Arwen estaba recostada en una cama, en una postura con la que intentaba apagar su dolor en el pecho, el pañuelo que llevaba estaba muy manchado de sangre y la tez era ya del color de la luna. Aragorn estaba a su lado, le oprimía fuertemente la mano y la apartaba el pelo de los ojos, se notaba que en realidad la amaba. Legolas en un rincón, con las piernas dobladas y los ojos vidriosos como los cristales de las vidrieras, empañados por la lluvia, escondía su cara entre los brazos, desesperado.

Glorfindel no habló, no dijo nada, no había tiempo para hablar, no había tiempo para sonreír.

Legolas se levantó del suelo y se acercó al cuerpo tembloroso que reposaba intranquilamente y con lagrimas en sus ojos grises.

Glorfindel se daba prisa preocupadamente y desató del pecho de Arwen el pañuelo que le oprimía, la sangre le manchó las blancas manos. Empezó a romper el vestido de la elfa a jirones hasta tener la herida al descubierto y mojó la aguja, enhebrada con el hilo de oro, que tanto le había costado conseguir en el líquido fresco del vino. Verso entonces el resto de la botella en la herida profunda de Arwen y esta gritó por el fuerte ardor.

El miedo apareció claramente en los ojos del hombre que se echó ligeramente atrás, pero sin dejar de oprimir la mano de su amada. Legolas prefirió no mirar la escena, cerrando fuertemente sus ojos azul pálido.

-Tranquila...- por primera vez se notó en la voz de Glorfindel sus innumerables años de experiencia en el mundo y como, con su edad, había aprendido a decir lo necesario en el momento justo, con el preciso tono de voz y la expresión más tranquilizadora que habían visto ninguno de ellos jamás. Al mirarle a los profundos ojos intensos y azules se sintieron bien, como si en realidad no hubiera pasado nada.

Clavó la aguja en la piel blanca y fría de Arwen y empezó a coserle la herida con cuidado y precisión y cuando hubo terminado anudó el hilo y lo cortó con los dientes para tapar, con un paño mojado en agua de un tazón que había, la ya no sangrante raja de color vivamente rojo como el vino que había versado sobre ella.

Y Arwen fue mejorando poco a poco, se fue notando en la expresión de su cara, que cambiaba al cansancio y el alivio y por fin pudo dormir profundamente, casi tan profundo como el color azul intenso de los ojos de Glorfindel.

____________________________________________________________________________ ____________________________________

Después de tanta angustia y nerviosismo poco a poco Aragorn y Legolas cayeron dormidos en algún punto de la tarde, en aquella sala de la casa de Elrond, los dos junto a la cama de Arwen, y Glorfindel salió sin hacer ruido de la habitación.

Se encontró de nuevo en uno de aquellos pasillos largos y dorados por los que había corrido. Al otro lado de las vidrieras se notaba la luz tenuemente naranja y rosada del crepúsculo, del sol que empezaba a desaparecer por detrás de las colinas verdes del valle, parecía mentira que tanto tiempo hubiera pasado desde que Arwen había caído herida al amanecer.

Los farolillos de fuego azulado volvían a brillar, iluminando las losas de mármol pulido del suelo y la soledad y el silencio reinaban en la casa.

Glorfindel comenzó a caminar lentamente, en dirección a unas de las escaleras que hacían variar el curso del corredor, y observó melancólicamente las paredes, el suelo, las ventanas, los recuerdos que tenía de aquella casa.

Llegó a los pies de la gran escalera y se detuvo un momento mirándola, antes de empezar a subir. Los recuerdos le inundaron de repente, una niebla se extendió en sus ojos, y cuando se disipó vio a un joven elfo rubio, con un colgante del mismo color azulastro de sus ojos y bajaba sonriente las escaleras, con una niña pequeña en brazos, era él.

-¡Gracias por coserme el osito, Glorfindel!- dijo la niña contenta, abrazándole en sus brazos.

-De nada, mi niña.

-Se le estaba empezando a salir el algodón... pobrecito... ¿Crees que le habrá dolido...?

El elfo sonrió: -No, porque le he puesto anestesia.

-¿Y eso qué es?- dijo la niña arrugando la nariz.

El Glorfindel que esperaba a los pies de la escalera esbozó una leve sonrisa, con los ojos y los labios.

