Guilwarthon
(Los Muertos Que Renacen)
Olórin de los Ainur era un mago viejo y encorvado. Vestía siempre ropas grises y un sombrero picudo de color azul, pero la bufanda plateada permanecía casi oculta bajo la espesa barba blanca, larga hasta más abajo de la cintura. En su rostro arrugado había una gran nariz, ojos brillantes y cejas largas y espesas, más sobresalientes que el ala del sombrero. La expresión de su rostro era algo severa, y en verdad era un personaje gruñón, pero alguien podía provocarle fácilmente una sonrisa, y cuando reía su risa era como un rayo de sol, y a menudo reía larga y apaciblemente.
Olórin vivía en Valinor, el centro de Aman, la Tierra Bendecida. Era su costumbre pasear por los bellos jardines de Lórien, solo o con su primo Aiwendil, otro anciano mago de rostro más risueño y jovial, que vestía túnicas marrones y pardas. Pero aquel día caminaba solo, apoyándose en su bastón de madera, aunque en realidad no lo necesitaba para tal uso; podía ser anciano, pero era fuerte como un roble, y muchos quedaría asombrados ante la fuerza de aquellos brazos flacuchos a simple vista. No, aquel bastón era en realidad una vara mágica, y con ella podía desde encender una hoguera hasta hacer estallar un relámpago en un cegadora luz blanca.
Los jardines de Lórien eran grandes, y en ellos a veces se encontraba con la Valier Nienna, hermana de Irmo, pues como él disfrutaba caminar bajo las árboles en flor y los prados verdes de su hermano. Pero hacía algún tiempo que no la había visto, y por eso aquel día se sorprendió al encontrarla.
La vio desde lejos, sentada sobre la hierba siempre verde, los cabellos claros ocultos bajo un manto gris que se había hechado sobre los hombros. La visión de aquella hermosa Valier le alegró el corazón al mago, pues desde el exilio de los Eldar ella había permanecido en las estancias de su hermano Námo, las Estancias de Mandos como las llaman, o las Estancias de Espera. Permanecía allí para consolar a las almas de aquellos que habían muerto, y darles consejo. Muchos Teleri habían llegado desde la Matanza de Alqualondë, y muchos Noldor, algunos que habían perecido congelados en el paso de las montañas hacia Beleriand y otros que habían sido asesinados por los sirvientes de Morgoth en la Tierra Media.
Olórin no se dio cuenta que los hombros de Nienna temblaban con sus sollozos, hasta que estuvo más cerca para verlo y poder escuchar su triste lamento de compasión. Con paso más rápido, Olórin llegó junto a ella y le posó una mano arrugada en el hermoso hombro.
"¿Por qué lloráis, mi Señora?"
Nienna se volvió y miró hacia arriba lentamente, los ojos bañados en lágrimas de ella encontrando los del mago, brillantes bajo el ala del sombrero que le ensombrecía la cara. No dijo nada, pero volvió la cabeza hacia abajo de nuevo, y extendió un brazo hacia adelante. Entonces Olórin se sobresaltó: allí, tumbado sobre la hierba había un Elfo adulto, los rayos del Fruto de Laureli posándose sobre su brillante piel desnuda; no se movía. Nienna le estaba acariciando lastimosamente los cabellos dorados, mientras lloraba y se lamentaba por la desdicha de la pobre criatura, que parecía muerta.
Pero no podía estar muerto, se dijo Gandalf. Ningún Elfo muere en la Tierra Bendecida, a no ser que sea por la cruel mano de otro. Mas observando el cuerpo desnudo del Elfo, Olórin vio que no había marcas ni heridas aparentes. Se arrodilló junto a él y le volvió con gentileza, pues estaba tumbado de espaldas. Las facciones del rostro eran juveniles y hermosas, pero los ojos estaban cerrados, algo de mal augurio para uno de los Eldar. Sin embargo, su pecho se movía arriba y abajo regularmente con su respiración. No estaba muerto, sino profundamente dormido.
Volviéndose a la llorosa Nienna, Olórin le ofreció una sonrisa alentadora.
"No llores más," - dijo - "No está herido. Yo me encargaré de él."
Y diciendo ésto Olórin tomó al Elfo en brazos gentilmente (pues, como había dicho antes, el mago era más fuerte de lo que aparentaba) y lo levantó del suelo con suavidad, como quien lleva a un infante. Nienna se quitó el manto gris que tenía sobre los hombros y cubrió con él el cuerpo desnudo del Elda. Ya no lloraba, mas aun había lágrimas en su rostro.
