Los guardias que esperaban en el umbral de la puerta de oro y marfil les abrieron paso y Glorfindel entró, todavía de la mano de Arwen, en la casa del señor de Rivendel.

-Adiós...- dijo la niña entristecida mientras se alejaban por el pasillo. Los guardias de la puerta sonrieron ampliamente. Glorfindel también lo hizo. Detrás de ellos huellas de agua, a cada paso que daban mojaban un tramo de mármol del suelo, haciéndolo todavía más reluciente.

Subieron escaleras y recorrieron pasillos de puertas doradas a ambos lados y llegaron a un corredor más alto de lo normal, con cristaleras de colores por donde penetraba la luz del sol formando arcoiris. Columnas de oro y puertas labradas de plata.

Arwen se soltó de la mano de Glorfindel y se apresuró a empujar hacia abajo el pomo de una puerta a la derecha, demasiado fuerte para sus pequeñas manos.

-Tienes razón. Debes de ser solo una elfa chiquitina, porque los enanos son más fuertes que tú.- en sus palabras de voz cristalina se reflejaba su eterna alegría.

La niña le sacó la lengua mientras Glorfindel ponía su mano, grande y protectora en el pomo, encima de las dos de Arwen, y empujaba para abajo, abriendo la puerta.

En la sala había una cama grande, de cabecero de madera tallada y suaves colchas bordadas encima.

Glorfindel cogió de las axilas a la niña y la elevó en el aire para posarla de pie encima de la cama.

Él no era solo un amigo de su padre, habían sido, desde que la niña nació, casi como un tío y una sobrina, incluso podrían haber pasado como hermanos que se llevaban varios años de diferencia, muchos incluso en la medida de los elfos.

Notó que el vestido de Arwen seguía húmedo, se lo sacó por la cabeza y le puso un camisón.

La niña le dio un beso en la punta de la nariz como forma de darle las gracias.

-De nada mi niña.- y le dio una abrazo contento.

Arwen le cogió de la camisa azul y tiró de ella, aún subida en la cama Glorfindel era alto para ella: -Tú sigues mojado...

-No importa, cuando llegue a mi casa me cambiaré, no hace frío.

La niña volvió a tirar de la camisa: -Pero mamá dice que si uno esta mojado se puede resfriar.

Glorfindel sonrió enternecido ante los puros pensamientos de la niña. Los niños son siempre los más sinceros del mundo, todo lo que piensan se refleja en sus caras, y aquella sinceridad le agradaba verdaderamente.

Giró levemente la cabeza de dorados cabellos hacia un lado y miró a los ojos grises de la niña, intentando hacerla entender: -Pero no tengo aquí mi ropa, Arwen.

La niña bajó la cabeza admitiendo que Glorfindel tenía razón. Se quedó pensativa un rato y luego hablo mientras se bajaba de la cama y cogía de la mano a Glorfindel, intentando que la siguiera.

-¡Ven!

-¿A dónde quieres que valla?

-¡Tú ven!

Y Glorfindel siguió por detrás a la niña que le oprimía la mano.

Le guió sin hablar por más pasillos y escaleras, perdiéndose entre la grandeza y la imponencia de la casa de Elrond y en un pasillo dorado se metieron por una puerta de oro y más grande de lo normal, como la altura de su pasillo, incluso más alto que el otro corredor.

En la habitación había un balcón grande que daba a la cascada de Rivendel y apoyada en una de sus paredes una cama de matrimonio con dosel.

Arwen dejó su oso de peluche en la cama, soltó la mano de Glorfindel y abrió arduamente las puertas de un gran armario de caoba que apoyaba cerca de la chimenea encendida.

-Te puedes poner algo de esto.- Y tiró fuertemente de la ropa que colgaba de las perchas de plata.

-¿Sabes, mi niña? No creo que a tu padre le guste mucho que un orco feo como yo se ponga su ropa...- dijo riendo y acercándose a la pequeña figura de Arwen, al pié del armario.

La niña alzó los brazos y le tiró de la camisa para que se agachara. Quería contarle un secreto.

Glorfindel se puso de cuclillas a su lado y acercó el oído.

Arwen susurró: -Creo que papá necesita gafas...

Glrofindel no pudo evitar una carcajada.

-¿Por qué?- risa en su voz.

-Porque tu eres más guapo que un orco.

Glrofindel frotó su nariz con la de Arwen y sonrió, con la boca y con los ojos.

Se levantó y cogió una camisa de las perchas y la apoyó en la cama, junto al osito de Arwen.

Se desató el pañuelo que llevaba en la cintura y se cogió el borde de su camisa azul, dispuesto a quitársela hasta que se percató de que Arwen seguía allí.

-Una niña no debería ver esto...

-¿Por qué?

-Porque...- pensó durante unos segundos: -¡Un orco desnudo da mucho miedo!

La niña rió, sabia que le tomaba el pelo: -¡No me chivaré a papá si tienes pelos!

Glrofindel volvió a sonreír y se dio la vuelta mientras se quitaba la camisa y susurraba: -Tu padre me matará por darte un mal ejemplo...

Se puso la camisa de Elrond y se volvió a atar su pañuelo a la cintura.

-Anda, vámonos antes de que tu papá nos descubra.

En el fondo Glorfindel era como un niño, innumerables años les diferenciaban al uno del otro solo en el tiempo que cada uno había vivido, pero en lo profundo del alma sentían cada uno igual. Con la misma intensidad y sinceridad de un niño, y aún en los ojos de Glorfindel brillaba aquella luz que solo contienen los más pequeños, el brillo que llevaba Arwen en su iris plata.

Y Arwen cogió su osito.

CARMENCHU!!!