¡Hola! Siento la tardanza, pero de todos modos ya estoy aquí. Los reviews no puedo responderlos, sorry, pero ante todo mucha muchas gracias. Me han hecho muy feliz.

Este capítulo va para Meiko, que siempre me ayuda y hace poco fue su cumple: ¡¡¡FELICIDADES SUPERNENENA!!!

Ahora sí que os dejo con el capítulo, que por cierto, no me matéis por ello ¿ok? ^^UU

¡¡¡Besos!!!

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Capítulo 10: Olvidarte

La puerta del apartamento soltó un fuerte clic cuando la llave giró hacia la izquierda después de hacer contacto con el frío hierro de la cerradura. Era un lugar espacioso, decorado en tonos cremas y con unos ventanales abiertos al frío invernal que había dejado las fuertes lluvias acaecidas en los últimos días, dejando ver la parte trasera del edificio que no daba a la avenida principal del bullicioso Londres muggle, sino a un lugar despejado y que, contrastando con la nerviosa ciudad, aparentaba una calma total.

Hermione recorrió con sus ojos marrones el lugar, y aunque mantenía el ceño fruncido no podía evitar reconocer que su amiga tenía muy buen gusto en decoración de interiores. Tras ella, Ginny hizo entrar las maletas al salón, un lugar bien iluminado presidido por un sofá amplio con cojines de cuero en tonos chocolate. Miró alrededor con orgullo, viendo como Jimmy pasaba a su lado con tanta velocidad que lo único que pudo distinguir fue su cabello revuelto y pelirrojo bajo la gorra verde.

- Demasiado grande para el niño y para ti ¿no? – el tono con el que Hermione había hablado sonó como las gotas de lluvia en la piel desnuda, y Ginny frunció el ceño del mismo modo que lo mantenía su amiga desde la noche anterior.

- ¿Aún sigues enfadada por cómo traté a Harry? – cruzó los brazos bajo el pecho, mientras Jimmy pasaba de nuevo corriendo, esta vez sin gorra, e imitando el sonido de un avión con su pequeña snitch en la mano. Hermione soltó un bufido despectivo – Tenía que hacerlo, era la única opción posible, tú lo sabes.

- ¿Y no se te pasó por la cabeza ni por un solo instante el hecho de que su hijo estaba a tan solo metros de distancia? ¿Qué tenía todo el derecho del mundo a saber de él, de su existencia? – chasqueó la lengua con reprobación y Ginny se sintió de nuevo en Hogwarts, regañada por la McGonagall de una nueva generación. – No sé como tu madre no te obligó a ello ayer...

- No estás siendo justa – le reprochó la pelirroja comenzando a exasperarse por la actitud de Hermione, que en esos momentos asintió, irónica por las palabras de la chica.

- Vaya, es curioso que tú digas eso – Jimmy volvió a pasar con una enorme cuchara de cocina en la mano, queriendo golpear la snitch que volaba a toda velocidad hacia las habitaciones del apartamento – No tendré que recordarte que Harry desconoce por completo que un esperma suyo fecundado y con cuatro años de vida corre ahora mismo por todo el piso persiguiendo una snitch embrujada ¿verdad?.

- Eso no tiene gracia – respondió Ginny frunciendo los labios, Hermione rió con amargura.

- Pues claro que no la tiene, y ya es hora de que te des cuenta de que esto no es un juego de niños – La pelirroja iba a responder pero Jimmy apareció gritando con la snitch en la mano y sonriendo triunfante a su madre, que mantenía su aspecto frío y severo, con sus ojos fijos y retadores hacia Hermione.

Cogió al niño en brazos, peinándole distraída algunos pelos de punta de la coronilla, y sonriendo al recordar que Harry lo tenía así, y que por mucho que hiciese nunca conseguía mantenerlos en su lugar. Pensar en Harry hizo que su estómago se encogiese y sintiera un enorme cargo de conciencia en su interior por el hecho de haberle mentido ayer. Pero no quería pensar en eso, no ahora, no con esos ojos verdes e infantiles que la miraban interrogantes, inocentes.

- La primera vez que vi a Jimmy estaba envuelto en una sábana blanca, con los ojos cerrados y un montoncito de cabello rojo en su cabecita – soltó al niño en el suelo, que se sentó en el sofá para abrir una maleta de mano que contenía algunos de sus juguetes. Hermione mantenía la vista en su amiga, que dejo de fruncir el ceño y sonreía levemente – Cuando lo tuve entre mis brazos, después de haber pasado nueve meses en mi interior, y abrió aquellos ojos verdes tan grandes, tan fijos en mí que casi me atravesaban el alma... – hizo una pausa, como si recobrara fuerzas después de un ejercicio exhaustivo – Solo pude jurarme a mí misma que no sufriría como yo había sufrido – Sus ojos pasaron de Jimmy a Hermione, recobrando la seriedad  y el desafío anterior – Por nada y por nadie. Antes muerta que verlo llorar. Y así seguirá siendo aunque por ello tenga que sacrificar a Harry.

