Una ciudad apareció a lo lejos, entre brisa, agua y las pisadas del
caballo, cerca de una gran cascada, en el fondo de un valle que al sur daba
a una praderas y colinas verdes y más abajo cultivadas de dorado trigo,
confundiéndose en el horizonte.
Las calles plateadas, con grandes casas de formas y alturas todas distintas, con porches y jardines frondosos de árboles y flores, a los lados pendientes farolillos de fuegos azulados que iluminaban las noches frescas de Rivendel. Calle arriba, entre las suaves piedras de la calzada, el terreno se volvía perpendicular y liso y daba paso a un barranco de moderada altitud que se llenaba en las crecidas del río, cuando llovía, sobre él un puente de bronce, a la derecha arcoiris y finas gotas de agua de la gran cascada y en frente un gran palacio de balcones, ventanas, porches, puertas, oro, plata, nácar, alabastro y cristales de colores: la casa de Elrond. En la hierba del jardín dos figuras altas, un varón y una mujer y serenamente les recibieron.
-Bienvenido a Rivendel, Frodo Bolsón.- dijo sereno y serio el varón elfo. Suaves cabellos oscuros bajaban por sus hombros y dos trenzas colgaban delante de sus orejas puntiagudas, sujetas con hilos de oro, entre una tiara de plata.
Glorfindel bajó del caballo y ayudó a bajar a Frodo, posándolo después en la fresca hierba. Frodo no pudo más que mirarles con sorpresa.
La mujer habló con voz cristalina mientras agachaba lentamente su cabeza, sonriendo: -Bienvenido a nuestra casa.
-Es un honor para mí.- y el hobbit hizo una graciosa reverencia, tal como si fuera un niño.
-¡Bilbo!
-¡Frodo! ¡Ya pensé que no te ibas a dar cuenta de que yo estaba por aquí!
Frodo se abalanzó sobre Bilbo contento de volver a verle, cayendo los dos al suelo de mármol rojizo de la Sala del Fuego.
Aquella sala estaba llena de elfos y vestidos vaporosos recamados de oro, cantaban y reían, algunos tocaban instrumentos, suaves flautas y pequeñas liras entonadas, otros cerca de las grandes sillas de marfil del señor de Rivendel y su hija, contaban historias de tiempos pasados. Sam quedaba impresionado con todo lo que veía a su paso y Merry y Pippin habían salido al jardín, cuando la noche ya había caído, después de cenar.
-¿Qué has hecho durante todo este tiempo, Bilbo?- preguntó contento Frodo cuando de nuevo se pusieron de pie.
-¡Escribir muchas canciones! Pero estoy preocupado... esta no me sale... no se continuarla...- llevaba una pequeña pluma en una mano y en la otra un trozo de pergamino con un pentagrama donde había dibujado algunas notas. Frodo río.
El fuego de la habitación crepitaba en la gran chimenea, transformando toda la sala en un ir y venir de sombras temblantes y un fuerte color de aire rojo y anaranjado. Bilbo se llevó las manos a la cabeza desesperado: -¡Dúnadan! ¡Tienes que ayudarme!
Un hombre salió de detrás de una columna rojiza al oír uno de sus tantos nombres y sonrió al ver a Bilbo peleando con su propio pergamino.
-¿Qué te pasa Bilbo?- y agachó su cabeza hasta tenerla a la misma altura del hobbit.
-¡Esta canción no me sale!
Frodo miraba desconcertado: -Trancos...¿cuántos nombres tienes?
-¿Trancos? ¿Quién es Trancos?- preguntó Bilbo todavía sumergido en su composición.
Aragorn hablo tranquilo y sonriente: -Ese es el nombre que me dan en Bree.
Bilbo le miró de reojo aún pidiéndole un poco de ayuda: -¿Por qué no has venido al banquete? La dama Arwen estuvo allí.
-Lo se, pero tenía que hacer unas cosas. A veces hay que dejar la alegría de lado, Elladan y Elrohir han vuelto del Norte y tenía que hablar con ellos.
