Glorfindel se quedó sin lagrimas, sus ojos ya no decían nada, sólo le
dolían y presentaban un fuerte color rojo.
Se incorporó en la cama, mirando a través de la ventana las estrellas brillantes de la noche y recordando el sueño que había tenido.
No se acordaba muy bien porque lo había decidido pero aquella noche se había quedado a dormir en la casa de Elrond. Después de cenar se había metido en una habitación distante y mientras observaba la noche al otro lado de los cristales de las vidrieras se había quedado dormido.
El fuego de la chimenea, a los pies de la cama, se había apagado casi completamente y sólo la luz plateada de la luna le iluminaba el rostro y los ojos dolorosos.
Estuvo un buen rato así, mirando a la nada, y pensando, tapado vagamente con las mantas bordadas, y sentado con las piernas cruzadas en el amplio y mullido colchón hasta que una luz, algo más luminosa que la de la luna, inundó la habitación. Alguien había abierto la puerta y la luz del pasillo entraba en un jirón, iluminando el suelo de mármol y a la vez la pared, en una franja alargada.
Una pequeña figura en largo camisón apareció en el umbral y una débil vocecita habló: -¿Glorfindel?
-¿Arwen? ¿Qué haces aquí? Deberías estar durmiendo.
-Glorfindel...
-¿Qué, mi niña?
-Tengo miedo...
Glorfindel sonrió enternecido en la oscuridad de la habitación: -Ven aquí...- y se sentó en el borde de la cama.
La niña cerró la puerta despacio y fue a sentarse en las rodillas de Glorfindel.
-¿De que tienes miedo?
-De...- Arwen se estremeció y se agarró fuertemente a Glorfindel: -...los orcos.
Glorfindel se sentó más en el centro del colchón y puso a Arwen en frente suyo: -Aquí no hay orcos mi niña...
-Ya lo se... pero sigo teniendo miedo...
Glorfindel de repente rió: -¿Y como sabes que estoy yo aquí?
-Papá me lo dijo, dijo que viniera a ti a despertarte con lo de los orcos, que él tenía sueño.
-Ay tu padre cuanto me quiere...- dijo riendo y le dio un beso a la niña en la frente, apartándole el flequillo ambarino.
La niña ya se había acostumbrado para entonces a la oscuridad y a ver con la poca luz de la luna y las estrellas al otro lado de la ventana y notó que los ojos de Glorfindel seguían rojos.
-¿Qué te pasa?- y le acarició con las dos manitas la cara: -¿Tu también tienes miedo?
Glorfindel se tocó rápidamente los ojos para que se le fuera el color que conlleva el llorar: -No. No, mi niña. Es sólo que...
-¿Qué?
-No nada... es que en esta habitación hay mucho polvo...- y sonrió para convencerla: -¡Deberías decirle a tu padre que la limpie un poco!
La niña le esbozó una sonrisa y le dio un fuerte abrazo, contenta de estar otra vez con él.
Glorfindel la tuvo un largo rato en brazos y cuando se dio cuenta Arwen se había dormido.
La cogió bien fuerte y con cuidado se levantó de la cama, abrió la puerta y salió al pasillo, para llevarla a su habitación y acostarla allí, en su cama, junto a su oso.
CARMENCHU!!!
Se incorporó en la cama, mirando a través de la ventana las estrellas brillantes de la noche y recordando el sueño que había tenido.
No se acordaba muy bien porque lo había decidido pero aquella noche se había quedado a dormir en la casa de Elrond. Después de cenar se había metido en una habitación distante y mientras observaba la noche al otro lado de los cristales de las vidrieras se había quedado dormido.
El fuego de la chimenea, a los pies de la cama, se había apagado casi completamente y sólo la luz plateada de la luna le iluminaba el rostro y los ojos dolorosos.
Estuvo un buen rato así, mirando a la nada, y pensando, tapado vagamente con las mantas bordadas, y sentado con las piernas cruzadas en el amplio y mullido colchón hasta que una luz, algo más luminosa que la de la luna, inundó la habitación. Alguien había abierto la puerta y la luz del pasillo entraba en un jirón, iluminando el suelo de mármol y a la vez la pared, en una franja alargada.
Una pequeña figura en largo camisón apareció en el umbral y una débil vocecita habló: -¿Glorfindel?
-¿Arwen? ¿Qué haces aquí? Deberías estar durmiendo.
-Glorfindel...
-¿Qué, mi niña?
-Tengo miedo...
Glorfindel sonrió enternecido en la oscuridad de la habitación: -Ven aquí...- y se sentó en el borde de la cama.
La niña cerró la puerta despacio y fue a sentarse en las rodillas de Glorfindel.
-¿De que tienes miedo?
-De...- Arwen se estremeció y se agarró fuertemente a Glorfindel: -...los orcos.
Glorfindel se sentó más en el centro del colchón y puso a Arwen en frente suyo: -Aquí no hay orcos mi niña...
-Ya lo se... pero sigo teniendo miedo...
Glorfindel de repente rió: -¿Y como sabes que estoy yo aquí?
-Papá me lo dijo, dijo que viniera a ti a despertarte con lo de los orcos, que él tenía sueño.
-Ay tu padre cuanto me quiere...- dijo riendo y le dio un beso a la niña en la frente, apartándole el flequillo ambarino.
La niña ya se había acostumbrado para entonces a la oscuridad y a ver con la poca luz de la luna y las estrellas al otro lado de la ventana y notó que los ojos de Glorfindel seguían rojos.
-¿Qué te pasa?- y le acarició con las dos manitas la cara: -¿Tu también tienes miedo?
Glorfindel se tocó rápidamente los ojos para que se le fuera el color que conlleva el llorar: -No. No, mi niña. Es sólo que...
-¿Qué?
-No nada... es que en esta habitación hay mucho polvo...- y sonrió para convencerla: -¡Deberías decirle a tu padre que la limpie un poco!
La niña le esbozó una sonrisa y le dio un fuerte abrazo, contenta de estar otra vez con él.
Glorfindel la tuvo un largo rato en brazos y cuando se dio cuenta Arwen se había dormido.
La cogió bien fuerte y con cuidado se levantó de la cama, abrió la puerta y salió al pasillo, para llevarla a su habitación y acostarla allí, en su cama, junto a su oso.
CARMENCHU!!!
