Al alba tumultos de gente empezaron a recorrer las calles plateadas de
Rivendel, lenta y melancólicamente, desapareciendo en el lindero de la
ciudad, cuando los últimos jardines tocaban el bosque.
Silenciosamente desaparecían sin volver la cabeza atrás y todos cubiertos por suaves capuchas y capas de piel, que impedían ver en sus ojos su tristeza y pesar por abandonar su ciudad.
Pero había allí una persona que destacaba de las demás pues ni su cabeza ni sus hombros iban cubiertos por una capa y en su frente ceñía una tiara de oro, con una gema verde.
Se abrió paso entre la gente, corriendo y empujando, entre angustia y dolor, parecía mentira que en Rivendel hubiera tanta gente, y que tanta gente se marchase para no volver nunca más.
-¡Thruviel!- gritaba mientras corría: -¡Thruviel!
Una figura de entre las tantas que abandonaban la ciudad se detuvo y poco a poco se dio la vuelta, a través de su capucha cabellos de un color noche y en sus ojos azules lágrimas.
-¡Thruviel!- se detuvo frente a ella, cogiendo aire, agotado después de correr: -Pensé que ya te habías ido...
-Lo siento Elroyënath...
Elroyënath la abrazó mientras ella lloraba en su pecho y sus ojos empezaron también a empañarse.
-No deberías estar aquí...- dijo la mujer desde debajo de su capucha gris, como los ojos de Elroyënath: -Si te viera tu padre se enfadaría...
-Me da igual. No me importa.- dijo él rápidamente presa de una ira repentina.
La elfa se irguió y le miró a los ojos plateados, en ellos se esbozaban lágrimas. Posó su mano blanca sobre la mejilla de él y le secó cariñosamente las lagrimas: -No llores...- y más lágrimas, frías como gotas de rocío, rozaron sus pómulos.
Ella sonrió entonces, aún sumergida en su tristeza: -Nos volveremos a ver.
Elroyënath alzó las manos y se quitó la tiara de la cabeza: -Toma. Quiero que la tengas tú.
La elfa se echó débilmente hacia atrás: -Pe... pero es tuya...
-Por eso te la doy.- y puso delicadamente la tiara en la frente blanca de la mujer.
Ella la rozó con sus dedos y le besó, aún entre el tumulto de gente, aún si Elrond podía verles: -Nunca te olvidaré.
-Namarië...
Elroyënath la acarició por última vez, su pelo, su rostro, su mano y sus manos se fueron alejando lentamente hasta que sus ojos y su pelo negro, de noche y estrellas, se perdieron entre los árboles del bosque y la gente que se internaba en él.
Elroyënath sintió una mano en su hombro y una voz a sus espaldas: -Se lo que es esto...- se giró y Glorfindel estaba allí.
Se secó rápidamente las lágrimas con las manos y su voz sonó profunda: -Por favor, no se lo digas a mi padre...
-No lo haré.
Y Elroyënath salió corriendo calle arriba, necesitaba llorar a solas.
CARMENCHU!!!
Silenciosamente desaparecían sin volver la cabeza atrás y todos cubiertos por suaves capuchas y capas de piel, que impedían ver en sus ojos su tristeza y pesar por abandonar su ciudad.
Pero había allí una persona que destacaba de las demás pues ni su cabeza ni sus hombros iban cubiertos por una capa y en su frente ceñía una tiara de oro, con una gema verde.
Se abrió paso entre la gente, corriendo y empujando, entre angustia y dolor, parecía mentira que en Rivendel hubiera tanta gente, y que tanta gente se marchase para no volver nunca más.
-¡Thruviel!- gritaba mientras corría: -¡Thruviel!
Una figura de entre las tantas que abandonaban la ciudad se detuvo y poco a poco se dio la vuelta, a través de su capucha cabellos de un color noche y en sus ojos azules lágrimas.
-¡Thruviel!- se detuvo frente a ella, cogiendo aire, agotado después de correr: -Pensé que ya te habías ido...
-Lo siento Elroyënath...
Elroyënath la abrazó mientras ella lloraba en su pecho y sus ojos empezaron también a empañarse.
-No deberías estar aquí...- dijo la mujer desde debajo de su capucha gris, como los ojos de Elroyënath: -Si te viera tu padre se enfadaría...
-Me da igual. No me importa.- dijo él rápidamente presa de una ira repentina.
La elfa se irguió y le miró a los ojos plateados, en ellos se esbozaban lágrimas. Posó su mano blanca sobre la mejilla de él y le secó cariñosamente las lagrimas: -No llores...- y más lágrimas, frías como gotas de rocío, rozaron sus pómulos.
Ella sonrió entonces, aún sumergida en su tristeza: -Nos volveremos a ver.
Elroyënath alzó las manos y se quitó la tiara de la cabeza: -Toma. Quiero que la tengas tú.
La elfa se echó débilmente hacia atrás: -Pe... pero es tuya...
-Por eso te la doy.- y puso delicadamente la tiara en la frente blanca de la mujer.
Ella la rozó con sus dedos y le besó, aún entre el tumulto de gente, aún si Elrond podía verles: -Nunca te olvidaré.
-Namarië...
Elroyënath la acarició por última vez, su pelo, su rostro, su mano y sus manos se fueron alejando lentamente hasta que sus ojos y su pelo negro, de noche y estrellas, se perdieron entre los árboles del bosque y la gente que se internaba en él.
Elroyënath sintió una mano en su hombro y una voz a sus espaldas: -Se lo que es esto...- se giró y Glorfindel estaba allí.
Se secó rápidamente las lágrimas con las manos y su voz sonó profunda: -Por favor, no se lo digas a mi padre...
-No lo haré.
Y Elroyënath salió corriendo calle arriba, necesitaba llorar a solas.
CARMENCHU!!!