"No esta herido de cuerpo sino del alma." - dijo ella suavemente, y se alejó con pies ágiles que parecían flotar sobre la hierba siempre-verde y las florecitas blancas, derramando sus últimas lágrimas por la bella criatura.
Olórin llevó al desconocido hasta su hogar; una pequeña pero bonita casa de paredes blancas y techo plateado, suficiente para un anciano mago que vive solo. Le tumbó en su cama, no preocupándole el hecho de que posiblemente esa noche tuviera que dormir en el suelo o sentado en el sillón. Cubrió al Elfo con varias sábanas, pues a pesar del calor del día había sentido su piel fría cuando lo llevaba en brazos. Con un trapo mojado Olórin le limpió el rostro y el pecho, esperando alguna reacción por su parte, mas no hubo ningún movimiento. No sabiendo que más hacer, el mago esperó pacientemente, a veces mirándole en silencio, otras veces tomándole la mano para comprovar el calor de su cuerpo, o acariciándole los cabellos o incluso hablándole, para ver si alguna vez reaccionaba a su voz.
Nunca antes se había encontrado con algo semejante; uno de los Eldar, desnudo como un recién nacido e inconsciente, sin marcas de violencia en el cuerpo. ¿Qué le había pasado? ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Quién era y de donde venía? Con estos pensamientos Olórin se quedó dormido en su sillón, reclamado por el cansancio.
No fue hasta que la cara blanca de la Flor de Telperion asomó que Olórin despertó. Tardó en segundo en darse cuenta que lo que le había interrumpido sus sueños eran los gimoteos del Elfo tumbado en la cama. Olórin se puso en pie de un saltó y se inclinó sobre él. El Elfo se agitaba, apretaba los puños estrujando las sábanas y murmuraba muy silenciosamente. Olórin tuvo que acercar su oído a los labios del Elfo para poder escuchar.
Gran parte de lo que decía no lo entendió, pero el mago creyó oír claramente decir "fuego" y "quema" varias veces. Dijo algunos nombres repetidas veces, "Ecthelion" en su mayoría. Mas lo que sorprendió al mago fue oir de sus labios los nombres de "Turukáno" y "Gondolin". Todos en Aman, la Tierra Bendecida, conocían esos nombres. Turukáno era uno de los exiliados y uno de los seguidores más decididos e impenitentes de la rebelión de Fëanor, y quien se había convertido en Rey de Gondolin en la Tierra Media.
Olórin mostró el rostro grave ante esos nombres; no hacía mucho tiempo que en Valinor se había difundido la notícia de la Caída de Gondolin. Gondolin, la Ciudad Blanca, la gran fortaleza oculta de los Elfos, había sido completamente destruida por los Sivientes de Morgoth. El Rey de Gondolin era uno más de los incontables muertos.
Olórin miaraba ahora perplejo al Elfo frente a él. No era posible, se decía, que ese Elfo hubiera estado presente en la Caída de Gondolin. ¡Era imposible! Si hubiera sido así, entonces ése Elfo sería un exiliado, y por éste motivo no le estaría permitido la entrada en Aman. Pero aquí estaba, en su propia cama en una pequeña casa de Valinor, en el mismo corazón de Aman. No era posible, volvió a decirse Olórin, pero, ¿porqué hablaba el Elfo de "Gondolin", y de "fuego" en sus sueños?
Escuchó pacientemente un rato más, pero ningún otro nombre o palabra pudo entender. Con un suspiro, Olórin volvió a cubrir el cuerpo desnudo del Elfo (que se había descubierto con sus agitaciones) y le puso una mano en la frente susurrando palabras gentiles para calmar a la pobre y bella criatura de Eru. Aquello pareció funcionar, pues el Elfo cesó de moverse y murmurar y gimotear. Se le aflojaron las manos y soltó las mantas, que por poco había agujereado con sus fuertes dedos. Suspiró como quien encuentra un sueño tranquilo tras una horrible pesadilla, y empezó a respirar con normalidad. Olórin vio que el color había vuelto a su rotro, antes pálido. Tuvo el presentimiento que el misterioso desconocido pronto despertaría.
