Incluso Galadriel había entrado en la carroza de Elrond para preocuparse
por su salud pero Aragorn había errado en su respuesta y forma de hablar al
señor de Rivendel cuando se encontró rodeado de elfos, después de despertar
y recordar las noches frías en el barco.
La ira de Elrond no era fácilmente contenible y menos en aquellas circunstancias y Aragorn se encontró atado a la parte trasera de un carromato, caminando a pie por los caminos de Lorien, hacia Rivendel, siguiendo a una caravana de elfos. Ahora era un prisionero de guerra y podían hacer con él lo que quisieran, incluso condenarle a muerte.
Se despidieron de Galadriel a las puertas de Lothlorien y la caravana siguió su curso, hasta llegar a las faldas de las Montañas Nubladas. Subieron todos arduamente por entre rocas escarpadas y llegaron al paso de Caradhras, donde la nieve se les vino encima en forma de tormenta invernal.
Los elfos no se hundían en la nieve y entre todos ayudaban a que los carromatos y los caballos avanzasen entre el amplio trecho de nieve que cubría el terreno.
Pero había allí una persona carente de la gracia de los elfos y que hundía su cuerpo cansado en el manto blanco, no pudiendo caminar como ellos. La nieve no tardó en cubrirle el pelo y la corta barba y no le cubría una capa como a las demás gentes, se le veía incluso tiritar y el vaho le salía abundantemente de la boca.
Glorfindel no pudo dejarle así. En el fondo tenía sus principios y no podía dejar que aquel hombre muriera congelado ante sus propios ojos, aunque le hubiera arrebatado la vida a Elroyënath.
Aragorn sintió entonces una fina piel de animal a la espalda, una suave capa le calentó todo el cuerpo y un elfo a su lado que le ayudaba a avanzar, sus ojos eran de un azul intenso y profundo, como el cielo cuando se acerca el alba y algo brillaba en su interior, tal como si fuera una estrella. Juntos vencieron a la tormenta.
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Glorfindel preparaba unos faisanes cerca de la hoguera que había encendido y sus ojos y su colgante brillaban al fuego.
Aragorn estaba con él y acercó las manos frías al fuego, los dedos aún los tenía azules por el frío a pesar de que habían bajado la ladera de la montaña hace tiempo.
Glorfindel empezó a preocuparse, no sabiendo lo que podía acarrear aquella situación en el hombre, mucho más vulnerables que los elfos.
Le puso la mano en la frente y notó que Aragorn tenía fiebre. Le vino a la cabeza repentinamente la vez en la que Legolas, siendo niño, había caído enfermo y la fiebre le hizo delirar. Aragorn no tenía tanta fiebre como la tuvo el niño pero no le hubiera gustado tener que cuidar de nuevo a un enfermo en cama durante varios días viéndole sufrir.
-Espera aquí un momento, vuelvo enseguida. -le dijo al hombre, joven, demasiado joven para compararse con él y con sus años.
Aragorn accedió con la cabeza, aún tiritando pero con ojos agradecidos.
Glorfindel se adentró entre los árboles y la oscuridad de la noche que se acaba de cernir sobre ellos y buscó alguna planta parecida a las que crecían en su jardín de Rivendel, curativa pero de buen sabor, para que Aragorn no se quejase, pues bien sabido era que los humanos se quejaban por varias cosas sin sentido.
Pero, en realidad, mientras buscaba la hierba, se dio cuenta de que aquel hombre no era tan malo como había imaginado y que tal vez, aunque él también estuviera dolorido por las gentes que había perdido en la batalla e igual de rencoroso, podrían llegara a ser después de todo amigos. Pensó que Elroyënath lo hubiera querido así, pues, como muchas de las gentes de Rivendel, no comprendía demasiado bien la razón de la lucha y no le hubiera gustado tener enemistades con nadie, ni siquiera con un hombre.
Encontró la hierba entre unos matorrales cercanos y se dirigió de nuevo hacía la luz de la hoguera donde Aragorn esperaba.
Glorfindel se sentó de nuevo junto al fuego y sazonó con la hierba uno de los faisanes para que Aragorn sanara al tomarlo.
-Gracias Glorfindel.
Glorfindel alzó la vista extrañado, realmente le estaba dando las gracias.
-Te lo agradezco mucho, no sabes cuanto.
Glorfindel sonrió, tal y como hubiera querido Elroyënath que hiciera, tal y como lo hacía cuando comía con los hijos de Elrond: -No hay de que.- y acordándose de nuevo en Legolas le tendió la mano: -¿Amigos?