-¡Bueno Dúnadan!- dijo cada vez más impaciente Bilbo: -¡¿cómo continúo mi canción?!
Aragorn sonrió: -Ven, vamos a darle unos retoques.- y se sentó en el suelo liso junto al hobbit mirando atentamente el pergamino, aunque a Frodo le pareció ver que sus ojos verdes a veces se desviaban hacia la silla de marfil donde sentaba la hija del señor de Rivendel.
Aquella noche fue una noche de muchos encuentros.
-¿Glorfindel por qué no nos cuentas un cuento?
-¿Qué?
-¡Un cuento! Como los que me contabas cuando era pequeña.
Glorfindel se rascó la cabeza intimidado: -Pues es que...
Arwen sonrió desde su asiento: -Por favor... ¡además se que te encanta que la gente te escuche!- y le sacó la lengua, como hacía cuando había sido una niña, hace tantos años.
-Bueno...- Glorfindel se incorporó mejor y se sentó de una forma en la que podía ver a todos los allí presentes, sentados en el limpio suelo de la Sala del Fuego expectantes ante su historia.
Estaban allí el señor de Rivendel y sus hijos, su hija, la bella Undómiel de Rivendel, Aragorn, hijo de Arathorn, sentado junto a ella, en uno de los brazos de su silla de marfil, Bilbo Bolsón, el hobbit que encontró el Anillo Único y Frodo, su sobrino, que lo portaba; rodeados de gentes sonrientes y felices, aún sabiendo que en algún lugar de la Tierra Media el peligro acechaba.
Glorfindel carraspeó débilmente y comenzó con los ojos perdidos en recuerdos: -Érase una vez un elfo...
-¡Esa ya me la sé!- dijo Arwen sonriendo desde su sitio.
Glorfindel le lanzó una mirada irónica pero contenta: -Esta es distinta...
Una sonrisa se dibujó en las bocas de todos y Glorfindel prosiguió.
-Érase una vez un elfo, conocido por sus bellos ojos grises, presa de recuerdos, pero a la vez de tristeza, seriedad y melancolía. Raramente sonreía, aunque le gustase o lo desease, gran angustia habitaba en su interior y fue una elfa la que le separó de su eterna soledad.
"El pelo de ella era negro como la noche que sigue a la puesta de sol y sus ojos azules como el agua del río.
"Se conocieron lentamente, primero sólo de vista, luego siguieron los roces por la calle, las noches frente a su ventana, y finalmente las palabras. Ella hablaba tan cristalinamente que él quedó prendado nada más oír la primera nota de su voz melodiosa. Hablaron de todo lo posible, bajo la lluvia, junto al río, en un jardín y entre espigas de trigo vino el primer beso. El amor les colmó pero este no fue aceptado por todos. Él hijo mayor de una importante familia, ella elfa del Norte, de distintas costumbres y oscuro pasado; sus padres no lo aceptaron.
"Poco a poco fueron separados implícitamente. No podían salir de su casa, castigos, reprendas... Y a escondidas se vieron tantas veces. Pocos sabían de su amor, pocos sabían que fuera tan fuerte y poco a poco también fue llegando lo que todo elfo se espera en estos tiempos que cada vez vienen más marcados por el miedo al dolor y el sometimiento que empieza a coger forma en la Tierra Media desde hace siglos. Ella tuvo que partir al otro lado del mar.
-¡Glorfindel esta historia se parece mucho!
Glorfindel no miró a Arwen y prosiguió sonriendo: -El día en el que ella debía partir grande angustia apareció en sus rostros y él pudo escapar de su casa antes de que ella desapareciese. Corrió hasta ella agarrándola de la mano y en su rostro con ternura la besó. En su frente blanca, entre el negro de su pelo puso una tiara y prometieron volver a verse algún día.
Arwen tamborileó con los dedos en el brazo de su silla de marfil que estaba libre pues en el otro sentaba Aragorn, haciendo comprender con impaciencia a Glorfindel que aquella historia le era demasiado familiar.