Hermione suspiró, dando a entender así que aunque no estaba de acuerdo con su amiga había ya elegido un bando, y para bien o para mal hacía cuatro años que estaba del lado de Ginny. Y no era ahora, después de todo lo sucedido, cuando iba a cambiar. Se acercó a Jimmy, acariciándole el cabello con dulzura. Vestía unos vaqueros desgastados con un ancho jersey de lana y una gorra verde con un dragón bordado en hilo dorado que descansaba tirada en el sofá crema.

- No sé cómo has podido vivir tantos años ocultando algo así... – sonrió cómplice – Has sido muy valiente Ginny Weasley. Toda una Gryffindor.

La pelirroja se encogió de hombros, restándole importancia al asunto. Los gritos de Jimmy llamaron la atención de ambas chicas, que miraron hacia la ventana, donde el niño se encontraba después de haber saltado del sofá, señalando entusiasmado el exterior.

- ¡Un parque!¡Un Parque!¡Mira tía Hermione!¡Mamá es un parque! – el viento le azotaba los cabellos rojos de un lado a otro.

Jimmy arrastró a Hermione y a Ginny hasta la ventana, desde donde podían divisar un jardín enorme con una fuente en el centro. Estaba decorado con flores en tonos rosas, amarillos y morados, formando con ellas un reloj solar que marcaba las once y media de la mañana. Toboganes, columpios y demás distracciones infantiles se afincaban a un lado, mientras que al otro un estanque de aguas turbias con cisnes blancos como la nieve y patos oscuros daban un aspecto tranquilo al lugar. Una cascada caía semioculta entre las rocas que rodeaban parte del estanque y un puente de madera cruzaba el hábitat de un lado a otro. Frondosos árboles daban al parque un aspecto misterioso, en especial un árbol que parecía más grande que los anteriores, cuyas ramas, anchas y fuertes, alcanzaban una altura antes inimaginable para una sabelotodo como Hermione.

En esos instantes un chico pasó haciendo footing por uno de los caminos de arenisca amarillenta del parque. Llevaba el rostro semioculto por la capucha de la sudadera blanca, pero las calzonas negras y cortas dejaban ver una piernas largas y musculosas. Ambas chicas siguieron al deportista con la mirada.

- Veo que sabes elegir los sitios dónde vivir, Weasley – Su tono socarrón hizo que Ginny soltara una pequeña risita.

- Se hace lo que se puede, Granger – Se miraron con complicidad, dejando a Jimmy asomado a la ventana mientras ellas se dedicaban a dejar las maletas en la habitación de la pelirroja, que resultó ser un lugar adornado en tonos pasteles, verdes y anaranjados. En cierto modo recordaba a las flores del hermoso parque, solo que sin reloj solar.

Con "esfuerzo" mágico (a toque de varita, vamos) dejaron las maletas en la cama de matrimonio de la estancia, y Ginny miró con aire apesadumbrado todo sus bártulos, poniendo las manos en jarras.

- Mi madre dijo que ésta tarde vendría a ayudarme con todo esto... – abrió la maleta que estaba más cercana, llena de ropa de verano de ella y Jimmy – Pero supongo que tendré que hacer ahora un... ¡AH!¡JAMES ARTHUR WEASLEY BAJA DE AHÍ AHORA MISMO!.

Pero por los gritos que daba el niño y los saltos encima de la cama de matrimonio de Ginny, parecía que el pequeño no tenía ninguna intención de parar su diversión y hacerle caso a su madre. La pelirroja intentó alcanzarlo, pero al echarse hacia delante lo único que consiguió es que Jimmy diera un salto hacia atrás y ella acabara cayendo de bruces contra una maleta negra y plateada. Se apartó el pelo de la cara con brusquedad, bufando mientras escuchaba la risa divertida de Hermione, que tenía sus manos en las costillas.

- ¿Y tú de qué te ríes? – le espetó con furia, recogiéndose la melena con una pluma que había en la mesilla de noche - ¿No piensas ayudarme?