Aragorn le estrechó la mano blanca fuertemente: -Amigos.
CARMENCHU!!!
La ira de Elrond no era fácilmente contenible y menos en aquellas circunstancias y Aragorn se encontró atado a la parte trasera de un carromato, caminando a pie por los caminos de Lorien, hacia Rivendel, siguiendo a una caravana de elfos. Ahora era un prisionero de guerra y podían hacer con él lo que quisieran, incluso condenarle a muerte.
Se despidieron de Galadriel a las puertas de Lothlorien y la caravana siguió su curso, hasta llegar a las faldas de las Montañas Nubladas. Subieron todos arduamente por entre rocas escarpadas y llegaron al paso de Caradhras, donde la nieve se les vino encima en forma de tormenta invernal.
Los elfos no se hundían en la nieve y entre todos ayudaban a que los carromatos y los caballos avanzasen entre el amplio trecho de nieve que cubría el terreno.
Pero había allí una persona carente de la gracia de los elfos y que hundía su cuerpo cansado en el manto blanco, no pudiendo caminar como ellos. La nieve no tardó en cubrirle el pelo y la corta barba y no le cubría una capa como a las demás gentes, se le veía incluso tiritar y el vaho le salía abundantemente de la boca.
Glorfindel no pudo dejarle así. En el fondo tenía sus principios y no podía dejar que aquel hombre muriera congelado ante sus propios ojos, aunque le hubiera arrebatado la vida a Elroyënath.
Aragorn sintió entonces una fina piel de animal a la espalda, una suave capa le calentó todo el cuerpo y un elfo a su lado que le ayudaba a avanzar, sus ojos eran de un azul intenso y profundo, como el cielo cuando se acerca el alba y algo brillaba en su interior, tal como si fuera una estrella. Juntos vencieron a la tormenta.
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Glorfindel preparaba unos faisanes cerca de la hoguera que había encendido y sus ojos y su colgante brillaban al fuego.
Aragorn estaba con él y acercó las manos frías al fuego, los dedos aún los tenía azules por el frío a pesar de que habían bajado la ladera de la montaña hace tiempo.
Glorfindel empezó a preocuparse, no sabiendo lo que podía acarrear aquella situación en el hombre, mucho más vulnerables que los elfos.
Le puso la mano en la frente y notó que Aragorn tenía fiebre. Le vino a la cabeza repentinamente la vez en la que Legolas, siendo niño, había caído enfermo y la fiebre le hizo delirar. Aragorn no tenía tanta fiebre como la tuvo el niño pero no le hubiera gustado tener que cuidar de nuevo a un enfermo en cama durante varios días viéndole sufrir.
-Espera aquí un momento, vuelvo enseguida. -le dijo al hombre, joven, demasiado joven para compararse con él y con sus años.
Aragorn accedió con la cabeza, aún tiritando pero con ojos agradecidos.
Glorfindel se adentró entre los árboles y la oscuridad de la noche que se acaba de cernir sobre ellos y buscó alguna planta parecida a las que crecían en su jardín de Rivendel, curativa pero de buen sabor, para que Aragorn no se quejase, pues bien sabido era que los humanos se quejaban por varias cosas sin sentido.
Pero, en realidad, mientras buscaba la hierba, se dio cuenta de que aquel hombre no era tan malo como había imaginado y que tal vez, aunque él también estuviera dolorido por las gentes que había perdido en la batalla e igual de rencoroso, podrían llegara a ser después de todo amigos. Pensó que Elroyënath lo hubiera querido así, pues, como muchas de las gentes de Rivendel, no comprendía demasiado bien la razón de la lucha y no le hubiera gustado tener enemistades con nadie, ni siquiera con un hombre.
Encontró la hierba entre unos matorrales cercanos y se dirigió de nuevo hacía la luz de la hoguera donde Aragorn esperaba.
Glorfindel se sentó de nuevo junto al fuego y sazonó con la hierba uno de los faisanes para que Aragorn sanara al tomarlo.
-Gracias Glorfindel.
Glorfindel alzó la vista extrañado, realmente le estaba dando las gracias.
-Te lo agradezco mucho, no sabes cuanto.
Glorfindel sonrió, tal y como hubiera querido Elroyënath que hiciera, tal y como lo hacía cuando comía con los hijos de Elrond: -No hay de que.- y acordándose de nuevo en Legolas le tendió la mano: -¿Amigos?
Aragorn le estrechó la mano blanca fuertemente: -Amigos.
CARMENCHU!!!