El Glorfindel que bajaba los escalones respondió contento: -Pues es como una medicina que si te la tomas ya no te duele nada.

-¡¿Una medicina?!- el pelo de la niña era ambarino y sus ojos contenían brillo entre un gris de nube.

-Sí.- el elfo acarició con un dedo la mejilla de la niña.

-¡A mi osito no le gustan las medicinas!

Se oyó una carcajada feliz: -¿A no?

-No... dice que saben muy mal... ¡Yo pienso lo mismo!

-Pero es que las que yo le doy tienen...- le acercó los labios al oído, para decirle un secreto y susurró: -...¡sabor a fresa!

-¡¿Sabor a fresa?! ¡Yo quiero una!

-Sssh...- le puso el dedo en los labios: -No se lo digas a nadie, que es un secreto entre tú, yo... ¡y el osito! ¿vale?- el elfo sonreía ampliamente.

La niña susurró contenta: -¡Vale!

El elfo la dejó en el suelo con cuidado y le dio la mano para seguir bajando las escaleras hasta que ella volvió a arrugar la nariz: -¿Pero me darás algún día de esas medicinas?

-Sólo si te portas bien.

-¡Gracias!

Glorfindel, a los pies de la escalera vio desaparecer entre una nueva niebla grisacea las dos figuras. Conservaba tantos recuerdos de aquella casa, habían pasado tantas cosas y tanto tiempo...

Subió lentamente la escalera donde antes habían estado paseándose sus recuerdos y rozó suavemente las paredes labradas al pasar, las columnas, las barandillas, los cristales, avivó sus pensamientos y lo vio todo de nuevo, como si aquellos cientos de años no hubieran sido más de un segundo.

Llegó hasta una puerta donde figuras de plata resaltaban de la madera y tocó en ella ligeramente, tantas veces había llamado a aquella puerta...

Nadie respondió al otro lado y giró el pomo, despacio pero sin temblar. La figura de Elrond con la cabeza entre las manos, hundido en desesperación, igual de profundo como el mar, y escalofríos en su cuerpo nervioso e impactado, sentado a la mesa de su despacho. No se dio cuenta de la liviana presencia de Glorfindel.

-¿Elrond...?

Elrond alzó súbitamente su mirada, que había perdido entre sus palmas: -Glor... Glorfindel...- tartamudeó, nervioso e intranquilo: -¿Do... donde esta mi hija...? ¿Esta bien...?

Los ojos profundos de Glorfindel mostraron de nuevo aquella sensación de sabiduría y tranquilidad: -Esta bien. Le cosí la herida y ya no sangra, duerme tranquilamente.

Elrond volvió a hundir la cara en sus manos, temblando: -¿Por qué me tiene que pasar a mí esto...?

-No quería llegar a decírtelo ... pero creo que te lo advertí...

-Lo siento... ¡Lo siento Glorfindel! ¡Tienes razón! ¡Siempre la has tenido! Y yo no quise escucharte...

-No era culpa tuya, la perdida de tu hijo hacía que el dolor te cegara... quizás fui demasiado duro yo también en la forma que adquirí de hablarte...

-Gracias por ayudarme a comprender...

Glorfindel negó con la cabeza lentamente: -No fui yo, en realidad, el que te ha hecho comprender... tal vez el amor entre Aragorn y tu hija sea más fuerte y sirva más de lo que pensabas.

La cara de Elrond ya no mostró ira al oír el nombre del mortal: -Tal vez... Tiene que tener algo para hacer que mi hija... que mi hija intentara salvarle incluso abandonando su vida inmortal...

-Lo tiene. Habla con él y lo entenderás. Quizás los mortales son menos egoístas y codiciosos de lo que todos pensábamos... En realidad todos somos los que estábamos equivocados. Creo que este incidente nos hará recapacitar, empezar desde cero, una vuelta a empezar como aquella vez... con tus hijos...

Glorfindel salió del despacho silencioso y cuando este cerró la puerta Elrond sacó de uno de los cajones de su escritorio un dibujo, en él una niña pequeña con pelo ambarino y a su lado un elfo alto de pelo oscuro.

CARMENCHU!!!

P.D. Después de tanto tiempo vuelvo a vosotros... en los albores de la tormenta. XDD!!! Le copio las frases a Gandalf!!! Jajaja Que bonita escena la de la escalera!!! Ains... jajaja, besos!!!