- Ginny.... es que.... me... parece... tan...divertido... – hablaba entrecortadamente a causa de la risa, mientras sus ojos marrones y llorosos pasaban de Ginny a Jimmy, que seguía saltando y ahora saludaba alegremente a Hermione con la mano - ¡Míralo... si es la reencarnación de los gemelos!

-¡Llévame al parque! – gritó entusiasmado sin dejar por ello de saltar entre los bártulos. Ginny lo fulminó con la mirada, apretando los labios hasta dejarlos en una fina línea blanca y tensa.

- Ni lo sueñes...¡Y bájate de ahí ahora mismo! – estaba empezando a cansarse, y el hecho de que su mejor amiga no la ayudara le frustraba aún más. Un mechón rojo cayó de nuevo a su rostro, apartándolo para dejar ver que sus mejillas se volvían bajo las innumerables pecas de un tono rosado inusual en ella.

- ¡Si no me llevas al parque no me bajo! – Ginny abrió y cerró la boca varias veces como un pez fuera del agua ¿su propio hijo le hacía chantaje?. Otra vez la risa de Hermione inundó el lugar.

- ¡Si es que lo lleva en la sangre, por Merlín! – dijo la chica casi sin aliento, pero cuando los ojos de Ginny se clavaron en los suyos, comprendió que la fiesta debía de terminar, porque esa era la misma mirada que recordaba de la señora Weasley antes de que comenzara a castigar uno a uno a cada hijo por sus fechorías o a regañar a su propio marido con una sartén en la mano y la varita peligrosamente agarrada con la otra.

- ¡Llévame al parque! – la voz de Jimmy sonaba determinante, así que Hermione se acercó hasta los pies de la cama, sujetando con suavidad al niño por una de las mangas del jersey.

- Si obedeces a tu madre te llevo ahora mismo al parque – el niño gritó de alegría y la morena levantó una mano en señal de advertencia – Tienes veinte segundos para coger tu abrigo y la gorra, ¡rápido!.

De un golpe seco Jimmy saltó de la cama a la moqueta mullida de la habitación y antes de que Hermione pudiera decir quidditch había salido como una auténtica Saeta de Fuego hacia el salón. Ginny cruzó los brazos bajo el pecho, con algunos mechones escapando del improvisado recogido con la pluma de escribir.

- Cada día se parece más a sus tíos – dijo sin poder evitar el que una tierna sonrisa despuntara entre sus labios. Hermione negó lentamente, dejando que sus trenzas rebotaran en los hombros.

- Te equivocas. Se parece Harry. – Ginny la miró sorprendida y dispuesta a responder, pero el niño irrumpió en la habitación, llevándose a Hermione casi a rastras. La pelirroja escuchó la puerta cerrarse tras ellos y los gritos alegres y amortiguados de Jimmy en el descansillo del edificio.

- Es cierto – admitió ya a solas, cogiendo una camiseta de su hijo y doblándola con tranquilidad – Se parece demasiado a Harry.

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Era una risa conocida, una risa que hacía que su respiración parase por minutos eternos y su corazón que congelara para dar paso a la mayor calidez nunca existida en una persona. Luego había un cabello largo y sedoso, un cabello que le volvía loco con solo tocarlo, con aspirar una y otra vez aquel aroma mezcla entre vainilla y caramelo. Parecía tan agradable, tan tranquilo...

 Pero entonces un rostro pecoso e infantil aparecía frente a él, con sus ojos marrones observándole con fijeza inusitada, y de sus labios salía unas palabras que no lograba escuchar.

- ¿Cómo? – preguntó frustrado al ver que cuando se lo repitió por segunda vez seguía sin oír lo que le quería decir. Entonces la imagen desapareció, y se vio rodeado por seres encapuchados vestidos largas túnicas grises.

 Mantenían el rostro oculto tras unas máscaras blancas que no dejaban ver más que sus ojos. Una figura se adelantó quitándose con delicadeza la máscara, dejando ver de nuevo aquellas pecas que se multiplicaban en la piel blanca y cremosa.

- Ya no te quiero Harry – hablaba muy seria, y al bajar la capucha dejó ver su largo y liso cabello pelirrojo – No te quiero.

- ¿Ginny? – no estaba seguro, ¿esa era la mujer a la que amaba?¿pero qué decía?

- No te quiero, yo ya no te quiero – una figura se adelantó para colocarse al lado de Ginny, que mantenía su rostro frío y distante. La pelirroja miró al encapuchado,  y dándole la mano se alejó por el hueco que el círculo de misteriosos encapuchados habían abierto para ellos.

- No te vayas – le dijo Harry suplicante, sintiendo como algo le oprimía el pecho, un dolor punzante en la mano hizo que gritara. Los encapuchados le sujetaban fuertemente para que no siguiera a la chica – No me dejes Ginny... ¡GINNY!