Por el rostro de Glorfindel pasó una mirada de paciencia y prosiguió contando lo sucedido al publico expectante, esta vez con un tono más grave en la voz: -Más él cayó, aún poseyendo entre sus dones la inmortalidad característica de nuestra raza y hoy su cuerpo descansa en paz entre hierba de pradera y oro de trigo.
Elrond de repente abrió mucho los ojos, como si hubiera despertado de un intranquilo sueño, reconoció tal vez en la historia de Glorfindel a alguien conocido.
-Cuentan algunos...- continuó Glorfindel: - que cuando ella descubrió lo que le había pasado fue a visitar todos los días el mar, desde un risco de las tierras imperecederas, al otro lado del océano, donde nadie sufre. Cuentan también que entonces sintió que la tiara de su frente ardía y que necesitaba volver a verle y cumplir su promesa. Ella sintió que él la llamaba y su cuerpo de mujer, descansó, mecido por las olas del océano, llevando su mente al otro lado, donde su amor la esperaba.
Elrond se llevó una mano a la boca, impaciente e incluso nervioso sumergido en algunos recuerdos. Y Arwen habló, con Aragorn riendo a su lado por la bella historia: - Glorfindel, estas perdiendo tu originalidad...
-Tal vez- dijo Glorfindel levantándose con ojos un tanto somnolientos por la noche entrada: -Quizás porque esas dos historias no lo sean del todo y porque la realidad de una vida muchas veces se repite en otra...
La gente conmovida había quedado ahora confusa sobre lo que acaba de decir Glorfindel y cuando este salió lentamente de la habitación durante largas horas se habló del cuento y sus personajes, tal vez del todo no inventados.
P.d. Cuanto tiempo!!! Os echaba de menos!! Ya casi ni os acordareis de mi querido Glorfindel. Ni de Elroyënath... que es al que se refiere la historia de Glorfi. Os prometo intentar no tardar tanto la próxima vez, pero el ordenador no funcionó bien, ni la conecsión, ni nada... Vosotros sabeis que os quiero mucho!!! XP! BESOS BABOSOS!!!
CARMENCHU!!!
Las calles plateadas, con grandes casas de formas y alturas todas distintas, con porches y jardines frondosos de árboles y flores, a los lados pendientes farolillos de fuegos azulados que iluminaban las noches frescas de Rivendel. Calle arriba, entre las suaves piedras de la calzada, el terreno se volvía perpendicular y liso y daba paso a un barranco de moderada altitud que se llenaba en las crecidas del río, cuando llovía, sobre él un puente de bronce, a la derecha arcoiris y finas gotas de agua de la gran cascada y en frente un gran palacio de balcones, ventanas, porches, puertas, oro, plata, nácar, alabastro y cristales de colores: la casa de Elrond. En la hierba del jardín dos figuras altas, un varón y una mujer y serenamente les recibieron.
-Bienvenido a Rivendel, Frodo Bolsón.- dijo sereno y serio el varón elfo. Suaves cabellos oscuros bajaban por sus hombros y dos trenzas colgaban delante de sus orejas puntiagudas, sujetas con hilos de oro, entre una tiara de plata.
Glorfindel bajó del caballo y ayudó a bajar a Frodo, posándolo después en la fresca hierba. Frodo no pudo más que mirarles con sorpresa.
La mujer habló con voz cristalina mientras agachaba lentamente su cabeza, sonriendo: -Bienvenido a nuestra casa.
-Es un honor para mí.- y el hobbit hizo una graciosa reverencia, tal como si fuera un niño.
-¡Bilbo!
-¡Frodo! ¡Ya pensé que no te ibas a dar cuenta de que yo estaba por aquí!
Frodo se abalanzó sobre Bilbo contento de volver a verle, cayendo los dos al suelo de mármol rojizo de la Sala del Fuego.
