Estaban los tres jugando en el prado y construían un castillo con piedrecitas del río.

-¡Este es el castillo del rey y aquí vienen los orcos a destruirlo!

-¡No! ¡Este es el castillo de una princesa!

-¡¿Qué dices enana?! ¡Cállate! ¡Tu no entiendes de castillos!

-¡Claro que sí! ¡En los castillos viven las princesas!

-¡Valla tontería! ¡Los castillos son de caballeros valientes!

A Legolas se le ocurrió una idea para que los hermanos dejaran de discutir: -¿Y por qué no hacemos que en este castillo viven caballeros y princesas todos juntos?

-¡Porque los caballeros no quieren estar con princesas enanas como Arwen!

-¡Ni las princesas con orcos feos como tú!

Elrohir y Arwen se sacaron mutuamente la lengua y el hermano mayor levantó un brazo y señaló al cielo con cara de sorpresa: -¡Mira Arwen!

La niña se dio la vuelta buscando lo que Elrohir señalaba: -¿Qué?

-¡Allí, mira! ¡Un caballo volando!

Elrohir cogió la mano de Legolas y le llevó corriendo detrás de unos arbustos mientras Arwen seguía mirando al cielo: -Pues... yo no veo nada...

La niña se dio la vuelta y vio que ni su hermano ni Legolas estaban ya allí.

-¡Eres tonto Elrohir! ¡Me has mentido!

Y se volvió a sentar para terminar el castillo: -Pero no me importa porque ahora este castillo será de una princesa muy guapa.

Elrohir susurró detrás del seto: -¡Bah! ¡Quédate con tu castillito birrioso! ¿Sabes tirar con arco?

-¡Sí! ¿Jugamos?

-¡Sí! ¡Corre! Yo te prestaré un arco. ¡Mi papá tiene muchos!

Legolas siguió a Elrohir por el jardín y el niño le guió por pasillos y escaleras cuando entraron en la casa de Elrond hasta que llegaron a un patio de marfil, plata y alabastro, con columnas labradas y a su alrededor enredaderas verdes.

En una esquina había flechas, arcos y carcaj de varios tipos y formas y al fondo del patio unas dianas de amplio tamaño, de color azul y blanco.

-¡Toma! Tú coge este arco y estas flechas.

-¡Gracias!

-Pero... necesitamos una presa como las de verdad... ¡como las que cazan los soldados de mi papá en el monte! Espera aquí un momento.

Y Elrohir salió corriendo del patio dejando a Legolas sólo acompañado por arcos, flechas y carcaj aunque no tardó mucho en volver, con Arwen detrás, gritando.

-¡Legolas! ¡Ya tenemos presa!

-¡Devuélveme mi osito!

-¡Ni hablar! ¡Nos hace falta para practicar con las flechas!

-¡Pero es mío!

-¡Pues te aguantas!

Arwen empezó a llorar mientras Elrohir ataba con una cuerda al oso en una de las dianas.

-¡Ya esta! Legolas, te cedo los honores.

Legolas tensó su arco, estaba contento, nunca había probado a cazar, y menos a un oso, aunque este fuera de peluche, y estaba dispuesto a disparar pero... Arwen estaba llorando.

Miró al oso, miró a Arwen y volvió a mirar al oso, atado a la diana, y Elrohir expectante.

Dejó caer la flecha y el arco al suelo y fue corriendo a desatar al osito.

-¡Toma!

Arwen tenía los ojos llenos de lagrimas, pero sonrió: -¡Gracias!- y abrazó fuertemente a su oso.

-¡Legolas! ¡se suponía que tenías que disparar al oso! ¡No devolvérselo a la enana!

Y resultó que Glorfindel pasaba por allí y se asomó a la puerta del patio abierta: -¿Pero que...?

Se acercó a los niños y vio que los ojos de Arwen estaban rojos.

-¿Qué ha pasado?

Elrohir se apresuró: -¡Fue idea suya!- y señaló a Legolas.

-¡No es verdad! ¡Te inventaste tú lo de la presa!

-¡Eres un mentiroso Elrohir! ¡Legolas es bueno!

-¡Tú te callas enana!

-¡Ei, ei, ei! ¡Tranquilidad! Uno por uno.- Glorfindel no podía evitar seguir riendo con su eterna alegría.

-Elrohir me quitó el osito para jugar con el arco, pero Legolas es bueno y me lo devolvió.

Glorfindel meneó la cabeza de un lado para otro cruzándose de brazos: -¡Pero mira que hacéis trastadas...!

E inmediatamente saltó: -¿Os gustan las magdalenas?

Los tres niños movieron la cabeza de arriba abajo contentos.

Y de los labios sonrientes de Glorfindel salió: -¡Yo invito!

CARMENCHU!!!