La pelirroja lo miró, seria y tranquila, como si aquello no fuera con ella. Y de nuevo, fría y distante,  volvió a  escuchar las palabras que lo desgarraron como la peor de las maldiciones .

- Yo ya no te quiero.

¡¡¡AAAHHH!!!

Cuando abrió los ojos de golpe la cicatriz le dolía horrores y notó que las sábanas bajo él se pegaban a su piel: Estaba bañado en sudor. Respiraba entrecortado y el corazón latía a punto de darle un infarto ¿fue un sueño?. Se frotó de nuevo la frente, dolorido y adormilado, pero tranquilo de que todo hubieses sido una maldita pesadilla.

Un ulular conocido retumbaba en su cabeza, y al coger las gafas de la mesita de noche vio que Hedwig descansaba a un lado de la cama, donde las sábanas tenían pequeñas gotas rojas que a simple vista parecían sangre. Harry se fijó en sus ojos ambarinos, en su plumaje tan blanco como la nieve. La lechuza volvió a ulular.

- ¿Estás herida? – le preguntó medio adormilado aún, pero cuando levantó una mano para restregarse los ojos comprendió que la sangre no era del animal, sino suya: Hedwig lo había picoteado de tal modo que tenía unos cortes  profundos en sus dedos. La miró ceñudo tras los cristales de las gafas - ¿Me hiciste tú esto?

La lechuza, sin responder a Harry, levantó una pata escamosa donde llevaba un pergamino atado con una cinta de cuero. Reconoció la letra de Ron, garabateada con rapidez en el dorso del papel.

Querido Harry:

Tengo entradas para ver hoy en la tarde a  los Chuddley Cannons contra Los Tornados ¿te apuntas?

Neville, Fred y George vienen. Mándame a Hedwig con la respuesta tan rápido como te sea posible...

¿Hablaste con Ginny?

(Harry sintió como el corazón y el estómago se encogían, y se negó a pensar en eso ahora mismo)

Sea lo que sea no te desesperes.

                                                          Ron

Después de aceptar la invitación de Ron para ver el último partido de la liga de quidditch profesional y ver partir a Hedwig con la respuesta, se dispuso a levantarse para desayunar. Bajó los escalones a trompicones, restregándose una y otra vez los ojos y chupándose la sangre que aún brotaba de algunos cortes que Hedwig le había asestado para lograr despertarlo. Con un toque de varita mandó un par de tostadas a calentar y la leche se transformó en café después de susurrar el hechizo que se sabía de memoria de tantas veces utilizado con anterioridad.

Alzó la vista hacia la ventana, donde una lechuza de plumaje rojizo descansaba en el alféizar con el diario El Profeta atado con mucho cuidado a una pata, mientras que en la otra tenía una bolsita de cuero oscuro para recoger el pago de la entrega. Harry agarró de la encimera un par de knuts que depositó en la bolsita y antes de que el animal emprendiera el vuelo le ofreció un poco de leche y una tostada que acababa de calentar. La lechuza lo observó con aire de suficiencia, y abriendo sus alas con arrogancia surcó el cielo de nubes grises hasta perderse en el horizonte.

Harry se encogió de hombros, abriendo su periódico con total naturalidad mientras, con suma lentitud, llevaba la taza hacia la mesa de mármol de la cocina. La portada no decía nada importante, solo había una foto en movimiento anunciando el último partido de la liga de Quidditch que se celebraría esa misma tarde. Pasó un par de páginas, y cuando iba a dejar de lado el periódico con desinterés descubrió una noticia que casi le hizo escupir el café.

- ¡¿Pero qué demonios...?! "Cuenta atrás para la Boda de Harry Potter, el Niño que Vivió"

El artículo hablaba de todos los detalles de la boda, incluyendo una entrevista "en exclusiva" con la prometida, Cho Chang una modelo "con todas la cualidades para convertirse en la esposa perfecta de nuestro querido Harry" . Se impresionó al ver que el artículo iba firmado por Rita Skeeter, y que una foto de Cho saludando coqueta ocupaba la mitad de la página siguiente.

Con la taza aún en la mano pensó en cómo reaccionaría Ginny al ver ese reportaje, pero luego recordó la conversación del día anterior, y las últimas palabras que le habían atravesado como dagas pequeñas y afiladas: "Me di cuenta que no estaba enamorada de ti". Ojalá lo viese, pensó, ojalá lo viese y le duela como a mí me duele ella.