Aquella sala estaba llena de elfos y vestidos vaporosos recamados de oro, cantaban y reían, algunos tocaban instrumentos, suaves flautas y pequeñas liras entonadas, otros cerca de las grandes sillas de marfil del señor de Rivendel y su hija, contaban historias de tiempos pasados. Sam quedaba impresionado con todo lo que veía a su paso y Merry y Pippin habían salido al jardín, cuando la noche ya había caído, después de cenar.
-¿Qué has hecho durante todo este tiempo, Bilbo?- preguntó contento Frodo cuando de nuevo se pusieron de pie.
-¡Escribir muchas canciones! Pero estoy preocupado... esta no me sale... no se continuarla...- llevaba una pequeña pluma en una mano y en la otra un trozo de pergamino con un pentagrama donde había dibujado algunas notas. Frodo río.
El fuego de la habitación crepitaba en la gran chimenea, transformando toda la sala en un ir y venir de sombras temblantes y un fuerte color de aire rojo y anaranjado. Bilbo se llevó las manos a la cabeza desesperado: -¡Dúnadan! ¡Tienes que ayudarme!
Un hombre salió de detrás de una columna rojiza al oír uno de sus tantos nombres y sonrió al ver a Bilbo peleando con su propio pergamino.
-¿Qué te pasa Bilbo?- y agachó su cabeza hasta tenerla a la misma altura del hobbit.
-¡Esta canción no me sale!
Frodo miraba desconcertado: -Trancos...¿cuántos nombres tienes?
-¿Trancos? ¿Quién es Trancos?- preguntó Bilbo todavía sumergido en su composición.
Aragorn hablo tranquilo y sonriente: -Ese es el nombre que me dan en Bree.
Bilbo le miró de reojo aún pidiéndole un poco de ayuda: -¿Por qué no has venido al banquete? La dama Arwen estuvo allí.
-Lo se, pero tenía que hacer unas cosas. A veces hay que dejar la alegría de lado, Elladan y Elrohir han vuelto del Norte y tenía que hablar con ellos.
-¡Bueno Dúnadan!- dijo cada vez más impaciente Bilbo: -¡¿cómo continúo mi canción?!
Aragorn sonrió: -Ven, vamos a darle unos retoques.- y se sentó en el suelo liso junto al hobbit mirando atentamente el pergamino, aunque a Frodo le pareció ver que sus ojos verdes a veces se desviaban hacia la silla de marfil donde sentaba la hija del señor de Rivendel.
Aquella noche fue una noche de muchos encuentros.
-¿Glorfindel por qué no nos cuentas un cuento?
-¿Qué?
-¡Un cuento! Como los que me contabas cuando era pequeña.
Glorfindel se rascó la cabeza intimidado: -Pues es que...
Arwen sonrió desde su asiento: -Por favor... ¡además se que te encanta que la gente te escuche!- y le sacó la lengua, como hacía cuando había sido una niña, hace tantos años.
-Bueno...- Glorfindel se incorporó mejor y se sentó de una forma en la que podía ver a todos los allí presentes, sentados en el limpio suelo de la Sala del Fuego expectantes ante su historia.
Estaban allí el señor de Rivendel y sus hijos, su hija, la bella Undómiel de Rivendel, Aragorn, hijo de Arathorn, sentado junto a ella, en uno de los brazos de su silla de marfil, Bilbo Bolsón, el hobbit que encontró el Anillo Único y Frodo, su sobrino, que lo portaba; rodeados de gentes sonrientes y felices, aún sabiendo que en algún lugar de la Tierra Media el peligro acechaba.
Glorfindel carraspeó débilmente y comenzó con los ojos perdidos en recuerdos: -Érase una vez un elfo...
-¡Esa ya me la sé!- dijo Arwen sonriendo desde su sitio.
Glorfindel le lanzó una mirada irónica pero contenta: -Esta es distinta...
Una sonrisa se dibujó en las bocas de todos y Glorfindel prosiguió.
-Érase una vez un elfo, conocido por sus bellos ojos grises, presa de recuerdos, pero a la vez de tristeza, seriedad y melancolía. Raramente sonreía, aunque le gustase o lo desease, gran angustia habitaba en su interior y fue una elfa la que le separó de su eterna soledad.