Lo primero que necesitaría el Elfo al despertar sería una buena comida, pensó Olorín. Ya tendría tiempo para buscarle ropas adecuadas. Le hechó una última mirada al Elfo antes de irse. Se veía hermoso y angelical ahí, durmiendo, los largos cabellos rúbios resplandecientes aun en la oscuridad. Olórin sonrió y se encontró besándole tiernamente la frente. Muchos sabían que el mago sentia un amor y una inquietud especiales por los Hijos de Eru, y ése bello y misterioso Elda precísamente le había cautivado.
Encendió una luz de aceite a su lado. Con una mano apartando los cabellos de la frente del Elfo y colocándolos detrás de su oreja puntiaguda, el mago se retiró de su lecho.
La Flor de Telperion estaba aun alta en el cielo cuando un ensornecedor grito de terror sobresaltó al mago. Fue un grito agudo y angustioso, lastimoso sonido que cualquiera que escuchara sentiría un gran dolor en el corazón, como si una flecha llena de veneno se lo hubiera atravesado a medio latir. Olórin corrió al dormitorio tan rápido como sus ancianas piernas se lo permitieron.
No encontró otra cosa que al Elfo, totalmente despierto y caído al un lado de la cama; movía frenéticamente la cabeza de un lado a otro con rostro de espanto, no sabiendo donde se encontraba ni porqué estaba todo tan oscuro. Tan pronto como el Elfo vió una luz blanca dirigiéndose a él y vió que la luz provenía del extremo de un bastón que un hombre de rostro arrugado y barbudo sujetaba, se acurrucó junto a la cama y se quedó muy quieto, mirando con ojos muy abiertos al extraño que se aproximaba rápidamente.
"¡Así que al fin has despertado!" - exclamó Olórin, arrodillándose frente a él. Entonces le habló gentilemente. - "Mi nombre es Olórin. Yo soy el mago gris, y el mago gris soy yo. ¿Cuál es tu nombre, hermoso Hijo de Eru?"
El Elfo no respondió. Se quedó mirando perplejo al mago, como si nunca en su inmortal vida hubiera visto alguno. Viendo que no hablaba, Olórin acercó la luz blanca de su vara al Elfo, para poder verle mejor la cara. Entonces vio sus hermosos ojos azules, profundos y brillantes como el mar y claros como el cielo. Pero algo más había en esos ojos que inquietó al mago y le maravilló: un gran poder, una gran sabiduría; en los profundo de sus ojos azules se podían ver estrellas; todo eso junto a una bella inocéncia. Fue entonces cuando Olórin se dio cuenta que la misma piel desnuda del Elfo resplandecía suavemente con una luz propia. Los largos cabellos rúbios relucían más que el oro bajo la luz de los Árboles. Ese Elfo, quien quiera que fuera, tenía un gran poder espiritual.
Ahora fue el turno de Olórin para mirarle perplejo. Sólo había habido dos Eldar en Aman con semejante poder, y él los había conocido: eran Curufinwë hijo de Finwë, que muchos llamaban Fëanor, y Artanis hija de Finarfin. Artanis era exiliada en la Tierra Media, y el espíritu de Fëanor aun esperaba en las Estancias de Mandos.
"¿Quién eres?" - le preguntó Olórin tras haberlo contemplado largo rato en silencio, cautelosamente inclinándose hacia él. El Elfo no dijo nada. Se rodeó el cuerpo con los brazos y se meció despacio hacia delante y hacia atrás, moviendo los labios como tratanto de hablar pero sin lograr hacer brotar un solo sonido de aquellos labios pálidos, el bello rostro atribulado.
El mago suspiró dándose por vencido y sintiendo compasión. Tomó una de las mantas de la cama y se la puso sobre los hombros. En seguida el Elfo se la acomodó alrededor del cuerpo y se encogió en ella. Olórin le observó un rato en silencio, perdido en sus propios pensamientos. Al cabo de un momento una sonrisa se formó en el rostro arrugado del mago. Tomó la mano del Elfo con delicadeza, y sin esfuerzo le puso en pie.
"Vamos, acompáñame," - le dijo - "Estarás hambriento. Estoy preparando una sopa caliente. No soy buen cocinero, y sólo esto puedo ofrecerte, así que tendrás que comértelo guste o no, ¿entendido?"
Olórin no esperaba una respuesta por parte del Elfo, por supuesto. Le tomó del brazo con gentileza y le guió hacia la pequeña salita del fuego que él utilizaba tanto de cocina como de comedor. El mago tatareaba una canción para sus adentros mientras caminaban. De repente, oyó una suave voz, melodiosa como el canto de Vána, gentil como la Valier Estë, profunda como los talleres de Aulë, suave como las luces del alba y el aroma de las flores de Lórien.