Negó con la cabeza, dejando la taza con un ruido estruendoso encima de la mesa, haciendo que el café de derramase. Mejor no pensar en ello, se dijo. Mejor dejarlo correr y hacer como si nada hubiese pasado, como si ella no hubiese vuelto, irrumpiendo en su vida como una tormenta inesperada. ¿Pero como olvidarla? ¿Cómo no recordar su cabello, su aroma y su piel pecosa? ¿Cómo olvidar sus besos? Pero de nuevo la frase retumbó en su cabeza, haciendo que la cicatriz le doliese como al despertar de la pesadilla. Miró la foto de Cho, sonriente, guapa y feliz.

- Ya no jugarás conmigo Ginny – se dijo con seguridad, bebiendo un poco más de café – Ya no más.

- Eso espero – Cuando los ojos verdes de Harry se giraron, no podía creer que Cho se encontrara apoyada en el marco de la puerta como si nada de lo ocurrido el día anterior hubiese sucedido. – Llevas cuatro años diciéndolo. Ya es hora de que lo cumplas - Se acercó contoneándose a Harry, que ya se ponía en pie, y lo recibió con un beso en los labios, enlazando al cuello sus brazos finos y suaves casi al mismo tiempo. Sonreía con dulzura, y sus ojos rajados brillaron bajo el negro azabache que los rodeaba.

- Estás cogiendo por costumbre entrar sin permiso en casas ajenas – la reprendió Harry serio, pensando por unos instantes en si corresponder o no al abrazo de la muchacha, que permaneció tensa ante la actitud tomada por el chico. Finalmente lo aceptó, queriendo con ello aliviar el vacío que lo inundaba desde la tarde de ayer, desde que Ginny pronunció las palabras que creía impronunciables. Sintió como Cho se relajaba cuando notó que sus brazos la sujetaban delicadamente por las caderas.

- Lo de ayer fue un error. Me porté como una tonta – Harry asintió sin decir nada, casi de forma automática – Ginny es tu pasado y yo... – dudó un instante, pero finalmente se decidió – Bueno, yo soy tu futuro.

Lo besó de nuevo y Harry sintió como un calorcito se extendía por todo su cuerpo. Era bonito sentirse querido, pensó, y más cuando era por una chica tan hermosa como Cho ¿Por qué rechazarla?¿Por una pelirroja cabezota y arrogante que lo había abandonado años atrás?. Había pensado demasiado en Ginny, ya era hora de ocuparse de él mismo, de ser egoísta.

- Siento lo del bar – le dijo besando el hueco de su cuello, aspirando ese aroma de flores orientales tan diferente al de Ginny. Tan diferente a lo que amaba. A lo que amó – Me equivoqué, perdóname.

- No lo vuelvas a hacer – le dijo Cho al oído, con el cabello negro de la muchacha rozando la mejilla del chico – No vuelvas a dejarme sola.

Y Harry asintió de nuevo, decidido y con convicción. Ya era hora de tomarse en serio su próxima boda, de trazar nuevos planes de futuro, y Ginny, desde luego, no tendría un hueco en ellos.

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Le había costado conciliar el sueño en la noche, de hecho, apenas había dormido, por eso cuando el timbre sonó insistentemente no fue demasiado esfuerzo el levantarse de la cama. Anduvo descalzo por la moqueta, sin que el frío invernal pareciera penetrar en su piel, y cuando el pomo de la puerta giró y la vio allí, sonriente y feliz con una cesta de mimbre colgada del brazo, lo único que pudo hacer fue poner una mueca irónica mientras fruncía el ceño y ahogaba un bostezo.

- ¿¡Tú aquí!?

- ¡Vaya maneras tienes de saludar a tu madre, Ronald Weasley! – la mujer, bajita y rechoncha, entró en la casa como alma que lleva el diablo, y después de observar con ojo crítico todo el desastroso apartamento fijó sus ojos, tan pequeños y redondos como su cuerpecito, en su hijo. Una dulce sonrisa apareció en su rostro. Una sonrisa extremadamente dulce como para pertenecer a Molly Weasley.

- A ti te pasa algo – le dijo Ron, rascándose la cabeza y alborotando aún más los cabellos pelirrojo. La mujer alzó las cejas.

- ¿No puede traer una madre el desayuno a su hijo?

- Una madre normal sí, tú no – el joven se cruzó de brazos, apoyado en la entrada del apartamento – Quieres que te haga un favor ¿no?.

- Aj

- Y en ese favor está Ginny.

- Exacto.

- Y, evidentemente, Harry...

- Y nuestra querida Hermione – la Señora Weasley se acercó a su hijo, que se había puesto tenso de repente – No te olvides de ella, hijo.

