Glorfindel se levantó pronto al día siguiente, poco antes de que surgiera el alba y se acercó al lecho de un río que corría por allí cerca para lavarse la cara.

Se miró en el agua clara y descubrió en sus ojos aquel brillo que nunca se borraba y observando su color azul se acordó de la piedra que le colgaba al cuello. Se irguió y la observó durante algunos minutos, absorto mientras recordaba.

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-Por favor... no te vallas... ¡Tiene que haber otra opción!

-Lo siento Glorfindel...

-No llores por favor... no... ¡no entiendo porque tiene que ser así...!

-Quiero que tengas esto...

-¿Qué? Pero es tuyo. Yo...

-Quédatelo por favor y prométeme que cuando lo mires pensarás siempre en mi.

-Te lo prometo... Pero... ¿algún día volveremos a vernos?

-Sí, algún día, en una orilla u otra del océano, me lo dice el corazón...

-¿Te olvidarás de mí...?

-Nunca Glorfindel, jamás, no habrá pasado un día en el que no piense en ti.

-Entonces ¿seguirás queriéndome...?

-Siempre te querré.

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Glorfindel sintió, como si fuera real, un calor en su frente, como si de verdad fuera aquel beso que Lithriel le dio de despedida ya hace tanto tiempo.

Se guardó el colgante dentro de la camisa y se levantó para ir a hablar con Elrond.

La noche anterior, antes de dormirse había estado hablando con Aragorn sobre lo que sucedió en la carroza, después de que se despertara, cuando todavía atravesaban los bosques de Lorien. Aragorn le había recordado la muerte de su hijo, sin saber cómo ni porque, pero de algún modo Elrond se enfureció de ver a aquel hombre hablando así y en un arrebato de ira le había condenado a muerte.

Glorfindel no pensaba ya que Aragorn tuviera que morir, no veía la razón ahora. Era una guerra la que hicieron y en las guerras moría siempre gente. Casualidad fue que Aragorn se encontrara con Elroyënath y Elroyënath con Aragorn y que de entre esa lucha solo uno sobreviviera pues cada uno luchaba por subsistir y por su pueblo.

-Elrond, tenemos que hablar...- los ojos de Glorfindel brillaron intensamente.

-¿Sobre qué, Glorfindel?

Y se notó que a Elrond no le importaba demasiado lo que Glorfindel tuviera que decirle.

Estaban a los pies de las escalerillas doradas que bajaban del carruaje de Elrond, los demás seguían dormidos y dentro de poco amanecería.

-Pues... no creo que Aragorn deba morir, la verdad. Él no quiso herirte. Piénsalo bien: tu le tuviste remando durante un tiempo en tu barco, no me extraña que estuviera enfadado. En esos momentos no sabemos lo que decimos, nos pasa a todos... Entiéndelo.

-No creo que sea de tu incumbencia, Glorfindel, lo que hago o no hago con mis presos. Y si piensas que no me he dado cuenta de que le has soltado te equivocas.-dijo Elrond con frialdad. Era cierto, Glorfindel le había soltado de las cuerdas que le oprimían las manos atándole al carromato.

-¡Él no se merece estar apresado! ¡Es hijo de reyes, heredero al trono del reino más grande habitado por los hombres!

-¡Yo gané la guerra! Puedo hacer con él lo que me plazca.

-No puedes arrebatarle la vida a alguien por placer...-la cara y la voz de Glorfindel se entristecieron.

-No te entrometas en los asuntos ajenos, Glorfindel.-y diciendo esto, Elrond volvió a entrar en su carroza.

Glorfindel se quedó solo, a los pies de las escalerillas del carruaje y resopló: -Pero mira que eres testarudo...

A lo lejos podía verse la ciudad de Rivendel, cerca de su cascada, y junto a ella una de las torres de la casa de Elrond.

CARMENCHU!!!