"Glorfindel."
Olórin se quedó silencioso de golpe. ¡El Elfo había hablado! Se volvió a él, con los ojos muy abiertos.
"¿Qué has dicho?"
Por un momento Olórin creyó que el misterioso Elfo no volvería a hablar, pero finalmente éste se volvió al mago y le miró, y Olórin le vio cambiado, como si acabara de despertar de un horrible trance.
"Mi nombre... Glorfindel"
"Un nombre muy adecuado para tí." - asintió Olórin, y tomó una de las doradas trenzas del Elfo - "Tus cabellos son en verdad una bendición de los Valar. Te hacen merecedor de tan bello nombre."
Inesperadamente Glorfindel se echó a llorar. Aquello sobresaltó al mago, y le apenó, pues no sabía cual podía ser la causa de la aflicción del Elfo, y no entendía qué había podido causar que se echara a llorar así, tan de repente. ¿Acaso había dicho algo que pudiera haberlo disgustado?
En un arrebato de compasión y amor, Olórin abrazó al Elfo, susurrándole palabras de consuelo, y Glorfindel se aferró al mago. Era doloroso para Olórin ver a tan hermosa criatura lamentándose con tanta angustia. Glorfindel pronto se calmó; el llanto se convirtió en pequeños sollozos, y los sollozos en gimoteos, que poco a poco cesaron. El mago sonrió cuando, con la manta, Glorfindel se enjugó las lágrimas de las mejillas y los ojos enrojecidos, igual que haría un niño.
Lentamente, y más preocupado ahora, Olórin tomó el brazo del Elfo para guiarle de nuevo. Al final de pasillo había una puerta de madera oscura, que Olórin abrió y cerró después de que entrara Glorfindel. Vio que el Elfo se había quedado quieto, mirando las brasas de lo que antes había sido un fuego en la chimenea. Si le hubiera mirado de frente, Olórin hubiera visto que Glrorfindel estaba mirando las brasas con cierto incertidumbre y temor en los ojos. Mas el anciano no lo vió.
"¡Ay, maldito fuego!" - exclamó el mago, golpeando el suelo con su bastón - "¡Se ha apagado y la cena no se habrá calentado! Ya sabía yo que tenía que haberlo encendido al modo de los magos... Si después de todo, la magia es mi única virtud."
Y diciendo ésto, el mago posó el extremo de su vara entre los restos de madera quemada. Brotó una luz blanca, y al instante la madera chisporroteó de mil colores y ardió una gran llama inconsumible, que iluminó toda la habitación. Glorfindel hechó un grito y cayó de bruces al suelo, encogiéndose contra la pared, gritando y temblando de terror.
"¡No! ¡No! ¡No! ¡Quema! ¡ Me duele!"
Olórin se maldijo, aunque él no hubiera podido saber que ocurriría algo así, y tomando al Elfo en brazos lo alzó del suelo y se lo sacó de la habitación. Cuando le sentó sobre la cama, Glorfindel aun estaba temblando y los largos cabellos de oro le ocultaban la cara.
"¡Está bien, Glorfindel! ¡Ya pasó!" - dijo el mago, acariciándole los cabellos. Le tomó las manos para besárselas, mas las sintió húmedas. Al mirarlas de cerca vio que la sangre brotaba de ellas, deslizándoe por sus brazos pálidos, pues Glorfindel había apretado tanto los puños que se había clavado las uñas en la carne dolorosamente.
Glorfindel se lanzó sobre el pecho del mago, sus lágrimas mojando la barba blanca.
"¡No dejes que se acerque a mí!" - sollozó.
"¿Quién? ¿De qué tienes tanto miedo, Glorfindel?"
"El demonio de fuego... No dejes que se acerque..."
El mago frunció el ceño. ¿Demonio de fuego? ¿No se estaría refiriendo a un Balrog, el más atroz y abominable de los hijos de Morgoth?
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- Olórin = le conocéis más como Gandalf el Gris
- Aiwendil = llamado Radagast el Pardo en la Tierra Media
- Irmo = otro nombre para Lórien de los Valar
- Fruto de Laureli = el Sol
- Turukáno = Turgon de Gondolin
- Flor de Telperion = La Luna
- Artanis = nombre paterno de la más conocida como Galadriel.
- Glorfindel = "El de trenzas doradas"