Ron frunció el ceño, estaba de broma ¿no? Pero antes de que pudiera reaccionar la señora Weasley había abierto la cesta de mimbre, dejando ver un enorme pastel de chocolate con zumo de calabaza. Los ojos azules del chico miraron con fijeza a los de su madre.

- ¿Para mí?

- Para ti – Y al pronunciar su madre las palabras, no pudo evitar sonreír.

Sabía que debía controlar la voz, pero no pudo reprimir ese sentimiento de suma alegría al comprobar que era un pastel totalmente casero hecho por su madre ¡Y para él!. Nadie como ella lograba hacer esos pasteles, nadie... nadie...salvo Hermione.

El recuerdo de la chica hizo que el humor que le comenzaba a invadir se extinguiera como el fuego a la llegada de los bomberos. A su mente vino entonces una mañana en la que encontró a la que fue su novia metida en la cocina, con el delantal de cuadros ridículo sobre una camiseta de verano de Ron que le quedaba tan ancha que le descubría un hombro. La imaginó de espaldas, con las piernas blancas y suaves desnudas, y tarareando esa canción que tanto le gustaba, un estilo a tirará – pa – pa – ta- ta.

La vio zapatear descalza en la moqueta, siguiendo el ritmo de la música que marcaba su propio cerebro, una melodía solo existente para ella, para Hermione. Y observándola así, con la belleza de alguien inocente e infantil, entonces, descubrió que todos los enigmas conducían a ella, que toda su vida era ella. Su piel, su cuerpo, y sus ojos. Su risa, su llanto y hasta el último vello de su cuerpo. Y se acercó a para rozarla con un dedo, uno solo, y así poder comprobar que existía, que era de verdad. Un continuar de vida. De ella a él. De Ron a Hermione.

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Después de haber desayunado juntos en el salón (la cocina le traía demasiados recuerdos como para hacerlo allí) y haber enviado a Hedwig con un mensaje para Harry invitándolo a ver el último partido de la liga de quidditch, decidió que ya era hora de abordar el tema que le convenía a la señora Weasley, que permanecía atenta a cada movimiento de su hijo.

- Venga, lo estas deseando. – le comenzó a decir a su madre, recogiendo los cojines que estaban desparramados aquí y allá por el suelo del salón -  Dime cuántos sacrificios me va a costar un desayuno decente como éste.

- Quiero que vayas a casa de Hermione – el cojín que tenía Ron en las manos se escurrió como si fuera agua.

- ¿Qué?

- Tu hermana se aloja allí – le explicó la señora Weasley con paciencia – Ella... Hermione...tienen algo que... – se mordía las uñas por puro nerviosismo, y Ron juró que se mordía también la lengua para no contar de más. Frunció el ceño.

- ¿Pasó algo con Ginny? – la mujer negó enérgicamente, sonriendo con pesar y acariciando uno de los brazos pecosos de Ron.

- Solo acércate y habla con Hermione, ella podrá explicarte que... – pero una lechuza que picoteaba el cristal del enorme ventanal los interrumpió. Ron se acercó y la dejó pasar, sintiendo el frío viento que se comenzaba a levantar en la mañana. Desató el pergamino de la pata de la lechuza parda, y vio que traía el sello del Ministerio de Magia.

- ¿Problemas? – preguntó la señora Weasley, que ya comenzaba a preocuparle que mandaran de nuevo a su hijo a una de esas misiones que frecuentaba. Molly nunca supo si era por aventura, como su hijo decía, o como ella sospechaba era para tener la mente ocupada y no pensar demasiado en Hermione. Quizá fueran las dos.

- Vaya, el Ministerio de Magia me invita a una fiesta de gala el próximo Sábado... – miró a su madre, sonriente – Tendré que comprarme túnica para a ocasión último modelo, la que me compraste en cuarto curso en Hogwarts ya me queda pequeña.

La señora Weasley, le pegó en el brazo, y Ron sobándose la parte dolorida intercalaba lamentos y carcajadas. Su madre mantenía el ceño fruncido, manos en la cintura y mirada autoritaria.

-¡No era tan fea!

- Mamá, era horrible.

-¡No seas exagerado! – el pelirrojo reía hasta que su madre formuló la pregunta - ¿Piensas pedirle a Hermione que sea tu pareja?

Ron casi se atraganta. ¿Pensar en qué?¿Pedirle a quién?

- Últimamente deliras... – le respondió el pelirrojo, incrédulo ante las palabras de su madre, que ladeó la cabeza con convencimiento.

- Hacíais buena pareja.

