lo miró y hundió las manos en el agua. Salpicó al peliazul antes de enjuagarse la cara y el cabello. Se sentía bien.