"El pelo de ella era negro como la noche que sigue a la puesta de sol y sus ojos azules como el agua del río.
"Se conocieron lentamente, primero sólo de vista, luego siguieron los roces por la calle, las noches frente a su ventana, y finalmente las palabras. Ella hablaba tan cristalinamente que él quedó prendado nada más oír la primera nota de su voz melodiosa. Hablaron de todo lo posible, bajo la lluvia, junto al río, en un jardín y entre espigas de trigo vino el primer beso. El amor les colmó pero este no fue aceptado por todos. Él hijo mayor de una importante familia, ella elfa del Norte, de distintas costumbres y oscuro pasado; sus padres no lo aceptaron.
"Poco a poco fueron separados implícitamente. No podían salir de su casa, castigos, reprendas... Y a escondidas se vieron tantas veces. Pocos sabían de su amor, pocos sabían que fuera tan fuerte y poco a poco también fue llegando lo que todo elfo se espera en estos tiempos que cada vez vienen más marcados por el miedo al dolor y el sometimiento que empieza a coger forma en la Tierra Media desde hace siglos. Ella tuvo que partir al otro lado del mar.
-¡Glorfindel esta historia se parece mucho!
Glorfindel no miró a Arwen y prosiguió sonriendo: -El día en el que ella debía partir grande angustia apareció en sus rostros y él pudo escapar de su casa antes de que ella desapareciese. Corrió hasta ella agarrándola de la mano y en su rostro con ternura la besó. En su frente blanca, entre el negro de su pelo puso una tiara y prometieron volver a verse algún día.
Arwen tamborileó con los dedos en el brazo de su silla de marfil que estaba libre pues en el otro sentaba Aragorn, haciendo comprender con impaciencia a Glorfindel que aquella historia le era demasiado familiar.
Por el rostro de Glorfindel pasó una mirada de paciencia y prosiguió contando lo sucedido al publico expectante, esta vez con un tono más grave en la voz: -Más él cayó, aún poseyendo entre sus dones la inmortalidad característica de nuestra raza y hoy su cuerpo descansa en paz entre hierba de pradera y oro de trigo.
Elrond de repente abrió mucho los ojos, como si hubiera despertado de un intranquilo sueño, reconoció tal vez en la historia de Glorfindel a alguien conocido.
-Cuentan algunos...- continuó Glorfindel: - que cuando ella descubrió lo que le había pasado fue a visitar todos los días el mar, desde un risco de las tierras imperecederas, al otro lado del océano, donde nadie sufre. Cuentan también que entonces sintió que la tiara de su frente ardía y que necesitaba volver a verle y cumplir su promesa. Ella sintió que él la llamaba y su cuerpo de mujer, descansó, mecido por las olas del océano, llevando su mente al otro lado, donde su amor la esperaba.
Elrond se llevó una mano a la boca, impaciente e incluso nervioso sumergido en algunos recuerdos. Y Arwen habló, con Aragorn riendo a su lado por la bella historia: - Glorfindel, estas perdiendo tu originalidad...
-Tal vez- dijo Glorfindel levantándose con ojos un tanto somnolientos por la noche entrada: -Quizás porque esas dos historias no lo sean del todo y porque la realidad de una vida muchas veces se repite en otra...
La gente conmovida había quedado ahora confusa sobre lo que acaba de decir Glorfindel y cuando este salió lentamente de la habitación durante largas horas se habló del cuento y sus personajes, tal vez del todo no inventados.
P.d. Cuanto tiempo!!! Os echaba de menos!! Ya casi ni os acordareis de mi querido Glorfindel. Ni de Elroyënath... que es al que se refiere la historia de Glorfi. Os prometo intentar no tardar tanto la próxima vez, pero el ordenador no funcionó bien, ni la conecsión, ni nada... Vosotros sabeis que os quiero mucho!!! XP! BESOS BABOSOS!!!
CARMENCHU!!!