- Nos gritábamos siempre.

- Erais tan adorables...

- ¡Pero si pasábamos el día peleando! – gritó exasperado Ron – Mamá ¿no entiendes que entre yo y Hermione no...?

- ¡Uy mira qué hora es, ya me tengo que marchar! – se dirigió hacia la puerta ante la atenta mirada azul de Ron, que no podía creer lo que su madre le estaba haciendo ¿lo dejaba así, con la palabra en la boca?.

- Mamá...

- Si, si, si... – repitió una y otra vez la señora Weasley, volviéndose a Ron sonriendo – Sé que irás a casa de Hermione – Ron abrió la boca pero su madre se la cerró -  y la invitarás a la fiesta del Ministerio... – el pelirrojo negaba con la cabeza, como si estuviera en un sueño demasiado extravagante como para creérselo. La señora Weasley no dejaba de sonreír ante la perplejidad de su hijo – Oh si cariño, sí que lo harás... si es que deseas tener más pastel de chocolate en tu boca sin ningún hechizo extraño que perdure toda tu vida... Querido.

- Pero mamá yo...

- Además – lo interrumpió la señora Weasley, alzando la voz más de lo normal en ella – Quizá cuando llegues a casa de Hermione y veas lo que hay...te encuentres con cierta...sorpresa.

- ¿Sorpresa?¿Qué...? – pero antes de que pudiera pronunciar la pregunta su madre se había desaparecido con un sonoro crack.

Se quedó un momento en el lugar, quieto muy quieto, pensando en todo lo que le había dicho su madre. Ginny y Hermione tenían algo, algo que estaba en la casa de la última... y algo que era ( y eso fue lo más extraño) una sorpresa. Suspiró resignado, quitándose toda la ropa y dejándola esparcida por el pasillo en dirección al baño.

Sí. Tal vez una visita a la casa de Hermione Granger no le viniese nada mal.

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Cuando Hermione llegó de la mano de Jimmy a las puertas de hierro del parque comprobó que el lugar era más grande de lo que en un principio parecía. Patos y cisnes corrían de un lado al otro por la hierba húmeda de rocío mañanero o nadaban en el estanque, y entre sus graznidos podía escucharse el murmullo de la cascada cayendo al lago hermoso y verde de musgo. Chicos con perros y madres con sus hijos paseaban de un lugar a otro, mientras la mayoría de los niños se divertían deslizándose por el tobogán o columpiándose unos a otros.

Jimmy al ver todo aquello salió corriendo sin que a Hermione le diera tiempo de reparar en la acción del niño, solo alcanzó a divisar los cabellos pelirrojos que escapaban de la gorra deportiva verde que llevaba. Jimmy se paró enfrente de uno de los columpios, dando vueltas a su alrededor como si de un depredador se tratase.

- ¿Me columpias? –  preguntó cuando Hermione llegó al lugar. Sus ojos, ahora azules, la miraban con tanta fijeza que la muchacha no pudo evitar un estremecimiento. Recordaba esos ojos, ese color y esas pecas, tan saltarinas en uno como en otro. Recordaba unas manos fuertes desnudándola, y recordaba su nombre entre suspiros y susurros en la penumbra. El roce del hombre en ella, tan necesitado como el mismo aire que la hacía vivir. Porque era su vida, y lo seguía siendo por muchas veces que se lo negara. El recuerdo que se hundía poco a poco en su mente, el recuerdo del que la sacó el zarandeo de Jimmy.

- Vale, vale – se acercó al columpio y cogiendo a Jimmy en brazos lo sentó en él, no sin antes advertirle de que se sujetara bien fuerte a las cadenas del columpio, para que no resbalara.

Mientras empujaba a Jimmy para columpiarlo, vio pasar de nuevo a ese hombre corriendo que había visto desde la ventana. Tenía las piernas tan fuertes y musculosas como en un principio habían sospechado ella y Ginny desde el edificio, y el blanco de su ropa deportiva resaltaba más aún en aquel paisaje tan verdoso e infantil. Era como una figura que no perteneciera al idílico cuadro que formaban los niños y sus felices mamás. Siguió al chico con la mirada, hasta que lo vio perderse tras unos árboles que daban vida al lugar. Entrecerró sus ojos marrones por unos segundos sin apartar la vista entre la niebla. Nada, ni rastro del deportista misterioso. Ladeo la cabeza, sin dejar por ello de empujar a Jimmy en su columpio. Era una lástima, se dijo, le pareció un tipo sexy a pesar de no vislumbrar su rostro con la capucha de la sudadera.

