-Elladan, ¿puedo pasar?
-¿Quien es?- preguntó una voz al otro lado de la puerta.
-Glorfindel...
-Entonces no.
-¿Por qué?- Glorfindel empezaba a desesperarse.
-¡Porque no!
Glorfindel suspiró: -Elladan, en serio, no te comprendo.
Se movió despacio el pomo dorado de la puerta y se abrió en un hilo donde apareció un ojo gris, brillante y triste: -Porque ya no me tratas como antes...
Glorfindel se agachó y le puso la mano en el hombro, como se hacía entre los adultos.
-¿Por qué piensas eso...?
Elladan se irguió: -¡¿Acaso no es obvio?!- se dio la vuelta y se cruzó de brazos.
-Que yo haga caso también a vuestra hermana no quiere decir que os trate distintamente. Elladan... siento mucho lo que te dije ayer. Pero...
-¡¿Pero?! ¡¿Vas a admitir ya que la prefieres a ella en vez de a nosotros?!
Glorfindel le cogió de la barbilla y le hizo darse la vuelta: -Mírame. Mírame a los ojos. ¿Te ves en mi pupila?
Elladan no supo que responder.
-¿Has cambiado verdad? Hoy no eres igual que ayer y mañana no serás igual que hoy. Todos cambiamos por fuera. Pero si tú no cambias aquí...- Glorfindel puso un dedo en la parte izquierda del pecho de Elladan, en su corazón: -Si tú no cambias aquí yo seguiré queriéndote.
Parecía un término demasiado abstracto para un niño pero Elladan lo comprendió y los labios se trasformaron en una sonrisa.
Entonces Glorfindel se vio envuelto en un profundo abrazo, con tanta fuerza que tuvo que equilibrarse para no caer al suelo, y él también le abrazó.
-Venía también a darte esto.
Elladan se irguió: -¿Qué?
Glorfindel llevaba en la mano un arco no muy grande, fabricado seguramente para un niño, y de aspecto antiguo pero no por eso mal cuidado.
-Me lo regaló mi padre, hace ya mucho tiempo, cuando pensó que yo seguía teniendo aspecto de niño, pero que en mi interior ya había madurado. Quiero que te lo quedes tú.
Elladan estaba maravillado: -¿Para mí?
Estaba a punto de cogerlo pero algo se lo impidió: -Pero, Glorfindel, es tuyo. No... no puedo aceptarlo...
Glorfindel le sonrió como sólo él sabía hacer: -Considéralo un regalo de amigo a amigo.
Elladan lo cogió entre sus manos y lo observó con los ojos bien abiertos, aún no creyéndose que fuera para él, y desvió su mirada de nuevo al azul intenso de los ojos de Glorfindel: -Gracias.
-De nada.
Glorfindel se puso de nuevo en pie y enmarañó el pelo del niño: -¡Ah! ¡Se me olvidaba! ¡Pero no te los comas todos de golpe o te dolerá la tripa!
Y le dio un paquete que llevaba atado al cinturón antes de desaparecer por una de las esquinas, ribeteadas de oro, de los pasillos de la casa del señor de Rivendel.
CARMENCHU!!!
-¿Quien es?- preguntó una voz al otro lado de la puerta.
-Glorfindel...
-Entonces no.
-¿Por qué?- Glorfindel empezaba a desesperarse.
-¡Porque no!
Glorfindel suspiró: -Elladan, en serio, no te comprendo.
Se movió despacio el pomo dorado de la puerta y se abrió en un hilo donde apareció un ojo gris, brillante y triste: -Porque ya no me tratas como antes...
Glorfindel se agachó y le puso la mano en el hombro, como se hacía entre los adultos.
-¿Por qué piensas eso...?
Elladan se irguió: -¡¿Acaso no es obvio?!- se dio la vuelta y se cruzó de brazos.
-Que yo haga caso también a vuestra hermana no quiere decir que os trate distintamente. Elladan... siento mucho lo que te dije ayer. Pero...
-¡¿Pero?! ¡¿Vas a admitir ya que la prefieres a ella en vez de a nosotros?!
Glorfindel le cogió de la barbilla y le hizo darse la vuelta: -Mírame. Mírame a los ojos. ¿Te ves en mi pupila?
Elladan no supo que responder.
-¿Has cambiado verdad? Hoy no eres igual que ayer y mañana no serás igual que hoy. Todos cambiamos por fuera. Pero si tú no cambias aquí...- Glorfindel puso un dedo en la parte izquierda del pecho de Elladan, en su corazón: -Si tú no cambias aquí yo seguiré queriéndote.
Parecía un término demasiado abstracto para un niño pero Elladan lo comprendió y los labios se trasformaron en una sonrisa.
Entonces Glorfindel se vio envuelto en un profundo abrazo, con tanta fuerza que tuvo que equilibrarse para no caer al suelo, y él también le abrazó.
-Venía también a darte esto.
Elladan se irguió: -¿Qué?
Glorfindel llevaba en la mano un arco no muy grande, fabricado seguramente para un niño, y de aspecto antiguo pero no por eso mal cuidado.
-Me lo regaló mi padre, hace ya mucho tiempo, cuando pensó que yo seguía teniendo aspecto de niño, pero que en mi interior ya había madurado. Quiero que te lo quedes tú.
Elladan estaba maravillado: -¿Para mí?
Estaba a punto de cogerlo pero algo se lo impidió: -Pero, Glorfindel, es tuyo. No... no puedo aceptarlo...
Glorfindel le sonrió como sólo él sabía hacer: -Considéralo un regalo de amigo a amigo.
Elladan lo cogió entre sus manos y lo observó con los ojos bien abiertos, aún no creyéndose que fuera para él, y desvió su mirada de nuevo al azul intenso de los ojos de Glorfindel: -Gracias.
-De nada.
Glorfindel se puso de nuevo en pie y enmarañó el pelo del niño: -¡Ah! ¡Se me olvidaba! ¡Pero no te los comas todos de golpe o te dolerá la tripa!
Y le dio un paquete que llevaba atado al cinturón antes de desaparecer por una de las esquinas, ribeteadas de oro, de los pasillos de la casa del señor de Rivendel.
CARMENCHU!!!