- ¿Tu quieres ser mamá, tía Hermione? – Tan inmersa estaba en sus pensamientos que apenas recordaba que Jimmy estaba ahí, y que la pregunta que le estaba formulando era demasiado comprometida para responderla a un niño de apenas cuatro años. Dio un respingo e intentó evadir dar una respuesta, pero Jimmy no parecía rendirse en su intento por saber más de Hermione - ¿Quieres?

- Algún día... – respondió, roja sin saber porqué, aunque sonriendo ante la ingenuidad del niño – Tal vez...

- Si quieres, hasta que tengas hijos, yo puedo llamarte mamá, así no te sientes triste – Hermione contuvo la risa, dando un nuevo empujón al columpio de Jimmy. Alrededor un grupo de niños jugaban a la pelota, y los gritos que se daban unos a otros rompían la hermosa armonía del parque sin nombre.

- ¿Y por qué iba a estar triste por eso? – preguntó la morena, volviendo a la conversación que mantenía con el niño.

- Mamá lo estaba – aquello hizo que la risa de Hermione cesara – Ella dice que cuando yo nací volvió a ser feliz.

- Entiendo... – un viento helado comenzó a brotar, y los ramajes de los árboles emitieron sonidos, como si se susurraran unos a otro a el misterio de tanta hermosura oculta en el corazón de Londres.

- Ella llora a veces en las noches... - continuó Jimmy - Pero cuando le digo mamá deja de hacerlo, y se pone alegre – se bajó de un salto del columpio, quitándose la gorra que llevaba y dejándola en el columpio. Sus cabellos rojos flotaban al son del viento que había aparecido de repente en la mañana – Yo no quiero que llore. No quiero que tú llores.

Hermione se acercó a Jimmy, agachándose para abrazarlo con dulzura. De nuevo, con la fría mañana, los ojos del niño volvían a tornarse azules, tan azules que daban miedo adentrarse en ellos, tan azules como los de Ron. Quizá daban miedo porque recordaban a él. Una nueva ráfaga de viento sacudió el parque, y esta vez la gorra de Jimmy salió volando hacia el camino de arenisca.

-¡Mi gorra!

-¡Jimmy¡- el niño iba a salir corriendo a por ella cuando alguien la recogió del suelo antes que ellos. Era ese deportista misterioso que tan atractivo le había parecido a Hermione, con su sudadera blanca con capucha y pantalones cortos de color negro. Sacudía la gorra con lentitud, observándola entre sus manos como si de algo extraño se tratase. Jimmy salió entonces al encuentro del extraño.

-¡Eso es mío! – lo escuchó gritar en la lejanía la morena, mientras Jimmy intentaba, sin mucho éxito, arrebatarle la gorra al extraño, que parecía observar toda la escena con aire divertido. - ¡Como no me des mi gorra mi madre vendrá a pegarte!¡Mamá!¡MAMÁ!

Hermione reaccionó a tiempo y se fue acercando a ellos con lentitud. La verdad es que ese hombre le intimidaba hasta tales extremos que no se atrevía a entablar una conversación con él. Cuanto más se acercaba, más altura ganaba el chico, sacándole finalmente varios centímetros. Hermione sujetó entonces a Jimmy, que se abalanzaba como una fiera para recuperar su tesoro.

- ¡Jimmy! – cogió al niño en brazos y los mechones castaños le vinieron al rostro, tapándole la visión – Perdone al niño, él es siempre así... yo... – las palabras se le trababan en la garganta como si fuera una adolescente ¿por qué estaba tan nerviosa?¿qué le ocurría con ese chico tan misteriosos y sin rostro? - No sé de quién demonios habrá sacado ese genio...

- ¿Tal vez de ti, Granger? No puedes negar que es hijo tuyo... – cuando Hermione se apartó los mechones del rostro y pudo ver esos ojos apenas podía creer lo que veía. Todo alrededor se detuvo, y en su mente solo tenía esa cara, ese cabello... y esos ojos tan penetrantes y misteriosos que la observaban con diversión. ¿Cómo era posible?¿Cómo?

- Tú...

- Yo – dijo el chico, sonriente y seguro. Hermione bufó despectiva, dejando a Jimmy en el suelo y cruzando los brazos, altiva y orgullosa. Desafiante.

- ¿¡Se puede saber que haces en un parque infantil, Draco Malfoy!?

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Weeeee... sé que me vais a matar, pero... se quedó ahí. No desesperéis. Prometo no tardar tanto, pero de todos modos éste capítulo fue bien larguito ¿eh? Increíble... Bueno dejad opiniones, así me animáis un poco. ¡Besos!